Sobrevivir al crudo invierno es una tarea audaz para cualquier especie. Los pingüinos Emperador han vivido por generaciones en la Antártida probando que, en efecto, pueden encontrar todo lo necesario para su existencia en un ambiente tan hostil y que son capaces de adaptarse al clima, no importa cuán bajas sean las temperaturas.
El hecho ha generado interrogantes en los estudiosos de estas simpáticas aves: ¿cómo logran los pingüinos vencer un frío tan intenso? ¿Cuáles son sus mecanismos adaptativos para estabilizar el calor de los cuerpos?
Es cierto que mientras mayor área de superficie tenga un animal mayor podrá conservar la temperatura, y los pingüinos ―concédanme eso― tienen grandes y rechonchos cuerpos a su haber. También han desarrollado una gruesa piel grasienta que les facilita la tarea. Por otra parte, cuando las temperaturas alcanzan los valores mínimos, los pingüinos Emperador se comportan de un modo característico: se acurrucan en grandes grupos muy apretados.
Uno puede imaginarlos pegados los unos a los otros en bloques compactos, tal cual hacemos los seres humanos. Sin embargo, ¿qué sucede con los individuos que quedan en las partes exteriores? Naturalmente, esa desfavorable posición podría llevarles a perecer por enfriamiento. ¿Cómo resuelve el asunto la colonia?
Ahora los expertos han logrado develar el enigma. Tras realizar diversas filmaciones en poblaciones antárticas de pingüinos, se ha verificado que las aves se mantienen en un movimiento que va cambiando cada cierto tiempo. Una suerte de ola que los redistribuye permite que estos ocupen distintas posiciones sin riesgo de morir congelados.
Como muestran los videos, el movimiento es coordinado e imperceptible, pareciera que se están quietos. Sólo con una contemplación paciente puede notarse el reajuste. Astuta y solidaria manera de defender a sus miembros tiene esta especie, que prueba una vez más que aún nos queda mucho por aprender de nuestra naturaleza.