A los 11 años de edad, José Ramos no se preocupaba por obtener juguetes o ropa nueva. El menor había desertado de la escuela para vender marihuana, cocaína y metanfetamina, con el fin de alimentar a sus cinco hermanitos.
En las tardes, el ambiente era hostil en el hogar. Ramos y sus hermanos se la pasaban encerrados en un cuarto porque el novio de su madre podía llegar ebrio y pegarles sin justificación.
En las noches, el niño tenía que dormir con un bate, cuchillos o hasta una pistola por miedo a que el novio de su madre le fuera a hacer daño.
El futuro de Ramos podría ser el inicio de una tragedia, ya que a diario en Estados Unidos mueren cinco niños como resultado del abuso. Pero si alguien les abriera las puertas de un hogar, éste podría ser el principio de una vida feliz.
Aquí es donde intercede Olive Crest, una organización sin fines de lucro que en 1973 abrió sus puertas a cuatro adolescentes, y después expandió sus servicios para prevenir el abuso infantil a través de la adopción, servicios para padres temporales, clases para padres biológicos, educación y terapia familiar.
“Nuestra meta es hacer feliz a un niño, un hogar a la vez”, dice Patricia Bustamante, directora asociada de servicios de desarrollo de recursos de Olive Crest. “Y es que ningún menor puede crecer sano y contento por sí solo o en manos de personas negligentes”.
El objetivo de la organización, que ofrece sus servicios en los condados de Los Ángeles, Orange y Riverside, es reunir a todos los niños con sus familias biológicas; es por eso que brinda programas para los padres y para los menores.
“A veces, los padres tienen problemas y no saben cómo lidiar con los hijos, pero todo lo que necesitan es alguien que los guíe para convertirse en una familia funcional. Nosotros ayudamos a estos padres en crisis”, asevera Bustamante.
No obstante, cuando el hogar se convierte en una amenaza de vida para el menor, Olive Crest busca padres adoptivos o de crianza que cumplan con ciertos requisitos para cuidar al pequeño.
“Mucha gente piensa que ser padre de crianza es difícil; les da miedo llenar los tramites, no quieren lidiar con un menor lastimado mental o físicamente y prefieren ignorar la problemática. Pero olvidan que, al abrir su corazón y su hogar, podrían cambiar la vida de un niño”, dice Bustamante.
Anualmente, entre 150,000 y 170,000 niños forman los casos de alegatos sobre abuso físico, sexual, negligencia y abandono que recibe el Departamento de Servicios de Niños y Familias (DCFS) del Condado de Los Ángeles. De estos alegatos, cerca de 40,000 se abren como casos de investigación, y casi la mitad son de menores que son separados de sus hogares.
Un niño sin hogar puede terminar en Skid Row, un área a unos pasos del centro de Los Ángeles donde transitan los indigentes, dice Bustamante.
Otros niños sin hogar pueden terminar en pandillas, ahogados en el alcohol o las drogas y, por supuesto sin educación y hasta en la cárcel.
De acuerdo a DCFS, en el 2010 , 33,795 niños fueron encontrados víctimas de abuso y negligencia, mientras que en el 2011 la cifra se elevó a 34,987. Estos números crecieron en el 2012 a 35,195 casos, y el 2013 con 36,870. Del total de menores, el 59.7 por ciento es latino.
“No cabe duda, necesitamos más hogares de crianza o padres adoptivos que puedan hacerse cargo de estos niños para brindarles amor y estructura”, dice Bustamante. cuya mayoría de clientes llegan a través de DCFS.
Ramos y sus cinco hermanos tuvieron suerte. Después de dos años de vivir con el abuso del novio de su madre, terminaron siendo adoptados por una tía, asevera Yadira Rentería, quien lleva el caso del menor.
Un día, el novio abusivo quiso meter al hermanito de Ramos a su carro, como el menor no quería, lo amenazo con matarlo. Fue entonces, cuando DCFS empezó a investigar el caso, sostiene Rentería.
Han pasado cinco años y los menores viven en un hogar feliz, donde no los privan de comida ni mucho menos reciben amenazas de muerte. Ramos, quien ya cumplió 18 años, no ha vuelto a ver a su madre, pero indica que la ha perdonado por no haber podido protegerlos como debía.
“Me separé de las malas amistades, estoy a punto de graduarme de la preparatoria y quiero ingresar a la Marina”, dice Ramos, con una sonrisa que refleja su felicidad por haber tenido una segunda oportunidad.
“Guardo conmigo un escapulario, un anillo de oración y en mi cartera llevo la foto de mis hermanitos, quienes me inspiran a ser mejor para yo poder darles lo mejor de mí”, dice con una sonrisa tímida.
http://hoylosangeles.com/news/2014/may/15/convierten-tragedias-por-historias-felices/?page=2
Muy hermoso.