CRÓNICAS CONTRA EL OLVIDO Uno de cada 150 neoyorkinos duerme en albergues
-
Miles de desamparados se refugian en el metro y las bibliotecas públicas de Nueva York
-
Más de 20.000 niños dependen de la ayuda humanitaria
La población de ‘homeless’, personas sin hogar y carentes de los mínimos recursos, que vaga por los barrios de Nueva York equivale al total de habitantes de capitales españolas como Cuenca, Segovia o Huesca. Durante el día, decenas de miles de indigentes piden limosna en las calles o buscan abrigo en distintos rincones urbanos. Y por las noches abarrotan los refugios para indigentes. Aunque su número va en aumento, nadie repara en ellos y su presencia parece formar parte del paisaje de la ciudad más rica del mundo.
Las estadísticas oficiales cifran en 52.261 los desamparados que pernoctan en albergues municipales y de distintas organizaciones humanitarias, a los que hay que sumar unas 3.000 personas que duermen en las calles bajo plásticos o cartones. Una cantidad enorme y creciente, que supone uno de cada 150 de los ocho millones y medio de habitantes de Nueva York. Y entre ellos se cuentan nada menos que 22.514 niños. Sin embargo la publicación de estos datos sobrecogedores por el ‘New York Times’ el pasado mes de febrero no produjo mayor escándalo social. Tanto los neoyorkinos como los turistas que invaden Manhattan se han acostumbrado a pasar cada día junto a centenares de ‘homeless’ sin prestarles atención, como si fueran invisibles.
Uno de los escenarios principales de la especulación inmobiliaria en la Gran Manzana es el viejo barrio de Bowery. Tras sufrir un profundo deterioro cincuenta años atrás, Bowery se ha transformado en lugar de moda, donde se han levantado algunos de los edificios de apartamentos más costosos de la ciudad. Pero los promotores inmobiliarios no han conseguido erradicar la presencia de indigentes de sus principales avenidas.
Dormir en los bancos de una iglesia
Una interminable procesión de desheredados acuden cada día a la Bowery Mission, una organización religiosa que desde 1879 presta ayuda a los desheredados del sur de Manhattan. En su sede, junto al moderno Museo de Arte y rodeada de nuevas viviendas de lujo, varias comunidades cristianas pertenecientes a distintas iglesias colaboran en un esfuerzo común para mantener unas actividades asistenciales imprescindibles para la supervivencia de miles de personas desamparadas.
Durante 2013 sirvieron 382.4000 comidas y facilitaron 93.700 pernoctaciones en sus instalaciones, además de brindar atención médica, apoyo psicológico y ayuda en la búsqueda de trabajo. Y durante las noches más frías su capilla permanece abierta para que puedan dormir sobre sus bancos de madera quienes carecen de hogar o refugio.
— «Parece mentira que la gente cierre los ojos ante una realidad tan dramática como ésta», se queja el pastor James Macklin, director de Recursos de la Bowery Mission. «Y que nadie se escandalice de que cada día los ricos se hagan más ricos y los pobres sean más pobres».
Para Macklin ‘resulta evidente que el número de personas sin hogar es más elevado de lo que reflejan las cifras oficiales. La misma opinión es compartida por las principales organizaciones de ayuda a los desamparados, como la ‘Coalition for the homeless’, que reparte comida en distintos puntos de Nueva York. Pero las autoridades de la ciudad tienen interés en minimizar el problema de la pobreza, por la mala imagen que ofrece de una urbe convertida en centro neurálgico mundial de negocios y en uno de los principales atractivos turísticos de los Estados Unidos.
Prohibido visitar los albergues
La entrada de periodistas está rigurosamente vetada en los ‘shelters’ (refugios) municipales. Las autorizaciones para visitarlos se administran con cuentagotas, porque cada vez que se conceden producen reportajes descorazonadores, que dejan en mal lugar a las políticas sociales de la ciudad. Pero basta con acercarse al mayor refugio masculino de la ciudad, en el gigantesco edificio de ladrillo rojo que años atrás ocupó el hospital mental de Bellevue, en el extremo este de la calle 29 junto a la Primera Avenida. En sus proximidades siempre se encuentran decenas de desamparados deseosos de contar las condiciones en que viven.
— «Nos tratan como si fuésemos animales», explica un ‘homeless’ latino llamado Eugenio. «La comida es infame. Pero lo peor son los dormitorios, que a veces tenemos que compartir 20 hombres. Los baños están muy sucios. Las ratas son una plaga insoportable, además de cucarachas y chinches. Y rara es la noche en que no entra la policía para identificar y llevarse a alguien…»
Robert Goethals, escritor y guionista de Hollywood -que trabajó en series de éxito como ‘Miami Vice’- conoce bien el albergue de Bellevue y los demás refugios de Nueva York, después de haber pasado por casi todos fingiendo ser un ‘homeless’ durante largos meses. «El trato que se da a los desamparados es infame», asegura, «totalmente despiadado e impropio de una sociedad moderna».
Goethals, que está finalizando la redacción de un ensayo sobre los más pobres en la ciudad más rica de Norteamérica, nos ofreció algunas imágenes filmadas clandestinamente por él mismo en el interior de Bellevue. Y se ofreció a servirnos de guía en un recorrido por los escenarios principales donde transcurre la vida de los desamparados neoyorkinos, para que la cámara de Miguel Romero pudiera retratarla.
Bibliotecas convertidas en refugios sociales
La enorme biblioteca municipal en el cruce de la calle 41 con la Quinta Avenida se ha convertido involuntariamente en un lugar de refugio diurno para centenares de personas sin hogar. Ninguno de los usuarios que llena el salón de lectura de su cuarta planta tenía un libro en las manos. Muchos navegaban por Internet en los ordenadores públicos. Otros simplemente dormitaban, recostados en los asientos o apoyados sobre las mesas. Su aspecto delataba su condición de ‘homeless’, mal vestidos, desaliñados y arrastrando bultos con sus escasas pertenencias personales. Los filmamos discretamente, hasta que los vigilantes nos expulsaron.
Muy cerca, en la calle 42, la estación Gran Central constituye otro lugar de reunión de desamparados, que deambulan constantemente por las galerías en torno al monumental hall, escenario de infinidad de películas. En sus restaurantes los viajeros conviven con una legión de desheredados, que se instalan durante horas en sus mesas para devorar las comidas abandonadas por pasajeros apresurados, o para dar cuenta de las sobras que extraen de los grandes botes de basura donde son arrojadas por los clientes. De nada sirve que la policía patrulle constantemente, identificando a los ‘homeless’. Aunque los echen, vuelven una y otra vez.
— «Algunos se inventan una personalidad», explica Goethals, «y actúan, representando a su personaje para disimular su condición marginal. Fingen que hablan por teléfono, que viajan, que hacen negocios. Pero están todos los días en los mismos sitios. Es un síntoma de su situación mental».