Se trata de una guerra soterrada, tan antigua como el ser humano.
Ignorada por todos, es el eje central de todos nuestros males, la fuente de la que emanan muchas de nuestras desgracias como especie.
Es la lucha que enfrenta al Sistema con el Individuo
Todos los conflictos sociales, políticos o económicos, todas las guerras y revoluciones, no son más que burdas réplicas circunstanciales de este conflicto eterno.
No hablamos de una lucha convencional, evidentemente. Pero tampoco hablamos de aspectos filosóficos de carácter metafórico que puedan ser ignorados por resultar poco prácticos.
Es más real y tangible de lo que la mayoría de gente cree.
Se trata de un enfrentamiento desigual, entre nuestra esencia más profunda y un enemigo difuso y prácticamente intangible, tan impío, inconsciente y eficiente como lo pueda ser una máquina.
De hecho, no es un combate cara a cara, sino un acoso unidireccional e incesante del Sistema contra la Individualidad.
Su objetivo es apagar hasta la última chispa de identidad propia que pueda surgir del ser humano.
Y como decimos, es algo mucho más grande y real que lo que muchas personas pueden llegar a concebir.
Empieza siendo algo parecido a la instalación de un programa informático en nuestro cerebro: “Software psíquico” creado para programar nuestras acciones, condicionar nuestros impulsos y fabricar nuestros deseos y anhelos.
En parte lo inician nuestros propios progenitores, infectados como están por la programación del Sistema.
Pero realmente es en la escuela donde empieza a mostrarse en toda su crudeza.
Muchos esgrimirán que somos animales sociales y que esta “programación” que recibimos es esencial para que podamos convivir los unos con los otros.
Y evidentemente, están en lo cierto: nadie discute eso. Hacerlo sería absurdo.
Sin embargo, debe mantenerse un equilibrio a la hora de establecer una convivencia social sana entre la expresión de la individualidad y las necesidades grupales.
Y ese equilibrio se rompió en el momento en el que las reglas de convivencia dejaron de ser un instrumento al servicio de los Individuos y fueron los Individuos los que se convirtieron en herramientas al servicio del Sistema.
Ese problema, lejos de solucionarse se ha ido agravando con el paso de los siglos, hasta alcanzar su punto culminante en la actualidad.
Algo de lo que mucha gente no quiere tomar conciencia.
Pero como decíamos,
la escuela es el primer lugar donde el Sistema inicia su tarea de borrado de nuestra identidad.
La configuración de las propias aulas es una teatralización evidente de lo que el Sistema espera que sean nuestras vidas: permanecer quietos, callados y sumisos recibiendo las “sabias instrucciones” de la autoridad competente en cualquiera de sus múltiples representaciones.
La energía desbordante que la naturaleza ha concebido para que los pequeños cachorros exploren y aprehendan su entorno queda así castrada, como si alguien hubiera levantado una presa en nuestro interior con la que embalsar esas energías que deberían fluir como un torrente.
Esa es la auténtica función de los centros de enseñanza: taponar ríos que deberían correr libremente buscando su camino y convertirlos en aguas estancadas en las que el Sistema pueda operar sin el peligro de ser arrastrado por la corriente.
Y es de esta manera como, una vez aprendemos a obedecer (porque esa es la primera cosa que nos enseñan al asistir al colegio y la única lección que nos repiten día tras día), nuestra mente queda moldeada para siempre, perfectamente adaptada para pasar a formar parte de la maquinaria del Sistema.
Se trata de una lógica casi industrial, en la que las escuelas son cadenas de montaje de ciudadanos obedientes y donde los que no superan el “control de calidad”, son clasificados como material de segunda y en muchos casos, catalogados como piezas sobrantes que deben ser rechazadas o recicladas.
Pero la escuela solo es una de las muchas herramientas que utiliza el Sistema a la hora de anular nuestra individualidad y nuestro criterio propio.
La sociedad entera es una máquina perfectamente engrasada para realizar tal cometido.
Los medios de comunicación y la industria cinematográfica y musical trabajan incesantemente moldeando nuestra fantasía, el instrumento mas subversivo del que dispone el ser humano.
Su objetivo primordial es impedir que los individuos puedan llegar a concebirnada más allá de los muros del Sistema, aprisionando así sus mentes y sus sueños presentes y futuros.
Somos bombardeados con músicas repetitivas, con estructuras copiadas y reproducidas hasta la saciedad.
Cada canción se convierte así en un mantra que se repite una y otra vez dentro de nuestra cabeza, inculcándonos que no hay nada más allá de la muralla y que no existe más belleza posible que la que contenga la típica canción de 4 minutos que debemos ingerir como una pastilla suministrada por la moda del momento.
El cine y la televisión nos encierran en un mundo formado por personajes prefabricados, juegos de espejos en los que debemos reflejarnos para no soñar con convertirnos en algo demasiado alejado de la “realidad aceptable”.
Historias repletas de policías, guerreros, abogados o delincuentes, todos ellos representaciones de la misma cosa, pero con diferentes etiquetas.
Ni los géneros fantásticos son capaces de reproducir realidades que no sean alteraciones maquilladas del propio Sistema.
Pero para encadenar nuestra fuerza creativa, tan peligrosa para nuestro enemigo, no basta con castrar nuestra imaginación y nuestros sueños.
También debe atacar esa fuerza primordial tan poderosa que une lo terrenal y lo espiritual: nuestra sexualidad, una de las fuentes esenciales de las que bebe nuestra individualidad.
Y para ello, el Sistema no duda en anular su valor.
Primero lo hizo tildándola de pecado y cargándola de culpabilidad, consiguiendo así que cada trago que tomáramos de ella se convirtiera en un trago amargo.
Y una vez superada esa fase, la maquinaria ha aprovechado la energía liberada por tanta represión y ha convertido la sexualidad en algo banal, en un simple suministro de placer y endorfinas, promocionada como cualquier otro producto de marketing, con el fin de eliminar cualquier conexión posible con nuestro interior y transformando el contacto sexual con las otras personas en un simple roce placentero.
Podemos decirlo sin tapujos: el Sistema, literalmente, nos ha robado la fantasía y la sexualidad, nuestras principales fuentes de creatividad.
Y así es como, una vez moldeada nuestra mente y nuestra fantasía y cortada la conexión con nosotros mismos, nuestro enemigo ya no encuentra oposición y puede convertirnos en sus esclavos.
Incapaces de explorar la realidad por nosotros mismos y de juzgarla con criterios propios, nos aferramos a las verdades que nos suministra la autoridad, nuestro gran punto de referencia.
Educados desde pequeños para rechazar la duda y la indefinición en nosotros y en los demás, corremos a ser clasificados y etiquetados por la sociedad y como los anticuerpos de un organismo, atacamos visceralmente al que no sea debidamente clasificable, pues pone en duda nuestras confortables estructuras mentales.
Abrazamos colores y banderas y firmamos convencidos el contrato de las creencias y las ideologías, aquel que nos garantiza que la “verdad” está de nuestra parte y que ya no es necesario que volvamos a pensar o juzgar caso por caso, pues es la propia creencia adquirida la que hará el trabajo por nosotros.
Dividimos así el mundo en buenos y malos, con la tranquilidad contractual de que nuestro rebaño es el que sigue el camino correcto y que nuestro pastor es el único que tiene buenas intenciones.
Es muy cómodo vivir así: las cadenas instaladas en nuestra psique impiden que nada se remueva en nuestro interior y que el escalofrío recorra nuestras espaldas por hacernos demasiadas preguntas.
Y abandonados a este agarrotamiento de nuestra mente y de nuestros instintos, podemos sentarnos en nuestro sofá y disfrutar de la rutina hipnótica diaria:
el bombardeo incesante de impulsos que desfilan ante nosotros en forma de millones de imágenes, noticias y datos que ingerimos y regurgitamos sin parar, sin llegar a digerir ni su contenido ni su mensaje, sin tiempo para asimilar o juzgar lo que implican, ni oportunidad de asociarles la debida carga emocional.
Es por esta falta de emociones asociadas a la multitud de datos con que nos bombardea el Sistema que caemos en la apatía y al final nada nos importa.
Aturdidos e insensibilizados, ni la más oscura de las verdades es ya capaz de levantarnos del sofá y traducir la indignación en respuesta.
Acabamos estando tan vivos como un espejo, que solo refleja la vida procedente del exterior, rebotando sin pensar las imágenes que le son suministradas.
Y así nace nuestro gran sueño social: ser reflejados por los demás espejos, aunque sea devolviendo una imagen grotesca y distorsionada de lo que somos; pero poco nos importa: somos capaces de humillarnos por nuestro minuto de fama, de rebajarnos hasta el esperpento con el fin de conseguir ser reflejados por los demás ni que sea solo una vez.
Eso nos hace sentir “vivos”.
En eso se ha convertido nuestro mundo: en algo superficial, sin profundidad, donde la anécdota y la apariencia nos sirven de excusa para no afrontar nuestra triste realidad.
Nos negamos a verla, preferimos creer que todo va bien y que todo está en su lugar, aunque el mundo entero esté bocabajo y seamos tiranizados por nuestros sirvientes, matados por nuestros médicos y azotados por nuestros protectores.
Pero lejos de sentir vergüenza por ello y lejos de levantar nuestros puños para revertir la situación, dilapidamos nuestras pocas energías atacando al que se atreva a revelarnos la verdad o a tratar de abrir nuestros ojos.
Porque ya no somos nosotros los que actuamos: es el Sistema el que actúa, defiendiéndose a través nuestro.
Instalado en nuestra mente, defiende su territorio y su obra y nos utiliza para sus fines.
Todos somos sus esclavos, cada uno con una función asignada.
La mayoría obedecemos, trabajamos y servimos ciegamente, sin levantar la cabeza.
Pero una pequeña minoría es filtrada por el Sistema hacia los puestos dirigentes.
Con su lógica implacable,
la maquinaria promociona a los peores seres humanos, los menos empáticos, los más egoístas, ambiciosos e impíos, para que alcancen los puestos de poder y se conviertan en los gobernantes del mundo.
Su función es mantener el Sistema en pie y en perfecto funcionamiento, por propio interés.
De todos los esclavos, ellos son los peores.
En ellos no han calado las mentiras del Sistema, creadas para nublar la mente del resto de Individuos.
Por esa razón el Sistema les seduce, susurrándoles al oído que “son superiores al resto y que les corresponden los puestos dirigentes”, aquellos desde los que podrán cumplir sus deseos e impulsos más primarios: depredar a sus propios hermanos.
Para ellos no hay buenos, malos, leyes, morales, ni banderas. Saben que todo eso son mentiras creadas por la maquinaria para esclavizarnos.
Su mundo solo se divide en ganadores y perdedores, en depredadores y presas.
Y el Sistema les ayuda a cazar impunemente, aturdiendo a sus víctimas para que puedan devorarlas sin piedad.
Así pues, harán lo que sea para mantener el Sistema en pie. Es el entorno que siempre han soñado. Es su paraíso terrenal.
No es extraño que este tipo de Individuos sientan desprecio por el resto de nosotros.
Es el desprecio que siente el lobo ante un rebaño de ovejas, amontonadas, temerosas y sumisas, incapaces de defenderse a pesar de ser millares, levantando balidos lastimeros de protesta mientras el lobo les arranca la carne a dentelladas.
Muchos esgrimirán que siempre ha sido así.
Que lo que calificamos de lucha entre el Sistema y el Individuo es la visión distorsionada y exagerada de las dinámicas naturales surgidas de todo proceso de socialización.
Un conflicto lógico que viene produciéndose desde el inicio de los tiempos y que seguirá de la misma manera de aquí en adelante.
Pero en eso van muy equivocados.
El Sistema utiliza de forma eficiente todos los recursos a su disposición y ahora disfruta de instrumentos infinitamente superiores a los que disponía, no solo hace siglos atrás, sino hace tan solo décadas atrás.
Su poder aumenta exponencialmente y su control sobre cada Individuo de este planeta ya no se limita al aspecto psicológico y social, como antaño.
Pronto será algo físico y cuando queramos darnos cuenta, ya será demasiado tarde.
Porque aunque muchos no quieran creerlo, el Sistema no es el reflejo inerte y mecanicista de las dinámicas sociales humanas.
Hay algo más.
Actúa intencionadamente y tiene un objetivo final: la destrucción de nuestro poder individual.
Pero entonces, si el Sistema actúa intencionadamente,
¿QUÉ ES EL SISTEMA EN REALIDAD?
¿CUÁL ES SU AUTÉNTICA NATURALEZA?
Y ante todo
¿POR QUÉ LUCHA POR DESTRUIR NUESTRA INDIVIDUALIDAD?
Esas no son preguntas fáciles de responder…
http://cibernewsalfa7.blogspot.com.es/2014/05/la-guerra-mas-antigua-del-mundo.html
Por desgracia las guerras siempre estuvieron presentes desde el principio de la humanidad y aunque no lo queramos reconocer somos todos participantes de ellas.
Ignorancia Vs. sabiduría, malestar Vs. bienestar, inconsciencia Vs. consciencia, etc. Lo veo como un largo y difícil proceso, ley de la evolución.
Al observarlo como una lucha entre las fuerzas positiva y negativa, cada cual cumpliendo con sus razones de ser, es evidente que la negativa y sus métodos van ganando la batalla por la hegemonía absoluta y su particular satisfacción del deber cumplido pero la positiva es la más apta para la permanencia de la vida y su avance en la existencia, de manera que es la que al final prevalecería y lo que podríamos hacer es colaborar y acelerar el ineludible proceso, que es, lo que a fin de cuentas hacemos, en uno u otro sentido.