Ni uno solo de los Objetivos del Milenio –reducción de la pobreza, el hambre, la mortalidad materna e infantil y, entre otros, del analfabetismo– se cumplirá. Por el contrario, los millones de personas que padecen hambre se multiplicarán. Sin un plan de contingencia para la humanidad, lo único que parecen impulsar los gobiernos de las naciones poderosas son los negocios de las trasnacionales
Marta Gómez Ferrals / Prensa Latina
El más reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre población estima que a fines de 2011 habrá unos 7 mil millones de habitantes en la Tierra, el cada vez más candente habitáculo, donde nacen cinco humanos y otros dos mueren por segundo, aproximadamente, según expertos.
Ese ritmo de crecimiento implicará a ser unos 10 mil 100 millones dentro de 90 años –3 mil millones más que en la actualidad–, incremento físico que estará determinado por la evolución de la natalidad en áreas geográficas de alta fertilidad, localizadas en África fundamentalmente.
Un dato curioso puede ilustrar sobre tales estimados. Alemania y Etiopía, dos naciones con un número de pobladores bastante similar, con 82 millones y 85 millones, respectivamente, tendrán hacia 2050 alrededor de 70 millones y 174 millones, en ese mismo orden, de acuerdo con los pronósticos de la ONU.
América Latina, que desde 2010 registra unos 597 millones de habitantes, hacia 2050 llegará a cerca de 715 millones, para reducirse a 688 millones a la vuelta de los mencionados 90 años.
El director ejecutivo del Fondo de Población de la ONU, Babatune Osotimehin, afirmó en mayo pasado, en Nueva York, que la población mundial se ha duplicado desde 1967 a una tasa de 78 millones por año, y que de cada 100 nuevos habitantes del planeta, 97 residen en países en vías de desarrollo.
Este directivo instó a invertir en los jóvenes, en su salud reproductiva y en la igualdad de género, pues a su juicio son factores de peso para encaminar a sus países de origen hacia el desarrollo sostenible y la equidad social.
Los pobladores del más pobre de los continentes, África, que actualmente representan el 14.8 por ciento de la humanidad, llegarán a significar el 23.6 en 2050 y el 35.3 en 2100, de acuerdo con los estimados del Fondo.
Aunque la innegable tendencia al envejecimiento mundial preocupa mucho y ocupa menos a una buena parte del mundo, más de 3 mil millones de los actuales habitantes del planeta son menores de 25 años.
Esto quiere decir que los más jóvenes representan el 42 por ciento de los ciudadanos del orbe y, de ellos, 1 mil 800 millones tienen entre 10 y 24 años, es decir son niñas y niños, adolescentes y jóvenes altamente necesitados de educación, servicios de salud y oportunidades de trabajo, entre otros derechos esenciales.
En cuanto a educación, el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura sobre el programa Educación para Todos, divulgado en abril, reitera que la humanidad no llegará en 2015 a reducir en el 50 por ciento el índice de adultos analfabetos como se pretendía.
Tampoco se alcanzará la total escolarización de los niños en la enseñanza primaria –67 millones no tienen acceso a la educación–, objetivo en el cual se alcanzaron algunos resultados positivos, por ejemplo en América Latina, pero todavía insuficientes.
Otra situación dramática viven unos 28 millones de menores, en 35 países bajo conflictos o guerras, impedidos de ir a la escuela y recibir educación, uno de los problemas más preocupantes de estos momentos por sus implicaciones para el futuro.
Lo más terrible es el hambre
Según la ONU, alrededor de 925 millones de habitantes del planeta –llegaron a cuantificarse unos 1 mil millones hace muy poco– padecen hambre crónica, principalmente en las naciones en desarrollo; problema que no se atenúa de la manera drástica que se requiere por la propia naturaleza de los paliativos aplicados; esto permite imaginar qué clase de mundo también tocará a los futuros habitantes de la Tierra en 2050 y 2100.
De la primera hornada, puede decirse que los padres ya nacieron y están entre los que hoy tienen entre 10 y 24 años. De ellos, hay millones en agónico presente y sin aparente futuro en los países más pobres.
Un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación confirmó una notable alza del precio de los principales alimentos de origen agrícola.
Entre las causas, citó los fenómenos meteorológicos incrementados desde el año pasado, como la sequía e incendios en Rusia y las inundaciones en Pakistán y Australia. Este año transcurre con terribles consecuencias del terremoto y tsunami en Japón, la crisis nuclear, inundaciones en centro y Suramérica y tornados e inundaciones en Estados Unidos.
Es verdad que esto es hoy, pero no hay que tener una tendencia marcada por los malos augurios para recordar que los pronósticos del propio Panel Intergubernamental sobre cambio climático de la ONU vaticinan que esas graves anomalías del cambio climático serán mayores.
La crisis mundial del alza del precio de los alimentos y el consecuente incremento de las hambrunas también están marcados por la fiebre de la producción del etanol (biocombustible) y por fraudulentas operaciones bursátiles y manipulaciones de su comercialización.
Las apabullantes realidades –guerras e intervencionismo imperiales y devastadores cataclismos– no pueden paralizar a esta humanidad que se multiplica, como canto de vida, incluso allí donde los problemas socioeconómicos y políticos son más graves.
Las curas y remedios ofrecidos por el capitalismo neoliberal de esta llamada posmodernidad sólo empeoran los males de las grandes mayorías.
Una alternativa como la que viven algunas naciones del Caribe y del Sur –Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina– renueva las esperanzas. Sobre todo porque hay resultados.
Un franco proceso de integración regional avanza libre, frente a cualquier tipo de presiones; solidario y con miras en el desarrollo sostenible y en la equidad social.
Una variante legítima y válida que no puede esperar más en esta hora de los pueblos, urgidos de programas sociales abarcadores y masivos en su beneficio. Ahora se vive sólo el comienzo de éstos a favor de las mayorías.
Mientras la humanidad crece, todavía hay lugar para construir el mundo soñado.
Lo irracional del sentido de matar o deformar por hambre a una criatura. Así es el «progreso» actual de estas sociedades que caminan hacia su propia destrucción, si el ser humano no es capaz de plantarse y girar 180 grados hacia nuevos rumbos.
Se expone en este post el desequilibrio de todo, con informes de la onu (que está sólo para dar de «comer» a sus delegados).
Sí, la élite tiene terror al factor exponencial del crecimiento del ser humano sobre el planeta. Pero yo lo que siento terror es de este crecimiento, tal como está planteado por ellos. Es el DESEQUILIBRIO en mayúsculas y el caos de la DESDTRUCCIÓN puesta en fino panorámico, ya que los que viven opulentamente lo hacen a todo tren y el resto del «mundo» es olvidado, pisoteacho, erradicado de sus hábitats de sus medios, les han metido por narices unas «culturas» alienas y totalmente deformantes del Ser Humano.
Sí, hace ya algunos siglos que se viene hablando y escribiendo sobre el terrorífico factor exponencial del crecimiento de los humanos sobre el planeta. Estos temas han derramado más ríos de tinta que todas las aguas de los océanos, y sin llegar a ninguna conclusión, porque la única conclusiòn sería la de un equilibrio sano y sabio del Hombre con la Naturaleza. Al colapsar este equilibrio, desviarlo y enfermalo, han llevado a un crecimiento exponencial anómalo y enfermo de unos seres, que, se supone, hemos hacido para nuestra propia evolución como seres espirituales. Los intereses han sido claros: se ha tratado a toda la vida como carne de cañón y como carne de matadero, sin opción a más: la ley del «más fuerte».
Algo me hace pensar que no hemos de involucionar hacia el hambre ni el caos, y que nosotros mismos podemos poner cada pieza en su sitio. Está claro que esta supuesta «sociedad opulenta y de consumo», sólo lleva a éso: a consumir a destruir a robar a desequilibrar a matar. De hecho, el ser humano que entra en evolución, reconoce y se reconoce a sí mismo, que si bien ha tenido que ser un depredador, ya es hora de que empiece a reconocer que el alimento no es «opuencia». La opulencia en la mesa no significa «alimentación». Para sobrevivir, si bien necesitamos, de momento, alimentarnos, sobre todo las criaturas pequeñas y los jóvenes, esto en las personas de mayor edad ya no es, o no tendría que ser tan notable. Es decir, con menos «comida», que si está bien elegida como alimento, podemos más que sobrevivir. Ya se está hablando de los seres pránicos, y sin llegar a tanto, ya que para ello sí se necesita toda una evolución física que llevaría a la anulación del aparato digestivo para poder alcanzar la energía del cosmos o del éter o del aire, como se quiera llamar.
El castigo de toda esta opulencia es el hambre y el desequilibrio. Mientras algunos sirven con fastos sus mess con todo tipo de «alimento»: animal, sobre todo, y vegetal, los cuales preparan de las formas más diversas o sofisticadas que entren bien por sus ojos, es decir por la vía del ego directa al estómago; otros seres, viven casi sin nada, padeciendo en todas sus llamadas «carnes» el castigo de esos opulentos. A estos últimos les han sido privados todos sus medios Naturales y de pervivencia. Las comunidades, las tribus mal llamadas «salvajes» hasta no hace mucho pervivían en sus medios, unos con la caza, otros con la pesca, otros con la recolecta y otros cultivando con sus escasos medios lo justo que necesitaban para pervivir. Pues bien a estos últimos SE LES HA PRIVADO DE SU MEDIO NATURAL, DE SU ENTORNO, se les ha ROBADO LA POSIBILIDAD DE VIVIR. Esto sí es un castigo impuesto. Ahora que se habla tanto del «reparto de riquezas», las cuales nunca llegan a donde realmente se necesitan. Es más llegado este punto la doble vía que imponen con los «alimentos» transgénicos y los animales ya mutados por vía genética y por vía «alimento» es otrora la otra cara horrible de este DESCOMPENSADO y descompuesto mundo, al cual han tratado ellos por imposición única, llevar a su solo camino y vía.
Es para que lo pensemos todos, es más, debemos todos pensar en lo que diariamente hacemos, comemos, nos llevamos a la boca, pensando con claridad, no sólo en el mal que quizás estemos llevando a nuestros cuerpos, a nuesdtros templos del alma, que no son sino los puentes entre nuestro espíritu y la manifiestación de la Creación Divina, sino además, debemos pensar en qué gastamos nuestras «riquezas», cómo las consumimos, a quiénes damos ese falso oro para llenar sus arcas, mientras vaciamos los estómagos de otros, sacrificamos tantas vidas inútilmente para opulencia y confort de algunos cuantos.