Aristóteles llamaba pneuma al aura y decía que forma parte esencial del hombre y de los animales. Más tarde, según se dijo en otro capítulo, los esoteristas ampliarían este concepto diciendo que el cuerpo astral del ser humano tiene aspecto luminoso y que es susceptible de separarse del cuerpo físico y atravesar los muros y cubrir enormes distancias, porque no está hecha de materia física normal.
Como es lógico, también la ciencia ha querido investigar en este controvertido terreno del cuerpo astral y del desdoblamiento, consciente de que este fenómeno está íntimamente relacionado con otros paranormales, como son la telepatía, la telekinesis y las apariciones, entre otros.
La Asociación Médica de Florida declaró en setiembre de 1977 que la autoscopia, o acto de ver el propio cuerpo cuando se desprende de la envoltura carnal por su propia voluntad, es una realidad. Y dio a conocer varios casos estudiados, en los que se produjo este curioso desdoblamiento: un estudiante drogado, se vio a sí mismo tendido en el suelo. Un anciano de 76 años contempló a los médicos cuando estaban luchando por salvar su vida. La Asociación recogió hasta 50 casos de personas que estuvieron al borde de la muerte y vieron su cuerpo desde fuera de él. Sin embargo, algunos no se atrevieron a declarar lo que vieron, por temor a ser víctimas de las burlas, pero lo hicieron finalmente, al ver que no eran los únicos que habían tenido valor.
En las Blue Mountains del estado de Virginia hay un Instituto Monroe donde se enseña a los alumnos la sincronización hemisférica, o armonización de los hemisferios cerebrales. Por medio de las vibraciones sonoras se puede explorar, dicen, los diversos estados de la conciencia, entre los que figura el cuerpo astral. Es decir, que mediante estas experiencias pude lograrse que los alumnos liberen el espíritu y floten en el espacio.
A pesar de que domina aun un fuerte escepticismo en torno a los fenómenos paranormales, crece el número de laboratorios de investigación que se dedican a estudiarlos. En la década de los 70, el Scientific Research Institute, con sede en el Palo Alto, California, realizaba experiencias para explorar los poderes de la mente. Contaron, en una de ellas, con tres psíquicos del estado, que sentados en una habitación en penumbra, y habiéndoseles dado las coordenadas de lugares que jamás habían visitados, fueron capaces de describirlos como si acabasen de verlos. Sin embargo, los críticos dijeron que no hubo viajes con la mente, sino una gran memoria de los voluntarios, que se habían puesto de acuerdo con los científicos.
Pero si estas tres personas pudieron haber leído varios informes detallados sobre lugares que iban a visitar, no podrá decirse lo mismo de Lola Reppengham, una mujer canadiense ciega desde hacía 20 años. Un día descubrió que podía concentrarse y visualizar la casa de la persona con quien estaba hablando. En cuanto esa persona se iba, se relajaba y se veía a sí misma dando vueltas para ir a donde se le antoje. En la universidad de Toronto realizaron diversas pruebas con ella y se llegó a la conclusión de que los ciegos pueden captar, de manera intuitiva, la forma de los objetos a pesar de hallarse a enorme distancia.
La calabresa que podía estar en dos sitios al mismo tiempo
En el sur de Italia se encuentra la región de Calabria, una de las más atrasadas del país. En el pueblo de Paravati nació en 1924 Natuzza Evolo, quien iba a asombrar al mundo por ser dueña de curiosos dones: ve y habla a los espíritus, produce estigmas en sus manos, sabe diagnosticar cualquier enfermedad y, sobre todo, puede estar en dos sitios al mismo tiempo. Está casada y tiene cinco hijos, y está muy orgullosa de los poderes que Dios le concedió, que comenzaron a manifestarse desde que era una jovencita.
Sudaba sangre por la frente y los ojos durante la Semana Santa. Además, muchos paisanos suyos la vieron por la calle, aunque sabía que estaba en su casa. Cuando su doble abandonaba el cuerpo para ir de visita, dejaba siempre huelas de su paso, para que todos lo supieran, como eran las manchas de sangre o el cambio de lugar de los objetos. El Dr. Valerio Marinelli, de la universidad de Calabria, que ha estudiado este caso, posee 52 testimonios de estas bilocaciones. Una de ellas sucedió en el mes de agosto de 1975. La profesora Jole Gualteri se encontraba en Castellamare del Golfo, en Sicilia, cuando vio al despertar una mañana manchas de sangre en su almohada. Como sabía que la sangre no era suya y conocía de la existencia de Natuzza telefoneó a su esposo para que fuera a visitarla en su casa de Paravati y le preguntase si nada sucedió la noche anterior.
«Sabía que vendría usted a verme», dijo la mujer, «porque anoche visite a Jole y le deje unas manchas de sangre en la almohada y unas señales de mis dedos». Más tarde, la señora Gualteri observó las huellas de los dedos, que no había visto al principio.
Otro caso curioso fue aquel en que intervino Vicenzo Lacquaniti, que sucedió en Rosarno, a 15 kilómetros de Paravati, en 1955. Una noche oyó fuertes golpes en la puerta. Agarró la escopeta, temiendo que fueran ladrones los causantes del ruido. Su mujer despertó y fue detrás de él. Encontraron a Natuzza en compañía de su padre y su tío, ya difuntos. Una semana después, se encontraron con Natuzza, quien dijo riendo a Vicenzo: «¿A quién querías matar la otra noche con tu escopeta?»
Otra mujer italiana que causo también sensación de la prensa y en los medios científicos fue Anna Monaro, en la década de los 30. No fue por que su cuerpo astral abandonase ocasionalmente el cuerpo, sino por que se manifestaba de manera tan prodigiosa que, con justa razón, fue conocida como «la mujer luminosa de Pirano». En 1934 sufría de asma y por espacio de varias semanas estuvo emitiendo, mientras dormía, una extraña de luz de su pecho. Los científicos no supieron explicar el fenómeno, pero algunos más listos atribuyeron la cosa al electromagnetismo contenido en el organismo de Anna.
Cierto Dr. Proti declaró que su débil constitución, aunada a sus ayunos y fervor místico, incrementaron los sulfitos en la sangre. Como el poder irradiador de la sangre pertenece al rango ultravioleta y los sulfitos pueden ser estimulados por rayos ultravioletas, se producía la luminosidad. Otros sabios atribuyeron ésta a la proliferación de bacterias o a la secreción de adenosina susceptible de producir las luces. Casos como el de Anna Monaro han sido más frecuentes de lo que pudiera creerse, en su mayoría silenciados por los propios familiares. Y resulta curioso observar que, en ocasiones, estas apariciones del aura posean tantos puntos en común con los casos de combustión espontánea.
Por ejemplo, la revista English Mechanic del 24 de septiembre de 1869 citaba lo sucedido una señora que, al ir a acostarse, descubrió una luminosidad en los dedos de su pie derecho. Los frotó y la luz se extendió por todo el pie. Introdujo el pie en el agua y tardó una hora en desaparecer esa luminosidad. ¿Era una variedad del aura observada en tanta gente, que se ha dicho obedece a motivos espirituales? Este fenómeno ha sido observado entre los santos, en numerosas ocasiones –igual que la levitación-, y tal vez de ahí la expresión «relucir» o «brillar de felicidad». El Papa Benedicto XIV decía que una luz rodeaba a veces a cabeza o el cuerpo de algunos alumnos, de manera difusa. Uno de ellos fue san Francisco de Paula, cuya cabeza solía estar rodeada de un halo.
Experiencias clásicas de bilocación
Se cuenta del griego Hermotino, quien vivió en el siglo IV a. C. Que podía abandonar su cuerpo a voluntad y viajar a donde le viniera en gana. Como su mujer deseaba reunirse con mayor frecuencia con su amante, quemó el cuerpo inerte del marido cuando andaba viajando por el espacio. Fue por esta razón, explican las viejas crónicas, que se prohibió a las mujeres entrar en los templos.
Otro caso notorio fue el del papa Pio V, quién encontrándose en el Vaticano viajó en espíritu hasta la bahía de Lepanto, donde la cristiandad luchaba en contra de los musulmanes al mando de don Juan de Austria. Se encontraba al sumo pontífice examinando unas cuentas con el tesorero Busotti cuando perdió la noción de las cosas. Se sintió transportado a Lepanto y cuando volvió en sí declaró entusiasmado a los testigos que Dios había derrotado a los infieles. Los testigos anotaron la hora y el día e informaron a los cardenales. La confirmación de la victoria no tardó el llegar.
Nadie puede afirmar, en Lepanto, que hubiera visto al papa. Pero no puede decirse lo mismo en lo sucedido al cardenal Alfonso de Liguori, la mañana del 21 de septiembre de 1774. Oficiaba una misa en Florencia, visiblemente fatigado a causa de una enfermedad de la que se estaba restableciendo. Al llegar a su casa se dejó caer en un sillón y perdió el conocimiento. Tardó dos días en recobrarlo. Durante ese tiempo, el doble del cardenal visitó al papa Clemente XIV en su lecho de muerte. Este hecho insólito sería confirmado por los prelados que acompañaban al sumo pontífice: no dejaron de ver la figura silenciosa del cardenal Liguori.
Este es un hecho que los fuertes traumas emocionales parecen liberar una enorme energía psíquica, que se manifiesta por medio de premoniciones siempre fatales o por visitas astrales a familiares o seres con los que se tienen lazos estrechos de amistad. La naturaleza altera entonces su esencia para generar fenómenos fuera de lo normal. Opinan algunos investigadores de los fenómenos paranormales que los fantasmas son simples visiones tridimensionales que reflejan la memoria de quienes están a punto de morir o pasan por una fuerte crisis emocional.
De acuerdo con el Dr. Genady Sergeyev, físico y decano de la parapsicología soviética, todos irradiamos una emanación hiperfísica, a la que llamaba bioenergía, que es absorbida por los muebles, las paredes y otros objetos que nos rodean, o es lanzada al espacio. Esta bioenergía no desaparece totalmente en el momento de enfermar gravemente o de morir un individuo, sino que puede organizarse para constituir al fantasma, vivo o muerto. Un caso de fantasma vivo sucedió en Inglaterra en octubre de 1886. Un caballero vio a una linda joven rubia, vestida de color marrón, adornada con un collar, que leía en la sala de una casa y desaparecía repentinamente. Solamente él veía la aparición, que siguió presentándose en los siguientes días. En agosto de 1888, el hijo de este caballero inglés llegó de Australia acompañado de su esposa, que era exactamente igual a la joven de la aparición. Y había en ella algo muy curioso: las apariciones habían coincidido con una grave enfermedad que mantuvo a la joven en un constante estado febril. Confesaría ella más tarde a su suegro que a veces creía estar leyendo en su casa de Inglaterra.
En unas de sus cartas, el filósofo francés Descartes (1596-1650) describía una curiosa experiencia que vivió en Suecia. La reina Cristina había creado una biblioteca real donde hablaba con el francés de filosofía y matemáticas. Un erudito que habitaba en Dijon y trabajaba en la traducción de un poema griego no lograba comprender, terminó exhausto y fue a acostarse un rato. Durante su sueño, su espíritu viajó a Estocolmo y estuvo en la biblioteca real, donde halló un libro que le permitió seguir adelante con el trabajo. Se sintió tan satisfecho que despertó y corrió a acabar el trabajo, no sin antes escribir en un papel los versos que leyó en Suecia. Al siguiente día escribió a Descartes para preguntarle si la biblioteca era tal como había soñado y si existía el libro consultado, en el lugar que le indicaba.
Descartes le contestó de inmediato. La descripción de la biblioteca había sido sumamente fiel y encontró el libro donde le dijo su amigo en la carta. Era un libro difícil de conseguir, pero se comprometió a hallar un ejemplar y enviárselo. Lo malo de esta anécdota es que jamás se dio el título del libro que tanto interesaba traducir al erudito de Dijon, ni tampoco cual era la obra consultada en la biblioteca real de Estocolmo.
Siendo el tema del cuerpo astral tan fascinante, ofreceremos varios ejemplos más, sucedidos antaño o en los años cercanos a nosotros.
Son historias sorprendentes casi increíbles
Eran las 3:34 horas de la tarde del 22 de junio de 1893 cuando el barco Victoria se hundió a corta distancia del puerto de Trípoli, de resultas de la embestida del Camperdown, en el curso de unas maniobras navales ordenadas por el almirante sir George Tryon, de a marina de Su Majestad. Al parecer, el culpable del accidente fue el propio almirante, quien dio una orden disparatada que fue cumplida por los capitanes de los barcos siniestrados. Sin embargo, de ha dicho que Sir George no se hallaba en Trípoli en aquel momento, sino en Londres, donde su esposa daba una fiesta. Algunas personas mostraron enorme placer al ver que el almirante se encontraba presente. Lady Tryon, en cambio se mostró sorprendida, pues lo creía en el mar Mediterráneo. Quienes dirigieron la palabra al almirante no recibieron respuesta: parecía absorto en sus pensamientos. En aquel momento se hundía a bordo delVictoria. Prefirió hundirse con la nave antes que pasar toda la vida avergonzado por su estúpida acción naval.
Sue Loyd, estudiante de la universidad de California en Los Ángeles, se encontraba una noche de abril de 1965 en la cama de unos laboratorios. Habían dispuestos los científicos en su cuerpo un electroencefalógrafo, una máquina para medir la presión arterial y la humedad y la electricidad de la piel, un indicador del movimiento de sus ojos y otros equipos de medición. De repente, el EEG alertó a los técnicos. La aguja había dejado de marcar las ondas theta y delta que corresponden al sueño normal. Aparecieron entonces las ondas Alfa, lo que significaba una cosa: Sue estaba sufriendo una experiencia astral. Su conciencia estaba abandonando su cuerpo para ir en busca de un número dejado por los técnicos en un armario.
Poco después, la joven despertó y dijo el número exacto. Había tenido ya experiencias semejantes en su infancia, pero era la primera vez que la estudiaban con métodos científicos. Las ondas alfa caracterizan a estos estados y aparecen en sacerdotes budistas y en faquires que sufren estas experiencias. Hubo una segunda prueba, la noche del 17 de abril de 1965. Al despertar, Sue informó que se sintió flotar y que caminaba por la calle. Fue embestida por un automóvil y sufrió un fuerte dolor. Días más tarde se averiguó que una joven había sido apuñalada por un desconocido en el mismo lugar y que Sue vivió su fin.
Elizabeth Sebben era alumna de astrología en el Colegio estatal de Jersey. Estaba casada y era madre de tres hijos. Su madre le había le contado, cuando era aún una niña, historias de santos y de milagros. A veces se iba al patio trasero de su casa y caía en trance, en el curso del cual se veía a si misma. Contaba sus experiencias a las compañeras de la escuela, pero al ver que la miraban como una loca, dejó de hacer comentarios. Prefirió escribirlos en su diario. Aprendió a mejorar la técnica de sus viajes astrales. Cuando nació su primera hija, su espíritu la abandono y no sufrió dolor alguno en el parto. Lo contemplo desde afuera de su cuerpo. A veces iba a visitar a su madre, sin moverse de su casa, y le contaba lo sucedido.
Un ejemplo de su viaje astral protagonizado por un personaje importante fue el que efectuó un amigo de Goethe, el consejero Johann Friedrich Rochlitz. Este hombre había viajado a la ciudad de Weinar, para pasar unos días con el escritor. Le sorprendió un fuerte aguacero y llegó empapado a casa de Goethe, quien había tenido que salir. El ama de llaves le prestó la bata y las zapatillas del escritor. Rochlitz tomó asiento en su silla y se durmió. Y, de repente, se encontró en el camino de Belvedere, frente a Goethe, quien le preguntó por qué se había puesto su bata y su zapatilla. Y mientras esto sucedía, el escritor, acompañado de su amigo Klemm, tenia un encuentro el amigo que había venido desde Leipzig a verlo y pronunciaba las palabras que Rochlitz reproduciría más tarde.
El misterio de la teletransportación
Cuando no es el cuerpo astral el que se desplaza, sino el cuerpo físico, de un lugar a otro, en su totalidad, se dice que se produce una teletransportación. Fue Charles Fort el que dio este nombre al fenómeno increíble de cambiar de lugar un objeto o un ser vivo, por medios psíquicos, aunque la distancia a recorrer sea enorme. El caso del soldado español que desapareció en las Filipinas para encontrarse de manera casi milagrosa en la plaza mayor de la ciudad de México, podría encajar dentro de los fenómenos increíbles. Y, sin embargo, son numerosos los ejemplos conocidos de teletransportación.
El escritor inglés Wellesley Tudor Pole dio a conocer lo sucedido en una noche de tormenta de diciembre del año 1952, cuando esperaba en una estación inglesa del tren que debería llevarlo a su casa, en Sussex. El tren venía con mucho retraso. El hombre miraba la hora del reloj de la estación, comparándola con la suya. Y, de repente se entró en su casa. Tenía la ropa y los zapatos secos, lo cual era imposible: de haber salido caminando de la estación se habría mojado. Y en 1655, un hombre que vivía en Goa, colonia portuguesa en la India, fue juzgado severamente por la Inquisición por practicar la magia. Según se dijo, aquel sujeto se encontró de improviso en Lisboa; a pesar de existir entre los dos puntos una distancia de varios miles de kilómetros, había sido teletransportado.
Pero el caso más sorprendente conocido, ha sido sin duda el que vivió en varias ocasiones sor María de Ágreda. Esa monja había nacido en 1602 en el pueblo de Ágreda, en la Soria española. Siendo superiora de un convento solía caer con frecuencia en profundos éxtasis, en curso de los cuales no sólo tenía extrañas visiones, sino que se teletransportaba a la otra orilla del Atlántico, donde estuvo realizando un admirable papel de misionera.
Todo vino a descubrirse el día que unos frailes franciscanos llegaron a unas tierras de la Nueva España y encontraron unos indígenas que les pidieron ser bautizados. ¿Quién les había enseñado la doctrina cristiana? Una mujer vestida con largo ropaje oscuro y una toca, que aparecía de repente para irse al poco tiempo, de forma igualmente misteriosa. El padre Alonso, superior de los franciscanos, quiso sorprender a la religiosa. Fue en vano. De regreso a España, tuvo ocasión de conocer a sor María de Ágreda y le habló de la misionera fantasma. Se asombró el franciscano al ver que la monja conocía aquellas tierras mejor que él y que incluso hablaba la lengua indígena. Al final, la monja tuvo que confesar que fue ella quien catequizó a los indios. Este curioso episodio figura en las cartas de sor María de Ágreda.
Fue famosa en su tiempo la iglesia Stella Maggs –como lo había sido mucho antes el escocés Daniel Douglas Home por realizar un acto idéntico-, que lograba traer hasta ella lo mismo un jarrón con flores que un collar, una caja con su contenido y objetos orgánicos. En cierta ocasión logró materializar unos huevos de granja, que trajo de Australia, en unos de los cuales había pintado una señal en rojo. Además, la teletransportación –primero desmaterialización y en el mismo acto la materialización- era instantánea.
¿Era posible que Stella hiciera lo mismo que en Viaje a las estrellas? Recordará el lector esta serie de televisión, donde el capitán Kirk, el señor Spok y otros miembros de la tripulación de la nave Enterpriose podían teletransportarse desde su nave a cualquier planeta, sin tener que recurrir a una cápsula espacial. Jamás tuvieron el problema que sufrió el personaje de la novela la mosca, de George Langelaan. Al realizar una prueba con su máquina teletransportadora se introdujo una mosca y al llegar al otro punto se encontró con un cuerpo normal y una cabeza de mosca.
¿Es posible viajar por el tiempo?
Algunos científicos de vanguardia, de mente más abierta, comienzan a opinar que la línea recta no es lo que se creía, la distancia más corta entre dos puntos en el espacio, sino que existen caminos más cortos que permitirán algún día realizar viajes al pasado o al futuro. Y añaden que esto es matemáticamente posible. Existe en el espacio, según ellos, lo que han dado en llamar «gusaneras» o «agujeros en el espacio», que permitirán realizar estas dos operaciones, viajar de manera instantánea por el espacio y por el tiempo.
En el caso más asombroso conocidos de viajes por la cuarta dimensión –es decir, por el tiempo- parece haber sucedido la mañana de 14 de octubre de 1943 en un bar del puerto fluvial de Filadelfia, capital de Pennsylvania que atraviesa el río Delaware. Quienes se encontraban en la taberna afirmarían después de haber visto a tres marineros desaparecer de repente, así como unos obreros de los astilleros vieron desvanecerse en el aire un destroyer. Y en la base naval de Norfolk, situada en el estado de Virginia, vieron aparecer al barco, surgido de la nada. Lo sucedido iba a ser publicado por la prensa, pero llegó una orden tajante del Pentágono: debía guardarse el máximo silencio sobre lo sucedido. Este caso se recrearía más tarde en la película «El experimento Filadelfia»
En 1955, cuando era vendedor de automóviles en la ciudad de Washington, Morris K. Jessup, quién había estudiado astronomía en la universidad de Michigan, escribió un libro sobre los OVNIs y los principios en que se basaban para realizar largos viajes en cosa de segundos: la antigravedad y la teoría del campo unificando ideada por Albert Einstein. Se dirigió entonces a un legislador para invitarlo a crearon programa destinado a establecer viajes espaciales tan efectivos como económicos.
El 13 de enero 1956 llegó a su poder una carta escrita por cierto Carlos Miguel Allende, quien se haría llamar también Carl Allen. Le explicaba que en octubre de 1943 la Armada había utilizado la teoría de Einstein mencionada en su libro para llevar a la práctica lo que se dio en llamar Philadelphia Proyet: se trataba de teletransportar un barco de guerra desde los muelles de Filadelfia hasta el área de Norfolk, distante unos 380 kilómetros, para regresarlo al mismo lugar minutos más tarde.
La experiencia resultó, pero produjo unos efectos secundarios tan desastrosos que debió ser abandonado el proyecto: muchos tripulantes del barco enloquecieron. Pero Allende había podido entrevistar a varios testigos. Poco después, Jessup fue invitado a acudir a la Oficina de Investigaciones Navales de la capital norteamericana, donde le entregaron un ejemplar de su libro, lleno de anotaciones, que un desconocido les había enviado. Jessup reconoció la escritura: era de Allende. ¿Por qué se interesaban en aquel asunto las autoridades navales? Jessup quiso saber más de aquel misterioso y acudió a la dirección dejada por el escurridizo Allende en su carta. Encontró sólo una granja abandonada. El 20 de abril de 1950, el cuerpo sin vida de Morris K. Jessup fue hallado en su automóvil. No se supo si se había suicidado o lo asesinó el desconocido. Años más tarde, en un verano de 1969, Allende declaró públicamente que todo había sido una farsa. Sin embargo, diez años más tarde se desdijo de esta declaración.
Muy interesante gracias.