Rennes-le-Château es un lugar común del ocultismo, hoy casi del mismo género que el mismo Grial y no menos inaccesible. Pero también es un lugar real, y para allá fuimos en el decurso de nuestras pesquisas. Podríamos compararlo con lo que significa Glastonbury en Gran Bretaña, ya que ambos tienen un corazón lleno de profundos misterios y han originado teorías y mitos alucinantes, pero muy extendidos.
Rennes-le-Château está en Aude, un departamento del Languedoc, y cerca de la ciudad de Limoux, cuyo nombre toma una prestigiosa blanquette que da un vino de aguja, en una comarca que se llamó el Razès durante los siglos VIII y IX. Desde el pueblo de Couiza, unos paneles de considerable tamaño envían a la comarcal por donde se va al «Domaine d l’ Abbé Saunière». El viajero que haga caso de ellos se hallará en la curiosa espiral ascendente que conduce a la cima donde está la aldea de Rennes-le-Château.
Para nosotros, lo mismo que para otros muchos en estos tiempos, es una excursión emocionante. Gracias principalmente a The Holy Blood and the Holy Grail, pero también a la propaganda oral del mito, esta subida a un monte de Fracia cobra en sí misma cierto carácter de viaje iniciático. Sin embargo el lugar donde por lo general se tienen los visitantes resulta muy prosaico. Al entrar en el pueblo recalamos inevitablemente en la explanada para los automóviles y una grande rue bastante estrecha que no tiene oficina de correos ni un supermercado, pero sí una librería esotérica, un bar-restaurante, el ruinoso castillo que presta su nombre a la población y varias calles por donde se accede a la famosa iglesuela y a la presbiterial.
El lugar tiene una historia siniestra y una reputación todavía más lóbrega, aunque algo imprecisa. Resumiendo, la historia es que hará poco más de cien años, François Bérenger Saunière (1852-1917), un sencillo cura nacido y criado en el pueblo de Montazels, a sólo tres kilómetros de Rennes-le-Château, hizo un descubrimiento de algún tipo mientras intentaba reformar su ruinosa iglesia parroquial del siglo X.1 Como consecuencia de dicho descubrimiento, sea que éste tuviese un valor intrínseco, o porque condujese a otra cosa susceptible de explotación financiera, se hizo inmensamente rico.
Mucho se ha especulado durante esos años acerca de la verdadera naturaleza del hallazgo de Saunière: los más prosaicos sugieren que encontró el escondrijo de un tesoro, mientras otros creen que pudo ser algo más estupendo, como el Arca de la Alianza, el tesoro del Templo de Jerusalén, el Santo Grial… o incluso la tumba de Cristo, idea que ha tenido expresión reciente en The Tomb of God, de Richard Andrews y Paul Schellenberger (1996). (Véase el Apéndice II para una discusión de esta teoría.)
Teníamos que ir a Rennes-le-Château porque, según los Dossiers secrets y The Holy Blood and the Holy Grail, era de especial significación para el Priorato de Sión, aunque por razones que nunca dejaron de ser oscuras. El Priorato asegura que Saunière descubrió unos pergaminos que contenían una información genealógica que demostraba la supervivencia de la dinastía merovingia, de donde resultaba que ciertas personas tenían derecho a pretender el trono de Francia… por ejemplo, Pierre Plantard de Saint-Clair. Sin embargo, no teníamos muchas razones para seguir esa línea, considerando que nadie ajeno al Priorato ha visto en realidad esos pergaminos, y que toda esa idea de la continuidad de los merovingios es bastante dudosa por no llamarla de otra manera.
Pero hay otro fallo importante, otra incongruencia garrafal en la narración del Priorato. Si realmente hubiese perseverado durante tantos siglos sólo para defender a los descendientes de los merovingios, era curioso que saludase con tanto entusiasmo una información que venía a decirles quiénes eran esos descendientes. Seguramente debían de conocer a aquellos a quienes habían jurado proteger, ¡o de lo contrario les habría faltado el celo fanático necesario para preservar su propia organización durante tantísimo tiempo! Obviamente no se podía confiar mucho en lo que era, esencialmente, una justificación retrospectiva de su raison d’être, si queremos describir el caso con moderación.
No obstante nos intrigaba la importancia que atribuía el Priorato a esa aldea. Se nos ocurrían dos motivos posibles: primero, que la aldea fuese efectivamente importante para ellos, aunque no por los motivos pretendidos en los Dossiers; segundo, que la historia de Saunière no tuviese ninguna relación con el Priorato en realidad, y que éste hubiese decidido apropiarse el misterio para explotarlo en favor de sus propios fines. Íbamos a averiguar cuál de estas dos posibilidades se acercaba más a la verdad.
Llegados al estacionamiento reparamos en la espectacular vista que abarca desde el valle del Aude hasta las cumbres nevadas de los Pirineos. Así se comprende fácilmente que en el pasado, ese pueblo tan insignificante en apariencia hubiese sido una cota de gran valor estratégico, por su dominio inigualable sobre cualquier ruta que un posible invasor tuviese que seguir. Por eso fue Rennes-le-Château un poderoso reducto de los visigodos; algunos incluso la identifican con la ciudad perdida de Rhedae, en otros tiempos comparable a Carcasonne y Narbonne, aunque resulta difícil imaginar dónde se oculta la agitada metrópoli de antaño bajo el caserío aislado que vemos hoy. Sin embargo, Rennes-le-Château conserva una atracción magnética; con menos de cien habitantes de derecho, recibe más de 25.000 visitantes al año.
La torre de las aguas, que se alza en la misma explanada, ostenta los siglos zodiacales, y la misma ornamentación se repite sobre las puertas de algunas casas. La decepción es grande cuando averiguamos que se trata de una costumbre de toda la comarca. Pero todas las miradas se vuelven hacia el extravagante edificio colgado como un nido de águilas sobre el despeñadero, al borde mismo de la cima.
Es donde tuvo Saunière su biblioteca privada y su estudio, conocido como la Tour Magdala, y parte de su domaine recientemente abierto al público. Como una atalaya medieval, la Torre Magdala se prolonga a un lado con la muralla que lleva a un mirador actualmente en estado ruinoso. En los sótanos hay un museo ahora, dedicado a la vida de Saunière y a los misterios que la rodean.
Un huerto separa la torre de la casona que hizo construir con su no explicada fortuna, la Villa Bethania, algunas habitaciones de la cual se han abierto asimismo a los visitantes. Debajo de ella se accede por un sendero de grava a una gruta construida por el sacerdote con piedras que él mismo sacó de un valle cercano, es de suponer que con no poco esfuerzo físico. De ahí se pasa al cementerio de la aldea y a la desvencijada iglesia, que está dedicada a santa Magdalena.
Sorprende verla tan pequeña habida cuenta de la fama que ha alcanzado, pero la posible decepción queda más que compensada por la extravagante ornamentación, justamente famosa, que dispuso el abbé Saunière. En esto al menos todavía logra suscitar asombro.
Sobre el atrio, que exhibe unos pájaros de escayola casi cómicamente triviales y baldosas amarillas quebradas, están esculpidas las palabras Terribilis est locus iste o «¡Qué terrible es este lugar!». Este latín es una cita del Génesis (28, 17), la cual queda completada en la bóveda del atrio: «Nada menos que la casa de Dios y la puerta del Cielo».
Una figura de María Magdalena preside la puerta, y el tímpano está ornamentado con un triángulo equilátero, y un bajorrelieve de rosas con una cruz. Pero lo que más sorprende es la presencia de un demonio de escayola horrorosamente contorsionado y puesto a manera de guardián dentro del atrio y antes de la entrada al templo. Cornudo y gesticulante, es obvio que quiere decirnos algo con su postura mientras soporta sobre sus hombros la pila del agua bendita.
Sobre ésta campean cuatro ángeles que representan los cuatro ademanes de que se compone la señal de la cruz; al pie una leyenda dice Par ce signe tu le vaincras, es decir «con este signo tú lo/le vencerás». En la pared del fondo un grupo escultórico representa el bautismo de Jesús; la postura del bautizado refleja exactamente la del demonio del agua bendita. Ambos, el demonio y Jesús, miran a un punto determinado del suelo, cuyas baldosas forman escaques en blanco y negro. En el grupo el Bautista domina a Jesús con toda su estatura mientras le echa agua de una concha que repite la forma de la pila del agua bendita.
Evidentemente se nos está indicando algún tipo de paralelismo entre ambas imágenes, entre el demonio y el bautismo de Jesús. (En abril de 1996, en uno de los muchos actos de vandalismo a que está expuesta esa iglesia, unos desconocidos le cortaron la cabeza al demonio y se la llevaron.)
De pie sobre el ajedrez de las baldosas y mientras paseamos la vista en derredor observando esta pequeña iglesia parroquial de Santa María Magdalena, a primera vista parece un ejemplo bastante típico de los templos católicos de su época y ubicación geográfica. Excesivamente recargada de santos de escayola pintados en colores chillones, como san Antonio el ermitaño y san Roque, contiene los paramentos habituales. Pero vale la pena contemplarlos con detenimiento, porque la mayoría presentan al menos un rasgo distintivo. Los pasos del vía crucis, por ejemplo, van en sentido contrario al de las agujas del reloj, lo que no es corriente, e incluyen aquí un adolescente con falda escocesa y un negrito. El tornavoz del púlpito tiene la figura del Templo de Salomón.
El frontis del altar ostenta un bajorrelieve que, según se cuenta, era el orgullo y la niña de los ojos de Saunière, quien aportó personalmente los últimos toques. Representa una Magdalena con manto de oro que tiene frente a sí un libro abierto, y una calavera junto a las rodillas. Entrecruza los dedos en la curiosa postura que se llama latté. Delante de ella hay una cruz hecha con un arbolillo vivo, como manifiesta la rama que retoña con algunas hojas hacia la mitad del tronco; a sus espaldas, más allá de la gruta rocosa donde está arrodillada, se entrevé la silueta de una construcción recortada contra el cielo. El cráneo y el libro abierto son elementos admitidos de la iconografía usual de la Magdalena, pero curiosamente falta la convencional ánfora o jarra de la esencia de nardos.
También la vemos a ella en el vitral que está sobre el altar, donde parece asomar por debajo de la mesa para ungir los pies de Jesús con la preciosa esencia. En total la iglesia tiene cuatro imágenes de la Magdalena; parecen muchas para un templo tan pequeño, aunque sea la santa patrona de los lugares. La devoción de Saunière queda corroborada en el nombre que dio a su biblioteca, la Torre Magdala, y en el de su casa, la Villa Bethania, que recuerda la población donde vivía, según los evangelios, la familia formada por Lázaro, Marta y María.
Hay una estancia secreta detrás de un armario de la sacristía, aunque ésta rara vez recibe visitas del público. La única ventana, que no se distingue bien desde el exterior, también representa en vidrios de colores la usual escena de la Crucifixión; pero como sucede con casi todo lo demás de este «lugar terrible», tampoco ésta es del todo lo que parece a primera vista. La atención se orienta hacia el paisaje del fondo que se entrevé bajo los brazos del crucificado; obviamente es el tema principal de la imagen, y ahí vemos una vez más el Templo de Salomón.
Incluso la verja del cementerio se sale de lo común, atendida la ornamentación consistente en una calavera con tibias cruzadas, emblema que fue de los templarios con el añadido original de la mueca que exhibe veintidós dientes. Entre las tumbas, decoradas con ofrendas de flores y fotografías de los finados como ocurre en tantos otros cementerios franceses, encontramos la de una familia Bonhommes.
En cualquier otro lugar quizá ni siquiera nos habríamos fijado, pero aquí nos parece un recordatorio lingüístico especialmente impresionante, ya que eran los cátaros quienes se llamaban les Bonhommes. La sepultura del mismo Saunière, con su perfil en bajorrelieve —también estropeado por el vandalismo en época reciente— está junto al muro de división entre el cementerio y su antiguo domaine. A su lado está enterrada Marie Dénarnaud, su fiel ama, si no fue algo más.
No es nuestro propósito volver aquí sobre los detalles de esta historia, muy trillada a estas alturas. Digamos sólo que no nos equivocábamos al sospechar que el misterio de Rennes podría aportar algunas claves sobre la continuidad de la tradición clandestina, y que no quedamos defraudados. Como hemos venido explicando, teníamos indicios de una complicada serie de encadenamientos que retrotraían a una tradición gnóstica existente en la región, que siempre ha sido notoria por sus «heréticos», llámense cátaros, templarios o supuestas «brujas».
Desde el trauma de la cruzada albigense, los habitantes de esa región nunca más han confiado del todo en Roma; de ahí que constituyese refugio ideal para ideas no ortodoxas. aparte las reivindicaciones propias de una minoría política. En este Languedoc de larga y amarga memoria, la herejía y la política siempre han ido de la mano… y van, a lo que parece.
En Saunière hallamos un personaje extravertido y sacerdote rebelde, muy diferente del típico cura rural; por ejemplo dominaba el latín y el griego, y estaba suscrito a un periódico alemán de la época. Descubriese o no un tesoro, o un secreto, es improbable que todo el «negocio de Rennes» sea pura ficción. Pero hay varias razones para pensar que la historia tal como se cuenta es, en su mayor parte, una interpretación equivocada.2
La sucesión exacta de los hechos es notoriamente difícil de reconstruir porque no se basa en pruebas documentales sino que ha de confiar en la memoria de los vecinos. Saunière asumió sus funciones de párroco a comienzos de junio de 1885. A los pocos meses tuvo las primeras dificultades por pronunciar desde el púlpito un sermón apasionadamente antirrepublicano (era año de elecciones) y fue temporalmente suspendido.
Restablecido en verano de 1886, recibió una donación de 3.000 francos de parte de la condesa de Chambord, viuda de un pretendiente al trono de Francia (éste era Henri de Bourbon, que pretendía el título de Enrique V), en agradecimiento por los servicios prestados a la causa monárquica. Según todos los indicios, él invirtió el dinero en la reparación de la vieja iglesia. Y con arreglo a la mayoría de las versiones, fue al quitar un antiguo pilar visigótico que sustentaba el altar cuando encontró, conforme a lo que se cuenta, unos pergaminos en clave.
Aunque esto parece poco verosímil, porque su comportamiento excéntrico y sus ambiciosos proyectos no se manifestaron hasta 1891. Debió de ser por entonces cuando el acólito Antoine Captier encontró algo importante, algunos dicen que un cilindro de madera, otros que una redoma de vidrio. En cualquier caso, se cree que contenía unos pergaminos enrollados u otros documentos parecidos, que entregó a Saunière. Y parece que fue éste el descubrimiento que desencadenó la peculiar actividad del cura.
Siempre según la versión usual, Saunière presentó los pergaminos a su obispo en Carcasona, Félix-Arsène Billard, lo cual precipitó un viaje a París. Por lo general se entiende que Saunière recibió el consejo de llevar los documentos a un experto para que los descifrase. El elegido fue un tal Émile Hoffet, que era entonces un seminarista todavía, pero había cobrado prestigio como gran conocedor del ocultismo y del mundillo de las sociedades secretas. (Más adelante enseñó en la iglesia de Notre-Dame de Lumière de Goult, santuario de una Virgen negra que tiene especial importancia para el Priorato de Sión.)3 El tío de Hoffet era director del seminario de Saint-Sulpice en París.
La iglesia de Saint-Sulpice tiene un rasgo notable, el suelo con la barra de cobre que marca la situación exacta del meridiano de París (el cual pasa también cerca de Rennes-le-Château). Construida sobre los fundamentos de un templo de Isis en 1645, su fundador fue Jean-Jacques Olier, quien mandó edificarla con arreglo a la Regla Áurea de la geometría sacra. El santo que le prestó su nombre fue un obispo de Bourges en tiempos del rey merovingio Dagoberto II. La festividad se conmemora el 17 de enero, fecha que se repite a menudo en los misterios de Rennes-le-Château y del Priorato de Sión.
Buena parte de la novela satanista de J. K. Huysmans Là-Bas tiene por escenario a Saint-Sulpice, y el seminario anexo fue sede de movimientos poco ortodoxos, por no decir otra cosa, durante el siglo XIX. También sirvió de cuartel general a la misteriosa sociedad secreta oriunda del siglo XVII llamada laCompagnie du Saint-Sacrement, que según algunos era un escaparate del Priorato de Sión.
Durante la estancia de Saunière en París, que debió de ser en el verano de 1891 o la primavera de 1892, Hoffet le introdujo en la floreciente sociedad oculta cuyo centro era Emma Calvé, y frecuentada por personajes tales corno Joséphin Péladan, Stanislas de Guaïta, Jules Bois y Papus (Gérard Encausse). Se rumorea con insistencia que Saunière gozó de los favores de Emma.
También se dice que Saunière visitó la iglesia de Saint-Sulpice y estudió allí ciertos cuadros además de adquirir, según la versión corriente, determinadas reproducciones en el Louvre (lo cual comentaremos más adelante). Cuando regresó a Rennes-le-Château emprendió la renovación de su iglesia y la construcción de su domaine.
Esta visita a París es parte crucial del misterio Saunière y ha sido intensamente analizada por todos los estudiosos desde que el caso llamó la atención. No hay ninguna prueba directa de que ocurriese en realidad. Un retrato de Saunière con el marchamo de un fotógrafo de París, tenido durante mucho tiempo como demostración de su estancia, resultó pertenecer a un hermano menor, Alfred, también sacerdote, según se ha demostrado recientemente.4
Se dice asimismo que Saunière firmó en el libro de misas de Saint-Sulpice, pero esto nunca se ha verificado. El escritor Gérard de Sède,5 que tiene algunos de los papeles de Émile Hoffet, asegura que hay entre éstos la nota de una reunión con Saunière en París (pero sin fecha, por desgracia). De manera que no existe la confirmación independiente, que sepamos. Como en otros muchos detalles de esta historia, todo depende de los recuerdos y los testimonios de vecinos y otras terceras personas.
Por ejemplo, Claire Captier, née Corbu, hija del hombre que le compró a Marie Dénarnaud el domaine de Saunière en 1946 (después de lo cual Marie siguió viviendo en casa de los Corbu hasta su fallecimiento en 1953), asegura formalmente que el viaje a París sí tuvo lugar.6
Lo que encontró Saunière no se sabe, pero por lo visto hizo de él un hombre muy rico de la noche a la mañana. Cuando asumió sus funciones cobraba unos estipendios de 75 francos al mes. Pero entre 1896 y su muerte en 1917 gastó una suma descomunal, tal vez no los 23 millones de francos que dicen algunos, pero ciertamente hasta 160.000 francos algunos meses. Tenía cuentas bancarias en París, Perpignan, Toulouse y Budapest, y fuertes inversiones en acciones, obligaciones y deuda pública, que no suele ser la situación financiera habitual de un cura de aldea.
Se dijo que había ganado dinero vendiendo misas (de las que sirven para indulgencias en favor de las ánimas del purgatorio), pero aunque sea cierto que lo hizo, como asegura el historiador francés René Descadeillas —tenido generalmente por el principal investigador del affaire Saunière—, esta actividad «difícilmente podía suponerle ingresos suficientes para emprender semejantes obras y vivir al mismo tiempo como un señor. Por tanto, es obvio que hubo algo más».7
En cualquier caso, podríamos preguntarnos qué razones tendría tanta gente adinerada para encargarle misas a un insignificante párroco de una remota aldea como aparentemente fue Saunière.
Él y Marie fueron criticados por su fastuoso estilo de vida; ella siempre vestía a la última moda de París (Por eso la llamaban «la Madonne», según cuentan las lenguas de doble filo), y daban recepciones de una categoría fuera de toda proporción con sus supuestos ingresos o categoría social. Todavía más llamativo, muchos famosos y ricos emprendían el viaje entonces increíblemente fatigoso a Rennes-le-Château para atender la invitación. (Por algún motivo extraño, la Villa Bethania estaba exclusivamente reservada a esas reuniones, y el mismo Saunière prefería vivir en la desvencijada casa rectoral.)
Entre estos visitantes figuraban un príncipe de los Habsburgo —que, por cierto, respondía al nombre curiosamente evocador de Johann Salvator von Habsburg—, un ministro del Gabinete, y Emma Calvé. La suntuosidad de sus recepciones no era el único motivo de la hostilidad local: Saunière y Marie eran aficionados a escarbar de noche en el cementerio. Lo que se diga de esa actividad no pasa de ser especulación, pero es cierto que borraron las inscripciones de la lápida y la losa de una aristócrata de la región, evocadoramente llamada Marie de Nègre d’Ables, fallecida el 17 de enero de 1781.
Se ha supuesto que pretendían destruir la información que suministraban esas piedras, pero no sabían que todo su esfuerzo había sido en vano. al haber sido copiadas las inscripciones por los miembros de una sociedad de arqueólogos aficionados de la comarca. Como veremos más adelante, el interés de Saunière por destruirlas es de gran significación para nuestras pesquisas.
Más o menos hacia la época del supuesto viaje a París, Saunière descubrió también la «piedra del Caballero» puesta del revés al lado del altar. Es una losa con una talla de los tiempos visigóticos que representa un hombre armado y un niño a caballo. Por lo visto encontró debajo de ella algo de gran importancia, tal vez otro escondrijo de documentos, o de artefactos, o la entrada de una cripta. Nadie lo sabe con seguridad, puesto que Saunière hizo reformar el suelo, pero su Diario contiene la siguiente y enigmática anotación para el 21 de septiembre de 1891:
«Carta de Granès. Descubrimiento de una tumba. Ha llovido».
Las excavaciones nocturnas de Saunière causaron cierto escándalo, pero fue la venta de misas lo que le valió la cólera de la jerarquía, a tal punto que fue suspendido e incluso quisieron trasladarlo a otra parroquia. Pero él se quedó tozudamente viviendo en Rennes-le-Château con Marie, en abierto desafío contra la autoridad, y cuando llegó el sustituto enviado por la Iglesia celebró misas extraoficiales en Villa Bethania, a las que asistían los vecinos de la aldea, quienes siguieron fieles a su antiguo párroco.
De todos los misterios que rodearon a Saunière tal vez el más espeso es el que se refiere a las circunstancias de su muerte. Cayó enfermo el 17 de enero de 1917 y murió cinco días después. Su cadáver fue sacado a la terraza de su domaine junto a la muralla, sentado en una silla, y los aldeanos —junto con otros que habían recorrido muchos kilómetros para poder estar presentes— desfilaron e iban arrancando las borlas púrpura del pañolón en que lo habían envuelto. Su última confesión la recibió el párroco de la vecina Espéraza, y lo que hablaron causó en éste tan profunda impresión que según se ha contado y reproduce René Descadeillas,
«[…] a partir de ese día el anciano sacerdote no volvió a ser el mismo; manifiestamente sufrió una fuerte conmoción».8
Después del fallecimiento de aquél, la fiel Marie Dénarnaud siguió viviendo en Villa Bethania. En tanto que sacerdote, Saunière no podía ser propietario, así que puso toda la finca a nombre de ella. La mujer fue volviéndose cada vez más huraña e irascible, según los lugareños, y rechazó con obstinación todas las ofertas que se le hicieron por su cada vez más ruinoso domaine. Pero finalmente lo vendió al empresario Noël Corbu, el día de la Magdalena de 1946,9 bajo la condición de seguir habitando en la propiedad hasta el fin de sus días.
Claire Captier, la hija de Corbu, recuerda haberla conocido cuando niña.
Según cuenta, Marie iba todos los días a ver la sepultura de Saunière… y también a medianoche. Luego le contaba a la niña Claire un fenómeno sobrenatural que ocurría durante algunas de aquellas visitas. Le decía por ejemplo:
«Esta noche me han perseguido los fuegos fatuos del cementerio».
Y cuando su interlocutora le preguntaba si había tenido miedo, ella contestaba:
«Estoy acostumbrada… Cuando camino despacio, me siguen… cuando me detengo, ellos se detienen también. pero siempre desaparecen en el instante de cerrar la verja del cementerio».10
También recuerda Claire Captier estas palabras de Marie:
«Con lo que ha dejado monsieur le Curé podríamos dar de comer a toda Rennes durante cien años, y aún sobraría».
Cuando le preguntaban por qué ella vivía tan pobremente, si había recibido mucho dinero en herencia, replicaba: «No puedo tocarlo».
En 1949, al enterarse de que los negocios de Corbu estaban atravesando una temporada difícil, comentó:
«No te preocupes, mi buen Noël… algún día te diré un secreto que te hará rico… ¡muy rico!».11
Por desgracia, durante los meses previos a su muerte de un ataque cerebral en enero de 1953 se volvió senil, y el secreto desapareció con ella.
¿Qué significado podemos atribuir a la historia de Saunière? Todo parece indicar que recibía dinero de alguna entidad remota, a condición de que permaneciese en la aldea (ya que decidió quedarse incluso cuando ya era rico y había dejado de ser el párroco), aunque quizá los pagos fueron irregulares. En efecto, su fortuna no consistió en una cantidad enorme adquirida de una sola vez, como han apuntado algunos, sino que su situación financiera sufría altibajos. De vez en cuando atravesaba una temporada baja y luego, apenas unos meses más tarde, reanudaba su estilo de vida lujoso.
En la época de su fallecimiento andaba ocupado en nuevos y ambiciosos proyectos que de haberse realizado, habrían costado ocho millones de francos por lo menos:12 mejorar la carretera de acceso al pueblo, porque pensaba comprarse un automóvil, llevar el agua corriente a todas las casas, establecer un baptisterio exterior y erigir una torre de setenta metros de altura desde la cual llamaría a sus parroquianos a la oración.
Parecieron firmes candidatos al papel de paganos los del partido monárquico, pero esta interpretación plantea otro misterio diferente. ¿Qué servicio pudo prestarles Saunière, que redundase en unos pagos de semejante cuantía? ¿Tal vez su devoción a la Magdalena encierra alguna pista sobre la razón subyacente de tan generosos estipendios? Es indudable que su fortuna no pudo obedecer sólo a la supuesta participación en un complot político. Los escasos testimonios personales que dejó revelan, según Gérard de Sède:
[…] una curiosa devoción a la Bona Dea, al eterno principio de lo femenino, que en boca de Bérenger [Saunière] parece trascender las creencias y las profesiones de fe.13
Una vez más hallamos secretos en torno al Principio Femenino encarnado en María Magdalena… y una nítida conexión con el Priorato de Sión, que asegura venerar a las Vírgenes negras y a Isis. Como veremos luego, la comarca de los alrededores de Rennes-le-Château contiene muchas más claves relativas a la continuidad de esa forma de culto a la diosa.
¿Y qué diremos de los famosos pergaminos supuestamente hallados por Saunière (según informaciones que provienen del Priorato de Sión)? Dicen que consistían en dos genealogías relativas a la supervivencia de la dinastía merovingia, y otros dos contenían pasajes de los Evangelios en los que ciertas letras, marcadas de determinada manera, daban mensajes en clave. Los pergaminos en sí jamás han salido a la luz del día, aunque las supuestas copias de estos textos en clave han sido ampliamente reproducidas, la primera vez en 1967 con la publicación de L’Or de Rennes, de Gérard de Sède y su esposa Sophie.
(Digamos de paso que, si bien no figura en el copyright, Pierre Plantard de Saint-Clair ha dicho que él era coautor de este libro.)14
Estos textos han hecho correr mucha tinta y no menos especulaciones.15 Del relato neotestamentario de cómo Jesús y sus discípulos recogieron grano en sábado, las letras marcadas leídas por orden dan el texto siguiente:
A DAGOBERT II ROI ET A SION EST CE TRESOR ET IL EST LA MORT (A/DE DAGOBERTO II Y DE/EN SIÓN ES ESTE TESORO Y ESTÁ AHÍ MUERTO/ES LA MUERTE)
El texto aparente del otro documento describe cómo María de Betania ungió a Jesús, y del texto oculto se da generalmente la decodificación:
BERGERE PAS DE TENTATION QUE POUSSIN TENIERS GARDENT LA CLEF PAX 681 PAR LA CROIX ET CE CHEVAL DE DIEU J’ACHEVE CE DAEMON DE GARDIEN A MIDI POMMES BLEUES
(PASTORA NO [HAYA] TENTACIÓN QUE POUSSIN TENIERS TIENEN LA LLAVE [LA CLAVE] PAZ 681 POR LA CRUZ Y ESTE CABALLO DE DIOS QUE VOY A ACABAR [O REMATAR] ESE DEMONIO GUARDIÁN A MEDIODÍA [O AL SUR] MANZANAS AZULES)
La operación necesaria para este resultado es más complicada que en el caso anterior. Cuando se leen aquí las letras marcadas, da «REX MUNDI», que es latín por «Rey del mundo» y además de corresponder a la terminología gnóstica también fue utilizado por los cátaros para referirse al dios creador del mundo material. Pero se han añadido 140 letras más ajenas a ese mensaje, que hacen de la decodificación un proceso inmensamente tortuoso hasta que aparece el texto «pastora no tentación».
Observemos de paso, porque es interesante, que el inventor del sistema utilizado en éste fue un alquimista francés, Blaise de Vignère, que fue secretario de Lorenzo de Médicis. El mensaje definitivo es un anagrama perfecto de la inscripción que figuraba en la lápida de Marie de Nègre (sobre lo cual volveremos en el capítulo siguiente).
Aunque no se puede dudar de que las decodificaciones son exactas, su interpretación o el sentido que quepa atribuir a esos textos ha dado lugar a muchas tentativas ingeniosas, y muchas veces altamente imaginativas (la más reciente de ellas en el momento de escribir estas líneas es la de Andrews y Schellenberger, que analizamos en el apéndice II).
El problema con estos pergaminos es que Philippe de Chérisey, un asociado de Pierre Plantard de Saint-Clair (y probable sucesor suyo como Gran Maestre del Priorato de Sión en 1984), admitió más adelante, en 1956, que los había fabricado él.16 (Interrogado al respecto por los autores de The Holy Blood and the Holy Grail en 1979, Pierre Plantard de Saint-Clair afirmó que Chérisey sencillamente los había copiado, pero esa explicación no es del todo convincente.)17 Se miren como se miren los pergaminos es innegable que constituyen un gran éxito clásico para aficionados a crucigramas y pasatiempos, pero su génesis no inspira confianza en el sentido de orientar una investigación sobre el caso Saunière.
Pero si el cura no descubrió pergaminos, tal vez encontró un tesoro de alguna especie, como muchos siguen creyendo firmemente. Es verdad que descubrió en la iglesia un pequeño escondite de monedas y joyas antiguas, pero como toda la región abunda mucho en restos arqueológicos, tal descubrimiento difícilmente habría excitado el interés que suscito la historia de Saunière. Muchas personas creen que halló una verdadera cueva de Aladino repleta de tesoros tan abundantes, que ni siquiera él y sus distinguidas amistades consiguieron dilapidarlos por entero. Por lo cual debería sobrar algo para un buscador atrevido.
También se ha sugerido que el complicado simbolismo de la iglesia, junto con los diversos mensajes codificados como las «manzanas azules» del pergamino, obedecían al propósito de suministrar a ese buscador atrevido una pista sobre dónde podría encontrar el resto del tesoro.
Por más que esta versión resulte romántica, es absurda. En primer lugar deja sin explicación los ocasionales apuros económicos del descubridor; en segundo lugar, si trazó mapas del tesoro, aunque estuviesen envueltos en el simbolismo de su iglesia no era lo más inteligente que podía hacer, supuesto que preferiría guardarse el dinero para gastarlo él. A fin de cuentas, si toda la iglesia no es más que el mapa a gran tamaño de un tesoro, los símbolos utilizados son sumamente extraños y esotéricos.
Repetimos: si quería quedarse con el dinero, no se le habría ocurrido trazar un mapa expuesto a todo el mundo, por más arcano que resultase; y si quería que sólo determinadas personas supieran dónde estaba, ¿no habría bastado con decírselo? Por otra parte, el hecho de que él hubiese encontrado un tesoro no justifica por qué acudían a visitarle en su remota parroquia de la montaña tantos personajes ricos e influyentes.
Teniendo en cuenta todos los indicios se diría que Saunière estaba pagado por alguien que tendría sus motivos, y por algún servicio que implicaba su permanencia en Rennes-le-Château, donde se empeñó en seguir residiendo pese a haber recibido la orden de traslado. Y lo que desde luego revelan sus actividades es que buscaba algo: las excavaciones nocturnas en el cementerio, las numerosas excursiones por la comarca e incluso otros viajes más largos a localidades distantes, que muchas veces le llevaban varios días seguidos.
Tan importante era que se le creyese presente en Rennes-le-Château, que durante sus ausencias Marie Dénarnaud echaba regularmente al correo, en respuesta a la correspondencia recibida, unas cartas preparadas de antemano que contenían excusas convencionales, en las cuales decía que de momento se hallaba demasiado ocupado para atender el asunto (algunas de estas contestaciones prefabricadas se hallaron entre sus papeles después de su muerte).
En 1995 apareció una nueva aportación al caso Saunière, cuando el especialista en temas esotéricos André Douzet presento una maquette, o modelo en escayola que representaba un paisaje en relieve, supuestamente encargado por Saunière poco antes de su fallecimiento.18 Representa unas colinas y unos valles, y lo que parecen ríos que discurren por éstos. En una ladera hay un edificio cuadrado, la única construcción visible. A lo que se pretende, describe los alrededores de Jerusalén, con lugares bíblicos como el huerto de Getsemaní y el Gólgota. Pero sucede que el paisaje de la maquette no se parece en nada al de Jerusalén; quizá representa en realidad los alrededores de Rennes-le-Château.
¿Sería posible que Saunière hubiese proyectado convertir su tierra natal en la Nueva Jerusalén?19
Puede uno pasarse la vida entera estudiando las posibilidades del misterio de Rennes-le-Château. A lo mejor consiste en eso su verdadera función, servir de magnífica maniobra de diversión. Pues, aunque es indudable su importancia, distrae y desvía la atención de otras ocupaciones no menos sugestivas que la comarca ofrece.
En el asunto intervinieron otros sacerdotes de las parroquias vecinas y también Félix-Arsène Billard, el superior de Saunière y obispo de Carcassonne, que fue quien supuestamente lo envió a París e hizo luego la vista gorda ante el excéntrico y escandaloso comportamiento de aquél (Billard murió en 1902 y fue el sucesor en la diócesis quien suspendió a Saunière). Del mismo Billard se dice que estuvo implicado en algunos negocios financieros dudosos.20
El más conocido de este círculo de sacerdotes que tuvieron relación con Saunière es el abbé Henri Boudet (1837-1915), que fue cura de Rennes-les-Bains desde 1872. Hombre prudente, crudito y reservado —como temperamento, el polo opuesto de Saunière—, también intervino en extrañas actividades. En 1866 publicó un curioso libro, La vraie langue celtique et le cromleck de Rennes-les-Bains, que tiene perplejos a los investigadores desde entonces.21
En apariencia el libro trata dos temas principales:
-
una anómala teoría según la cual muchos idiomas antiguos, como el celta, el hebreo y otros, son derivaciones del anglosajón, y que documenta con muchos ejemplos, a veces hilarantes, de toponimias de los alrededores de Rennes-les-Bains que dice procedentes de raíces inglesas;
-
y una descripción de varios monumentos megalíticos de la comarca.
Boudet fue un respetado cronista local y entendido en antigüedades; las teorías que propone son tan improbables, que muchos han deducido la voluntad de ocultar un mensaje más profundo, y secreto, más o menos como una contrapartida literaria de la ornamentación puesta por Saunière en su iglesia.
Algunos llegan al punto de sugerir que ambas se complementan mutuamente, y que juntas proporcionan la clave completa para encontrar el «tesoro». Si es así, nadie ha conseguido todavía descifrarla satisfactoriamente, y el libro de Boudet sigue siendo hoy tan misterioso como el día que apareció. Tuvo además otras actividades similares a las de Saunière, pues se sabe que alteró inscripciones en el cementerio de su iglesia y cambió de lugar mojones de los alrededores.
Algunos creen que fue Boudet la verdadera eminencia gris que inspiró los trabajos de construcción de Saunière, y se sugiere, como lo hizo Pierre Plantard de Saint-Clair —sin que se sepa con qué justificación— que Boudet había sido el «pagador» de Saunière. Pero también existe una relación más directa entre Boudet y este actor del complicado misterio: el mismo Plantard de Saint-Clair prologó en 1978 una edición facsimilar de La vraie langue celtique… y además es propietario de fincas cerca de Rennes-les-Bains. Por otra parte, en el cementerio de la iglesia que fue de Boudet puede verse un testigo que indica la parcela reservada por Plantard de Saint-Clair para su propio enterramiento.
Otro clérigo contemporáneo de Saunière fue el abbé Antoine Gélis, párroco de la aldea de Coustassa, que se halla en la otra orilla del valle del Sals según se mira desde Rennes-le-Château. El 1 de noviembre de 1897 el anciano Gélis (pues contaba entonces setenta años) fue hallado salvajemente asesinado. Había recibido repetidos y fortísimos golpes en la cabeza, asestados según los indicios por una persona a quien había dejado entrar en su casa rectoral y con quien estaba conversando.
Es de notar que Gélis era amigo de Saunière: el 29 de septiembre de 1891 éste anotó en su Diario que había tenido una reunión con él y otros más, es decir sólo ocho días después del apunte que consigna el «descubrimiento de una tumba». En la época previa a su muerte Gélis vivió presa de gran temor, a lo que pareció, atendido que cerraba la puerta con llave y sólo abría a su sobrina, que estaba encargada de llevarle la comida. Y recientemente había realizado un negocio de mucho dinero, unos 14.000 francos, de cuya naturaleza nada se supo.
Los tenía escondidos en su casa y en la iglesia, y dejó papeles que revelaban los escondrijos. Sin embargo, casi todo el dinero quedó allí después del crimen. El asesino, que nunca fue descubierto, había registrado la casa pero descuidó 800 francos que estaban sobre la cómoda, así como un papel con las palabras escritas «viva Angelina». Así pues, de los móviles del crimen tampoco se llegó a saber nada.
En el asesinato de Gélis intervienen varios factores muy extraños. La lápida en el cementerio de Coustassa es la única que está orientada de cara a Rennes-le-Château, tanto así que resulta perfectamente visible desde la altura opuesta. En la tumba aparece el emblema de la rosa-cruz. Y aunque el brutal asesinato de un párroco anciano y frágil conmovió a la población de toda la comarca, la diócesis dio muestras de desear que se diese carpetazo al asunto cuanto antes. Cuando Gérard de Sède intentó investigarlo a comienzos de los años sesenta, no encontró ningún registro del crimen en los archivos diocesanos de Carcasona. No fue hasta 1975 cuando dos abogados reconstruyeron el suceso a partir de los archivos de la policía local y de los tribunales.22
Algunos llegan al extremo de sugerir que Saunière tuvo que ver con el asesinato de Gélis, pero esto es pura especulación. No obstante, parece cierto que estaba ocurriendo algo siniestro con los curas de la región de Rennes-le-Château.
Indudablemente la población de Rennes-le-Château tiene importancia en sí misma, pero quizás ha concitado demasiada atención si tenemos presente que toda la comarca se halla profundamente saturada de misterios.
No pocos investigadores admiten que hay en las cercanías otros sitios también interesantes y extraños, pero tienden a mirarlos como telón de fondo del caso Saunière. Pero si éste hizo un descubrimiento, son muchos los lugares donde pudo hacerlo. Aparte varias ausencias largas, que duraban días o semanas enteras, se sabe que realizaba muchas excursiones por los alrededores. (Y sus entusiastas expediciones de caza o de pesca tal vez le servían para encubrir otra actividad.)
Los Dossiers secrets dicen sin más ambages que Saunière trabajaba para el Priorato de Sión, pero ¿puede demostrarse que éste tuviese influencia por allí? Hemos visto que Pierre Plantard de Saint-Clair tiene cerca de Rennes-les-Bains propiedades y en ésta una sepultura reservada para él, pero ¿se reflejan de alguna manera en la comarca las preocupaciones que afectan a la organización?
Lo extraño sería que no fuese así, vista la extraordinaria cultura de sociedades secretas entrecruzadas que impera en el Languedoc. En realidad un estudio de Rennes y la región circundante descubre muchas pistas y no sólo acerca del Priorato, sino también tocantes a una tradición clandestina más amplia, y cuya existencia ya veníamos sospechando. Y averiguamos que lo que podríamos llamar la Gran Herejía Europea —la extrema veneración o tal vez culto secreto a María Magdalena y Juan el Bautista— está bien representada aquí.
Existe una notable proliferación de iglesias consagradas al Bautista en esta comarca. A veces forman cúmulos, por ejemplo los tres San Juan de la pequeña zona de Belvèze-du-Razès (por cierto que una buena parte de esta región recibe el nombre de La Magdalène).
Conviene saber también que la Iglesia actual «de la Magdalena» en Rennes-le-Château era en otro tiempo, sencillamente, la capilla del castillo, y que el pueblo tenía otra iglesia… consagrada a Juan el Bautista.23 Quedó destruida en el siglo XIV cuando Rennes-le-Château fue tomada por las tropas de un noble español. Según se cuenta la desmontó piedra a piedra creyendo que había un tesoro escondido.24
Por el contrario, en la cercana población de Arques se produjo un volteface no explicado cuando la iglesia de San Juan Bautista pasó a nombre de Santa Ana, lo cual es tanto más raro por cuanto dicho templo posee todavía una reliquia del Bautista.
Arques y Couiza —donde hay otro San Juan— pertenecieron a la familia De Joyeuse hasta 1646, cuando Enriqueta-Catalina de Joyeuse vendió todas sus tierras del Languedoc a la Corona francesa. Anótese que era la viuda de Carlos duque de Guisa, a su vez discípulo de Robert Fludd… a quien fueron a buscar expresamente en Inglaterra para ofrecerle el empleo de preceptor.25
O bien en Couiza, o bien en Arques, existió antiguamente una Virgen negra llamada Notre-Dame de la Paix, pero la familia De Joyeuse la trasladó en 1575 a París, donde puede contemplarse todavía en la iglesia de las Hermanas del Sagrado Corazón (en el Xll Arrondissement).26 Es curioso que Saunière mantuviese correspondencia con la superiora de esta orden, y, es obvio que ésta le tenía en especial consideración. En una carta firmada por la hermana Augustine Marie, secretaria de la orden, el 5 de febrero de 1903,27 se le encargan expresamente a Saunière unas misas en homenaje a la Virgen negra, se le ofrece una figura del Niño Jesús de Praga (hoy expuesta en la Villa Bethania) y se le agradece, en términos algo misteriosos, «la devoción de que habéis dado muestras hacia nuestro querido Rey».
Esto puede referirse lo mismo a algún pretendiente al trono de Francia, como a Jesucristo, aunque como veremos luego era otro el «Rey» venerado por ciertos grupos heterodoxos. Sin embargo las palabras de la hermana Agustina María sugieren algún significado diferente, tal vez codificado, con la curiosa insinuación de algo especial en la parroquia (y los parroquianos) de Rennes-le-Château.
La familia De Joyeuse también construyó el templo de San Juan Bautista de Arques, que se erigió sobre las ruinas del antiguo castillo arrasado por los ejércitos de Simón de Montfort. Más exactamente, el campanario actual y una pared maestra son del castillo originario. Ésta es la iglesia, que hemos dicho estuvo consagrada al Bautista pero ahora es de Santa Ana, aunque ni siquiera el alcalde de Arques fue capaz de decirnos cuáles fueron los motivos del cambio.
Su predecesor en la alcaldía durante los años treinta y cuarenta fue Déodat Roché, gran estudioso de la tradición esotérica de la región, o inspirador de un muy serio intento de restablecer una Iglesia cátara en la comarca.28 Uno de los tíos de Roché fue el médico de Saunière, y el otro su notario.
A medio camino entre Rennes-le-Château y Limoux se halla Alet-les-Bains, que fue sede diocesana antes del traslado de ésta a Carcasona. En la Edad Media, además de sus aguas termales Alet tuvo una gran actividad de alquimistas. De allí era oriunda la familia de Nostradamus, y cabe que el famoso vidente residiera en la ciudad durante una temporada. Tiene también sus conexiones templarias, que se retrotraen a los primeros años de la orden —hay escrituras de importantes donaciones de tierras fechadas poco después de 1130— y pueden verse los símbolos templarios esculpidos en las fachadas de algunas casas del interesante conjunto medieval. E incluso el escudo de la ciudad exhibe una cruz templaria. San Andrés, la imponente iglesia principal, tiene una curiosa relación con los freires.
El escritor y estudioso Franck Marie ha demostrado que su planta se basa en la cruz templaria (como la capilla Rosslyn),29 pero la construcción data de finales del siglo XIV, es decir después de la supresión de la orden. Entre otros detalles notables del edificio resaltaremos la presencia de la estrella de seis puntas, o de David, en los vitrales. Aparte la asociación obvia con lo judaico (que no deja de extrañar en un templo cristiano medieval), la figura también reviste tradicionales connotaciones mágicas, ya que simboliza la unión de los principios masculino y femenino.
La calle principal de Alet-les-Bains es la Avenue Nicolas Pavillon, por el nombre de su obispo más famoso (que ejerció el cargo entre 1637 y 1677). Fue protagonista de acontecimientos relacionados con el Priorato de Sión. Junto con otros dos clérigos, el famoso san Vicente de Paúl y Jean-Jacques Olier(fundador de la Sociedad sacerdotal de San Sulpicio), Pavillon inspiró la Compagnie du Saint-Sacrement, conocida también entre sus miembros como «la Cábala de los devotos».
Aunque pasaba por ser una organización caritativa, hoy los historiadores admiten que fue una sociedad secreta políticorreligiosa que manipuló a destacados dirigentes de la época, e incluso influyeron en el monarca. Tan bien acertó la Compagnie a disimular sus verdaderos móviles, que todavía hoy los historiadores no se ponen de acuerdo para decir lo que fue realmente: a veces la presentan como católica a machamartillo, y otras como herética contumaz. Como ya hemos mencionado, algunos creen que fue una tapadera del Priorato de Sión,30 y tuvo su sede central en el seminario sulpiciano de París.
A uno de estos conspiradores, el misterioso san Vicente de Paúl (h. 1580-1660), que curiosamente presumía de ser entendido en alquimia, se le venera en otro lugar que puede figurar entre los más enigmáticos del Languedoc. Es la basílica de Notre-Dame de Marceille, sita al norte de Limoux, justo a las afueras de esta ciudad. Exhibe una estatua de san Vicente en demostración de que los lazaristas, es decir la Congregación de la Misión que tiene la iglesia a su cargo desde 1876, no olvida a su fundador.
(No olvidemos nosotros que el superior lazarista de Notre-Dame de Marceille estaba siempre entre los primeros invitados por Saunière a las ceremonias con que solía inaugurar las diversas etapas de las obras en su domaine.)
Este emplazamiento presenta muchos y sugerentes vínculos con las «herejías» que estábamos investigando.31 Para empezar, y pese a la diferencia ortográfica, este «Marceille» que no se sabe de dónde deriva recuerda a la Magdalena por intermedio de la relación con «Marseille». La basílica se construyó sobre el emplazamiento de un antiguo santuario pagano cuya atracción era una fuente de aguas medicinales que se decía muy buenas para la vista. Tomó su nombre de una Virgen negra del siglo XI que todavía puede verse en el interior y a quien se atribuyen muchos milagros. Dicho lo anterior quizá no sorprenderá saber que esta localización perteneció en tiempos a los templarios. Fue centro de peregrinación durante muchos siglos.
En el decurso de los años y por uno u otro motivo, diversas organizaciones religiosas se han disputado el control de este lugar. En principio perteneció a la cercana abadía benedictina de Saint-Hilaire, que fue objeto de comentarios desfavorables durante la cruzada albigense por su actitud de neutralidad para con los cátaros. (En un momento dado toda la población de Limoux quedó excomulgada por darles asilo.) Durante el siglo XIII la pelea estuvo entre el arzobispo de Narbonne, los benedictinos y los dominicos. Más tarde fue necesaria la intervención del rey en una disputa sobre la propiedad del emplazamiento entre el arzobispo, el señor de Limoux y un Guillermo de Voisins, señor de Rennes-le-Château.
El 14 de marzo de 1344 (en que se cumplía el primer siglo de la misteriosa ceremonia cátara de Montségur, la víspera de la jornada en que se entregaron a las llamas), el papa Clemente VI adjudicó la iglesia al Colegio de Narbonne en París, que retuvo su posesión hasta mediados del siglo XVII, y fue entonces cuando pasó al obispo de Alet-les-Bains.
(Por cierto que la fuente principal de las rentas del colegio en cuestión eran los ingresos de la iglesia de María Magdalena en Azille, población del Aude.)32
Durante la Revolución la iglesia y las tierras fueron vendidas, pero la imagen de la Virgen negra estuvo oculta al cuidado de un priorato de la Orden de los Penitentes Azules, curioso grupo que tenía vínculos con los francmasones del Rito Escocés Rectificado y con la familia Chefdebien… todos ellos, como veremos, protagonistas de categoría en este drama.33 Se restableció la iglesia como lugar de culto en 1795.
En tiempos de Saunière había estallado otra disputa que afectó al superior de éste, monseñor Billard, el obispo de Carcasona. El lugar era entonces de varios propietarios, pero mediante una serie de jugadas hábiles (y no siempre éticas), para las cuales utilizó como «hombre de paja» a un banquero, logró comprar todas las particiones. El acto de la compraventa se celebró, ¡atención!, un 17 de enero, el de 1893 (aunque Billard consiguió hacerse de alguna manera con la Virgen negra, que guardó momentáneamente en Limoux). Sin embargo, no bien transcurridos cuatro meses el nuevo propietario había revendido la finca al obispado, y Billard quedó dueño único de lo que deseaba.
En 1912 el papa Pío X decidió elevar la iglesia a la categoría basilical, honor poco frecuente y del todo inexplicable tratándose de una plaza relativamente humilde. Sólo son basílicas las iglesias que revisten algún significado especial, como es el caso de Saint Maximin en Provence, que custodia las (supuestas) reliquias de María Magdalena.
Los alrededores de Notre-Dame de Marceille han sido también, hasta época muy reciente, lugar de especial interés para los gitanos, que solían acampar en una explanada entre la iglesia y el río Aude, que corre unos centenares de metros más al oeste.
Notre-Dame de Marceille tiene mención especial en el enigmático libro del abate Boudet, La vraie langue celtique, y esto fue lo que llevó allí al malogrado estudioso holandés Jos Bertaulet 34 el cual hizo un descubrimiento interesante: a orillas del Aude, en terrenos que fueron de la iglesia y están ahora en manos privadas, hay unos subterráneos. Consisten en dos grandes sótanos que deben de datar de finales de la era romana o comienzos de la Visigótica (siglos III y IV). De unos seis metros de altura, el primer sótano tiene en el techo abovedado un pozo de ventilación; pero la única entrada es un túnel estrecho y de un metro de altura que desemboca por el otro lado en una caseta, hoy ruinosa (y que parece haber sido construida expresamente para esa función).
En cuanto a su utilidad, nada se sabe. Se ha especulado sobre si sería una cámara funeraria de los visigodos, aunque ahora el supuesto hipogeo está vacío, o un lugar de iniciación para alguna escuela mistérica. Cualquiera que hubiese sido su uso, hay algunos indicios de que todavía funcionaba a comienzos del siglo XX, pero su existencia era tan secreta que – como nosotros mismos íbamos a descubrir en circunstancias traumáticas— ni siquiera los clérigos de la basílica conocían su existencia. A lo mejor fue esa curiosa cámara subterránea lo que Billard tenía tanto interés en hacer suyo.
En el verano de 1995, durante un viaje de investigación en Francia, Clive Prince visitó esta región con su hermano Keith. El estudioso belga Filip Coppens nos había pasado información sobre la cámara subterránea y también instrucciones acerca de cómo encontrarla, que resultaron muy valiosas porque la entrada había quedado oculta por un formidable amasijo de matorrales. En cuanto al pozo de ventilación de la primera cámara, Jos Bertaulet lo había cubierto parcialmente con unas baldosas para evitar accidentes, pues había una caída de seis metros, como averiguaríamos a costa nuestra.
Después de bajar a la primera cámara con ayuda de una soga (pues cualquier escala de madera que hubiese existido estaba desaparecida desde tiempo inmemorial, debido a la podredumbre), Keith tropezó con los cascotes que recubrían el suelo y cayó en mala postura. Tumbado a oscuras entre el cisco de los siglos, al principio creyó que se había roto una pierna, y aunque luego se diagnosticó que sólo se había desgarrado un ligamento, no podía ponerse en pie, ni mucho menos salir del sótano por sus propios medios.
Clive no tuvo más remedio que llamar a los servicios de socorro (los cuales acudieron en número más que sobrado: se hubiera dicho que el accidente de Keith era lo más emocionante que había pasado en Limoux desde hacía mucho tiempo). Al cabo de cuatro horas, un equipo de espeleólogos consiguió sacarlo por la chimenea de ventilación con ayuda de una cabria y lo envió al hospital de Carcasona (y una de las enseñanzas que resultaron de este episodio fue que cuando Clive se dirigió a la basílica para pedir auxilio, el clero del lugar no sabía que existieran por allí unos hipogeos).
Por desgracia el suceso impidió continuar la investigación de esas cámaras. Otra consecuencia quizá más seria fue que las autoridades amenazaron con sellarlas definitivamente para evitar nuevos percances. Fue un alivio para nosotros descubrir que no lo habían hecho, aunque sí estaban tapiados los accesos en la primavera de 1996, cuando regresamos por allí con Charles Bywaters. En esta ocasión no intentamos explorar el sótano principal sino que lo hicimos en el túnel por donde se entraba en él… e hicimos un descubrimiento muy significativo.
El túnel parece partir de una pared desnuda, pero siguiendo una sugerencia de Filip Coppens la examinamos atentamente y nos dimos cuenta de que había sido en tiempos una entrada. La habían tapiado intencionadamente y, según los indicios, en una época no muy alejada. En el muro destacaban unas barras de hierro clavadas que tal vez servían de peldaños o asideros. A juzgar por la manifiesta ignorancia de las autoridades en cuanto a la existencia de los subterráneos, no parecía que la orden de condenar la entrada proviniese de ellas. Así pues, ¿quién lo hizo, y en todo caso, qué motivos tendría para sellar de tal manera sólo una de las cámaras?
Por el estado de las barras de hierro nos pareció que el muro tendría como un siglo, poco más o menos, coincidiendo con la época en que Billard quedó como amo único de la propiedad. ¿Tal vez escondió algo detrás de esa entrada sellada? Quizá, pero lo que manifiestan sus acciones es el afán desesperado por adueñarse del lugar, lo cual sugiere que no escondía sino que buscaba algo. Y sea lo que fuere, debían quedar por lo menos algunas pistas al respecto en aquel lugar húmedo y secreto, porque se tomó la molestia de tapiarlo.
Poco antes de morir de cáncer en 1995, Jos Bertaulet aseguró que había descifrado la extraña obra de Boudet La vraie langue celtique. Según sus conclusiones, decía que un relicario que contenía la cabeza de «un Rey sagrado» estaba oculto en la cámara subterránea. Dijo además que Boudet vinculaba esa cámara con las leyendas del Santo Grial. Se echa de ver que andan muchos reyes sagrados decapitados en estos relatos (y Saunière recibió el agradecimiento de las corazonistas de París por la devoción demostrada «a nuestro querido Rey»). Otro detalle significativo, Notre-Dame de Marceille, fue antaño propiedad de los templarios.
Map from ‘La Vraie Langue Celtique’ by Abbé Boudet
Dates in ‘La Vraie Langue Celtique‘
from Rennes-le-Château Website
Date Event Page 20 AD Strabon writes about «Provincia» 282
|
La continuación de las investigaciones depende de si se podrá pasar esa entrada tapiada; en el momento de escribir estas líneas no parece probable que las autoridades concedan el necesario permiso. En el lugar confluyen, según todos los indicios, varios temas fundamentales para nuestras averiguaciones: las Vírgenes negras, los templarios y las leyendas de la Magdalena y del Grial. La posible presencia de una cabeza cortada sin duda evoca el personaje de Juan el Bautista, en una región tan llena de iglesias consagradas a él. Ciertamente esa región y el emplazamiento de Notre-Dame de Marceille en particular encierran todavía algún profundo secreto.
Es difícil dilucidar de qué manera encaja en este panorama Saunière, pero también se ve bastante claro que debió de tener alguna intervención. Es muy probable que encontrase algo de mucha importancia, aunque casi imposible decir lo que fue con ningún grado de certeza. No obstante, nuestras averiguaciones han proporcionado algunas pistas, muy reveladoras sobre la clase de compañías que frecuentaba y el tipo de relaciones que buscaba deliberadamente.
De hecho, los indicios reunidos con gran esfuerzo en cuanto a las verdaderas afiliaciones de Saunière modifican radicalmente y de una vez por todas la imagen corriente del humilde cura de aldea que se tropezó con el escondrijo de un gran tesoro. Cualesquiera que fuesen sus auténticos designios, su trascendencia excedió con mucho los límites de la curiosa aldea de Rennes-le-Château.
Saunière se llevó su secreto a la tumba pero a pesar de lo poco que sabemos hay muchas incógnitas que serían muy interesantes desvelar…