Leo no sé dónde que el príncipe Carlos de Inglaterra se ha posicionado públicamente en contra de los negacionistas. Durante unos segundos pienso que hace referencia a todos aquellos que aún hoy día afirman no creer en la evolución, como si se tratara de una cuestión de fe. Pero no.
Dos líneas más abajo me doy cuenta que el sucesor de la Corona británica habla de los negacionistas del cambio climático. Ah, es cierto, después de los detractores de Darwin, ahora los nuevos negacionistas del siglo XXI son los escépticos del calentamiento global actual. Durante unos efímeros momentos, siento una cierta simpatía por el hijo de la reina Isabel, es muy posible que dos frases de un príncipe tengan más influencia que miles de informes elaborados por la comunidad científica internacional.
Siempre ha habido, de escépticos de todo tipo. Siglos atrás, eran una muchedumbre los que no creían que la Tierra era redonda, o que giraba alrededor del Sol. Más tarde fue la teoría de la evolución de Darwin la que encendió la llama negacionista, una llama que aún se mantiene viva en muchos países, como en Estados Unidos, donde un 40% de sus habitantes se consideran creacionistas. También en nuestro continente el creacionismo muestra una cierta tendencia al alza, según alertó el Consejo de Europa hace pocos años. Y unos cuantos todavía hoy no creen que Amstrong pisó la superficie de la Luna aquel 29 de julio de 1969. Ahora, sin embargo, el negacionismo más moderno hace referencia al cambio climático, y en concreto cuestiona que haya sido originado a consecuencia de la actividad humana.
Mientras tanto, los negacionistas contemporáneos aparecen por todas partes. En la calle, en el trabajo, los periódicos, en televisión, la radio, también entre los amigos y los familiares. Esgrimen razones de todo tipo para negar lo que la mayoría de los científicos del mundo dan por seguro desde hace mucho tiempo, algunos de los cuales incluso se han tomado el trabajo de realizar estudios (científicos, claro) para demostrar que, efectivamente, los colegas convencidos de que el actual calentamiento del planeta es consecuencia de la actividad humana son mayoría.
Pero a los negacionistas todo esto les da igual. No suelen leer los papeles, y si alguien les hace un breve resumen tienen tendencia a despreciar a sus resultados o adjudicarlos a algún tipo de interés gubernamental oculto o quizás a un complot supranacional. Espetan todo tipo de datos con un convencimiento a prueba de bomba, a menudo con argumentos numéricos difícilmente contestables, y hacen bandera de su escepticismo: que quede claro que ellos no se dejan engañar. Hay negacionistas de todos colores, algunos son incluso bastante ilustrados, personajes públicos relevantes que, a pesar de no tener formación científica, creen que el solo hecho de disfrutar de una cierta celebridad les da derecho a opinar de forma rotunda sobre cosas que no saben. Y lo más preocupante es que su opinión tiene un eco considerable.
Dijo Voltaire que mientras la ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda. Pero mientras la incertidumbre es imprescindible para la producción de conocimiento contrastado, no es operativa cuando predomina en los mensajes que se difunden a la opinión pública. Hoy por hoy, parece que la capacidad de convencimiento de científicos y divulgadores en temas ambientales es más bien escasa. La información cala de forma lenta y se convierte en abrumadora. Quizás alguien podría proponer que los jugadores de fútbol más glamourosos aparezcan en los medios para expresar con un convencimiento entusiasta la necesidad de disminuir nuestra incesante emisión de dióxido de carbono. Quizás sería provechoso, ya puestos a hacer campaña, que dos o tres personajes de las revistas del corazón se añadieran a la misión. Es posible que, al menos a corto plazo, esto tuviera un efecto de convencimiento mucho mayor que todos los trabajos de investigación del IPCC juntos. Si esto nos suena a la peor acepción de la palabra vulgarización, la que más se aleja de la labor divulgativa, pongámonos de acuerdo, científicos y divulgadores, para conseguir que nuestro mensaje llegue … más allá de las estrellas.
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