Carlos Osoro releva a Rouco en Madrid y es sucedido por Cañizares en Valencia

Carambola para unos. Cambio histórico en la Iglesia española para otros. El caso es que este jueves, día 28 de agosto, pasará a los anales eclesiásticos españoles como el día en que el cardenal Rouco Varela se va y deja su puesto en Madrid Carlos Osoro, al que sucederá en Valencia el cardenal Antonio Cañizares. Se cumplen los pronósticos. Ésta era la quiniela que se barajaba desde hace meses. Lo inédito es que se anuncien los dos nombramientos a la vez y el mismo día.

Se va Rouco Varela (Villalba, 1936) y no de la forma que él quería y tenía planificada. El ya administrador apostólico de Madrid había presionado a Roma para que le sucediera su fiel obispo auxiliar,Fidel Herráez, y para que el nombramiento de su sucesor se anunciase en septiembre. Pero el Papa no transigió ni en el nombre de su sucesor ni en la fecha de la publicación de su pase a la reserva.

Se va el cardenal Rouco y, con su salida de la primera escena de la Iglesia, se cierra un ciclo. Un largo ciclo de casi 24 años, en el que el purpurado madrileño actuó como un auténtico «vicepapa» español. Listo, puso en marcha una estrategia de control, que le aseguró todo el poder eclesiástico durante décadas. Fue el hombre de Roma en España. Con Juan Pablo II y, sobre todo, con Benedicto XVI. Pero, con la llegada de Francisco al solio pontificio su estrella comenzó a palidecer. No era ni podía ser el hombre de Bergoglio en España. Entre ambos hay demasiadas diferencias de fondo y de forma.

En contra de sus deseos, el hombre llamado por el Papa para poner a la archidiócesis madrileña y, por contagio, a la Iglesia española a la hora de Francisco es el hasta ahora arzobispo de Valencia, Carlos Osoro (Castañeda, 1945). Afable, cercano, pastoral y con una capacidad de trabajo inigualable, el nuevo arzobispo madrileño es un prelado de los que pisa calle.

De hecho, la última vez que Francisco lo vio en Roma le llamo «el peregrino», por lo mucho que le gusta estar a pie de obra pastoral, siempre presente en todo tipo de actos sociales, civiles y, sobre todo, pastorales. Un obispo todoterreno en lo pastoral y moderado en lo eclesial.

Llega a Madrid un prelado bregado en mil batallas y al que su valía le llevó desde Orense, su primera diócesis, a Oviedo, pasando por Valencia, para recalar definitivamente en Madrid. A sus 69 años, le quedan 6 hábiles, hasta que presente su renuncia por cumplir los 75.

Un tiempo suficiente para que Osoro se convierta en el líder tranquilo y «franciscano» de la Iglesia española. Por ser arzobispo de Madrid, alcanzará pronto el birrete cardenalicio y, dentro de tres años, cuando termine el mandato de monseñor Blázquez, tiene todas las papeletas para sucederle al frente del episcopado español.

De su mano, en Madrid se pondrá en marcha un cambio tranquilo, basado en tres premisas o tres ejes, que fue los que dirigieron su labor episcopal en Galicia, Asturias o Valencia: celo pastoral, diálogo e implicación eclesial de todos. Osoro ha dado pruebas, durante todos estos años, que, como Francisco, es partidario de una Iglesia en salida. Una Iglesia que se mezcla con las penas y las alegrías de la gente, atenta a los signos de los tiempos y consumida por el celo de Dios. Una Iglesia sin tedio y sin querencia por los grupos estufas, encerrados en sí mismo y sin contacto con la vida real de la gente.

En segundo lugar, una Iglesia dialogante. Con todos y sin líneas rojas ni imposiciones. Diálogo hacia adentro, con todos los sectores y las diversas sensibilidades eclesiales. Sin negar su existencia y reconociendo su valor. Y diálogo hacia afuera con la sociedad civil y con sus representantes políticos. Sin decantarse por ninguno. Volver a la tesis del cardenal Tarancón: La Iglesia neutral y como autoridad moral. Libre y no partidista, para poder ejercer, también libremente, su capacidad de denuncia profética.

Y, por lo tanto, una Iglesia de todos y para todos. Osoro viene a Madrid a sumar, a reunir en la Iglesia diocesana a todas las organizaciones y movimientos eclesiales. Tendrán cabida con él el Camino Neocatecumenal (conocidos popularmente como los Kikos), el Opus Dei y los demás movimientos neoconservadores. Pero también serán de la partida la Acción Católica, los movimientos especializados del mundo obrero, la gente sencilla de las parroquias o los curas de Vallecas y de San Carlos Borromeo. Eso sí, sin echarse en brazos de ninguno de ellos en exclusiva.

Madrid gana un arzobispo cercano, sencillo, con olor a oveja, de la cuerda de Francisco. Recala en Madrid «el peregrino». Y para quedarse. Y, desde Madrid, su impronta pastoral puede contagiar a la Iglesia de España y despertarla de su tedio.

Un Cañizares cambiado

Para sucederle en Valencia (una diócesis a la que Osoro se metió en el bolsillo muy pronto y hasta ahora), el Papa ha optado por el cardenal Cañizares (Utiel, 1945) que, de esta forma, regresa a España. Se había ido a Roma, llamado por el Papa Ratzinger, para ocuparse de los asuntos litúrgicos. Por pura obediencia y por presiones de Rouco, que no quería que le siguiese haciendo sombra desde la cercana archidiócesis de Toledo. Y su corazón se quedó en España.

No es un obispo curial ni de despacho. Especialista en catequesis, le gusta la pastoral directa y el gobierno pastoral de una diócesis. Y, desde que llegó Francisco a Roma, le pidió que lo mandase de regreso a España. Hace ya meses el Papa le dijo que volvería a España, pero sin concretarle «ni cuando ni a dónde». La incógnita papal se acaba de despejar: llega a Valencia, su patria chica.

Y llega con ganas de ser profeta en su propia tierra. Y, además, vuelve cambiado. El paso por Roma le ha centrado. Atrás queda su imagen de cardenal de las Españas, de nuevo Recaredo o de pequeño Ratzinger. Regresa mucho más abierto y dialogante. Mucho más «franciscano» y, por supuesto, mucho más moderado a todos los niveles.

En Valencia va a recibir en herencia una diócesis que camina, que está en marcha, impulsada por el celo pastoral de monseñor Osoro. Una diócesis rica en todos los sentidos, con laicos bien preparados y con vocaciones. Y Valencia volverá a tener cardenal, después del deceso de Agustín García Gasco.

Con Blázquez de salida, Osoro y Cañizares (casi de la misma edad) están llamados a liderar la Iglesia española de los próximos años. Con el añadido del nuevo arzobispo de Barcelona (todavía sin nombrar, aunque el cardenal Sistach ya lleva dos años de prórroga en el cargo) y del arzobispo castrense, Juan del Rio.

Se da la circunstancia, además, que los tres son amigos y los tres van a apostar por un liderazgo eclesial mucho más colegial que el ejercido por el cardenal Rouco Varela. Mucho más en consonancia con los nuevos aires primaverales que soplan en Roma de la mano de Francisco. Con la marcha del cardenal de Madrid desaparece el «tapón» que mantenía controlados los resortes eclesiales. Termina la era Rouco y comienza una nueva etapa de cambio tranquilo de la Iglesia española, que se encarrila hacia la moderación. Una Iglesia que dejará de ser aduana para pasar a ser hospital de campaña. Como dicen los Evangelios y como quiere el Papa Francisco.

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