Mayas: Los señores del tiempo perdido

por Loc_Nohr. 

Los mayas vuelven a estar de moda, eventual mente por el tan manido 2012 y la profecía del Quinto Sol, y principalmente porque su aparición y desapacición constituyen uno de los mayores enigmas de la historia. Quiénes eran, de dónde venían, o cómo desaparecieron son cuestiones sin solución. Así pues hemos viajado a la selva, donde se hallan los vestigios de esta fascinante cultura.
Juan José Revenga
Lorenzo Fernández Bueno
jrevenga@docustv.net
Mayas
Los señores del tiempo perdido
FUENTE: Revista española ENIGMAS Nº 171 (visita www.AKASICO.com).
Todo tiene un principio, así que no lo obviaremos. Nuestro viaje da comienzo con años de lectura y preparación; como ya ocurriera con otros en la latitudes más o menos lejanas. Llevábamos tiempo investigando, leyendo y entrevistando a gentes del más diverso pelaje que nos hablaban de los múltiples aspectos que supuestamente caracterizaron al pueblo maya. Y es que eran demasiadas las ocasiones en las que no encontrábamos salida, y el escepticismo sobre la realidad de esta cultura perdida comenzaba a crecer. Era evidente que para conocer a ciencia cierta, o al menos aproximarnos a la «verdad», era necesario viajar allí donde el hombre decidió ubicar ciudades y templos, lejos de las amables llanuras de Tabasco, en una selva a la que todavía hoy se continúan arrancando secretos en forma de piedra pulida…
Y así, solucionando los habituales problemas técnicos y burocráticos, y tras negociar con el gobierno mexicano, fuimos conscientes de que el destino siempre incierto de una expedicion.de la búsqueda de lo desconocido, volvía a cautivar nuestro corazón. Esa es una sensación que te mantiene vivo, más aún conforme se aproxima la hora de partir…Finalmente llegó el esperado día; en esta ocasión además no íbamos solos; nos acompañaba un equipo de televisión con el que habriamos de inmortalizar lugares de belleza simpar, y junto a los cuales íbamos a realizar interesantes descubrimientos…

• Antes de los mayas

Los misterios y enigmas mexicanos no terminan ni comienzan con los mayas, pues antes estuvieron olmecas. toltecas, y más tarde, mexicas, que era como se llamaban a sí mismo los aztecas, que provenían de las tierras del mar, en su lengua Atzalan -casualmente nombre muy parecido a Atlántida-.
Los aztecas viajaban acompañados de un sacerdote desde su lejana tierra, y éste les indicó que debían asentarse en un lugar donde viesen un águila atacando a una serpiente sobre un cactus. Difícil, pero como en el mundo antiguo cualquier cosa era posible, eso ocurrió en Tenochtitlan, un pantanal sobre el que hoy día se levanta México D.F.. Así las cosas los pueblos de alrededor aceptaron que viviesen allí, pues no era más que un pantano habitado por serpientes. Lo que no sabían esas gentes es que los aztecas adoraban a los ofidios y además se los comían. Levantaron una impresionante ciudad, con canales y templos enormes e iniciaron la conquista de todos los pueblos adyacentes, creando el mayor y más grande imperio de Mesoamérica.Los olmecas fueron también grandes guerreros que nos han dejado muestras de su arquitectura, una suerte de cabezas Olmecas tan grandes como el misterio que las envuelve. Son bustos de piedra de varias toneladas de peso en el mejor de los casos, con sorprendentes rasgos negroides y cubiertas con un casco en el que se aprecia un tercer ojo en el centro. Pues bien, uno de los muchos enigmas es cómo consiguieron mover esas mismas toneladas sin conocer la rueda, y que han sido encontradas muchas veces a cientos de kilómetros de cualquier cantera. Los toltecas fue otro pueblo que tuvo su capital en la ciudad de Tula, un centro ceremonial y cívico que habría asombrado a los habitantes de cualquier ciudad de la vieja Europa, con mercados y cientos de miles de habitantes: en suma, la capital de un imperio con representaciones en su epicentro de personajes que todavía hoy sorprenden.

• La lápida de Palenque

Cuando Alberto Ruz levanta la pesada losa que cubría el cuerpo del rey Pakal. una vez más la sorpresa afloró a su rostro, porque aquel extraño personaje tenía un esqueleto que correspondía a un hombre de más de 1,70 de estatura; demasiada altura para aquella época si pensamos que la altura de los mayas de entonces era de aproximadamente 20 cm menos. Pero no sólo eso: como habría de corresponder a un soberano tan importante como para ser el único enterrado en estas condiciones en todo el mundo maya, debía tener el cráneo deformado y las citadas incrustaciones dentales. Y de estos detalles, nada. Posteriormente los restos óseos fueron datados mediante carbono 14, concluyendo que pertenecían a un cuerpo de 40 a 50 años, cuando la historia, la verdadera, asegura que Pakal no sólo existió, sino que murió pasados los setenta. Por lo tanto, o se equivocaban, o ese cuerpo no era el de Pakal y estaba allí antes de que se construyera el Templo de las Inscripciones. Por consiguiente, ¿de quién se trata? Es. además, más que evidente que la losa gigantesca que cerraba el sarcófago fue introducida cuando se levantaba el mausoleo, porque de otra manera hubiera resultado imposible. Y si las dudas nos desbordaban en esos instantes, la más importante se hallaba en la parte superior de la lápida. El altorelieve presenta aun hombre ataviado como un dirigente maya, según las interpretaciones unos dicen que es el rey Pakal subiendo por la Ceiba o árbol de la vida del ¡nframundo al mundo terrenal, y más tarde iniciar su viaje al mundo astral, allí donde habitan las deidades mayas. Pero hay quien lo ha visto sentado en una «nave’, con sus manos asidas a una especie de mandos, con una «pinza» para suministrarle oxígeno. Nadie puede decir realmente qué es aquello, así que cada cual piense lo que desee…

• En tierras del Yucatán

El vuelo hasta la tierra de los mexicas siempre es agotador. A las doce horas de movido vuelo trasatlántico teníamos que unir, nada más arribar al aeropuerto internacional Benito Juárez de México D.F, un enlace directo hasta Cancún, lo que suponía una larga espera y tres horas más de avión; pero el destino merecía la pena, a pesar de las 24 horas sin dormir que como un vampiro energético se iban apoderando de nuestro cuerpo en forma de cansancio. Y es que hoy día es fácil quejarse de periplo tal, pero resulta obsceno cuando reflexionamos sobre aquellos hombres que con rumbo incierto partían de las tierras de la perla del Caribe, Cuba, adonde ya les había supuesto la difícil travesía casi tres meses de navegación desde la vieja Europa, con la intención de conquistar nuevas tierras para su rey y, por supuesto, para beneficio propio.
Esos primeros españoles llegaron a las costas del Yucatán allá por 1519, y se encontraron con indígenas por cuyas venas ya circulaba sangre tolteca y maya. Y es que esta última cultura, que dominó este vasto territorio durante casi un milenio, hacía ya nueve siglos que había desaparecido. Los conquistadores, acompañados del escribano que daba fe de todas sus hazañas, preguntaron con voz inquisitiva a los primeros nativos que encontraron por el nombre de esa nueva tierra en la que acababan de desembarcar. Los jefes de los clanes tribales hablaron entre ellos, y, narran las crónicas -debatiéndose entre la realidad y la leyenda-, que con no menos seguridad, contestaron: Uuy-Tan, que no era sino el reflejo del poco entendimiento que iba a caracterizar la relación de unos y otros en lo sucesivo, pues tal frase, en su dialecto significaba: «¿Qué dicen éstos?». Así, más guiándose por la fonética que por la palabra escrita, el escribano, allí mismo, dejó constancia del nombre de estas tierras e inscribió en un manuscrito, con caligrafía excelsa, Yucatán.
Precisamente ahí, en las provincias de Yucatán y Quintana Roo, se encuentra la Rivera Maya, que, lejos de los grandes complejos hoteleros, ofrece una densa jungla sembrada de ciudades, monumentos religiosos, y la leyenda viva de esta gran civilización que de un día para otro se tragó el tiempo.
Y es que éste y no otro es el primer enigma maya: cómo pudieron desaparecer de repente los habitantes de estas ciudades-estado que en enclaves puntuales superaron la población de doscientos mil habitantes -como Palenque, en el Estado de Chiapas, y a la que nos acercaremos más adelante-, con unos avances científicos que todavía hoy sorprenden. Muchas han sido las teorías que sobre este asunto se han esbozado, pero ninguna definitiva, pues poco es lo que sabemos de este pueblo. Algunos expertos defienden que todo se debió a una gran hambruna, ya que los mayas dedicaban tanto esfuerzo en realizar monumentos para adorar a sus dioses que descuidaron la agricultura, no teniendo gente para trabajar los campos, pues a pesar de las razzias que efectuaban capturando a los habitantes de pueblos cercanos para trabajar como esclavos, la realidad es que la gran mayoría terminaban siendo sacrificados como ofrenda a esas mismas divinidades. Si además a ello unimos lo hostil de un entorno poco apto para sembrar alimentos, y que como ya hemos comentado, las ciudades estaban superpobladas, esta tesis no estaña exenta de argumentos. Pero regresando por unos instantes a los controvertidos sacrificos humanos -que al otro lado del Atlántico no son defendidos-, sorprende comprobar que, de haberse producido estas ofrendas, estaban revestidas de un salvajismo extremo que no concuerda con sus sorprendentes avances culturales, pues no en vano se estima que los mayas ofrecían a las alturas a más de cincuenta mil esclavos al año, sacrificios en los que se abría el pecho del condenado, se extraía el corazón aún latente del condenado para ofrecerlo al Sol, y más tarde, se tiraba el cuerpo del fallecido, que descendía, en un espectáculo dantesco, dando tumbos por las escaleras de las pirámides ceremoniales, para de este modo dar paso al siguiente. Es precisamente este mismo hecho el que mantiene viva la hipótesis de que los mayas practicaban el canibalismo, pues para alimentar a ciudades con tantos habitantes no era suficiente con el maíz o la poca caza en los manglares del Yucatán; estas muertes rituales, qué duda cabe, eran una «fuente» importante de proteínas, pero esto, de momento, no es más que una hipótesis.
Como decimos, esta barbarie resulta incompatible con un pueblo que conocía y utilizaba el álgebra para calcular los movimientos planetarios, que dominaban la astronomía y las matemáticas de tal manera que consiguieron calcular el día solar y lunar con tal perfección que sólo se ha podido corroborar su cálculo cuando hemos podido viajar al espacio disponiendo de relojes atómicos. Así las cosas, ¿cómo podían llegar los mayas a dichos cálculos en ese tiempo?
En la vieja Europa se consideraba a sus descendientes salvajes, gentes embrutecidas a las que se debía privar de su cultura; tales eran las órdenes que partían desde el trono español, porque había que destruir todo lo que fuese vestigio o indicio de su pagana cultura.
La historia ha de agradecer a un fraile español de nombre Diego Landa que consiguiese salvar algunos códices -libros-mayas que guardaban parte de sus conocimientos. Gracias a ello, y a un tal Ordóñez que trabajó junto a Landa, se logró que esos manuscritos hayan llegado hasta nuestros días, pues la mayoría, legajos incunables de una cultura milenaria, fueron pasto de las llamas. Landa, arriesgándose a ser llamado por la Inquisición española, escribió un libro que ha ayudado a comprender e interpretar una cultura que le fascinó: Crónica de las cosas del Yucatán, en el que incluye un pequeño diccionario que traduce el maya al español, y una interpretación de sus jeroglíficos. Aquí nos topamos una vez más con esas coincidencias difíciles de explicar, la similitud más que evidente de pueblos que jamás hubieron de confluir: la cultura egipcia, contemporanea a la maya, que también utilizó la escritura jeroglífica y elevó pirámides a los cielos para estar más cerca de sus dioses; en el norte de África cambiaron el nombre del dios Kukulkán maya por Ra; ambas culturas dominaron las matemáticas y la arquitectura y de repente desaparecieron o involucionaron, como si algo hace miles de años hubiera ocurrido en el planeta que lo cambio para siempre…

• Tras la pista maya

No dejamos pasar el tiempo y a la mañana siguiente a nuestra llegada salimos rumbo a Chichén Itza, la ciudad mágico-religiosa maya por excelencia, ubicada a casi 300 km de Cancún, en las profundidades de un selvático manglar infinito.
La entrada a Chichén ha cambiado mucho desde la última vez que estuvimos. En todos los monumentos arqueológicos mexicanos, la afluencia masiva de turistas ha captado la atención del Instituto Nacional de Arqueología -que maneja estas zonas- y las están modernizando continuamente, a la vez que se continúa investigando y excavando en el lugar, intentando con ello atisbar alguna explicación que aporte luz a lo que aquí sucedió cientos de años atrás.
La primera visión del templo mayor es inolvidable, una pirámide de cuatro lados con 65 metros de altura y 91 escalones por cada cara más uno central que se eleva hasta la cúspide. Increíblemente suman un total de 365, como los días que tiene el ciclo anual. Y es que los mayas no hacían nada al azar; estructuras, escalones y orientación de estas obras maestras están pensadas siempre con un sentido que cuesta comprender. Por ejemplo, la orientación de esta pirámide está ubicada para que durante el equinoccio de primavera la sombra de una serpiente baje sinuosamente por las escaleras de la enigmática
construcción. Así las cosas, cómo lograron, con los medios de los que disponían, levantar estos centros ceremoniales que además se funden con los fenómenos astrales de manera tan magistral, para invitar, al menos un día al año, al gran dios a que de nuevo descienda a la tierra por la que caminó siglos atrás. Continuamos recorriendo el recinto sagrado hacia la base norte de la pirámide donde nos citamos con el arqueólogo encargado de las nuevas excavaciones; no en vano se estaban produciendo más descubrimientos. Aquella fue una conversación informal er la cual nos facilitó datos realmente increíbles. Se está trabajando bajo la pirámide, y nos acompañó a las excavaciones donde están descubriendo que bajo tierra ha una estructura quizá mayor que la que tenemos a la vista; nuevos escalones bajando hacia el inframundo, en un difícil camino donde en ocasiones se topan con enormes árboles que están ocultos bajo la tierra, «lo que da una ¡dea de la profundidad a la que puede estar el principio real de la pirámide», asegura nuestro amigo, rogándonos que no utilicemos su nombre, pues todavía no pueden hablar a los medios de estos descubrimientos. Y continúa: «Estamos confirmando la altura de la formación religiosa, y mucho nos tememos que lleguemos a la misma que pueden tener las pirámides de Giza en el desconocido Egipto para los mayas».

Nuestro compañero nos guía por la ciudad hasta el fastuoso campo de pelota, allí donde los equipos jugaban con una bola de caucho a la que golpeaban con la cadera hasta introducirla en unos aros de piedra. Era en ese instante cuando el capitán del equipo ganador era decapitado en el campo, pues tal era el máximo honor al que podía acceder. De este modo iría directamente a vivirá la casa de sus dioses. Dioses que se perciben omnipresentes en este lugar. El templo de Chac, el dios de la lluvia, es una de las construcciones más destacadas de Chichén, pues el agua era fundamental para sus vidas, en una tierra rodeada de manglares y donde el único líquido potable provenía de los cenotes subterráneos. Éstos, según contaban los sacerdotes, se crearon cuando cayó un tremendo meteorito de 10 km de diámetro hace 65 millones de años en la península de Yucatán, que entre otras cosas acabó con los grandes saurios y creo una red de túneles bajo tierra donde quedó almacenada el agua. Este apocalíptico suceso ocurrido hace millones de años lo reflejaron los mayas en sus «estelas», libros de piedra situados en los centros religiosos y donde plasmaron parte de su historia, tanto pasada como futura. Una sola reflexión: es incomprensible que conocieran lo ocurrido en pleno Cenozoico, ¿no creen?

Pero si algo deja perplejo en Chichén, que parece una construcción en piedra perteneciente a un tiempo más presente, ese es el observatorio astronómico, pues al parecer esa pudo ser una de sus funciones… Desde allí estudiaban los planetas y las estrellas, calculando el movimiento diario, llegando a tener un margen de error de un día en 4.500 años, algo que incluso resultaría sumamente complicado con la tecnología actual. Desde aquí estudiaban el planeta Venus, y se regían por el año venusiano y sus ciclos; estudiaban las manchas solares e igualmente sus ciclos, llegando a la acertada conclusión de que éstos eran de 1.340.000 días, y que un día solar era equivalente a 37 terrestres; cálculos simplemente asombrosos. Ahora bien, ¿por qué les interesaba tanto el espacio exterior a los mayas?

• Cobá y las profecía de los mayas

Es diferente. En su tiempo hubo de ser una de las principales ciudades del mundo maya, pero también de las más desconocidas, situación ésta que ha llegado hasta nuestros días. Se ubica a unos 40 km de la costa, en mitad la selva, y fue nudo principal de todos los caminos que unían las grandes urbes mayas. No en vano, como si de una gran calzada romana de se tratase, de aquí salía un camino sagrado que llegaba a Chichén a través de la espesa jungla y de pantanos infestados de cocodrilos, como hoy día.

A salvo de incursiones enemigas, protegida por un muro de vegetación que la hacía prácticamente inexpugnable, Coba sigue siendo un lujo para la vista, un lugar en el que hay muy poco turista, y donde siempre flota la sensación de que hay algo mágico en el ambiente, como el copal que utilizaran los sacerdotes del viejo mundo maya para iniciar sus ritos, y que salía de los árboles que hay en este infierno verde. Como ya advirtiésemos unas líneas atrásjunto al recinto principal hay un enorme lago rebosante de cocodrilos, que eran sagrados en tiempos de mayas. Esa gente algo debió de ver en este recóndito paraje para quedarse a vivir en un lugar en el que la vida corre peligro a cada momento, tanto de día como de noche…

Pero esta ciudad sorprende por otras muchas cosas. Por ejemplo, la pirámide principal, a la que se accede después de caminar por un largo corredor de foresta, tiene 120 escalones y una altura de cincuenta metros. Se eleva majestuosa ante bajo el claro cielo del Yucatán, y en su momento fue el centro ceremonial máximo, donde se realizaban los sacrificios cuyos «restos» todavía se aprecian en las zonas oscurecidas de sus piedras, pues por aquí corrieron ríos de sangre perteneciente a los prisioneros.
Precisamente aquíse encuentran, ocultas en mitad de la espesura, las principales «estelas» mayas, monolitos de piedra donde fueron escritas y descritas sus leyendas, su vida y sus profecías. La famosa profecía del «fin del mundo», que advierte de la inminente llegada del final de los tiempos -según se asegura en libros, reportajes y documentales de todo tipo-el 21 de diciembre de 2012, está escrita en una de las estelas cubiertas de selva que hay aquí, en Coba. Fuimos afortunados cuando logramos llegar hasta ella, grabada en toda su superficie y acompañada por el sonido de algunos guacamayos; por nada ni nadie más, como si su mensaje, el real, no interesara a agoreros o historiadores, que para el caso…
Para entender esta cuestión: la cuenta larga del calendario maya se inicia el 12 de agosto del año 3114 a.C., y supuestamente termina el 21 de diciembre de 2012, adaptando los cambios a los que en siglos sucesivos le obligaría, primero el calendario Juliano y después el Gregoriano, que es el que rige nuestro tiempo. En este lugar, como sólo son posibles estas cosas, tuvimos la enorme suerte de poder entablar conversación con un auténtico chamán maya, Antonio Cuxpaq, hombre en el que la serenidad y la paz afloraban en su rostro cuando hablaba de sus antepasados, y que accedió a guiarnos hasta la estela de las profecías.
Una vez allí, en las entrañas de la selva, un monolito grabado a golpe de cincel miles de años atrás se manifestaba en toda su majestuosidad. Ya nadie lo vigila, y un pequeño techado de paja lo guarda de las inclemencias del tiempo. Ahora sí, ante nuestros ojos estaba la profecía más buscada y que más expectativas ha despertado en los últimos años: la profecía del fin del mundo.

Antonio como buen chamán, comenzó su plática lentamente. Y su opinión sobre el asunto nos pareció más que acertada, y diferente a lo que se cuenta o espera en 2012. «La profecía -aseguraba Antonio- va dirigida hacia nosotros los mayas. Miren, mi hijo ya no habla maya, no sigue nuestros rituales religiosos, y es más, ya no le interesa que le trasmita mi conocimiento; sólo piensa en ira vivir al D.F y cambiar completamente de vida, y al igual que me pasa a mí les ocurre a todos mis compañeros. Esta generación nuestra es la última que ha mantenido vivas las costumbres. Quizá la profecía advierta de que nuestro mundo y nuestra cultura desaparecerán en los años próximos. Ya nadie se preocupa por saber quiénes fuimos, y demasiado que hemos mantenido nuestras costumbres hasta el día de hoy, quizá la víspera del fin». Las reflexiones más inquietantes llegaron cuando le preguntamos por cómo desaparecieron sus antepasados, estando en el máximo esplendor cultural y económico: «Quizá los mayas no desaparecieron -aseguró con voz ronca y seria por primera vez-; ellos dominaban el tiempo con tal perfección que quizás estén aquí con nosotros en estos momentos, en otro plano astral o diferente campo de física cuántica. ¿Acaso no lo sienten ustedes?».

• La incognita de Palenque

Vistahermosa es la capital de Tabasco y la puerta de entrada a Palenque, uno de los lugares más fascinantes de todo el planeta. Con los nervios a flor de piel llegamos en el primer vuelo de la mañana e iniciamos el camino en autobús hasta el centro arqueológico, que se ubicaba en mitad de la selva, a poco más de dos horas del aeropuerto.Así, con la mente rebosante de imágenes de esta mágica ciudad, atravesamos las fronteras naturales del Estado de Chiapas, la casa de los indígenas zapatis-tas y del subcomandante Marcos. Desde el instante que descendimos del avión la humedad resultaba agobiante; aquí, al contrario que en Yucatán o Quintana Roo, nos encontrábamos en otro tipo de medioambiente, en plena jungla tropical, y eso se notaba.Palenque, a nuestro parecer la construcción maya más impresionante, por su traza, por su entorno, por su conservación, y por los descubrimientos que en ella se han realizado -y se van a continuar realizando-, nunca está atestada de gente, como puede ocurrir en Chichén en días puntuales. Aquí comenzó el movimiento zapatista, y aunque hoy día está tranquila, el ejército sigue manteniendo controles en cada recodo del camino.Así las cosas, repentinamente, surgiendo como un sueño en mitad de la selva aparecen, vestidas por una delicada bruma, varias construcciones que se elevan majestuosas por encima de los centenarios árboles, porque éstas son aún más antiguas: por fin estamos en Palenque.Así, con la tensión del que se sabe en lugar especial, avanzamos por la calle principal con respeto y admiración, el mismo que se repite en cada ocasión que acudimos al singular enclave. Caminamos en silencio, sin hablar, extasiados ante la magnificencia de los edificios de estuco en el corazón de un manto verde infinito. Y en un ejercicio obligado de imaginación desbordante, «vemos» esta ciudad en su máximo apogeo, con templos y edificaciones pintados de vivos colores, y estas mismas calles repletas de gente, incapaces de pensar que este infierno verde no era bueno para la vida; que más allá de la espesa jungla, las llanuras de Tabasco se antojaban más benignas. Y entonces, ¿por qué aquí? ¿Qué pretendían ocultar? O más aún, ¿de quién querían protegerse?
Al final de la calle el corazón se encoge al contemplar el ya legendario Templo de las Inscripciones, adornado con más de 650 glifos que fueron grabados en un tiempo impreciso sobre su superficie, y cuya traducción a día de hoy se debate entre los márgenes de la especulación. La mayoría de los jeroglíficos mayas son rayas y puntos, que dependiendo de su ubicación y orientación geográfica significan una cosa u otra, muy similar a lo que ocurre con el código binario de los ordenadores actuales; una interesante «causalidad»…
Palenque fue descubierta por el primer occidental en 1773, y desde entonces se estudia e investiga a diario, sacando a relucir continuamente nuevos hallazgos. Fue sin embargo en 1952 cuando alcanzó notoriedad mundial gracias al arqueólogo Alberto Ruz. Él, como otros antes, se cercioró de que la superficie de este templo poseía una base con forma piramidal, con un templete en su parte superior. Pues bien, a ras de suelo aparecían varias hendiduras que se hallaban tapadas por la arena. Indicó a sus ayudantes que se armaran con troncos y paciencia infinita, y que comenzaran a mover lo que sólo él veía como una losa móvil.
Incrédulos comenzaron a trabajar bajo la dirección de Ruz, y la aparente losa comenzó a ceder, se movió en dirección vertical, y descubrió unos carriles ocultos por las escorias. Al retirarla piedra enmudeció: había una escalera con varios peldaños que desaparecían bajo montañas de escombros; era, en cierto modo, la bajada hacia el pasado maya, y un descubrimiento que se atisba-ba importante.Casi un año estuvo Ruz, con paciencia y buen hacer, limpiando la escalera para despejar aquellos escasos 25 metros que culminaban en una antecámara funeraria, en cuyo interior descansaban los cuerpos de seis jóvenes vestidos de rojo con el cráneo deformado. La última pista de que pertenecían a la aristocracia maya la dieron las incrustaciones que hallaron en sus dientes, todos por cierto afilados, como correspondía a esta casta. Las paredes estaban decoradas con las siniestras imágenes de los nueve señores del inframundo, los poderosos Bolontiku, y junto a éstos, una piedra triangular que se presentaba como la entrada a la cámara mortuoria de un personaje desconocido; sí, desconocido, porque la arqueología americana negaba la función funeraria de templos y pirámides mesoamericanas. Pero se equivocaron, en el interior de ésta se encontraba el cuerpo de un regente, al que llamaron Pakal. El rostro del difunto estaba cubierto por una máscara de jade. Fue entonces cuando Ruz, emocionado y consciente de que pasaba a la historia, aseguró que «más que la tumba de un rey me pareció entrar en el último descanso de un dios».
Hace años conocimos a León, que entonces trabajaba de guarda en Palenque y que a cambio de una botella de licor nos permitió pasar la noche en el recinto sagrado, una de las madrugadas mágicas e inolvidables de nuestra vida. Él conoce los secretos de Palenque, y en ese instante nos confirma que las escavaciones más recientes podrían sacar a la luz en unos meses la nueva tumba de otro personaje del que nada se sabe. Metidos en disquisiciones varias, como experto en el tema que es, le preguntamos cómo desaparecieron de aquí cerca de doscientas mil personas sin dejar rastro; sin dejar cadáveres ni rastro de cerámicas, joyas o de vida. León nos miró a los ojos y después dirigió lentamente su mirada a los cielos… «No puedo dar otra explicación amigos». No hacía falta; era más que suficiente.

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