Desde que el ser humano fue capaz de pensar en sí mismo, la existencia ha estado acompañada por la angustia. Puede ser, como entre los hindúes, la angustia de saber que este mundo es sólo una ilusión (maia); la angustia del deseo, como en el pensamiento budista; o esa angustia un poco más familiar para nosotros los occidentales que Heidegger describió tan bien y la cual surge de la oposición entre el Ser y la Nada, la existencia y la finitud.
Somos, pero pronto dejaremos de ser. Teognis de Megara, poeta elegíaco griego, llegó a escribir que “sería mejor no haber nacido o, una vez nacidos, cruzar lo más pronto posible las puertas del Hades”, una respuesta pesimista que también está en el Edipo en Colono de Sófocles (1224-5) y en el encuentro entre el sátiro Sileno y el Rey Midas según lo cuenta Nietzsche; en todos los casos se trata de una reacción a esa angustia que, para algunos, hubiera sido preferible evitar.
Sin embargo, esta no es la única salida. Esa misma angustia, tomada de otro modo, puede ser una inesperada fuente de élan vital. La vida como una carrera contra la muerte y nuestras obras como el dique que construimos con premura ante la ola imparable de la fatalidad.
En esta última línea se inscribe el pensamiento de Séneca, probablemente el más conocido de los filósofos estoicos. Como todo hombre, Séneca se enfrentó también al problema de la finitud de la vida —de su propia vida— pero en vez de quedar sólo paralizado o aterrorizado, se decantó hacia la resolución, tanto en sentido discursivo como pragmático, esto es: resolvió al tiempo que determinó.
No es que tengamos poco tiempo de vida, sino que malgastamos mucho de este. La vida es lo suficientemente extensa: se nos otorgó una cantidad suficientemente generosa para conseguir los logros más elevados si fuera todo lo que buscáramos. Pero cuando la desperdiciamos en lujos indolentes y ninguna buena actividad, la frontera final de la muerte nos obliga a darnos cuenta de que la vida transcurrió antes de que nos diéramos cuenta de que estaba transcurriendo. Así es: no se nos dio una vida corta, sino que nosotros la hacemos corta, y no es que se nos otorgue pobremente suministrada, sino que nosotros la desperdiciamos. La vida es larga si sabes cómo usarla.
La posición de Séneca podría sonar cercana a la moral, a ese “debe ser” que por definición es inalcanzable. Sin embargo, no se trata de cambiar una opresión por otra y sustituir la angustia de la muerte por el yugo del deber. Esa, en todo caso, sería la combinación de moral protestante que tan buen suelo encontró en la ideología capitalista del burgués ascendente, la moral que adaptó el trabajo el propósito de la salvación.
Es posible que Séneca, en todo su estoicismo, se refiera a otra cosa. O al menos en su pensamiento hay lugar para otras interpretaciones. El desperdicio que denuncia, el “si sabes cómo usarla” que recomienda, puede entenderse fuera de la moralidad y quizá, más bien, cercano al deseo y la autenticidad. ¿Qué tanto esos lujos de los que se queja el estoico es todo eso superfluo que, en última instancia, no somos? Séneca se refiere a riquezas y bienes quizá, ¿pero no son estas cosas que muchas veces buscamos pero no por un deseo propio, sino por una imposición ajena? ¿Y cuánto de lo que somos no es así? Hay quienes creen que la vida respetable se consigue teniendo un auto y una casa, un empleo fijo; ¿pero respetable para quién? ¿No ese un “lujo” que al final de los días puede revelarse vano ante la pesarosa certeza de que no correspondía a la vida que realmente se deseaba?
Entonces puede ser que la sentencia de Séneca admita una paráfrasis:
La vida es larga si sabes cómo desearla.
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http://pijamasurf.com/2014/10/la-vida-nos-parecera-breve-si-no-hacemos-lo-que-realmente-deseamos-sobre-un-fragmento-de-seneca/
Si cuando al llegar a la vejez hemos tenido una vida plena nos maravillaremos de los magníficas hechos que hemos realizado.
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