Canibalismo, homosexualidad iniciática, sexualidad, feminismo, poder y dominación…
Son temas que sacan a la luz Maurice Godelier y Sophie Caratini en un diálogo del libro «Lo que no cuenta la antropología», lleno de anécdotas y choques culturales que merecen ser leídos.
Aquí, unos extractos:
«Al principio me hicieron preguntas: «¿por qué estás aquí?». Les di una respuesta que tal vez no sea muy inteligente, pero que me sirvió. Había ido con una mochila y un baúl, y en ese baúl llevabaunos cuantos libros. Los saqué y les dije: «Mirad, una parte de la fuerza de los blancos se encuentra ahí, en los libros». No sabían leer, pero habían visto la Biblia del pastor y el registro del oficial que llevaba a la gente a trabajar en las plantaciones. Les dije: «Quiero escribir un libro sobre vosotros, con vosotros». Comprendieron que yo les iba a dar o compartir una fuerza.»
«Había en aquellos parajes un pueblo en donde vivía otro blanco, un misionero alemán.(…) Me preguntaron «¿Por qué no vas nunca a ver al pastor, no eres como él?» Les dije que no. «¿Entonces, qué hacéis en tu familia?» Respondí: «en nuestro clan, solo nos dedicamos a nuestros antepasados, no a los dioses.» Eso les dejó satisfechos: yo era raro porque iba a ver a los dioses, pero no era anormal puesto que tenía antepasados. Me podían clasificar en alguna parte. Yo los clasifico, y ellos también, es recíproco.»
«No elegí Nueva Guinea, ni siquiera había pensado en ello. Quería ir a Bolivia, lo había preparado todo con mi amigo Alfred Métraux. Pero el día en que terminamos de poner todo a punto, un miércoles por la tarde,se suicidó justo después de separarnos. En su entierro, en el cementerio de Bagneux, caminaba tras el catafalco al lado de Lévi-Strauss. Entonces me dijo: «Si me permite aconsejarle, en América del Sur hay ya muchos antropólogos, tanto en los Andes como en la Amazonía. El paraíso de la antropología está hoy en Nueva Guinea». No podía negarme.(…)»
«Me fui primero solo. Mi mujer y mis dos hijos se reunieron conmigo ocho meses después.(…) Mi mujer se quedó casi un año conmigo en Nueva Guinea, luego se fue, no podía soportarlo más. Los baruya entraban en nuestra casa, en nuestra habitación, como Pedro por su casa, y ella quería que yo los disuadiera, pero no era fácil. Debo decir que había construido una cama para dos, de madera. Así que venían a ver a ese blanco que se acostaba al lado de una mujer. Entre ellos, un hombre no se acuesta al lado de su mujer, es impensable. Era todo un espectáculo para ellos, los divertía mucho.»
«De todas las maneras, nunca se está solo, siempre están los otros alrededor. Cuando trataba de escribir en mi mesa, con una mujer posando sus hermosos senos en mi hombro derecho y otra en mi hombro izquierdo, inclinadas para ver qué estaba haciendo, a veces resultaba complicado, dado que no se podía ir más lejos, ni de un lado ni del otro. Ellas me decían: «Maurice, nos gustaría… pero si lo hiciéramos, nos decapitarían, y a ti también». Eso, evidentemente, ayuda a mantener la sangre fría. Ahora eso se acabó, las mujeres llevan blusas que les venden los misioneros. Pero en mi época solo llevaban un taparrabos.»
«Un día, nos trajeron de donde los misioneros una pierna de cordero congelada. La disfrutábamos por adelantado. La cocinamos a la manera francesa, o sea, bien sangrante, y estábamos relamiéndonos. ¡Pero cuando los baruya lo vieron! Comer carne sangrante es repugnante para ellos, estaban asombrados. Ya podía decirles yo: «Así la comemos en nuestro país», ellos sacudían la cabeza y repetían: «No, eso no está bien, Maurice! ¡No se puede hacer eso!». Cogieron los pedazos de carne que les ofrecíamos para probar y se fueron a recocerlos hasta conseguir una verdadera suela. Después, cogieron el hueso que habíamos desechado y se fueron a chuparlo, machacarlo y mascarlo con placer. El hueso es una verdadera delicia para ellos. Aquel día, nos dieron una buena lección de cómo deben comer los humanos.»
«Incluso me sometieron a prueba sobre el canibalismo. Yo había tenido la suerte de poder entrevistarme con un caníbal, si se me permite la palabra, con un anciano ciego que se había enterado de que un blanco vivía allí. Quería hablar conmigo, tocarme. Aproveché para preguntarle. Yo creía, por mis lecturas, que comer el cuerpo de un guerrero enemigo era absorber su fuerza, impedirle que se transformara en antepasado. En realidad, Etche Ange -ese era su nombre- me informó de que los baruyase comían tanto a hombres como a mujeres e incluso niños. Cuando se fue, mis amigos me preguntaron si yo podría comerlos. Respondí:»Hay algo que no podría comer como vosotros, a un bebé, un crío o una cría. Pero quizá podría comerme a un guerrero enemigo, un pedazo de guerrero.» El anciano me había dicho que la carne de bebé era deliciosa.»
«Un día, mejor dicho, una noche, las mujeres me invitaron a que las acompañara en las iniciaciones femeninas. (…) ¡Qué lujo de regalo! Era la iniciación de una amiga de mi hija. (…) Tuve mucha suerte de poder pasar así del otro lado de la barrera de los sexos. Al día siguiente, vinieron a decirme dos hombres jóvenes: «Has estado con la mujeres en sus iniciaciones, así que nuestros mayores nos envían a decirte que no puedes seguir aquí, tienes que irte, se acabó» En una sociedad machista, que distingue las iniciaciones masculinas y femeninas, no podía aceptarse eso. Había ido demasiado lejos. (…) Afortunadamente, los baruya inventaron un recurso extraído de su cultura para que yo pudiera seguir:me «purificaron» como purifican a una mujer después del parto. Me mandaron que me desnudara y me ahumaron todo el cuerpo, utilizando unos pájaros especiales que habían prendido fuego, e insistieron en las axilas y el sexo. Había que quitarme toda huella de lo femenino.»
(Según el trabajo de Godelier, los baruya consideraban el género algo constituido por los fluidos corporales, así que los niños varones que habían sido alimentados por leche materna y habían nacido entre fluidos femeninos debían pasar por un proceso de iniciaciones que duraba casi 10 años. Este proceso se coronaba, normalmente, con el nacimiento del cuarto hijo.
En el caso de las mujeres bastaban 15 días de ceremonias para convertir a una adolescente en una muchacha lista para casarse. El destino de una mujer es dejar una familia para fundar otra.)
En el caso de las mujeres bastaban 15 días de ceremonias para convertir a una adolescente en una muchacha lista para casarse. El destino de una mujer es dejar una familia para fundar otra.)
«Evité provocar a los baruya. La única vez que lo hice fue cuando me contaron la historia del esperma que se transforma en leche materna. Les dije: «No, francamente, es demasiado. En mi país, la leche materna no tiene nada que ver con el esperma, es un don de las mujeres a sus hijos»
«Un día, estuvimos discutiendo entre los hombres sobre la regla de las mujeres. Un francés, yo, dos baruya y el carpintero que pertenecía a los guimi, que nos decía que él podía hacer el amor con su mujer cuando tenía la regla. Para los baruya, eso era totalmente escandaloso. Yo respondí que entre nosotros se puede hacer, pero que era algo reciente, moderno, que antes estaba prohibido. Los baruya gritaban: «¡Estáis locos! ¡Os vais a morir!! ¡Nosotros lo tenemos totalmente prohibido! ¡La sangre menstrual mata la fuerza de los hombres!». Y el guimi que añadía: «¡Que, no, que es un buen momento para hacer el amor!»¡Era comparatismo erótico, salvaje, e instructivo!»
Pero lo que me hizo más feliz fue cuando un baruya quiso que comprendiera el sentido profundo de la homosexualidad en los ritos de iniciación de los chicos.
(Se trata de un rito por el cual adquieren su masculinidad: tragarse el esperma de hombres maduros, porque es a través de éste donde logran adquirir su nuevo status de hombre maduro. No son los únicos: los Kuks, los Tchetchai, los Sambia y los Etoro también tienen este rito, siendo anal entre los Kimam y los Kaluli, en la región Auya, entre otros. Entre los Onabasulu se centra en la masturbación y la diseminación del semen en el cuerpo del joven.)
«Me dijo solo esto: «Maurice, si no iniciáramos a los chicos, los poderes que nuestros antepasados arrebataron a las mujeres volverían a sus cuerpos» Era claro y genial. Quería decir que ellas seguían siendo peligrosas potencialmente, porque eran más creadoras. En el fondo de la dominación estaba el miedo de los hombres ante la superioridad de las mujeres.»
«Me había ido con la convicción marxista, los sueños de un joven comprometido, persuadido de que la revolución, al hacer desaparecer las clases, liberaría a las mujeres. Y regresé con la idea, muy clara en mi cabeza, de que la dominación masculina había comenzado mucho antes que el capitalismo y la antigüedad, que se trataba de un fenómeno social profundo, fundamental. Había roto con el Partido Comunista en 1968, cuando aún estaba con los baruya; de regreso a Francia, me adherí a un grupo feminista de la CGT, «Suzanne» (…) Después, he estado siempre próximo a los movimientos feministas, pero no de cualquiera, las burguesas y las mujeres de clase media no me interesaban, prefería el MLF, pues en él encontraba toda clase de mujeres y de todas las condiciones.»
No en vano, Maurice Godelier terminó así su libro La producción de Grandes Hombres: poder y dominación masculina entre los Baruya de Nueva Guinea, publicado en 1982:
“(…) las relaciones entre los sexos no están en el origen de las relaciones entre las castas y entre las clases, y no se puede esperar sólo de las luchas de clases el final de la dominación masculina. No puede, por tanto, separarse la lucha de las mujeres contra las formas de opresión masculina de la lucha contra todas las opresiones que comprenden la distinción en clases, castas o razas superiores e inferiores”
Fuente:
Lo que no cuenta la antropología, Sophie Caratini.
La construcción de la Homosexualidad, David F. Greenberg.
Poder y dominación masculina entre los Baruya de Nueva Guinea, Maurice Godelier.
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/
Cuando nos despojemos de todo prejuicio sobre sexo y religión habremos alcanzado una buena porción de sabiduría y libertad.
Gracias maestroviejo, muy interesantes vivencias.