domi COMPORTAMIENTO E INFLUENCIA CRISTIANA

Hay una grande y solemne responsabilidad que descansa sobre los ministros; pero muchos no ha sentido totalmente su peso para que los induzca a caminar circunspectamente. Fuera del escritorio, sus labores ministeriales cesan casi por completo, y su ejemplo no resulta digno de imitarse. Su luz, sus conversaciones livianas y llenas de bromas, puede ser que entretengan y produzcan hilaridad, pero tanto los no creyentes como los creyentes pierden la confianza en ellos como embajadores de Cristo. Tales ministros, posiblemente presenten a las personas la teoría de la verdad; pero ellos mismos no han sentido su poder y vivificador en sus propias almas, y las palabras habladas tienen muy poco efecto.

Habiéndose despojado de la armadura de justicia, están expuestos a los dardos de Satanás, y con frecuencia caen bajo el poder de sus tentaciones. No toman en cuenta que un solo acto imprudente, una palabra descuidada, puede lanzar a un alma en la dirección equivocada, y afecta decisiones de trascendencia eterna.

Su espíritu liviano, manifestado en bromas, chistes, trivialidades y frivolidades, constituye no solamente una piedra de tropiezo para los pecadores, sino una peor piedra de tropiezo para aquellos cristianos que tienen la tendencia a cultivar un corazón santificado. El hecho de que algunos han permitido que esta tendencia se desarrolle y fortalezca hasta llegar a ser tan natural como su propia respiración, no disminuye sus malos efectos. Si alguien pudiera señalar cualquier palabra liviana expresada por nuestro Señor Jesucristo, o cualquier liviandad en su carácter, éste podría llegar a la conclusión de que las liviandades y descuidos son excusables también en él. Este espíritu es anticristiano; porque el ser cristiano implica ser semejante a Cristo. Cristo constituye un perfecto modelo, y debemos imitar su ejemplo. Un cristiano es un tipo elevado de persona, un representante de Cristo.

Algunos que tienen la tendencia a bromear y a hacer declaraciones triviales, pueden aparecer en el púlpito sagrado como muy dignos. Pueden ser capaces de pasar de inmediato a la consideración de asuntos serios y presentar a sus oyentes las verdades más importantes y probatorias que jamás hayan sido encomendadas a los mortales; pero quizá sus compañeros obreros, sobre quienes tienen influencia, y que se han unido con él en sus bromas y acciones descuidadas, no pueden cambiar la corriente de sus pensamientos tan rápidamente. Se sienten condenados, sus mentes están confundidas; y no están en condiciones de contemplar temas celestiales y predicar a Cristo y a éste crucificado.

La tendencia de decir cosas chistosas que producen risas, cuando las necesidades de la causa están bajo consideración, ya sea en reuniones de juntas o comisiones u otras asambleas de negocio, no es de Cristo. La hilaridad tiene una tendencia desmoralizante. Dios no es honrado cuando desviamos todas las cosas hacia el ridículo, un día, y al siguiente estamos desanimados y casi sin esperanza, no teniendo luz alguna de parte de Cristo, y listos para hallar faltas y para murmurar. A Jesús le place cuando su pueblo manifiesta fortaleza y firmeza de carácter, y cuando tiene una disposición alegre y llena de esperanza.

Deberíamos estar alegres; porque no hay nada de nublado en la religión de Jesús. Sin embargo todas las liviandades, trivialidades y bromas, que el apóstol dice que son inconvenientes, deben ser CUIDADOSAMENTE EVITADAS. De esta manera se produce una dulce paz y descanso en Jesús, los cuales se manifestarán en nuestra actitud. Los cristianos no deben estar tristes, deprimidos ni desesperados. Ellos serán de mentes sobrias y sin embargo, mostrarán al mundo una alegría que únicamente la gracia de Cristo puede impartir.

Pedro dice: ‘Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (i. Pedro 1:13). Aquí hay una lección que debemos aprender; aquí hay una labor que debemos realizar de controlar nuestra mente, no permitiendo que se deslice hacia temas prohibidos, o gastar sus energías en asuntos triviales.

Hay quienes están realmente turbados porque pensamientos bajos y degradantes vienen a sus mentes, y no pueden ser desterrados fácilmente. Satanás tiene ángeles malos alrededor de nosotros; y aunque ellos no pueden leer los pensamientos de los hombres observan atentamente sus palabras y acciones. Satanás toma ventaja de cada debilidad y defecto de carácter que son así manifestados, y concentra sus tentaciones en aquellos aspectos donde hay menos poder de resistencia. El hace malas sugerencias, e inspira pensamientos mundanos, sabiendo que en esa forma puede traer al alma a condenación y esclavitud. A aquellos que son egoístas, mundanos, avariciosos, orgullosos, criticones o dados a las detracciones; a todos los que están albergando errores y defectos de carácter, Satanás presenta la indulgencia del yo, y desvía al alma por caminos que la Biblia condena, pero que él hace lucir atractivos.

Para cada clase tentación, hay un remedio. No somos dejados solos para pelear la batalla contra el yo y nuestra naturaleza pecaminosa con nuestras propias fuerza finitas. Jesús es un poderoso ayudador, un apoyo que nunca falla. Sus seguidores deben desarrollar caracteres simétricos, fortalecimiento sus rasgos débiles. Deben llegar a ser semejantes a Cristo en su disposición; y vida pura y santa. Nadie puede hacer esto con su propia fuerza, pero Jesús puede dar la necesaria gracia diaria para hacer esta obra. Nadie necesita fracasar ni desanimarse, cuando una provisión tan amplia ha sido hecha para nosotros.

La mente debe ser dominada y no permitir que vague. Debería ser entrenada para que se espacie en temas de las Escrituras, Aún capítulos enteros deberían ser memorizados, para ser repetidos cuando Satanás viene con sus tentaciones. El capítulo 58 de Isaías es uno apropiado para este propósito.

Protejamos el alma con las restricciones e instrucciones dadas mediante la inspiración del Espíritu de Dios. Cuando procura guiar a la mente hacia cosas mundanas y sensuales, se le puede resistir con más efectividad con un “escrito está”. Cuando sugiere dudas en cuanto a si es verdad que Dios tiene un pueblo al cual está guiando, a quien mediante pruebas y dificultades está preparando para que permanezca firme en el día grande; esté listo para hacer frente a sus insinuaciones presentándole la clara evidencia de la Palabra de Dios y tenemos la fe de Jesús.

Es natural para nosotros tener mucha confianza propia y seguir nuestras propias ideas, y al hacer esto nos separamos de Dios; y no nos damos cuenta cuán lejos estamos de El, hasta que el sentido de seguridad propia es establecido tan firmemente que no tenemos miedo al fracaso. Deberíamos orar mucho. Necesitamos a Jesús como nuestro consejero; en cada paso lo necesitamos como nuestro guía y protector. Si hubiera más oración, más suplicas a Dios para que obre en nosotros, habría una mayor dependencia de El, y la tese fortalecería para poder aceptar su Palabra y sus promesas. Seria más fácil creer que si pedimos gracia y sabiduría, la recibiremos, porque su palabra dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Mat. 7:7 y Sant. 1:5). “El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1ª  Pedro 4:7). No solamente se nos requiere orar, sino cuidar nuestras palabras y acciones, y aún hasta los pensamientos. Si la mente está concentrada en cosas celestiales, las conversaciones versarán acerca de esos temas. El corazón se desbordará en la contemplación de la esperanza del cristiano. Las grandes y preciosas promesas dejadas registradas para nuestro ánimo; y nuestro regocijo en vista de la misericordia y bondad de Dios no necesita ser reprimida; es un gozo que ningún hombre puede quitárnoslo. Durante las horas en que estamos despiertos, la mente estará constantemente trabajando. Si se explaya en asuntos sin importancia, el intelecto se empequeñece y se debilita. Puede ser que se produzcan ciertos destellos esporádicos; pero la mente no está disciplinada para poder reflexionar en forma sobria y constante. Hay temas que demandan consideraciones serias. Son aquellos que tienen que ver con el plan de la redención, el cual está próximo a concluir. Jesús está ya por manifestarse en las nubes de los cielos, ¿y qué clase de carácter deberemos tener para poder permanecer en pie en aquel día?

Qué bueno seria para nosotros si siempre recordáramos el Calvario, donde Cristo llevó la terrible carga de los pecados del mundo. En su agonía de muerte, escuchémosle exclamar: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado” y recordar que El tuvo que soportar el ocultamiento del rostro de su Padre, a fin de que no fuese ocultado para siempre de los seres humanos caídos. El soportó vergüenza, azotes, insultos y burlas a fin de que nosotros seamos reconciliados con Dios y rescatados de la muerte eterna. Si nuestra mente se espacia sobre estos temas, nuestra conversación será acerca de las cosas del cielo. Adonde se encuentra nuestro Salvador y los pensamientos vanos parecerán fuera de lugar.

El que murió por nosotros nos ama con un amor que es infinito. El quiere que seamos felices; pero no quiere que hallemos nuestra felicidad en bromas tontas y chistes, los cuales desmeritan la santa causa que profesamos amar.

Al meditar en los temas de interés eterno, la mente se fortalece, y el carácter se desarrolla. Aquí está el fundamento del firme e inconmovible principio que poseía José. Aquí está el secreto del crecimiento en la gracia y el conocimiento de la verdad.

La religión de Cristo no es lo que muchos piensan que es; no lo que muchos lo representan ser. El amor de Dios en el alma ejercerá una influencia directa sobre la vida y pondrá al intelecto y los afectos en activo y saludable ejercicio. El verdadero hijo de Dios no descansará tranquilo hasta que sea investido con la justicia de Cristo, y sostenido por su poder vivificador. Cuando El descubre una debilidad en su carácter, no es suficiente confesarlo vez tras vez; debe poner manos a la obra con determinación y energía para vencer sus defectos mediante el desarrollo de cualidades opuestas, en su carácter. No abandonará esa obra porque sea difícil. Se requiere del cristiano una energía incansable; pero no se requiere de él que trabaje con su propia fuerza; fortaleza divina espera que sea pedida. Todo aquel que esté sinceramente luchando por la victoria sobre el yo, se apropiará de la promesa: “Bástate mi gracia” (2. Cor. 12:9).

Mediante esfuerzo personal, unido con la oración de fe, el alma es entrenada. Día a día el alma va creciendo en la semejanza a Cristo, y finalmente, en vez de ser el juguete de las circunstancias, en vez de ceder al egoísmo y ser arrastrado por conversaciones livianas y triviales, el ser humano llega a ser amo de sus pensamientos y palabras. Puede ser que cueste severos conflictos el poder sobreponerse a hábitos que hemos estado practicando por mucho tiempo, pero podemos triunfar mediante la gracia de Cristo. El nos invita a aprender de El. El quiere que ejerzamos dominio propio, y que seamos perfectos de carácter, haciendo aquellas cosas que son agradables a Sus ojos. “Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7:20), constituye Su norma para juzgar el carácter.

Si somos fieles a las indicaciones del Espíritu Santo iremos de gracia en gracia y de gloria en gloria, hasta que recibamos el toque final de la inmortalidad. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal como El es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en El, se purifica a sí mismo, así como El es puro (?. Juan 3:2, 3). ¿Puede cualquier agente humano conferir un honor semejante a este: que seamos hijos e hijas de Dios, hijos del Rey celestial, miembros de la familia real?. Los seres humanos pueden ambicionar los honores que sus prójimos finitos puedan concederle; pero ¿de qué valor será? Los nobles de esta tierra son seres humanos; ellos mueren y vuelven al polvo; y no hay ninguna satisfacción perdurable en sus alabanzas y honor. Pero la alabanza que viene de Dios es duradera. El ser herederos de Dios y coherederos con Cristo, significa ser merecedores de incalculables riquezas: tesoros de tal valor que en comparación con ellos el oro y la plata, las gemas y las piedras preciosas de este mundo, se hunden en la insignificancia. Mediante Cristo se nos ofrece gozo inexpresable, un eterno peso de gloria. ‘Cosa que ojo no vio, ni oído oyó, ni ha subido ala corazón humano, son las cosas que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1ª. Cor. 2: 9, 10).

Estamos necesitando fe sencilla; necesitamos aprender el arte de confiar en nuestro mejor Amigo. Aunque no lo vemos, Jesús nos está cuidando con tierna compasión; y se compadece de nuestras enfermedades. Ningún ser humano, que en su gran necesidad haya mirado a El con fe, ha sido chasqueado. Hermanos, no expresen dudas; no permitáis que vuestros labios pronuncien quejas palabras de descontento. Comenzad ahora a fijar vuestra mente más firmemente en Jesús y las cosas celestiales, recordando que al contemplarlo somos transformados a su misma semejanza.

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