a mayoría pensaba que las antiguas psiques se habían adaptado mal a la vida moderna, pero nuevos análisis proponen que se han adaptado más rápidamente de lo que las primeras teorías habían predicho.
Igual que nuestros antepasados, vestimos pieles de animales, obtenemos con ahínco los alimentos, codiciamos los compañeros más capaces y tenemos la misma aversión a los estafadores. Y lo hacemos todavía usando un montón de pieles de animales. Pero, ¿lo que nos separa de nuestros antepasados de la Edad de Piedra, es más de lo que los dibujantes y los psicólogos populares podrían hacernos creer?
En un primer vistazo, el análisis de los comportamientos del cerebro de los humanos modernos durante millones de años de evolución, parece un ejercicio ordenado y sencillo. Y hace unos 30 años, cuando el campo de la psicología evolutiva estaba ganando terreno, era fácil que se colaran algunos paralelismos entre los comportamientos antiguos y modernos en las concepciones populares de la evolución humana. «Es muy fácil caer en una visión simplista de la naturaleza humana», señala Robert Kurzban, profesor adjunto de psicología en la Universidad de Pennsylvania, mientras citaba el estereotipo clásico de «Los Picapiedra».
Los avances en neurociencia y genética sugieren que el cerebro humano ha cambiado más rápidamente, y de diferentes maneras, de lo que inicialmente se pensaba, según un nuevo estudio publicado el 19 de julio en PLoS Biology.
«Ha habido mucha más cantidad de reciente evolución de lo que nadie imaginó en la década de 1980, cuando empezaron a darse a conocer estas ideas», comenta Kevin Laland, profesor de la University of Saint Andrew’s School of Biology en Escocia, y coautor del nuevo estudio. Él y sus colegas sostienen que hoy día existe una mejor comprensión del ritmo de la evolución, de la adaptabilidad humana y de la forma en que funciona la mente, y todo ello sugiere que, contrariamente a los estereotipos de los dibujos animados, los humanos modernos no son sólo unos salvajes primitivos luchando por darle un sentido psicológico a un extraño mundo contemporáneo.
Cambios en el cerebro
Hace algunas décadas, cuando los investigadores ya empezaban a sentar las bases del campo de la psicología evolutiva, la idea de que la evolución era fundamentalmente una fuerza gradual, casi de ritmo geológico, «era entonces un punto de vista sostenible», señala Laland. En estudios más recientes, sin embargo, han encontrado evidencias de un rápido cambio evolutivo en los animales, así como cientos de cambios en el genoma humano que aparecieron en las últimas decenas de miles de años, en lugar de los cientos de miles o incluso millones de años que antes se consideraban.
«Parece poco probable que todos esos cambios hayan estado ocurriendo sin cambiar nada la forma de funcionamiento del cerebro», apunta Laland. Y si el cerebro ha ido cambiando con los milenios, junto con el clima, la cultura y otras condiciones ambientales, es posible que no haya tantos «retrasos de adaptación» como los investigadores de principios de la psicología evolutiva, y el público en general, habían previamente asumido.
Laland reconoce que la rápida evolución del cerebro «puede darse en cualquier tramo de la imaginación.» Sin embargo, él y sus co-autores, observaron que los relativamente recientes «cambios culturales facilitados por la dieta y aspectos de la vida moderna, que sin quererlo están promoviendo la propagación de enfermedades», han dejado su huella en el genoma humano. Y estos cambios incluyen «la expresión de los genes en el cerebro humano».
La creación de comodidades
El santuario interior de los centros comerciales suburbanos pueden tener poca semejanza con la sabana africana en la que se cree que evolucionaron nuestros antepasados. No obstante, Laland anota que, es poco probable que los seres humanos, por imperfectos que seamos, diseñemos entornos tan poco adecuados.
Ante la tradicional y más pasiva postura de la psicología evolutiva que «no reconoce que los seres humanos estén cambiando su medio ambiente», en algo que no que sea producto del azar, dice Laland, «nuestra postura es que, hemos construido ambientes que se adaptan bien a nuestra biología, por lo que no nos encontramos inadaptados masivamente para el mundo contemporáneo».
En la psicología popular, desde el enfoque de nuestro pasado tribal en las sabanas de África, los humanos, supuestamente, son los más adecuados para vivir en pequeños grupos que se diluyen por vastos espacios, pero la visión evolutiva sobre la cantidad de población rechaza esa idea. Aunque muchos otros desarrollos y tecnologías vinieran a ayudarnos a reproducirnos casi como conejos, Laland sostiene que, «si se diera el caso que los humanos consiguieran estar adaptados a los ambientes del Pleistoceno (una época que finalizó hace más de 10.000 años), pero no al Holoceno (la época moderna que le siguió), se podría esperar que las poblaciones humanas se hubiesen reducido, cuando se trasladaron a los ambientes urbanos.»
En cambio, entre la variedad de entornos en los que parecían prosperar los humanos, destaca el «extraordinario nivel de plasticidad adaptativa que nos dispone para el aprendizaje y la cultura», señalaba Laland y sus co-autores en el artículo.
Para descifrar este vertiginoso potencial, Laland y sus colegas, abogan por un enfoque funcional, neurológico, rastreando la actividad del cerebro a través de imágenes por resonancia magnética y por estudios genéticos. Averiguar cómo funciona el cerebro al detalle de una escala más fina, podrá ayudar a orientar la investigación futura y seguirla con más rapidez, además de conocer cómo ha cambiado el cerebro del Homo sapiens, desde que participaba regularmente en la conducta estereotipada de grupos de animales o la comunicación a través de gruñidos.
La ciencia del cerebro adaptable
Los científicos opinan que la mente humana puede cambiar rápidamente en sincronía con una mejor comprensión de sus capacidades. Los primeros psicólogos evolutivos favorecieron a menudo, un modelo del cerebro parecido a una gramola, la cual contiene grabado cualquier número evolutivo, comportamientos preprogramados, en espera de poder desencadenarse por diversos estímulos, como quien pulsa un botón. Laland y sus colegas, abogan por «un modelo bien distinto de cómo funciona la mente», apunta, donde la mente humana es mucho más plástica, y tal vez más parecida a una colección de instrumentos musicales en espera de una «jam session» [sesión de improvisación], la melodía que sonará dependerá más de las experiencias culturales en desarrollo que de las arraigadas composiciones. Que esa flexibilidad puede ser la que ayudó a nuestros antepasados a enfrentarse a los cambios del mundo que les rodeaba, y a participar en la remodelación de su entorno para sus propios fines.
El cerebro no es tan distinto, y en el campo de la psicología evolutiva pudo haber tenido una evolución más rápida de lo que muchos reconocen. «Esta disciplina se ha percibido como una simplificación,» dice Kurzban, que no participó en el nuevo documento. «La naturaleza humana es muy complicada, y el cerebro es lo más complicado que conocemos.»
Kurzban es psicólogo evolutivo y del desarrollo, y también ha estudiado economía y antropología, comenta que su campo ha llegado a ser absolutamente multidisciplinar. «Una de las cosas que se ilustran en esta disciplina es la importancia de integrar información de todas las demás disciplinas».
Laland espera que una espiral cada vez mayor de científicos ayuden a crear una comprensión más sólida de cómo se fue configurando nuestro comportamiento. Las futuras investigaciones en psicología del desarrollo, en neurociencia y la genética, podría ayudar a descifrar el código que durante mucho tiempo hemos dado por sentado sobre la «naturaleza humana». Y hoy día, algunos investigadores están utilizando estas disciplinas para resolver la anatomía de eso que solemos llamar «instintos», añade Laland.
«Todavía el campo es joven», apunta Kurzban. Y puede estar convulso durante un tiempo. Pero igual que el propio cerebro, tampoco es una mala cosa. «A medida que crezca, habrá una mayor superficie para el trabajo colaborativo».
- Referencia: ScientificAmerican.com, por Katherine Harmon | 20 de julio 2011
- Imagen: iStockphoto/lolloj. Imagen 2) desconocido.