Tras el aterrizaje del Atlantis, la NASA se enfrenta por primera vez en sus 53 años de historia al ‘vacío’ espacial, sin un vehículo propio y dependiendo exclusivamente de su viejo rival de la Guerra Fría, al que pagará una media de 63 millones de dólares por cada astronauta que ponga en órbita.
«Empieza la era Soyuz de los vuelos tripulados al espacio, la era de fiabilidad», podía leerse el jueves en un comunicado de la agencia espacial rusa Roskosmos, concidiendo con la jubilación del ‘shuttle’.
Desde Washington, el administrador de la NASA y ex piloto del transbordador espacial Charles Bolden intentaba combatir el pesimismo general brindando por el futuro: «Hemos pasado la página de una era memorable y empezamos el siguiente capítulo en la extraodinaria historia de las exploraciones de nuestra nación (…) Hoy reiteramos nuestro compromiso para seguir adelante con la misiones espaciales tripuladas y dar los pasos necesarios y difíciles para asegurar el liderazgo americano en los años venideros».
El ‘autostop’ espacial
Pero el gobernador de Texas, el republicano Rick Perry, lamentó profundamente el fin de la era de los transbordadores y criticó que la falta de liderazgo del presidente estadounidense, el demócrata Barak Obama, no deje a los astronautas más alternativas que ir al espacio haciendo ‘autostop’.
Perry, cuyo estado acoge el Centro Espacial Johnson en Houston, desde donde se dirigían las operaciones de los transbordadores y donde se encuentra el centro de reclutamiento, mostró su descontento por la falta de «planes para futuras misiones».
«Desgraciadamente, con el aterrizaje final del transbordador Atlantis y sin señal de planes para futuras misiones (…) esta administración ha dejado a los astronautas estadounidenses sin otra alternativa que viajar ‘a dedo’ en el espacio«, ironizó.
Por su parte, destacados astronautas, como Neil Armstrong y James Lowell, han acusado a Bolden y al propio Obama de jugar a la ‘ruleta rusa’, no sólo por la dependencia del Soyuz, sino por su confianza prematura en el sector privado, que aún tardará varios años en tener a punto la tecnología para mandar naves tripuladas al espacio.
La privatización espacial
La NASA tiene momento dos contratos –de 1.900 millones de dólares con Orbital Sciences y de 1.600 millones con Space X- para enviar inicialmente 20 vuelos de carga a la Estación Espacial Internacional hasta el 2015. Pese al éxito de Space X, que en diciembre puso en órbita su cápsula Dragón impulsada por su propio cohete (el Falcon 9), lo cierto es que el calendario sigue abierto, y más aún en el caso de Orbital Sciences, cuyas pruebas con la nave Cygnus avanzan con ostensible retraso.
Otras compañías, de Boeing a Lockheed Martin pasando por Sierra Nevada (el minitransbordador Dreamchaser), han logrado también contratos privados más impulsar los vuelos orbitales tripulados, pero el horizonte mínimo vuelve a ser el 2015.
La NASA, por su parte, anda atrapada en su propia encrucijada. Tras decidir la suspensión total del programa Constelación (con la misión de volver a la Luna en el 2020), la agencia espacial vuelve a trabajar a medio gas en el diseño de una cápsula tripulada –que ya no se llamará necesariamente Orion- y en un cohete para lanzamientos pesados.
Recorte presupuestario
La semana pasada, mientras el Atlantis orbitaba alrededor de la Tierra, acoplado por a la Estación Espacial Internacional, el Comité de Apropiaciones del Congreso debatía un ‘hachazo’ de 1.900 millones de dólares al presupuesto de 18.450 millones de la NASA. Charles Bolden no se mordió la lengua a la hora de advertir lo que estaba en juego: «Con estos recortes, el bache entre el final de la era del shuttle y la nueva era de los vuelos tripulados aumentaría sin duda, aunque no se puede predecir cuánto».
Bolden expuso así el dilema: o se recortan las misiones científicas, o se recortan los planes para misiones tripuladas. La suspensión del programa del transbordador espacial –que has costado 196.000 millones a lo largo de 40 años- dejará antes de fin de año en la calle a 10.000 trabajadores. Los nuevos ajustes amenazan con dejar la NASA diezmada y provocar una nueva fuga de cerebros hacia la compañías privadas, que en última instancia dependen de los contratos multimillonarios con la agencia espacial para salir a flote.
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