Las primeras referencias al Archipiélago canario se encuentran en los escritos grecolatinos anteriores a nuestra Era. Unos textos que trasmiten una información basada en la concepción, creencia y cosmovisión de la época y que intentan dar respuesta a la existencia humana y a la trascendencia de la vida más allá de la muerte. Las sociedades clásicas ofrecían una interpretación a lo desconocido mediante la elaboración y recreación de todo un mundo mitológico. Y el océano Atlántico, considerado como un mar tenebroso, y sus enigmáticas islas fueron elementos donde filósofos y poetas desplegaron una gran imaginación marcada por su concepción religiosa y mitológica.
Canarias, dada su ubicación en aquellos momentos “al borde del mundo desconocido”, centró todo tipo de conjeturas mitológicas. Las denominaciones adjudicadas tanto al Archipiélago como a otros ámbitos geográficos -Campos Elíseos, Islas Afortunadas, Islas Bienaventuradas y Jardín de las Hespérides- hacían referencia al lugar de residencia de los dioses, al paraíso terrenal o el lugar de la felicidad perfecta: un lugar de delicias y placeres en unas islas situadas en las extremidades del mundo, cerca de la morada de la Noche, donde sus habitantes tenían una vida dulce y tranquila, sin experimentar nieves ni inviernos rígidos, ni lluvias, sino un perenne aire fresco, donde brotaban toda clase de frutos, sin plantar ni sembrar, donde sus árboles nunca estaban despojados de sus hojas ni de sus aromáticos frutos, donde crecían manzanas de oro, fuentes de miel, de aceite y de bálsamo, con arroyos de vino y leche, en fin, un lugar de descanso reservado a las almas de los que en vida habían sido héroes y de los hombres de bien.
Junto a esa visión, Canarias también fue considerada a partir de los textos de Platón como uno de los vestigios de un continente sumergido en el mar, la Atlántida. Y posteriormente, durante la Edad Media, mientras que en el mundo árabe se transmitía una leyenda que contempla el océano Atlántico como cubierto de tinieblas, circulado por vientos fortísimo, tempestades y plagado de monstruos, entre la comunidad cristina europea se difundía la idea bíblica del Paraíso terrenal, que generó una auténtica fiebre entre sus fieles por encontrar su emplazamiento. Y es en ese contexto, donde nace la leyenda del monje San Brandán o Brendán y la misteriosa isla de San Borondón, tras la publicación de la “Navigatio Sancti Brandani”. Una obra del siglo X que narra uno de los relatos medievales más famosos de la cultura celta y que contribuyó a extender por la Europa cristiana el viaje, que a la Tierra Prometida de los Bienaventurados, las islas de la Felicidad y la Fortuna, había realizado el monje irlandés, fundador del monasterio de Clonfert (Galway, Irlanda), San Brendán de Ardfert y Clonfert (484–576).
LOS NOMBRES DE LA FUGAZ Y MISTERIOSA ISLA
A lo largo del tiempo diversos han sido los apelativos con los que se ha designado a esta encantada y misteriosa isla y todos hacen referencia a su peculiar existencia. Así en los textos clásicos de Plinio o Ptolomeo se la mencionaba como “Aprositus”, es decir la Inaccesible. Después fue conocida bajo los nombres de “Non Trubada” o “Encubierta” y por último San Borondón, cuyo origen está vinculado a la leyenda del monje San Brendán o Brandán.
LOCALIZACIÓN DE SAN BORONDÓN
Es a partir de las incursiones europeas por el Atlántico en los siglos XIII-XIV cuando aparecen las primeras referencias directas sobre San Borondón y que se intensifican en las centurias posteriores con diversos relatos coincidentes que señalan la existencia de una isla que a veces se divisaba en el extremo occidental del Archipiélago, entre La Palma, La Gomera y El Hierro. Una isla que cuando los navegantes intentaban aproximarse a sus costas era envuelta por la bruma y desaparecía completamente.
Al menos desde el siglo XIII los cartógrafos comienzan a dejar constancia en sus cartas la localización de San Borondón. La primera representación aparece en el mapamundi de Herford de 1290 que la sitúa al oeste meridional de Irlanda. Sin embargo en cartas posteriores –como en el portulano de Angelino Dulcert (1339), la carta de Maciá de Viladestes (1413), de Weimar (1424) o la carta de Beccario (1435)- desplazan su localización a las cercanías del Archipiélago canario o de la isla de Madeira. Mientras que en el globo de Martín Behaim de 1492 se ubica a 60 grados al Oeste del primer meridiano, es decir, muy cerca del Ecuador y a finales del siglo XVI los cartógrafos Apianus y Ortelius la sitúa nuevamente al oeste de Irlanda.
La importancia del fenómeno de San Borondón fue tal que Leonardo Torriani (1592) aporta datos de su localización y pruebas de su existencia a través de las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo largo del siglo XVI. La isla, según Torriani, tenía 264 millas de largo y 93 de ancho que se extiende de sur a norte, y termina casi en 34 grados de latitud hacia norte, y en 29 con 17 en su parte austral; su longitud, desde el meridiano de La Palma a Occidente, es de 3 grados y 43 minutos, lo que hace una distancia desde La Palma de 70 leguas españolas.
El historiador Abreu Galindo en su “Historia de la conquista de las siete Islas de Canarias” recoge sus coordenadas: “10 grados y 10 minutos de longitud, y en 29 grados y 30 minutos de latitud”, es decir, al noroeste de la isla de El Hierro. Y el propio Viera y Clavijo, en su “Noticias de la historia general de las islas de Canaria”, ofrece una descripción de sus características físicas al señalar que su extensión podría alcanzar 87 leguas de largo y 28 de ancho y situaba su localización a unas 100 leguas de El Hierro, a 40 de La Palma en dirección Oeste-Sur-Oeste de La Palma y en dirección Oeste-Nor-Oeste de El Hierro.
REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE SAN BORONDÓN
La primera iconografía de la isla, como expresión gráfica de la leyenda de San Brandán, representa a una ballena. Así en un Bestiario del siglo XII conservado en la Biblioteca de Bodleian (Oxford) se puede observar un cetáceo que porta en su lomo la nave de San Brandán. Y en un grabado del siglo XVI, conservado en la Bibliotéque des Arts Decoratifs de París, reproduce un mapa de San Borondón acompañado con una alegoría que muestra a una ballena, a las naves de San Brandado y un altar de la Misa de Navidad.
Bestiario del siglo XII conservado en la Biblioteca de Bodleian (Oxford) |
Alegoría sobre la celebración de la Natividad de San Brandano. Grabado del siglo XVI. Bibliotéque des Arts Decoratifs, París. |
La difusión de la leyenda de San Borondón y sus posteriores avistamientos justificaron la incorporación de la isla a las cartas náuticas, portulanos y mapas en los siglos siguientes.
San Borondón en la cartografía
- Imago Mundi de Rober d’Auxerre (1265)
- Mapa Hereford (1290)
- Planisferio alemán de Ebstorg de finales del siglo XIII
- Mapamundi de Jacques Vitry (siglo XIII)
- Portulano de Angelino Dulcert de 1339
- Carta de Piciano (1367)
- Carta de Maciá de Viladestes de 1413
- Mapa anconitano de Weimar (1424)
- Mapa genovés de Beccari (1435)
- Cartas náuticas de Gracioso Benincasa1461-1482
- Mapa de Fra Muro (1457)
- Mapa de la Isla de San Borondón de Torriani (1590)
- Mapa francés anónimo (1704)
- Perspectiva de Juan Smalley (1730)
- Perspectiva de Próspero Cazorla (siglo XVIII)
- Carta geográfica de Gautier (1755)
Desde Torriani hasta Viera y Clavijo se han realizados diferentes bocetos y dibujos sobre San Borondón basados en la información proporcionada por testigos que divisaron la isla. Por lo general su descripción física se corresponde con una isla alargada con dos sistemas montañosos en sus extremos y un valle en su centro. Sin embargo algunas ilustraciones como las de Fernández Sidrón (1730), Pedro Agustín del Castillo (1731) y Cayetano de Huerta (1735) presentan ligeras diferencias al mostrar tres montes en lugar de dos.
Dibujos sobre la isla de San Borondón
1592(c): Isla de San Borondón por Leonardo Torriani
1592(c): Trazas levantadas por Leonardo Torriani para fortificar la isla de San Borondón
1686: Planta de la isla de San Borondón por Pedro Agustín del Castillo y León
1721: Isla de San Borondón por Pedro Agustín del Castillo y Ruiz de Vergara
1731: Isla de San Borondón por Pedro Agustín del Castillo y Vergara
1735: Isla de San Borondón por Manuel Fernández Sidrón
1735: Isla de San Borondón por Matías Pedro Sánchez Bernalt
1737: Isla de San Blandón por Cayetano de Huerta
1772: Isla de San Borondón por José de Viera y Clavijo
Isla de San Borondón por Leonardo Torrini, 1592(c) |
Planta de la isla de San Borondón por Pedro Agustín del Castillo y León, 1686. |
Isla de San Borondón por José de Viera y Clavijo, 1772. |
Isla de San Borondón por Pedro Agustín del Castillo y Vergara, 1731. |
DESCRIPCIONES SOBRE SAN BORONDÓN
El relato medieval del viaje de San Brandán no es muy prolijo en la descripción de la misteriosa isla. Simplemente se limita a señalar que desembarcaron sin dificultad y que en ella recogieron leña suficiente para preparar un fuego y cocinar y que pronto descubrieron que se encontraban sobre el lomo de una ballena. Algunos estudiosos consideran el relato del primer viaje de Simbad el Marino como fuente de inspiraron creativa del periplo de San Brandán, que comienza con un episodio casi similar al de la isla-ballena.
Con anterioridad a la conquista de Canarias no se tiene evidencia alguna que las sociedades prehispánicas conocieran el fenómeno de San Borondón y es a partir de la colonización europea de los archipiélagos atlánticos cuando se dispone de descripciones más concreta de la isla. Ya hemos señalado como en los primeros textos escritos sobre la historia y la descripción del archipiélago, que comienzan a aparecer ya en el siglo XVI, incluyen siempre pequeñas alusiones a San Borondón. De hecho, el convencimiento general sobre su existencia fue tal que durante la época de los grandes descubrimientos geográficos los monarcas hispanos, especialmente los portugueses Alfonso V, Juan II y Manuel I así como los Reyes Católicos y Carlos I en España, hicieron en numerosas ocasiones donación de esta isla a diversos personajes a condición de que la encontraran.
La convicción de su existencia fue tan palpable que en la firma de la Paz de Évora (1519) donde la corona lusitana cedía a la castellana su derecho a la conquista de las Canarias se incluía a la Non Trubada o Encubierta. Y en ese mismo año de 1519 el sobrino del conquistador de Tenerife y primer Adelantado de Canarias, Alonso Fernández de Lugo, aprovechando una estancia en territorio peninsular proponía a la Cámara de Castilla unas capitulaciones muy semejantes a las de Cristóbal Colón. Aunque con anterioridad se dice que el rey de Portugal había hecho merced a su padre si descubría la isla.
El Diario de a bordo de Cristóbal Colón recoge el 9 de agosto de 1492 que un madeirense en 1484 había solicitado ayuda para encontrar una isla que veía cada año en el horizonte y que muchos hombres honrados de El Hierro, La Gomera, Madeira y de las Azores afirmaban que a menudo veían tierra al Oeste de las Canarias. Junto a estas informaciones se cuenta con muchos otros testigos que narran la aparición de dicha isla y existen otros testimonios que afirman haber arribado a ella.
La descripción más completa es una de 1570, cuando la Real Audiencia de Canarias hizo información de todo lo que se conocía sobre San Borondón para tratar de desentrañar el misterio. Entre los numerosos testigos destacó un marino que afirmaba haber desembarcado en la isla. Su relato cuenta que cuando volvía del Brasil camino de Madeira, a la altura de las islas Salvajes, una tempestad los condujo al triángulo formado por La Palma, La Gomera y El Hierro y los llevó frente a una isla que no era ninguna de las tres. La tempestad partió el mástil de la nave, lo que les obligó a aproximarse a un puerto que veían. La isla tenía dos montañas, un color verde por la abundante arboleda, y estaban separadas por un profundo barranco. Lo primero que pudieron observar junto a la orilla fue un arroyo que nacía quinientos pasos más arriba y discurría por una junquera llena de mosquitos donde también había almirones y otras hierbas. Pronto encontraron un gran brezo en el que había una cruz, tal vez la que habían abandonado los anteriores visitantes y, cerca de él, restos de hogueras, cáscaras de lapas y caracoles marinos. Más arriba había una zona de tierra “de polvillo”, donde vieron huellas humanas que doblaban en tamaño las de la gente normal y que se perdían donde el polvillo daba paso al suelo pedregoso. Junto a la mar, la superficie parecía ser de barro agrietado, y en ella había mucha leñasanta, amapolas, malvas y cenizos y un poco más alejado algún barbusano. El barranco, mucho más tupido, estaba poblado de sauces. En cuanto a los animales, pudieron ver gran cantidad y variedad de ellos: un rebaño de vacas y bueyes de hasta veinte reses de buen porte, blancas, negras, castañas y pintadas, extremadamente mansas y sin marca de propiedad; otro rebaño de cien cabezas de ganado cabrío, machos, hembras y cabritones como los autóctonos canarios; un rebaño de unas doscientas ovejas blancas y negras, que huyeron bajo la arboleda perseguidas por unos hombres que quisieron capturar algunas de ellas; una bandada de gallinas sobre un barbusano; y muy cerca del mar varios alcaudones y garzas, así como numerosas gaviotas que llegaban hasta el barco.
En el siglo XVI el piloto portugués Pedro Vello de Setúbal, a quien se tomó declaración oficial, manifestaba que dos marineros tuvieron que ser abandonados allí porque al poco de desembarcar se desencadenó una impresionante tormenta que obligó a volver al navío y levar anclas por la cercanía de una costa rocosa.
Otro testimonio del siglo XVI es el de Marcos Verde que también afirmó haber desembarcado y cuenta que algunos hombres que se internaron por diferentes senderos empezaron a dar gritos de terror, volviendo al barco, levando anclas y desapareciendo también su costa nada más alejarse de la playa.
En 1525 un barco portugués antes de llegar a La Palma comenzó a hacer aguas de manera peligrosa y se vio obligado a atracar en la tierra más cercana que resultó ser San Borondón, una isla extremadamente fértil gracias a que estaba atravesada por un río que alimentaba enormes y frondosos árboles. Este relato fue tan convincente que propició que un año más tarde se organizara una expedición al mando de Fernando Álvarez y Fernando de Troya.
En 1554 el Intendente Joseph Antonio Cevallos, huido de la justicia, afirmaba que había estado varias veces en San Borondón, una isla con espesísimas selvas que llegaban hasta el mar y que estaba poblada de pájaros que no tenían miedo de ser atrapados con las manos. En una playa grande y hermosa, según relató, vio huellas de gigantes y restos de haberse celebrado una comida en platos vidriados.
En 1560 unos franceses hicieron en su costa un palo mayor para sustituir el que se les había partido. Convencidos de que estaban en la isla del Santo, dejaron como testigo una carta, algunas monedas de plata y una cruz de gran tamaño.
En 1723 un sacerdote exorcizó la isla mientras aparecía y desaparecía entre nubes y niebla, ante numerosas personas y quedando constancia ante notario.
En 1772 el capitán de una embarcación que retornaba de América creyó que había avistado la isla de La Palma, más al día siguiente, en que esperaba llegar a la de Tenerife, se halló frente a la verdadera isla de La Palma.
EXPEDICIONES EN BUSCA DE SAN BORONDÓN
En los momentos previos al descubrimiento de América la leyenda de la isla de San Borondón fue un elemento que contribuyó notablemente a fomentar el espíritu descubridor de nuevos territorios y se llevaron a cabo diversas expediciones hispanolusitanas a lo largo de los siglos XV-XVI, como ya hemos referenciado, que se prolongaron en centurias posteriores. Incluso en pleno siglo XVIII, en 1721 el Capitán General de Canarias concedía el Título de Cabo Gobernador y descubridor de la isla de San Brandán a favor del capitán de Infantería española D. Juan Franco de Medina, que al mando de la expedición de la balandra “San Telmo” tenía como objeto descubrir y conquistar la isla.
Cronología de las principales expediciones:
- Siglo XV: Expedición de Fernando, Duque de Viseu, sobrino del Infante Don Enrique el Navegante de Portugal
- 1486: Expedición del portugués Fernâo Dulmo
- 1519: Expedición del regidor de La Palma Francisco Fernández de Lugo
- 1526: Expedición de Hernando de Troya y Francisco Álvarez
- 1556: Expedición organizada por Roque Nunes y Martín de Araña
- 1570: Expedición de Hernán Pérez de Grado, Regente de la Real Audiencia de Canarias
- 1570: Expedición de Fernando Villalobos, Regidor de la Palma
- 1604: Expedición de Gaspar Pérez de Acosta y Fray Lorenzo de Pinedo
- 1721: Expedición de Juan Mur y Aguirre, Capitán General de Canarias
- 1732: Expedición del Capitán Gaspar Domínguez
LA PRIMERA FOTO DE SAN BORONDÓN
El primer documento gráfico contemporáneo de la supuesta isla de San Borondón fue realizado por Manuel Rodríguez Quintero, quien desde Los Llanos de Aridane pudo obtener con su cámara una foto de la isla que sería publicada por el diario ABC en 1958.
LA PRIMERA FILMACIÓN DE SAN BORONDÓN
En octubre de 2003 Jaime Rubio Rosales lograba captar desde la zona norte de Gran Canaria a través de una videocámara una nítida imagen de una “isla fantasma” en el horizonte que hizo renacer la leyenda de San Borondón.
SAN BORONDÓN EN LAS PROFUNDIDADES MARINAS DE CANARIAS
En 1997 con motivo de los trabajos de elaboración de una carta de los fondos canarios a cargo del Buque Oceanográfico de la Armada Española “Hespérides” se detectaba, a unos 60 km. al norte del municipio tinerfeño de Buenavista, un bloque de tierra sumergido a una profundidad de 2.700 metros procedente de la isla de Tenerife y con una superficie de unos 8 km. al que se le distinguió con el nombre de San Borondón.
SAN BORONDÓN: UTOPÍA Y CREATIVIDAD
La leyenda y la isla de San Borondón simbolizan durante el periodo de expansión Atlántica una gran motivación en el proceso descubridor de nuevos territorios. Sin embargo la explicación científica que racionaliza su peculiar (in)existencia a través de procesos de refracción y reflexión (una especie de espejismo provocado por ondas de luz que proyecta sobre el mar el reflejo del contorno de la isla de La Palma) no pudo borrar la pervivencia de esa isla misteriosa en el consciente imaginario de los canarios, que ha reconvertido el valor mágico de una tradición en un espacio de creencias utópicas, ideales y esperanzas, al tiempo que se ha transformado en un sugerente recurso de inspiración que invade todas la parcelas creativas.
Así una de las primeras manifestaciones sobre la fantasmagórica isla corresponde a Viera y Clavijo con su poema “Los Vasconautas”, a la que le sigue una abundante actividad poética y narrativa como la novela inédita “El descubrimiento de San Borondón” de Antonio María Manrique y Saavedra; “El camarote de la memoria” de Agustín Díaz Pacheco; “Tecorón” de José Fajardo Spínola o la obra colectiva “Desiderátum. 21 viajes a San Borondón”. En el mundo pictórico se pueden señalar entre otras la serie de Pepe Dámaso a la flora de San Borondón; “Las ciudades de San Borondón” de Fernando Bellver o las obras de Juan Ismael y Juan José Gil. En el campo musical la composición de “Sanborondón” de Luis Cobiella Cuevas; el romance a San Borondón adaptado por Los Sabandeños o el transmitido por Alberto Navarro González. Y piezas teatrales como “La Conjura” de Cirilo Leal; libros fotográficos como “San Borondón, Relato de un Sueño” de Alexis Hernández; la exposición “San Borondón, la isla descubierta” de Tarek Ode y David Olivera; o recursos educativos como “En busca del Tesoro de San Borondón” de M. Sergio Fortes Gómez, en otros muchos.
Lloro como Rafael Alberti «Nunca vi Canarias, nunca vi Canarias».
Tengo amigos que dicen haberla visto. Al parecer no es algo inusual entre los isleños.
Exacto Jose, incluso la cantante Rosa León cuando estuvo (en no me acuerdo en cual de las islas), ella jura que la vió.