Los vimanas, según cuentan los textos sánscritos y sagrados de la antigua India, fueron unos portentosos artefactos volantes que estaban al servicio de los dioses.
Uno de estos textos es el Libro de Krisna, en el cual se describe a estas extraordinarias máquinas y a sus fantásticas dotes del siguiente modo:
«El vimana podía verse ora en el cielo, ora en la Tierra.» «Era capaz de moverse sobre el agua y bajo el agua.» «Podía ser visible y luego invisible.»
«Era un avión de hierro que nadie podía destruir, tan grande como una ciudad.»
«Podía volar tan alto y tan veloz que resultaba imposible de ver, y aunque estuviese oscuro, el piloto podía conducirlo en la oscuridad.»
Sobra cualquier comentario…
También es verdad que lo que relatan los libros sánscritos formaba parte de remotas tradiciones orales, lo que pudiera haber provocado la formación de amplificaciones cuando esos relatos fueron plasmados por escrito en libros como el Mahabarata, el Ramayana, el Bagava-Gita o los vedas, que son las biblias de aquellas religiones.
Sin embargo, aunque admitamos ciertas exageraciones, no cabe duda de que las descripciones de los vimanas son inquietantes. Se dice que eran circulares o cónicos y que tenían en su parte superior una especie de cúpula. Por supuesto, eran metálicos y se desplazaban por el aire acompañados de un «armonioso» sonido. Podían efectuar complejas maniobras y eran extraordinariamente veloces.
A todas luces, parecen estar hablándonos de una tecnología aeroespacial que solo en nuestros días estamos comenzando a desarrollar. El problema es que la tecnología de la que nos hablan los textos sánscritos se desarrolló hace miles de años.
Obras como el Mahabarata explican el funcionamiento, la forma y los sistemas de propulsión de los vimanas, para los que se empleaba la antigravitación y también determinados líquidos y sonidos.
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Muchos de los sistemas de desplazamiento atribuidos a los vimanas han acabado por demostrarse como correctos, a la luz de la tecnología actual. En función de lo que explican los vedas, hemos de suponer que estas «naves de los dioses» estaban confeccionadas con metales, espejos, cobre, imanes y micas, y los motores serían de vórtice de mercurio. Cuando los científicos del siglo xx trataron de reproducir estos objetos según las descripciones de los libros citados, se obtuvieron algunos prototipos con forma de cohete y otros parecidos a aviones.
En ocasiones, y siempre según estos relatos, los dioses utilizaban los vimamas como simple objeto de recreo.
Otro libro, el Srimad-Bagavatham, explica que un sabio llamado Kardam desarrolló una de estas naves, a la que hacía moverse y volar a su voluntad: «Tal como el aire pasa sin control en todas direcciones, así él viajó de esta manera por los diversos planetas», explica este texto sánscrito.
Y es que según describen los vedas abiertamente, con estas naves podían visitarse múltiples mundos habitados a lo largo y ancho del Universo.
En no pocas ocasiones, siempre según estas obras sagradas, se utilizó estos artefactos como armas bélicas. De hecho, muchos de estos libros relatan auténticas batallas aéreas. Dicen los vedas que estas naves eran capaces de desplegar un poder destructor bárbaro gracias a unas armas bautizadas como astras y que nos recuerdan a las modernas bombas atómicas. Se dice de ellas que «podían hacer brillar la noche como si fuera día» y que «su luz era la de mil soles cuando explotaban» .
Y que cuando se utilizaban los astras «temblaba toda la Tierra». Así describe el Mahabarata la batalla que enfrentó al guerrero Arjuna –un gran héroe– contra hordas de asuras (demonios):
«Indra, señor del cielo, exigió a Arjuna que destruyera todo el ejército de los asuras. Estos treinta millones de demonios vivían en fortalezas situadas en las profundidades de los mares. Indra, señor del cielo, cedió a este efecto su propia vimana a Arjuna, pilotado por su diestro ayudante Matali. En la encarnizada batalla que siguió, los asuras provocaron lluvias diluviales, pero Arjuna les opuso un arma divina que logró desecar todo el agua.» … «Arjuna disparó un proyectil mortal que destruyó la ciudad entera en mil pedazos, dejando caer los fragmentos sobre la tierra.»