El gran historiador francés Fernand Braudel escribió en su libro La Méditerranée que, en lo que respecta a sus cimientos, una cultura es un área geográfica organizada por la gente y por la historia. Para este proceso es vital el intercambio de ideas y prácticas de otras culturas. Si Braudel está en lo cierto, ¿qué nos está diciendo la respuesta de Europa ante la inmigración sobre nuestra cultura actual?
La respuesta corta es que Europa se está mostrando extremadamente reticente a aceptar «los bienes culturales». Parece que en la actualidad prefiere repudiar, aplastar y hacer retroceder a cualquier cosa culturalmente diferente a lo que ya existe en el continente. Las prácticas culturales muy diferentes a lo que ya conoce son consideradas indeseables casi automáticamente, aunque se originen en grandes, profundas e históricas culturas. La versión extrema de este enfoque tiene que ver con los seres humanos, que, por supuesto, son los portadores de la cultura. En la actualidad, la entrada a Europa puede ser cuestión de vida o muerte.
En una entrevista con Counterpunch, el sociólogo estadounidense Henry Giroux castigó la creciente cultura de crueldad en Estados Unidos hacia los pobres, los desempleados y las personas sin hogar. Las políticas que provocan miseria y sufrimiento a millones de personas también alimentan la humillación y el desprecio hacia los que se llevan la peor parte de las dificultades. Poco a poco, está emergiendo en Europa una cultura similar de crueldad hacia los pobres y los que pasan apuros e intentan entrar. Europa está metida en una lucha decidida para no dejar pasar a la gente que busca seguridad, protección y un futuro mejor. John Dalhuisen, director delPrograma de Amnistía Internacional para Europa y Asia Central, ha hecho hincapié en el coste humano y en la miseria que pagan algunas de las personas más vulnerables como consecuencia de las políticas de inmigración en la Unión Europea. Estas políticas también han creado una cultura de crueldad que ya está generando su propio vocabulario. La palabra refugiado se está quedando fuera de uso y se ha generalizado el de inmigración ilegal en lugar de inmigración sin papeles. Ya casi se ha olvidado el término protección internacional y asilo ha adquirido una connotación negativa.
Son muchos los ejemplos de este giro preocupante en Europa. En febrero de 2014, la Guardia Civil española disparó balas de goma, cartuchos de fogueo y gases lacrimógenos contra los 250 inmigrantes y refugiados que se acercaban desde Marruecos hasta Ceuta por la costa. En Grecia, la violencia contra los inmigrantes es una práctica policial cotidiana; cada día aparecen cientos de historias en los medios y en informes de las ONGs. La ciudad de Manolada en el Peloponeso se ha convertido en sinónimo de violencia sangrienta y crueldad trágica hacia los inmigrantes.
Italia no se queda atrás. Allí se ha iniciado la operación Mare Nostrum con la participación de las fuerzas de la Armada, el Ejército, las Fuerzas Aéreas, los Carabinieri, la Guardia Costera, además de la Policía, con el fin de controlar la inmigración del Mediterráneo del sur. La operación ha fracasado tras la muerte de muchos inmigrantes cerca de la costa italiana y el contrabando humano arrollador en la costa de Libia. El coste mensual de la operación alcanzó los 9.5 millones de euros. Sin amilanarse, el ministro del Interior francés, Bernard Cazeneuve, intenta establecer Frontex Plux, una fuerza superior compuesta por muchos países europeos para luchar contra la inmigración ilegal. Todo ello en una época en la que sólo el 4% de los refugiados sirios ha buscado asilo en Europa, de acuerdo con el informe sobre los Refugiados Sirios de ACNUR.
En nombre de la defensa de su prosperidad, Europa está promoviendo un declive histórico en los principios y valores internacionales sobre los que gran parte de la cultura europea se ha construido durante los tres últimos siglos. No sólo ha retrocedido el Estado de bienestar; ahora también predomina una actitud hostil hacia los grupos sociales más vulnerables. Se está extendiendo poco a poco una visión que considera inaceptables a las personas vulnerables, sobre todo si proceden del extranjero. Las implicaciones culturales son incalculables para Europa, que hace tiempo dejó de ser el principal productor de cultura del mundo y que ha vivido a la sombra de los Estados Unidos. El diálogo entre las culturas europea, asiática o africana se desplomó hace años: la limitación, la exclusión e incluso la hostilidad rotunda son en la actualidad las respuestas frecuentes de Europa. Esta es la realidad en la que millones de jóvenes europeos crecen, viven y construyen su identidad. Si Braudel tenía razón, Europa se enfrenta a un futuro cultural oscuro, y la inmigración será una de las cuestiones principales de las batallas culturales que se lucharán.
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