Permanencia de Jesús con los esenios. El bautismo del Jordán y la encarnación del Cristo

cristo

¿Qué hizo Jesús de los trece a los treinta años?.
Los Evangelios no dicen de ello una palabra. Existe ahí una
intencionada laguna y un profundo misterio. Porque todo profeta, por grande
que sea, necesita pasar por la Iniciación. Precisa desvelar su prístina alma para
que se capacite de sus fuerzas y cumpla su nueva misión.
La esotérica tradición de los teósofos de la antigüedad y de nuestros
tiempos están contestes al afirmar que sólo los esenios podían iniciar al
Maestro Jesús, postrera cofradía en la que todavía subsistían las tradiciones
del profetismo y que habitaba en aquel entonces las orillas del Mar Muerto.
Los esenios, de los que Filón de Alejandría ha revelado las costumbres
y la doctrina secreta, eran sobre todo conocidos como terapeutas o sanadores
mediante los poderes del Espíritu. Asaya quiere decir médico. Los esenios
eran médicos del alma.
Los evangelistas guardaron absoluto silencio, tan profundo como el
callado Mar Muerto, sobre la Iniciación del Maestro Jesús, porque así
convenía a la humanidad profana. Sólo nos han revelado su último término en
el Bautismo del Jordán.

Pero reconocida, por una parte, la individualidad trascendente del
Maestro Jesús, idéntica a la del profeta de Ahura-Mazda, y por otra, que el
Bautismo del Jordán oculta el formidable Misterio de la encarnación de Cristo,
según manifiestan, por medio de interpretables símbolos, que planean sobre el
relato evangélico, las ocultas Escrituras, podemos revivir, en sus fases
esenciales, esta preparación al más extraordinario acontecimiento de la
historia, de modalidad única.
En la desembocadura del Mar Muerto, el valle del Jordán ostenta el más
impresionante espectáculo de Palestina. Nada se le puede comparar.
Descendiendo de las alturas estériles de Jerusalén, percíbese una
extensión desolada recorrida por un soplo sagrado que sobrecoge el ánimo. Y,
a la primera ojeada, se comprende que los grandes acontecimientos religiosos
de la tierra hayan tenido lugar allí.
Una elevada franja de vaporoso azul llena el horizonte. Son las
montañas de Moab. Sus cimas mondas se escalonan en domos y cúpulas.
Pero la grandiosa franja horizontal, perdida en polvaredas de bruma y
de luz, domina su tumultuoso Océano, como domina al tiempo la eternidad.
Incomparablemente calva, distingüese la cumbre del monte Nebo,
donde rindió Moisés su alma a Javé.
Entre los abruptos cimales de Judá y la inmensa cordillera de Moab se
extiende el valle del Jordán, árido desierto bordeado de praderas y de pomos
arbóreos.
Enfrente se divisa el oasis de Jericó con sus palmeras y sus viñedos,
altos como plátanos y el tapiz de césped que ondula en primavera salpicado
por anémonas rojas. Corre el Jordán aquí y allá entre dunas y arenas blancas
para perderse en el Mar Muerto. Y éste aparece como un triángulo azul entre
los elevados promontorios de Moab y de Judá que se oprimen sobre él como
para mejor cobijarlo.
En torno del lago maldito que recubre, según la bíblica tradición,
Sodoma y Gomorra, engullidas por un abismo de fuego, reina un silencio de
muerte. Sus aguas saladas y aceitosas, cargadas de asfalto matan cuanto
bañan. Ninguna vela lo surca, ningún pájaro lo cruza. Sobre los guijarros de
sus playas áridas no se encuentra más que pescado muerto o blancuzcos
esqueletos de áloes y sicómoros.
Y sin embargo la superficie de esta masa líquida, color lapislázuli, es un
espejo mágico. Varía incesantemente de aspecto, como un camaleón. Siniestro
y plomizo durante la tempestad, abre el sol el límpido azul de sus
profundidades y refleja, en imágenes fantásticas, las colosales arquitecturas de
los montes y el juego de las nubes. Y el lago de la muerte se convierte en el
lago de las visiones apocalípticas.
Este valle del Jordán, tan fértil antaño, devastado en la actualidad,
termina en la angostura del Mar Muerto como en un infierno sin salida.
Semeja un lugar distante del mundo, lleno de espantables contrastes.
Naturaleza volcánica, frenéticamente conmovida por las potestades
productivas y destructivas.
El voluptuoso oasis de Jericó, regado por fuentes sulfurosas, parece
ultrajar, con su soplo tibio, los convulsionados montes de demoníacas formas.
Aquí mantenía el rey Herodes su harén y sus palacios suntuosos, mientras que
a lo lejos, en las cavernas de Moab, tronaba la voz de los profetas. Las huellas
de Jesús, impresas sobre aquel suelo, han acallado los últimos estertores de las
urbes infames. Es un país marcado por el sello despótico del Espíritu. Todo
allí es sublime: su tristeza, su inmensidad y su silencio. Expira la palabra
humana porque no se ha hecho más que para la palabra de Dios.
Compréndese que los esenios eligieran por retiro el más lejano extremo
del lago, al que llama la Biblia “Mar Solitario”. Engaddi es una angosta
terraza semicircular situada al pie de un acantilado de trescientos metros,
sobre la costa occidental de la Asfáltida, junto a los montes de Judá.
En el primer siglo de nuestra era, veíanse las moradas de los terapeutas
construidas con tierra seca. En una estrecha barranca cultivaban el sésamo, el
trigo y la vid. La mayor parte de su existencia la pasaban entre la lectura y la
meditación.
Allí fue iniciado Jesús en la tradición profética de Israel y en las
concordantes de los magos de Babilonia y de Hermes sobre el Verbo Solar.
Día y noche, el predestinado Esenio leía la historia de Moisés y los profetas,
pero sólo por medio de la meditación y de la iluminación interior acrecentadas
en él, obtuvo conciencia de su misión.
Cuando leía las palabras del Génesis, resonaban en él como el
armonioso tronar de los astros rodando en sus esferas. Y esta palabra creó las
cosas, en cuadros inmensos: “Elohim dice: ¡Hágase la Luz!. Y la Luz se hizo.
Elohim separa la Luz de las Tinieblas”. Y veía Jesús nacer los mundos, el sol
y los planetas.
Pero una noche, cuando frisaba ya en los treinta años, llenóle de
asombro mientras dormía en su cueva la visión de Adonai, quien no se le
había aparecido desde su infancia… Entonces, con la rapidez del rayo, recordó
que mil años antes había sido ya su profeta. Bajo el torrente ígneo que le
invadía, comprendió que él, Jesús de Nazareth, fue Zoroastro, bajo las
cumbres del Albordj. Entre los arios, había sido el profeta de Ahura-Mazda.
¿Volvía a la tierra para afirmarlo de nuevo?. Júbilo, gloria, felicidad
inaudita… ¡Vivía y respiraba en la misma Luz!… ¿Qué nueva misión le
encomendaba el temible Dios?.
Siguieron semanas de embriaguez silenciosa y concentrada en las que
revivía el Galileo su vida pasada. Luego, dibujó la visión como una nube en el
abismo. Y parecióle entonces que abrazaba los siglos transcurridos desde su
muerte con el ojo de Ormuz-Adonai. Esto causóle un dolor agudo. Como el
lienzo tembloroso de un cuadro inmenso, descorrióse ante él la decadencia de
la raza aria, del pueblo judío y de los países grecolatinos. Contempló sus
vicios, sus dolores y sus crímenes. Vio la tierra abandonada de los Dioses.
Porque la mayoría de los antiguos Dioses hablan abandonado a la humanidad
pervertida y el Insondable, el Dios-Padre, se hallaba demasiado lejos de la
pobre conciencia humana.
Y el Hombre, pervertido, degenerado, moría sin conocer la sed de los
Dioses ausentes. La mujer, que necesitaba ver a Dios al través del Hombre,
moría al carecer de Héroe, de Maestro, de Dios vivo. Se convertía en víctima o
cortesana, como la sublime y trágica Mariana, hija de los Macábeos, que quiso
con inmenso amor al tirano Herodes y no halló más que los celos, la
desconfianza y el puñal asesino…
Y el Maestro Jesús, errando sobre los acantilados de Engaddi oía la
lejana pulsación rítmica del lago. Esta voz densa que se amplificaba
repercutiendo en las anfractuosidades de las rocas, como vasto gemido de mil
ecos, parecía entonces el grito de la marea humana elevándose hasta Adonai
para reclamarle un profeta, un Salvador, un Dios…
Y el antiguo Zoroastro, convertido en el humilde Esenio, también
invocaba al Señor ¿Descendería el Rey de los Arcángeles solares para dictarle
su misión?. Pero no descendía.
Y en vez de la visión esplendorosa, una negra cruz se le aparecía en la
vigilia y el sueño. Interior y exteriormente, flotaba ante su presencia. Le acompañaba
en la playa, le seguía sobre los grandes acantilados, erguíase en la
noche como sombra gigantesca entre el Mar Muerto y el estrellado cielo.
Cuando interrogaba al impasible fantasma, Una voz respondía desde el
fondo de sí mismo:
— Has erigido tu cuerpo sobre el altar de Adonai, como áurea y
marfileña lira. Ahora tu Dios te reclama para manifestarse a los hombres. ¡Él
te busca y te reclama!. ¡No escaparás!. ¡Ofrécete en holocausto!. ¡Abraza la
cruz!
Y Jesús temblaba de pies a cabeza.
En la misma época, murmullos insólitos pusieron en guardia a los
solitarios de Engaddi. Dos esenios que volvían del Jordán anunciaron que Juan
Bautista predicaba el arrepentimiento de los pecados a orillas del río, entre una
turba inmensa. Anunciaba al Mesías diciendo: “Yo os bautizo con agua. Aquel
que vendrá os bautizará con fuego”. Y la agitación cundía en toda la Judea.
Una mañana, paseaba el Maestro Jesús por la playa de Engaddi con el
centenario patriarca de los esenios. Dijo Jesús al jefe de la cofradía:
— Juan Bautista anuncia al Mesías. ¿Quién será?.
Contempló el anciano durante largo rato al grave discípulo y dijo:
— ¿Por qué lo preguntas si ya lo sabes?.
— Quiero escucharlo de tus labios.
— Pues bien, ¡tú serás!. Te hemos preparado durante diez años. La luz
se ha hecho en tu alma, pero falta todavía la actuación de la voluntad. ¿Te hallas
presto?.
Por toda respuesta extendió Jesús los brazos en forma de cruz y bajó la
cabeza. Entonces el viejo terapeuta se prosternó ante su discípulo y besó sus
pies, que inundó con un torrente de lágrimas mientras decía:
— En ti, pues, descenderá el Salvador del mundo.
Sumergido en un terrible pensamiento, el Esenio consagrado al magno
sacrificio, lo dejó hacer sin moverse. Cuando el centenario se levantó, dijo
Jesús:
— Estoy presto.
Miráronse de nuevo. La misma luz e idéntica resolución brillaban en los
húmedos ojos del maestro y en la ardorosa mirada del discípulo.
— Ve al Jordán — dijo el anciano —, Juan te espera para el bautismo.
¡Ve en nombre de Adonai!.
Y el Maestro Jesús partió acompañado de dos jóvenes esenios.
Juan Bautista, en quien quiso reconocer luego Cristo al profeta Elias,
representaba entonces la postrera encarnación del antiguo profetismo
espontáneo e impulsivo.
Rugía todavía en él uno de aquellos ascetas que anunciaron a los
pueblos y a los reyes las venganzas del Eterno y el reinado de la justicia,
impelidos por el Espíritu.
Apretujábase en torno de él, como una ola, una multitud abigarrada,
compuesta de todos los elementos de la sociedad de entonces, atraída por su
palabra poderosa. Había en ella fariseos hostiles, samaritanos entusiastas,
peajeros candidos, soldados de Herodes, barbudos pastores idumeos con sus
rebaños de cabras, árabes con sus camellos y aun cortesanas griegas de Séforis
atraídas por la curiosidad, en suntuosas literas con su séquito de esclavas.
Acudían todos con sentimientos diversos para “escuchar la voz que
repercutía en el desierto”. Hacíase bautizar el que quería, pero no se
consideraba esto un entretenimiento.
Bajo la palabra imperiosa, bajo la mano ruda del Bautista, se
permanecía sumergido durante algunos segundos en las aguas del río. Y se
salía purificado de toda mancha y como transfigurado. ¡Pero cuán duro el
momento que transcurría!. Durante la prolongada inmersión, se corría el
riesgo de perecer ahogado. La mayor parte creían morir y perdían el
conocimiento. Decíase que algunos habían perecido. Pero eso no había hecho
más que interesar más al pueblo en la peligrosa ceremonia.
Aquel día, la multitud que acampaba en torno del recodo del Jordán en
donde predicaba y bautizaba Juan, se había revolucionado. Un maligno escriba
de Jerusalén, instigado por los fariseos, habíala amotinado, diciendo al hombre
vestido de piel de camello: “Un año hace que nos anuncias al Mesías que debe
trastornar los poderes de la tierra y restablecer el reinado de David. ¿Cuándo
vendrá?. ¿Dónde está?. ¿Quién es?. ¡Muéstranos al Macabeo, al rey de los
judíos!. Somos muchos en número y armamentos. Si eres tú, dínoslo y guíanos
al asalto de los maqueroes, al palacio de Herodes o la Torre de Sión, ocupada
por los romanos. Se dice que eres Elias. Pues bien, ¡conduce a la multitud!…”
Se lanzaron gritos, lucieron lanzas. Una amenazadora oleada de
entusiasmo y de cólera impulsó a la muchedumbre hacia el profeta.
Ante esta revuelta, echóse Juan encima de los amotinados, con su
barbuda faz de asceta y de león visionario, y gritó: “¡Atrás, raza de chacales y
de víboras!. El rayo de Jehová os amenaza”.
Y en la mañana de aquel día emanaron vapores sulfurosos del Mar
Muerto. Una nube negra cubrió todo el valle del Jordán, envuelto en tinieblas.
Un trueno retumbó a lo lejos.
A aquella voz del cielo que parecía responder a la voz del profeta, la
turba, sobrecogida de supersticioso temor, retrocedió, dispersándose en el
campamento. En un abrir y cerrar de ojos hízose el vacío en torno del irritado
profeta, hasta quedar completamente solo junto a la profunda ensenada donde
finge el Jordán un broche entre enramadas de tamarindos, cañaverales y
lentiscos.
Al cabo de un rato clareó el cielo en el cénit. Una leve bruma semejante
a difusa luz se extendió sobre el valle, ocultando las cumbres y dejando sólo al
descubierto las faldas de las montañas que teñía con reflejos cobrizos.
Juan vio llegar a los tres esenios. A ninguno conocía, pero reconoció la
orden a que pertenecían por sus blancas vestiduras.
El más joven de los tres se le dirigió diciendo:
— El patriarca de los esenios ruega a Juan el profeta que administre el
bautismo a nuestro hermano elegido, al Nazareno Jesús, sobre cuya testa
jamás ha pasado el hierro.
— ¡Que el Eterno lo bendiga!. ¡Que penetre en la onda sacra! — dijo
Juan sobrecogido de respeto ante la majestad del desconocido, de elevada
talla, bello como un ángel y pálido como un muerto, que avanzaba ante él, con
los ojos bajos.
Sin embargo, no se daba cuenta aún el Bautista del sublime Misterio de
que iba a ser oficiante.
Titubeó un instante el Maestro Jesús antes de penetrar en el estanque
que formaba un leve remanso del Jordán. Luego se sumergió resueltamente en
él y desapareció bajo sus ondas.
Tendía Juan su mano sobre el agua limosa murmurando sus palabras
sacramentales. En la orilla opuesta, presas de mortal angustia, los dos esenios
permanecían inmóviles.
No se permitía ayudar al bautizado a salir del agua. Creíase que un
efluvio del Divino Espíritu entraba en él por influjo de la mano del profeta y el
agua del río. La mayoría salían reavivados de la prueba. Algunos murieron y
otros enloquecían como posesos. A éstos se les llamaba endemoniados.
¿Por qué tardaba Jesús en salir del Jordán donde el siniestro remanso
continuaba burbujeando en el lugar fatídico?.
En aquel momento, en el silencio solemne, tenia lugar un
acontecimiento de trascendencia incalculable para el mundo. Si bien lo
presenciaron millares de invisibles testigos, sólo lo vieron cuatro sobre la
tierra: ambos esenios, el Bautista y el mismo Jesús.
Tres mundos experimentaron como el surcar de un rayo proveniente del
mundo espiritual, que atravesó la atmósfera astral y la terrena hasta repercutir
en el físico mundo humano. Los terrestres actores de aquel drama cósmico
fueron afectados en diversa forma, aunque con idéntica intensidad.
¿Qué pasó desde el primer momento en la conciencia del Maestro
Jesús?. Una sensación de ahogo bajo la inmersión, seguida de una convulsión
terrible. El cuerpo etéreo se desprende violentamente de la envoltura física. Y
durante algunos segundos, toda la vida pasada se arremolina en un caos.
Luego un alivio inmenso y la oscuridad de la inconsciencia.
El Yo trascendente, el alma inmortal del Maestro Jesús, ha abandonado
para siempre su cuerpo físico sumergida de nuevo en el aura solar que la
aspira.
Pero simultáneamente, por un movimiento inverso, el Genio solar, el
Ser sublime que llamamos Cristo, se apodera del abandonado cuerpo y se
posesiona de él hasta la médula, para animar con nueva llama esta lira humana
preparada durante centenares de generaciones y por el holocausto de su
profeta.
¿Fue este acontecimiento lo que hizo fulgurar el cielo azul con el
resplandor de un rayo?. Los dos esenios contemplaron, iluminado, todo el
valle del Jordán. Y ante su lumbre cegadora, cerraron los ojos como si
hubieran visto un esplendoroso Arcángel precipitarse en el río, la cabeza baja,
dejando tras sí miríadas de espíritus, como un reguero de llamas.
El Bautista nada vio. Aguardaba, con profunda angustia, la reaparición
del sumergido. Cuando por fin el bautizado salió del agua, un escalofrío
sagrado recorrió el cuerpo de Juan, porque del Esenio parecía chorrear la luz,
y la sombra que velaba su semblante habíase trocado en majestad serena. Un
resplandor, una dulzura tal emanaba de su mirada, que, en un instante, el
hombre del desierto sintió que desaparecía toda la amargura de tu vida.
Cuando, ayudado de sus discípulos, revistió otra vez el Maestro Jesús el
manto de los esenios, hizo al profeta merced de su bendición y despedida.
Entonces Juan, sobrecogido de súbito transporte, vio la inmensa aureola que
flotaba en torno del cuerpo de Jesús, sobre su cabeza, milagrosa aparición, vio
planear una paloma de incandescente luz semejante a fundido argento al salir
del crisol.
Sabía Juan, por la tradición de los profetas, que la Paloma Yona
simboliza, en el mundo astral, el Eterno-Femenino celeste, el Arcano del amor
divino, fecundador y transformador de almas, al que llamarían los cristianos
Espíritu Santo.
Simultáneamente oyó, por segunda vez en su vida, la Palabra primordial
que resuena en los arcanos del ser y que lo había impulsado antaño hacia el
desierto, como toque de trompeta. Ahora retumbaba como un tronar
melodioso. Su significado era: “He aquí a mi Hijo bienamado: hoy lo he
engendrado. (Léase esta postrera alusión en el primitivo Evangelio hebreo y
en los antiguos textos de los sinópticos. Más tarde se substituyó por la que se
lee ahora: “Este es mi Hijo muy amado en quien he puesto todo mi afecto”,
lo que aparece como vana repetición. Precisa añadir que en el sagrado
simbolismo, en esta oculta escritura adaptada a los Arquetipos del mundo
espiritual, la sola presencia de la mística Paloma en el bautismo de Juan
indica la encarnación de un Hijo de Dios). Solamente entonces comprendió
Juan que Jesús era el Mesías predestinado.
Vio cómo se alejaba, a pesar suyo. Seguido de sus dos discípulos,
atravesó Jesús el campamento, donde pululaban, mezclados, camellos, asnos,
literas de mujeres y rebaños de cabras, elegantes seforianas y rudos moabitas,
dispersos entre abigarrado gentío.
Cuando hubo desaparecido Jesús, creyó ver aún el Bautista flotar en los
aires la aureola sutil cuyos rayos se proyectaban en la lejanía. Entonces el
profeta entristecido sentóse sobre un montículo de arena y ocultó su frente
entre las manos.
Advenía la noche, con sereno cielo. Enardecidos por la actitud humilde
del Bautista, los soldados de Herodes y los peajeros conducidos por el
emisario de la sinagoga, se acercaron al rudo predicador. Inclinado sobre él, el
astuto escriba dijo con sarcasmo:
— Vamos a ver. ¿Cuándo nos vas a mostrar al Mesías?.
Juan contempló severamente al escriba y sin levantarse contestó:
— ¡Insensatos!. ¡Acaba de pasar entre vosotros!… ¡y no lo habéis
reconocido!.
— ¿Qué dices?. ¿Es acaso ese Esenio el Mesías?. Entonces, ¿Por qué no
le sigues?.
— No me está permitido. Es preciso que él crezca mientras yo
disminuya. Se acabó mi tarea. No predicaré más… ¡Id a Galilea!.
Un soldado de Herodes, una especie de Goliat con semblante de
verdugo que respetaba al Bautista y se complacía oyéndole, murmuró
alejándose con piadosa amargura:
— ¡Pobre hombre!. ¡Su Mesías lo ha puesto enfermo!.
Pero el escriba de Jerusalén partió riéndose a grandes carcajadas,
gritando:
— ¡Qué imbéciles sois!. Se ha vuelto loco… ¡Os habréis convencido de
que he obligado a callar a vuestro profeta!.
* * *
Tal fue el descenso del Verbo Solar en el Maestro Jesús.
Hora solemne, capital momento de la Historia. Misteriosamente — y
con qué inmenso amor las divinas potestades actuaron desde lo alto durante
milenios, para cobijar al Cristo y lograr que luciera para la humanidad al
través de otros Dioses.
Vertiginosamente — y con qué frenético deseo — el océano humano
alzóse desde sus profundidades como un torbellino valiéndose del pueblo
judío para formar en su cima un cuerpo digno de recibir al Mesías.
Y por fin se cumplió el deseo de los ángeles, el sueño de los magos, el
clamor de los profetas.
Juntáronse ambas espirales. El torbellino del amor divino unióse al
torbellino del dolor humano. Se formó la tromba.
Y, durante tres años, el Verbo Solar recorrerá la tierra a través de un
cuerpo lleno de fortaleza y de gracia, para probar a todos los hombres que
Dios existe, que la Inmortalidad no es una palabra vana y que los que aman,
creen y esperan, pueden alcanzar el cielo al través de la muerte y de la
Resurrección.

Capítulo III – Jesús y Los Esenios – Edouard Schuré

7 comentarios en “Permanencia de Jesús con los esenios. El bautismo del Jordán y la encarnación del Cristo

  1. No se quien es el autor , pero ha hecho un combo que solamente una persona que nunca ha estudiado al Nazareno puede imaginar tantas barbaridades juntas. Seguramente la base es el evangelio acuariano, y teosofía es lo opuesto a teología, eso es base y sinceramente me resulta una falta de respeto Si desean crear un nuevo dios, o el cristo cósmico que lo hagan con sus textos que son bien conocidos.

  2. «Al cabo de tres días, le encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas». Era ya a los doce años el más grande y fiel predicador de Su Padre. Desde mi punto de vista no creo que necesitara quien lo Iniciaran, además en el texto dice que Juan el Bautista no conocía a ninguno de los tres que se le acercaban, y a mi entender sí conocía a Jesús, eran primos, sepan disculparme los que son más entendidos en el tema.

  3. Es correcto Sofía, además hay muchos escritos lindísimos de su infancia o sea que para quien desea saber, todo es dado a conocer, y a todos. Felicidades.

    1. Hola querida María, lo estuve pensando y volveré a mi alias «Sofía» así fuí conocida por ustedes desde un principio y creo que debo quedar así, porque me da la sensación que como Judit, que es mi verdadero nombre, me desconocen. Un abrazo amiga.

      1. Me gusta tu nick «Sofía», así te fui conociendo Judit, y para algunas cosas me cuestan los cambios, a veces me ocurre que confundo nombres, o asocio con otro; creo que pasa por como te sientas mejor, un abrazo y tambien para tu familia.

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