El corazón tiene razones que la razón no entiende.- Pascal
Aparentemente una de las consecuencias de habitar en entornos digitales y de ser parte de una cultura que se ha estructurado –al menos en sus corrientes centrales– a partir del racionalismo, es que nos hemos distanciado de las sensaciones de nuestro cuerpo, de percibir y formar una imagen del mundo (y fluir en ella) también a través de la emociones e intuiciones que recogemos con los sentidos y no tanto de las inferencias y de los análisis que instrumenta el lenguaje como una especie de membrana unidireccional de la realidad. En otras palabras, nuestra mente está ocupada más por pensamientos, palabras y conceptos que por olores, impresiones táctiles, corazonadas, ritmos o imágenes no-verbales. Esto podría ser el síntoma de una desconexión entre el ser y el mundo, de una virtualidad de la psique en la que la información ha reemplazado a la energía, que podría impedir que detectemos de manera preventiva, utilizando la función interoceptiva, algunas enfermedades o que podamos alinear nuestros hábitos e itinerarios con ciclos naturales en los cuales, aunque parezca increíble desde nuestros cubículos antisépticos en ciudades ultramodernas, los seres humanos también participamos.
Pese a que llevamos varios siglos de racionalismo en los que lo cerebral impera –siguiendo la idea platónica de que la mente debe de controlar y refrenar al cuerpo como a un caballo salvaje– siempre permanecen algunos cauces en los que se preserva la importancia de la percepción emocional y corporal. El psicólogo William James notó la importante aportación del cuerpo en los procesos cognitivos sugiriendo que las emociones son en realidad un ciclo de retroalimentación entre el cuerpo y el cerebro. Partiendo de esta noción, algunos científicos han puesto a prueba la influencia de nuestra conciencia del cuerpo en las naturaleza de las emociones que experimentamos.
Un interesante estudio pidió a un grupo de sujetos que contaran su pulso sin poner su mano en el pecho. Los resultados mostraron diferentes niveles de precisión: un cuarto de los sujetos logró un 80% de precisión, mientras que el segmento más bajo, un cuarto también de los sujetos, logró apenas el 50% de efectividad en este ejercicio de interocepción. Después de medir su “conciencia cardiaca”, los sujetos realizaron una serie de pruebas cognitivas.
Aquí es donde se pone interesante. Según explica David Robson en el sitio de futurología de la BBC, los experimentos subsecuentes mostraron que las personas más alertas a su ritmo cardiaco tienen reacciones más intensas ante imágenes emotivas, pero también tienen mayor habilidad para describir sus sentimientos. Y no sólo esto, son capaces de reconocer más fácilmente las emociones de las otras personas al observar sus rostros y aprenden con mayor velocidad a reconocer una amenaza (en el caso del laboratorio, un pequeño shock eléctrico). Lo anterior sugiere que las personas que tienen una mayor conciencia corporal tienen una vida emocional más rica y una mayor habilidad de detectar señales inmediatas del entorno (amenazas pero también posiblemente insinuaciones y matices afectivos), así como también pueden comunicar mejor estas sensaciones. Estas habilidades son ventajas no de poca monta, útiles tanto en la selva como en la sofisticada arena de las relaciones humanas. Poder comunicar y participar en la riqueza emocional de las cosas y las personas es un aspecto que seguramente podemos correlacionar con la salud, ya que promueven una mayor intimidad y facilitan las relaciones íntimas (asociadas en numerosos estudios con longevidad y menor tendencia a contraer enfermedades).
Además de esto existen otras ventajas más típicamente cognitivas en esta conexión robusta con el cuerpo. Otro experimento mostró que estas señales corporales yacen detrás de lo que conocemos como intuición. Investigadores de la Universidad de Exeter pidieron a voluntarios que eligieran cartas de cuatro barajas: si la carta que elegían coincidía con el color de una carta volteada podían ganar dinero. El juego había sido arreglado para que dos barajas tuvieran más probabilidades de ganar. Los experimentadores descubrieron que aquellas personas que podrían seguir su pulso también tuvieron mayor efectividad eligiendo las cartas, mientras que aquellos sujetos con poca interocepción tuvieron una tendencia de elegir al azar y por lo tanto tener menor efectividad.
“El folclor parece estar en lo correcto”, dice David Robson, “las personas que están en contacto con su corazón tienen más tendencias de ser arrastrados por sus instintos para bien o para mal”. Se me ocurre otro experimento. El psicoanálisis y la sabiduría popular nos dicen que la creatividad está ligada al instinto o a la energía libidinal. La fuerza creadora de vida es algo que surge del cuerpo, no se piensa, ocurre como una manía o como una posesión, nos dice este cauce de pensamiento un poco dionisiaco. Existen parámetros para medir la creatividad como una habilidad cognitiva, mi hipótesis es que las personas que tienen mayor facilidad para contar su pulso cardiaco y en general una mayor introcepción, deben de ser también más creativas.
La visión cartesiana elevó a la mente por sobre el cuerpo. Pero el cuerpo no es sólo un pedazo inanimado de hardware en el que se instala la mente con toda su sofisticación cuasi-divina; el cuerpo es un procesador que recibe, organiza y emite información. El diálogo ocurre en ambas direcciones (hay neuronas en tu corazón y en tu intestino). En otras palabras, el cuerpo tiene mente, es una forma de conciencia. Y hay cosas que sólo el cuerpo conoce, y que debemos escuchar e “incorporar” para poder tener una percepción más completa y lúcida del mundo y tomar mejores decisiones.
Twitter del autor: @alepholo
http://pijamasurf.com/2014/12/los-beneficios-cognitivos-y-emocionales-de-una-mayor-conciencia-del-cuerpo/