domi La sociedad desalmada

¿Futuro o presente?
Por JOSÉ LUIS CANO GIL
Quien quiera comprender el espíritu de estos tiempos no tiene más que leer dos novelas fundamentales del siglo XX: 1984 (George Orwell, 1949) y Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932). Tales obras, como muchas otras que se han escrito o filmado, hablan de mundos futuros donde las personas, vaciadas de toda identidad, serán reducidas a meras cáscaras huecas sometidas a terribles totalitarismos. Una pesadilla irreversible. Pues bien, tras enterarme de esta horrible noticia, quisiera reflexionar un poco sobre ello.

Es difícil demostrarlo, pero quizá está dándose, en efecto, en las últimas décadas y por todo tipo de razones históricas, un cierto deterioro, una progresiva destrucción del alma humana. Entiendo por «alma», en sentido amplio, el conjunto de peculiaridades (rasgos, sentimientos, anhelos, pensamientos, conductas…) que caracterizan específicamente a cada individuo particular. El alma es nuestra «huella dactilar» psíquica, nuestro yo o identidad penosamente madurados a través de nuestra biografía. Pero este yo individualizado no conviene a los intereses de la Megamáquina, que constituye nuestra civilización. Por eso creo que, si existe algún modo de prevenir ese sombrío futuro que predicen las distopías, urge concienciar nuestro estado actual y las distintas etapas que nos han conducido hasta él. Lo que sigue es mi propia versión de lo que quizá, aproximadamente, ha sucedido.

1. REVOLUCION INDUSTRIAL. Tras la invención de la máquina de vapor y el inicio de la revolución industrial a finales del siglo XVIII, la vida social occidental cambió drásticamente. La gente perdió todo control sobre su gestión del tiempo y del espacio y se convirtió en esclava del ritmo de las máquinas, y de las nuevos intereses, poderes e injusticias que éstas generaron. Se trabajaba 14 horas diarias, las condiciones sociales eran terribles, dejó de haber tiempo para sentir, pensar, vivir. La identidad personal pasó a ser un lujo; la única prioridad era la supervivencia. Entonces estallaron las revoluciones sociales.

2. IDEOLOGÍAS. El vehículo de estas revoluciones fueron las ideologías, centradas en el poder de las mayorías, es decir, en la «socialización» de la gente, como única defensa contra los abusos de los poderosos. Esta socialización exigía sacrificar -como en todas las épocas, aunque por distintos motivos- las peculiaridades de cada individuo frente a las necesidades colectivas, lo que requirió, como siempre, enormes cantidades de alienación y violencia. Y un riguroso «pensamiento único» lleno de eufemismos («neolengua»). Una de estas ideologías, el feminismo, nutrido por el dolor de millones de mujeres, ayudó además a demoler las nociones consideradas ya obsoletas de maternidad, familia, etc., lo que socavó gravemente los viejos «nidos emocionales» donde quizá, pese a sus grandes defectos y violencias, muchos seres humanos aún alcanzaban a desarrollar cierta identidad (que incluía, p.ej., valores útiles, sentimientos propios, autonomía personal). En su lugar, fueron apareciendo las guarderías, los progenitores ausentes, las socializaciones prematuras, la sustitución de las relaciones por los objetos, la sobreprotección materialista, las modas consumistas, etc. Y el resultado fueron millones de personas desconfiadas, desorientadas e inmaduras.

3. SUPERTECNOLOGÍA. La Megamáquina seguía a tope y entró en una nueva fase: la automatización. Ahora máquinas y robots cada vez más complejos y autosuficientes vinieron a expulsar a los antiguos trabajadores, que se quedaron sin empleo. La angustia social aumentó. Para contrarrestarla, los poderes tuvieron que aumentar sus controles de siempre (doctrina única, neolengua, propaganda, medios de comunicación omnipotentes, sobreinformación y desinformación, trivialidad, censura del pensamiento libre…). Y también tuvieron que distribuir («democratizar») toda clase de entretenimientos -audiovisuales, deportes, supertecnología- para halagar y distraer a los millones de  huérfanos «inmaduros», pero potencialmente peligrosos. La supertecnologia se convirtió, así, en una especie de opio sedante y unificador de las identidades ya muy mermadas de la gente. Y los inadaptados fueron tratados con los métodos expeditivos del conductismo y la psiquiatría.

4. INTERNET. Como el mundo real era insoportable para muchos, los mundos virtuales que ofrecía la supertecnología atrajeron de inmediato a millones de personas. Una especie de «pequeño matrix» lúdico, un parque temático virtual, dentro del Gran Matrix que es la civilización. Pero toda obra humana tiene su doble filo. Internet es, sin duda, un formidable medio de comunicación, pero también es un Ojo que supera en mucho a los medios de control anteriores. Casualmente o no, cuando surgieron las exitosas «redes sociales», ¿qué significó? A millones de personas, parcialmente desindividualizadas por los procesos anteriores, se les sugirió dar un paso más: nada menos que «compartir» toda su vida en la red -como en una especie de Show de Truman-, es decir, renunciar a su último reducto genuinamente personal: su espacio, sus gustos, sus pensamientos, sus aficiones, sus creencias (1), su familia, sus amigos… Es decir, su intimidad. ¿No es, en efecto, la intimidad lo primero que se impide a cualquier prisionero para mejor confundirlo, anularlo, obtener de él lo que se quiere?

Pero mirémoslo bien. Cuando «compartes» algo muy personal, cuando abdicas de tu intimidad, tu yo deja de contenerte, dejas de ser «alguien», pierdes tu identidad. Tu alma. Te conviertes en una casa sin puertas ni paredes, en un espacio vacío que todo el mundo puede traspasar, en un indigente desnudo en plena calle. ¡Y ni siquiera lo sabes! Incluso las prostitutas hay cosas que no venden, tienen sus límites, conservan cierto pudor e intimidad. Cuando amas algo, lo proteges. No lo expones al conocimiento general. Al igual que las personas aprendemos a controlar los esfínteres, nuestras expresiones mocionales, etc., también debemos aprender a controlar las fronteras de nuestro yo. No nos desparramamos a la menor oportunidad, ni frente a cualquiera. Sólo las personas muy infantiles lo hacen. Pero, en fin, así millones de maltratados parcialmente socializados -es decir, anulados- desde las guarderías, las familias, la televisión, el pensamiento único, etc., reniegan con alegría de sus últimos jirones de identidad y libertad interior.

¿Qué será lo siguiente? Por lo pronto, recordemos la noticia que me ha movido a escribir este post. ¿Llegará un día en que no siendo suficiente que, como anunció Huxley, los niños se generen en probetas, se inserten en vientres propios o ajenos, se aborten a discreción, se aíslen en guarderías, se les programe en las escuelas y la televisión, se les abuse sexualmente, se les den cursos de cocina, se les provea de robots-niñera y telepantallas, se les drogue para calmarlos, etc., sea necesario además que sus últimos sentimientos, vínculos, afectos y pensamientos -todo aquello que conforma su alma- sea proscrito? Después de todo, nada de todo eso le interesa lo más mínimo a la Megamáquina. ¿Se prohibirá definitivamente cualquier intimidad? ¿Acabará siendo ilegal el amor? De momento, hace décadas que casi nadie habla de amor. Ni intelectuales, ni psicólogos, ni políticos. Se lo considera un tema cursi, trivial, incluso «reaccionario» (propio de curas y religiones). Sólo se difunde todo aquello que tiene que ver con el odio, el conflicto, el control. Como si no viviésemos en un bello planeta azul, sino en un sórdido campo de concentración.

Muchos lectores, sin duda, considerarán todo esto demasiado pesimista y querrán creer en otras posibilidades, en ciertas esperanzas, etc. A mi entender, la mejor manera de prevenir el futuro es observar muy bien -es decir, sin miedos- el presente y el pasado, que son sus semillas. Y, así, pese a las muchas minorías que nos esforzamos contra la Megamáquina, nunca deberíamos perder el realismo, por muy oscuro que éste sea. Después de todo, más que trabajar por «cambiar el futuro», lo hacemos porque no podemos hacer otra cosa. Nuestro único deber es ser fieles a nosotros mismos.

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