Autor: Gutiérrez Terrazas, José
La teoría de la seducción originaria no es una “lengua” de lectura, sino un intento por comprender la práctica psicoanalítica». J. Laplanche, «Breve tratado del inconciente», Revista de Psicoanálisis de la APA, t.LII, nº3, 1995, p.447.
La teoría de la seducción generalizada u originaria -planteada por J.Laplanche de modo específico a partir de 1986 en un artículo1publicado por la revista de psicoanálisis Etudes Freudiennes (nº27, marzo1986), pero anunciada ya desde su obra de 1970 Vida y muerte en psicoanálisis– recupera2 uno de los grandes descubrimientos llevados a cabo por Freud y que paradójicamente su propia obra eclipsó y hasta reprimió la mayoría del tiempo. Ese gran descubrimiento es el del origen exógeno y no biológico-endógeno de la psicosexualidad, en cuanto implantada y entrometida por el otro adulto a la hora de proporcionar al sujeto infantil los cuidados autoconservativos.
Ese descubrimiento, que es también el de la primacía absoluta del otro adulto en la constitución del aparato psíquico, había sido entrevisto y reconocido de alguna manera por la teoría de la seducción traumática, que Freud elaboró durante los primeros años de su trabajo ya más específicamente psicoanalítico, es decir durante los años 1895-1897.
Esa teoría establecía la etiología traumática de las neurosis, es decir, el origen de éstas a consecuencia de un atentado sexual real perpetrado por el adulto sobre el sujeto infantil antes de que éste hubiera accedido a la pubertad y, por consiguiente, antes de haber podido comprender emocionalmente y en su verdadero sentido ese atentado.
La tesis, cuyos inicios pueden rastrearse en el Manuscrito A de finales de 18923y cuya primera mención cierta se sitúa en octubre de 18954, será públicamente sostenida por Freud durante los seis primeros meses de 1896 a través de dos artículos La herencia y la etiología de las neurosis5, publicado directamente en francés, y Nuevas puntualizaciones sobre las psiconeurosis de defensa6, pero sobre todo por medio de una comunicación, tituladaLa etiología de la histeria 7, ante la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena el 21 de abril de 1896, que le valió el comentario displicente de su presidente (Krafft-Ebing) en estos términos: «Suena como un cuento científico»8.
En esos textos puede verse a Freud defender con firmeza la realidad de una seducción. ¡Cómo iba a ser de otro modo si, a su entender, con ello «se les había mostrado la solución de un problema milenario, un caput Nili»9 o, en otras palabras, la fuente de la neuropatología!. Y es que esa teoría no se contentabacon el simple reconocimiento de una función etiológica de las escenas sexuales en el engendramiento de las neurosis, sino que establecía los vínculos existentes entre sexualidad, traumatismo y defensas patológicas, con lo cual, y dado que el proceso de la represión aparecía ya muy elaborado, sentaba las bases para la totalidad de la psicopatología.
No obstante y a pesar de todo eso, Freud abandonará su tesis, tal y como se lo hace saber a Fliess el 21 de septiembre de 1897: «Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi neurótica»10.
Las razones aducidas estribaban, sobre todo, en la necesidad de tener que acusar de perversión en cada caso al padre resultando, entonces, un número de perversos mayor que el de histéricos, lo que supone una generalización poco creíble; y, también, en la constatación de que en el inconsciente no existe un «indicio de realidad» que permita zanjar entre la verdad y la ficción.
Sin embargo, no se puede dejar de reconocer -como lo subraya el trabajo de tesis doctoral de Jacqueline Lanouzière Histoire secrète de la séduction sous le règne de Freud 11– que el desvelamiento de «uno de los grandes misterios de la Naturaleza»12o del «gran secreto clínico»13 le acarreó una serie de problemas tanto de orden intelectual y científico (véase el deslizamiento de la situación psicoterapéutica a una escena de seducción en la que aparece Freud forzando a sus pacientes a relatar su secreto y que explicaría la huida de su clientela, que será también aducida como una de las razones del abandono de su teoría), como de orden personal (véase el clima de presión hostil y de aislamiento al que se veía sometido por los propios colegas a causa de sus descubrimientos inconvenientes), que le empujaron a destruir el edificio construido con tanta ambición y con tanto entusiasmo y a tener que demoler -como él mismo se expresaba el 23 de marzo de 1900- «todos mis castillos en el aire … para volver a edificarlos»14, pero ya sobre nuevas bases.
En ese sentido, también hay que tomar en consideración la actitud de los que se consideraban herederos, naturales o espirituales, de Freud (M.Bonaparte, A.Freud, E.Kriss) pues, al no dejar que se dieran a la luz pública todos los documentos correspondientes al legado escrito por Freud, contribuyeron a crear la idea de que las razones del abandono de la «neurótica» no estaban claras. Lo cual dio pie a que un tal Jeffrey M.Masson, encargado por K.R. Eissler (director de los archivos Freud y A. Freud) de investigar y de publicar la versión íntegra de la correspondencia de Freud con Fliess, relanzase el asunto de la seducción por medio de un libro, editado en 1984 bajo el título The Assault on Trouth: Freud’s Suppression of the Seduction Theory 15, en el que acusaba a Freud de falta de coraje por haber renunciado a revelar al mundo los crímenes sexuales perpetrados por los adultos sobre los sujetos infantiles y por haber cometido deliberadamente un atentado contra la verdad, negando la existencia efectiva de un traumatismo real e inventando en su lugar la teoría del fantasma y de la realidad psíquica. La indignación de la comunidad psicoanalítica internacional fue casi generalizada dando con ello testimonio, aunque por motivos diferentes, de la extrema sensibilidad existente en los círculos psicoanalíticos en torno a este asunto. De todos modos, es conveniente no perder de vista que las bases de la argumentación de Masson están desenfocadas al confundir dos planos distintos, como son el de los hechos reales -por un lado- y el de la construcción teórica -por otro-.
Ahora bien, si para la mayoría de los historiadores y estudiosos del psicoanálisis ese abandono o renuncia por Freud de su teoría de la seducción traumática fue lo que abrió el camino a fecundos y espléndidos descubrimientos (en concreto, los de la sexualidad infantil, del fantasma y del complejo de Edipo); para J.Laplanche con ese abandono se produjo una auténtica «escotomización»16, prolongada no sólo durante toda la obra de Freud sino durante el postfreudismo, de la idea de que la sexualidad nos viene del otro (otro con minúscula, es decir el otro adulto y concreto, no el Otro con mayúscula, planteado por J. Lacan y referido siempre al orden de la cultura y del lenguaje en su conjunto abstracto) y no desde un organismo corporal que se excita endógenamente, de que la sexualidad nos es implantada por el sujeto adulto y, por consiguiente, los procesos psíquicos no se inician desde el sujeto sino que provienen originalmente del otro, de tal modo que los procesos en los cuales el individuo manifiesta su actividad (por ejemplo, al proyectar, introyectar, identificarse, denegar, forcluir, etc.) son todos secundarios en relación con un tiempo originario, que es el de la pasividad impuesta por la seducción fundamental.
Son tres los planos de seducción que distingue J.Laplanche: la seducción infantil, la seducción precoz y la seducción originaria. La seducción infantil corresponde a unas escenas o experiencias de seducción, puramente contingentes o coyunturales, ocurridas en períodos más o menos lejanos de la infancia y a consecuencia de unas maniobras sexuales perversas por parte del adulto. Escenas que van a determinar “por resignificación” verdaderos trastornos psíquicos, es decir, el traumatismo no va a residir en la naturaleza del acontecimiento más o menos grave y brutal, sino que va a provenir de las huellas mnésicas inconscientes que ha conservado y de la incapacidad del psiquismo de reaccionar adecuadamente a lo que le sucede de modo imprevisto. Este plano de la seducción da cuenta de un abuso sexual y fue, precisamente, la reducción del modo de trasmisión de la sexualidad a una relación patológica entre un adulto perverso y un sujeto infantil inmaduro lo que impidió a Freud reconocer, en 1896, la generalidad de este fenómeno de trasmisión.
La seducción precoz, por su parte, está referida al carácter seductor de los cuidados maternos, en la medida en que éstos van a suscitar inevitablemente el despertar prematuro de la sexualidad. Fue en Tres ensayos de teoría sexual (1905) y, sobre todo, en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910) cuando Freud expuso con toda claridad que la situación original del bebé le coloca en la posición de ser seducido por la madre que le dispensa, para que pueda sobrevivir, amor, ayuda y protección. Y, en el texto sobre Leonardo, va a estar cerca de una concepción más general al sugerir, de alguna manera, que el sujeto infantil puede ser igualmente seducido por el padre, de tal modo que los dos padres, al acordarle los mismos cuidados y prodigarle las mismas caricias, son los seductores potenciales de un infante, que va a ser tomado por ellos más o menos inconscientemente como un objeto sexual.
Freud, pues, percibió la existencia de una seducción, ya no restringuida a la psicopatología, sino de tipo más originaria o general, cuyas dos vías son -de un lado- los cuidados indispensables dados al bebé, que van a ser vehículos de una excitación inconsciente de sus zonas erógenas precozmente despertadas y estimuladas, y -de otro- el imaginario parental que impregna esos cuidados. Sin embargo no llegó a explorar profundamente ni el carácter universal e ineludible de esa situación de seducción, ni menos aún el inconsciente parental, torneado por la propia sexualidad infantil reprimida y nacido a su vez del encuentro con la sexualidad y el imaginario parental y cultural.
Confrontando esas diversas formulaciones del texto de Freud o haciéndolas trabajar, en lugar de asentir a la idea que prevalece en él, que es la del abandono de la teoría de la seducción traumática, J.Laplanche17 ha propuesto una tercera categoría de seducción: la seducción originaria, llamada así porque da cuenta de la necesaria relación de confrontación al nacer entre el sujeto infantil y el mundo adulto. Una relación a la que ningún ser humano puede sustraerse y que, además, constituye el fundamento originario de su inconsciente.
Va a ser en concreto la lectura de Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci la que dio a J.Laplanche la ocasión de distinguir entre una seducción materna precoz (que es en realidad el primer tiempo de la seducción infantil) y una seducción originaria.
La seducción materna precoz está vinculada, en ese texto, al fantasma de la cola del buitre que abre los labios de Leonardo y que es una representación de los besos apasionados con que Caterina18 inundaba a su bebé. Esta seducción realiza, en palabras de J.Laplanche, «una implantación del deseo materno que marca al niño y luego al adulto como un destino»19.
Por lo que respecta a la seducción originaria, ésta va a estar referida a la sonrisa misteriosa de la Gioconda, una sonrisa que -según Freud- debía de pertenecer a la propia madre de Leonardo y que él nos describía como una «sonrisa maravillosa, cautivadora y enigmática»20, citando para apoyar su teoría a varios autores en los que aparecía una y otra vez esa misma constatación.
Esa célebre sonrisa, caracterizada por ser impenetrable y resistente a toda interpretación unívoca y definitiva, continúa ofreciéndose a nuestra mirada como un enigma indescifrable, cuya atracción procedería de revelar en el observador (identificado con el bebé) el enigma originario al que se vio confrontado y que despertó su primera incapacidad de dar una repuesta a esos mensajes contradictorios conjugados por las dos grandes corrientes denominadas por Freud “pulsionales”: la autoconservación apaciguadora y la sexualidad que excita e interroga.
En ese sentido, la sonrisa enigmática de la Gioconda despierta igualmente en el espectador esa parte de sombra, esa parte excitante de sí mismo, que opera a espaldas de uno y que produce también un sin-sentido, un enigma para el otro.
Este aspecto de la sonrisa enigmática de la Gioconda, es decir, el de que el sentido de la fascinación que produce le escapa tanto a ella misma como al que la observa, es el que Freud no tomó en consideración y el que lleva a Laplanche a sobrepasar el marco restringido de lo familiar (en el que Freud se movía), estableciendo que la seducción originaria, de la que la sonrisa enigmática de la Gioconda es una expresión, no concierne sólo a la seducción materna o parental, sino que se extiende a todo encuentro del sujeto infantil con el adulto, en la medida en que éste desempeña ante él las mismas funciones que los padres y posee como todo ser humano una sexualidad y un inconsciente, que se expresan bajo toda clase de comunicaciones verbales y no verbales.
Y, en esa misma línea, J.Laplanche va a plantear que el infante emerge dentro de un mundo, que no es meramente objetivo, sino repleto de significantes, impregnado de significaciones sexuales inconscientes, enigmáticas. Concepción que da al inconsciente y a la sexualidad del adulto una dimensión fundamental, puesto que plantea que esa sexualidad interviene de lleno en el encuentro entre el sujeto infantil y el adulto, si bien de manera inconsciente, lo que hace que la incomprehensión del mensaje propuesto por el adulto no pertenezca sólo al sujeto infantil (en razón de su inmadurez o falta de preparación psíquica), sino también al propio adulto frente a su mundo inconsciente, constituido por unos restos no integrados ni simbolizados, que no dejan de producirse continua y necesariamente en el intento de dominio y de simbolización de los «significantes enigmáticos» con los que se topa todo ser humano desde que nace.
Pero conviene tener bien presente, por lo demás, que con el concepto de «seducción originaria» J.Laplanche no introduce un nivel o un grado suplementario en la cronología de los hechos de seducción ya establecida por Freud a través de los conceptos de seducción precoz y seducción más tardía o infantil, sino que saca a relucir la «esencia» o, mejor, la clave misma del fenómeno de seducción, es decir, el enigma. Enigma que -como ha precisado el mismo J.Laplanche en un artículo de 199121– no es a ser entendido como si se tratara de una cuestión, de una adivinanza o de un problema misterioso a resolver. Ciertamente, tanto el enigma como la cuestión o la adivinanza o el problema a resolver son propuestos a un sujeto por otro sujeto, pero la solución del problema o de la adivinanza está enteramente en las manos de quien lo plantea y, por tanto, queda totalmente por medio de la respuesta. El enigma, por el contrario, no puede ser propuesto sino por quien no domina la respuesta o no sabe lo que plantea, ya que su mensaje es una formación de compromiso en la que participa también su inconsciente, que le es ajeno.
Para favorecer la captación del asunto J.Laplanche propone (en el trabajo últimamente citado) pasar de la expresión «el enigma de» al «enigma en o dentro de» o, lo que es lo mismo, «a la función del enigma en». Por ejemplo, si retomamos la famosa expresión de Freud: «el enigma de la feminidad» habría que pasar a «la función del enigma en la feminidad». O cuando se refiere el mismo Freud al «enigma del tabú» habría que pasar a «la función del enigma en el tabú», así como respecto del «enigma del duelo» habría que pasar a «la función del enigma en el duelo», en el sentido de: ¿qué me pide el muerto?, ¿qué ha querido decirme?. Igualmente, si nos referimos a nuestras figuras más significativas, sería: ¿qué me está diciendo mi madre con esa sonrisa?, ¿qué quiere decirme ahora mi padre con esa mirada?, etc.
Dicho con otras palabras, que también nos matiza el propio J.Laplanche, el enigma reconduce a la alteridad del otro, entendiendo por alteridad del otro su reacción a su inconsciente y, por tanto, a su alteridad respecto de sí mismo, puesto que el inconsciente de ningún modo puede ser considerado como el núcleo de nuestro ser, lo que habita en el centro del individuo o lo más íntimo de lo íntimo. Muy al contrario, pues en lugar de ser mi núcleo es el otro implantado en mí, el metabolito del otro en mí, que es para siempre un «cuerpo extraño interno».
Pues bien, al plantear y entender así las cosas, se desprenden necesariamente toda una serie de consecuencias teórico-clínicas para el pensamiento y la práctica psicoanalíticos. Veamos.
En primer lugar, hay que señalar que este planteamiento hace inviable la vieja idea sobre la teoría del apuntalamiento, entendida en el sentido de que la sexualidad humana surge apoyándose sobre el orden vital o sobre las bases autoconservadoras del ser humano en cuanto ser biológico. Según esa idea, se daría una anterioridad en el tiempo y, por consiguiente, una autosuficiencia o autonomía de las funciones de autoconservación.
Sin embargo -tal y como precisa S.Bleichmar en su obra En los orígenes del sujeto psíquico. Del mito a la historia (Buenos Aires, Amorrortu, 1986, cap.8)- la imagen de la autosuficiencia autoconservadora es muy poco satisfactoria para describir al pequeño ser humano, cuyos montajes autoconservativos son particularmente precarios y débiles. Una imagen, que reaparece en la llamada con frecuencia «fase simbiótica», olvidando que la noción de simbiosis implica no sólo dos seres para establecerla, sino dos sobre un mismo plano. Algo que no sucede en la simbiosis madre-hijo, puesto que la madre aporta a la díada algo muy diferente que la mitad o el complemento, al entrar en ella no sólo con sus elementos autoconservativos, sino fundamentalmente con su erogeneidad y con sus fantasmas (piénsese, por ejemplo, en la erogeneidad del pecho tan llamativamente dejada en el olvido aún por las psicoanalistas mismas -véase en este caso, por no citar más que a las clásicas, a M.Klein, M.Bonaparte, H.Deutsch-, como si se tratase de un inocente órgano meramente nutricio, que no procurase placer «sensual» durante la succión y que no tuviese un carácter excitante y seductor aún para la propia madre).
Lo que obliga a reemplazar ese modelo biológico de la simbiosis por el de parasitismo, pero no en el sentido de un parasitaje de la madre por parte del infante, sino, al revés, en el de un parasitaje del sujeto infantil por parte de la sexualidad materna, cuya intrusión desde un inicio hace estallar la díada y la validez misma de su hipótesis.
Por ese motivo, J.Laplanche puntualizará que la teoría de la seducción es, para el psicoanálisis, aún más importante que la del apuntalamiento, llegando a afirmar hasta esto: «mi fórmula es la siguiente: la única verdad del apuntalamiento es la seducción originaria»22.
En continuidad con la idea de la autosuficiencia autoconservadora está la noción de función autónoma, entendiendo por tal las funciones de autoconservación no sexuales, atribuidas pura y simplemente al yo, según el planteamiento llevado a cabo por la corriente psicoanalítica norteamericana de la Psicología del Yo. Una noción que, si bien ha sido ampliamente criticada, ha tomado su relevo a través de la noción de «self», que en cuanto imagen identificatoria de sí mismo sólo se comprende en complementariedad con aquella de un yo adaptativo y autónomo.
Pues bien, esas dos nociones tienen, en último término, un fundamento o su base en la dimensión psicológica del ipso-centrismo de Freud, siempre propenso a hacer una psicología general a partir de los conceptos psicoanalíticos. Ipsocentrismo según el cual el otro es, ante todo y en primer lugar, construido por proyección, de tal modo que, para que ese otro sea un mal objeto, se requiere la proyección de mi odio o del odio del propio sujeto, siendo ésta la causa última de la situación problemática o del sufrimiento psíquico, y quedando así encerrados en un solipsismo o ipseidad sin otra salida que la de la proyección misma. Cuando, en realidad, la causa última es lo que originalmente viene del otro y sólo secundariamente, a la vez que al servicio de la defensa, ese otro originario o ese ser de otra manera se va a clivar en bueno y malo.
Claro que la cuestión no está en pasar de dar una prioridad absoluta al ipsocentrismo (como fue hecho por parte de Freud, de M.Klein, etc.) a dársela ahora, igualmente de manera absoluta, al allocentrismo (que ya por otra parte fue establecido por Lacan a través de la dimensión simbólica). Ese no es el propósito, por más que sea importante este pasar de un autocentrismo a un allocentrismo, al igual que sucediera en la cuestión ya aludida del heliocentrismo versus el geocentrismo.
Con la teoría de la seducción generalizada se rompe la vieja y perenne dicotomía (digo perenne, porque no deja de reaparecer ocultándose bajo máscaras diversas y siempre cambiantes que terminan por fascinarnos y hacernos caer en su trampa envolvente) entre ipsocentrismo y allocentrismo, porque aquí lo central es la profunda dialectización que se origina y se establece con la intromisión de una alteridad radical en el interior del sujeto. Una alteridad interna que no aparecía en el hecho de que el otro fuera para mí un mundo de lenguaje, un mundo de significantes y que yo sea un efecto, no ya de un mundo objetivo, sino de un orden simbólico que me precede y determina; pues ahí, por importante que fuere ese descubrimiento, hecho -como es conocido- por Lacan, no dejaba de estar en juego una dicotomía u oposición entre un Otro y un sujeto, o sea, entre un efecto y una causa, por más que el origen de ésta sea ya diferente y esté planteado con acierto.
La teoría de la seducción generalizada no se reduce a ese hecho, porque donde pone el acento es en el hecho deque frente a ese orden simbólico que se entromete, que se ha metido en mí en forma no abstracta sino singularizada e histórica a través de los mensajes enigmáticos de mis seres significativos, yo estoy obligado a trabajar, destraduciendo y retraduciendo, ese significante enigmático que se ha convertido en mi verdadero objeto-fuente pulsional.
Con lo cual ya no se trata meramente de un otro, de un discurso del Otro, frente a mí o que envuelve al sujeto y ledetermina por fuera de él a causa de una combinatoria ciega, sino de un otro dentro de mí, dialectizado a través de mi interior, porque ese otro combinado conmigo se ha metabolizado produciendo una alteridad radical y nueva dentro de mí.
De este modo, podría decirse que en realidad solamente la teoría de la seducción generalizada permite resituar la llamada «supremacía del significante» en su marco originario, que es el de la prioridad o primacía absoluta del adulto concreto sobre el sujeto infantil, sobrepasando la perspectiva lacaniana que reduce al Otro a un «tesoro de significantes», entendidos dentro de una concepción abstracta e impersonalizada, y no como enigmas inquietantes que me están interpelando desde mi nacimiento y obligándome a un insistente e inagotable trabajo de traducción.
Por otra parte y en segundo lugar, con este nuevo planteamiento se modifica la dimensión fundamental de la transferencia, al ser ésta concebida como la relación con el enigma y, por tanto, ser situada en el marco de la relación originaria, relación traductiva y elaborativa ante el mensaje enigmático del otro. Y eso comporta no sólo que la transferencia exista antes y por fuera del análisis, sino que deje de tener su causa en el analizando. Algo que remitía siempre a un solipismo (no hay que olvidar que el modelo de la sesión analítica fue concebido por Freud bajo el modelo solipsista del sueño, el propuesto en el capítulo VII de La interpretación de los sueños) y a una concepción monádica de la vida psíquica, puesto que el proceso o el movimiento transferencial se iniciaba y terminaba en un mismo punto: el ocupado por el paciente o analizando, que sería quien transfiere o proyecta, mientras que el analista -según una concepción artificialista y casi experimentalista de la neutralidad- se ofrecería como pantalla o espejo que facilita todo el lugar posible a esa proyección, a ese solipsismo. Cuando en realidad la situación arranca con la oferta del analista 23, que es quien crea y provoca la transferencia, sin duda no toda la transferencia, pero sí lo que constituye su base y su motor, es decir, la reapertura de la relación originaria con el enigma, en la cual el otro es primero respecto del propio sujeto.
Una reapertura de la relación originaria que sólo puede ser hecha si el analista es capaz de respetar y mantener la dimensión de la alteridad en su interior, de ser interpelado por el enigma, y, gracias a ello, puede ocupar a la vez tanto el lugar del otro adulto que entromete la sexualidad inconsciente en el sujeto infantil (entiéndase ese recolocar constantemente lo pulsional en el primer plano a través de sus interpretaciones y construcciones), como el lugar del sujeto infantil obligado a trabajar, destraduciendo y retraduciendo, el mensaje enigmático del paciente. Sólo de ese modo asegurará el analista el acceso a la diversidad de los deseos, permitirá la instauración de la alteridad en la transferencia y, en definitiva, podrá ofertar movimientos de pasaje entre el mensaje enigmático del otro y el trabajo de traducción. Movimientos que en cada devenir pulsional han quedado estancados en mayor o en menor grado, produciéndose repeticiones en las que no hay sino pura circularidad a falta de un pasaje dialectizador, que es lo que se necesita reabrir una y otra vez para poder amar y vivir con ilusión saludable.
Pero eso significa que también hay transferencia fuera del análisis o de la situación analítica (en la cual lo específico será que la transferencia esté reglada y dentro de un determinado marco metodológico), puesto que en otros lugares (aunque no en todos, claro está) hay una relación con el mensaje enigmático del otro. Ahí está para corroborarlo el ámbito de lo cultural «que es, por definición,intrusivo, incitador y sexual»24. Lo cual permite reabrir una nueva perspectiva de trabajo frente a los fenómenos culturales, cuyo psicoanálisis viene siendo definido como aplicado o secundario respecto de la cura, cuando el fundamento es el mismo para los dos, esto es, el de la relación de trabajo elaborativo y traductivo ante el enigma del otro, una relación de trabajo presente en la cura, pero también en el trabajo de lectura de la obra de representación (sea ésta literaria, pictórica, teatral, cinematográfica, etc.), así como en el trabajo de la obra teórica.
Otra consecuencia fundamental (por lo que conlleva en la práctica clínica) es la referida al modo de constitución del inconsciente, que a partir de este nuevo planteamiento se perfila bajo una doble perspectiva, que se puede sintetizar del modo siguiente: a) exógenamente versus endógenamente, b) por represión versus espontánea o naturalmente. Vayamos por partes.
a) Afirmar que el inconsciente se constituye de modo exógeno y no a partir del sujeto mismo quiere decir que lo inconsciente -al igual que todo el aparato psíquico, véase la tópica intrapsíquica- se establece por vía de la intervención de un otro exterior al propio sujeto infantil u organismo psicobiológico en un comienzo. Intervención que consiste en entrometer, en el acto mismo del cuidado que alivia la tensión autoconservativa, el mundo simbólico que caracteriza al sujeto cuidador, un mundo simbólico que no es algo meramente abstracto ni meramente objetivo, porque está comprometido por el inconsciente singular del sujeto adulto que cuida. De ahí que ya no se trate simplemente de algo externo para el sujeto infantil, sino de algo que además tiene carácter de ajenopara el propio emisor de ese mundo simbólico.
Ahora bien, colocar el origen del inconsciente en el otro y no en el propio psiquismo infantil no comporta el tener que colocar una semejanza y una continuidad entre la estructura de partida (es decir, la que corresponde a los padres con sus deseos inconscientes) y la estructura de llegada (esto es, la que corresponde al sujeto infantil), en el sentido de que los padres prestaran su inconsciente a los hijos que aún no disponen de ese espacio psíquico como no disponen de un aparato intrapsíquico, ya que el sujeto infantil -ante esa intromisión de lo que no es autoconservativo- se ve obligado a tener que afrontarlo, produciéndose entonces todo un trabajo de metabolización que va a desembocar o tener como efecto una nueva estructura, la del inconsciente propio, que no proviene directamente del inconsciente del adulto, puesto que ha estado de por medio una labor de transformación que hace imposible de conocer aquello de lo cual proviene.
b) Y aquí entra en juego la otra perspectiva correspondiente al modo de constitución del inconsciente, la delorigen por un proceso de represión y no de forma espontánea o natural, pues ese trabajo de metabolización por parte del psiquismo infantil consiste por excelencia en una labor de traducción de los mensajes impregnados de significaciones sexuales inconscientes, que el adulto emite y entromete a través de los cuidados autoconservativos. Trabajo de traducción o de significación que comporta necesariamente una cara no traductiva o represora (si seguimos la idea aportada por Freud en su carta 52 o 112 de la edición completa, en donde habla de que «la denegación de la traducción es lo que clínicamente se llama represión»), si tenemos en cuenta tanto la incapacidad de hacerse cargo por parte del sujeto infantil o de la cría humana (provista de algunos montajes reguladores, pero desprovista de sistemas psíquicos), como la imposibilidad del otro adulto de ser dueño del sentido de su mensaje, dada la división entre sus representaciones ideológicas del mundo y sus representaciones reprimidas, es decir, dado el clivaje entre los sistemas psíquicos que le constituyen. Clivaje que hace que el mensaje no pueda remitir a un código de partida, pues ha quedado o está descualificado en el interior del adulto mismo.
Por otra parte, el proceso de represión que constituye al inconsciente es bien complejo, porque requiere tomar en consideración, en cuanto estructuradores del proceso, tanto a los momentos de la represión originaria como a los de la represión secundaria o propiamente dicha. Lo cual quiere decir que el inconsciente no se constituye como tal mientras la represión secundaria, es decir la que se lleva a cabo intrapsíquicamente por el propio sujeto, no haga suya la represión originaria, que se establece por “contrainvestidura” y por tanto contando con la ayuda del otro adulto.
Ahora bien, todo eso comporta una consecuencia clínica de gran alcance, pues si el aparato psíquico no está desde un principio de la vida del bebé y tanto el inconsciente como toda la tópica psíquica se tienen que instaurar por acción de la represión, eso quiere decir que puede establecerse mal y hasta desfondarse en determinadas situaciones históricas.
Y eso conlleva, por una parte, el poder no disponer de lo intrapsíquico como tal, es decir, de la capacidad de fantasmatización y de contención, tan necesarias para la vida psíquica. Así como, por otra, eso permite plantear la posibilidad de que la situación psicoanalítica o el trabajo de la cura pueda y a la vez esté obligada a llevar a cabo la re-construcción de un aparato psíquico no bien establecido o venido abajo.
De igual modo, esa consideración abre el camino a diferenciar mejor (y a poder trabajar en consecuencia) entre una patología más neurótica, esto es, una manera de funcionar que supone un psiquismo más estructurado con inconsciente bien reprimido, en cuyo psiquismo existen las barreras entre los dos sistemas psíquicos (Cs/Prec – Ics) y por tanto la posibilidad de la estructuración de síntomas gracias al conflicto existente entre la sexualidad reprimida y el yo; y una patología fronteriza o límite, que comporta un psiquismo que no terminó de estructurarse, en el que las barreras entre los sistemas psíquicos no están establecidas definitivamente y no existe un yo capaz de dar cuenta del ataque del inconsciente, al estar el sujeto imposibilitado de armar un síntoma neurótico propiamente dicho.
Funcionamiento este último que quizá también pueda ser útil para esclarecer las situaciones llamadas“psicosomáticas”, en las que parece que no puede hablarse con rigor de la existencia o de la presencia eficaz de un yo, que inhiba el pasaje de lo psíquico a lo corporal; o de un yo, que establezca articuladores entre lo uno y lo otro, que establezca espacios de intercambio, como es el espacio de la fantasmatización. Pues sólo si se cuenta con ese yo o con ese espacio intrapsíquico se puede mantener al inconsciente en su lugar de ajeno a la consciencia. Un lugar que por cierto no es el cuerpo, puesto que lo inconsciente procede siempre de lo psíquico reprimido, es decir, de las representaciones psíquicas que no se han podido simbolizar e integrar en el sistema consciente-preconsciente.
Y en esos casos o situaciones la ayuda psíquica tendrá que consistir, no en desvelar o levantar lo reprimido, sino en favorecer la estructuración del aparato psíquico, aportando significaciones que articulen o establezcan conexiones y que permitan que se vaya cualificando o significando la energía descualificada que nunca se contuvo o no se puede ligar. Una energía (ésta, la descualificada) que es procedente siempre de esa energía inevacuable, que el adulto introdujo a través de sus cuidados autoconservativos y, por consiguiente, se trata de una energía de orden pulsional o de orden psíquico, no corporal aunque se sirva primordialmente de lo corporal, correspondiente a la sexualidad reprimida o inconsciente del adulto.
Tenemos, entonces, que en esos casos durante el trabajo psíquico es necesario primeramente terminar de re-construir el aparato psíquico para poder disponer de un inconsciente, en donde colocar lo reprimido y que ahí tenga su espacio de acción y no dentro del funcionar consciente. Para ello hay que ir aportando al sujeto significaciones y construcciones que le vayan estructurando, pero no en el sentido clásico (Kleiniano sobre todo) de “usted está sintiendo tal cosa”, que impone a la fuerza un sentir que el paciente no percibe en él, sino en el sentido de que pueda ir sintiendo algo de otro modo y así ir re-significándose e historiándose o sea, significando las marcas precoces de su sufrimiento. Y, de esa manera, podrá ordenar su mundo interno, esto es, se le ofrece la posibilidad de ir comprendiendo su modo de funcionar, así como de ir rompiendo el circuito de compulsión repetitiva. Después de todo ese trabajo, y también a la vez que se va haciendo ese trabajo de entretejido simbólico, es cuando se podrá llevar a cabo realmente la investigación y la interpretación del fantasma inconsciente. Lo cual quizá se haya hecho muchas veces en la práctica pero sin teorizarlo adecuadamente.
Otra consecuencia fundamental es a relacionar con la materialidad o el contenido del inconsciente, ya que este nuevo planteamiento comporta la propuesta de un inconsciente realista o la del realismo del inconsciente, es decir, la de un inconsciente cerrado a toda referencia exterior a sí mismo, cerrado a toda intencionalidad y a toda apertura subjetivista, ya que la intencionalidad y la apertura hacia el otro, hacia la comunicación, proceden del yo o, mejor, del sistema consciente-preconsciente.
Lo cual se opone abiertamente a la idea lacaniana de un “sujeto del inconsciente”. Esa frase-hipótesis de Lacan es necesario cuestionarla radicalmente, porque lo inconsciente se contrapone precisamente a la organización y a la integración, que comporta la noción de sujeto.
Para entenderlo mejor conviene tener en cuenta que el contenido del inconsciente está compuesto de sexualidad disruptiva y desligante, que ataca al yo. Algo que tiene su origen de manera específica en la intromisión sexualizante por parte del otro adulto, quien al otorgar los cuidados necesarios para la supervivencia implanta lo pulsional en el sujeto infantil. Orden pulsional que se va a establecer como un “cuerpo extraño-interno”, que ataca desde dentro al psiquismo y que va a marcar los comienzos de la vida psíquica como excitantes y traumáticos, definiendo de un modo para siempre las relaciones del sujeto psíquico con el mundo.
Una consideración que permite colocar a la teoría traumática, desarrollada por el descubrimiento psicoanalítico (me estoy refiriendo a la teoría del traumatismo en dos tiempos o teoría de la resignificación, que postula que nada se inscribe en el inconsciente humano sino a través de la relación de al menos dos acontecimientos separados en el tiempo por un momento de cambio que permite al sujeto reaccionar de otro modo que en la primera experiencia, si bien será el recuerdo -véase mejor: la significación que el propio sujeto se da- y no la nueva escena lo que funcione como fuente de energía pulsional interna, autotraumatizante), no como algo meramente contingente o accidental, sino como algo universal y necesario para el progreso de la vida.
Y es que el mensaje enigmático que emite el adulto a la cría humana en el acto mismo del cuidado alimenticio o higiénico es necesariamente traumático por estar en juego su sexualidad pulsional disgregada, una sexualidad inconsciente sin duda atravesada por deseos que en gran medida han recibido ya significaciones genitales, pero que el sujeto infantil no puede asimilar ni recoger.
Es decir, se trata de un mensaje que no es en sentido estricto intersubjetivo. De ahí que no se pueda hablar de una verdadera relación intersubjetiva a la hora de situar la fundación del inconsciente en el sujeto psíquico, porque en ese plano no hay interacción, no hay intercambio entre sujetos, por más que la ilusión esté ciertamente en creer que esos mensajes aportan un significado ya existente para el que lo emite.
Lo cual conlleva dos consecuencias para la práctica clínica:
1) No se puede encontrar, en el interior de la cura, las fuentes del mensaje del otro ni su código, pues el inconsciente no es el residuo de un saber inconsciente del otro adulto sobre la cría, sino el residuo del sentido ignorado o ajeno a sí mismo del mensaje.
2) Es necesario llevar a cabo el abandono de toda clínica intersubjetiva (a la que está enganchado la famosa teoría de las relaciones objetales), que pretende recomponer a partir del exterior algo que nunca estuvo afuera.
Una última consecuencia fundamental es a relacionar con la cuestión de la sexualidad femenina o, mejor, con la psicogénesis de la feminidad, pues la teoría de la seducción originaria no se ha conformado a este respecto con criticar y poner al descubierto las deficiencias de la teoría falocéntrica de Freud, sino que ha indagado las bases conceptuales en las que esta teoría estaba sustentada, abriendo de ese modo una vía que permite dar cuenta de la génesis y del devenir específicamente psíquico de la erogeneidad vaginal precoz, sin tener que recurrir ni a lo exclusivamente ideológico ni a lo puramente hipotético, que es como se ha venido generalmente planteando esta cuestión en la segunda mitad de este siglo.
Sin duda la dificultad radica en situar realmente la psicogénesis de la erogeneidad vaginal precoz y, por consiguiente, de una sexualidad específicamente femenina, sin tener que pasar por el intermedio de la masculina. De hecho, a pesar de haberse establecido ya desde los años 20 la hipótesis de una excitación vaginal precoz, el pensamiento psicoanalítico, decenas de años después, ha seguido enzarzado en una discusión cuyos términos apenas se han modificado. Discusión cuyas divergencias y contradicciones dan testimonio de la dificultad que se tiene en dar cuenta de la génesis de la erogeneidad vaginal cuando no se recurre a invocar ni los gestos perversos del adulto ni el apuntalamiento sobre una función vital.
Frente a esas dificultades, desde la perspectiva abierta por la teoría de la seducción originaria se ha planteado la idea de una pasividad de orden pulsional, que no hay que poner en relación con la idea de una sumisión-aceptación o renuncia (en continuidad con esa frase presente en el texto de Freud «a falta de poder ser activa, a falta de tener» y que, juntamente con los desarrollos sobre la feminidad de Helène Deutsch, impone a la articulación feminidad-pasividad unas resonancias peyorativas obedeciendo a razones más ideológicas que analíticas). Aquí no se trata de una pasividad marcada por la falta de tener, sino de una pasividad buscada y anhelada, que con gran frecuencia -según nos enseña la experiencia de la práctica psicoanalítica- no está para nada admitida, sino más bien reprimida.
Ahora bien, al evocar ese impulso de pasividad (o los fantasmas de meta pasiva, según la expresión de Freud) estamos situando el vínculo entre feminidad y pasividad en el terreno de la vida psicosexual y no en el registro de lo meramente anatómico. Como es sabido, la anatomía genital no está al comienzo, es más, si la anatomía tuviera un valor inaugurador y fundador no se podría entender que el fin sexual que la anatomía propone a la mujer (el de ser penetrada) pudiera ser o bien reprimido (llevando a cabo, por ejemplo, la elección de un objeto homosexual o la elección de la virginidad) o bien neutralizado (por medio de la frigidez). Además, la penetración real de la vagina está siempre precedida por su fantasma y por una psicosexualidad dominada por el conflicto al respecto. Y, entonces o teniendo en cuenta la fantasmática pulsional como algo primordial, tenemos que la pasividad genital no puede menos de entrar en relación o de ser la continuadora de una otra pasividad más antigua (la que se produjo con la intromisión-irrupción de la sexualidad por parte del adulto al procurar los cuidados autoconservativos), de la cual tomará el relevo bien de una manera placentera o bien de un modo traumático, de acuerdo con los destinos singulares de la historia personal.
Una pasividad primera o más antigua que pone por delante para el devenir intrapsíquico la primacía del otro adulto y, en la medida en que la relación con ese otro adulto es de carácter sexual, la primacía de su sexualidad inconsciente. Y, de ese modo, a la pasividad del bebé, impotente para sobrevivir por sí mismo frente al mensaje sexual del adulto, le sucede y acompaña desde el comienzo de la vida psíquica la pasividad interna del propio psiquismo frente a lo pulsional externo interiorizado, frente al exceso de la exigencia pulsional.
Y, ahondando en ello, puede plantearse la hipótesis de que « el fin genital femenino: ser penetrada (o recibir, según la versión suavizada) toma el relevo de las modalidades más antiguas de la satisfacción libidinal », de tal modo que « entre la mujer penetrada y el bebé “efractado” o atravesado por la sexualidad adulta la relación no es meramente analógica, ya que la sexualidad y los cuidados penetran selectivamente por los orificios del cuerpo (oral, anal, uro-genital) »25.
Así, pues, entre el bebé (tomado como sustituto por entero del objeto sexual) disfrutando pasivamente y la satisfacción femenina posterior (gozando de lo que penetra dentro) la superposición es al mismo tiempo estructural (por identidad de posición) y empírica (a través del encadenamiento por los orificios: boca, ano, vagina). Claro que ese parentesco en las modalidades del placer es también un parentesco de tipo traumático, pues así como la experiencia pulsional del bebé desborda ampliamente lo que está en condiciones de acoger (y hay que hablar de una inadecuación fundamental a hacerse cargo de lo que le entrometen), así también la posición genital femenina no puede menos de asociar gozo y “efracción” (véase finalmente un vínculo estrecho entre masoquismo -a no entender, claro esta, como un destino psicopatológico, sino como algo estructural, en cuanto perteneciente a la constitución misma de la psicosexualidad y del fantasma- y feminidad).
Y, entonces, dada la estrecha relación que la posición femenina mantiene con la pasividad originaria y sus excesos, se comprende que aquella caiga generalmente bajo los efectos de la represión. De ahí que gozar de ser penetrada, cuando esa meta es lograda (lo que, sabemos por la práctica clínica, no siempre ocurre), sea el resultado de un largo camino recorrido las más de las veces con gran dificultad.
A mi juicio, por tanto y para concluir ya, no fue tanto el falocentrismo de Freud cuanto su extravío biologizante de la dimensión pulsional de la sexualidad (aunque, por otra parte, los dos aspectos están estrechamente conectados, en el sentido de que el primero es una consecuencia del segundo) lo que le impuso una teorización insuficiente sobre la sexualidad femenina. Extravío que le impidió establecer una articulación, por otro lado necesaria y fundamental (dado que la sexualidad es introducida y surge a raíz de los cuidados maternos a la vez autoconservadores y pulsionales, y no surge de modo endógeno o espontáneo), entre lo femenino-materno y lo sexual como exceso, entre lo femenino y lo sexual-desligado, entre lo femenino y el ejercicio pulsional directo.
Articulación que ya no se debe a las representaciones masculinas, sino que es algo fundacional, en el sentido de que así se funda o se origina la pulsión en todo ser humano, esto es, siendo entrometido un exceso en la autoconservación o transformando a la cría humana en un objeto de sexualización, que es lo que abre las condiciones para devenir un sujeto sexuado.
Siempre se puede decir que se trata sólo de una simple discriminación, pero -al igual que sucede tantas veces en la “situación psicoanalítica”, en la que ciertas discriminaciones hacen salir del “impasse” al proceso de la cura- quizá dando esos pasos el discurrir psicoanalítico pueda salir algo del atolladero en el que sigue metido a propósito de esta cuestión, y, de ese modo, pueda afrontar más decididamente no sólo los retos que todas las mutaciones de la realidad externa van imponiendo día a día, sino sobre todo los enigmas que se avecinan a raíz de los nuevos modos de engendramiento y de nacimiento que los avances científicos están produciendo y que, sin duda, a la vez que acarrearán fuertes sacudidas teórico-clínicas en el devenir psicoanalítico, también darán la oportunidad de que el psicoanálisis una vez más se anticipe aportando una resolución más sana y más eficaz de los mismos.
Notas
1 Artículo cuyo título es «De la théorie de la séduction restreinte à la théorie de la séduction généralisée» y cuya primera versión castellana apareció en la revista Trabajo del psicoanálisis, 38, 1988, 273-294.
2 Recuperación que a su vez permite re-establecer el fundamento neurálgico de “la situación psicoanalítica” o “la cura”, en la medida en que ésta es algo único y nuevo en la historia de la humanidad, precisamente porque es la re-inauguración o la re-instauración del momento de fundación y de estructuración del aparato psíquico.
3 S.Freud, O.C., Amorrortu, t.I, pp.215-217.
4 Concretamente en las cartas a W.Fliess del 8-X-1895 y del 15-X-1895, en las que puede leerse respectivamente: «Imagínate, entre otras cosas olfateo la siguiente íntima condicionalidad: para la histeria, que una vivencia sexual primaria (anterior a la pubertad) se haya producido con repugnancia y espanto, para la neurosis obsesiva, que se haya producido con placer» y «¿Ya te he comunicado, oralmente o por escrito, el gran secreto clínico? La histeria es la consecuencia de un espanto sexual/presexual. La neurosis obsesiva es la consecuencia de un placer sexual que después se mudó en reproche». Estas cartas no están recogidas en las O.C. de Amorrortu, sino en la edición completa de las Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), publicada por Amorrortu en 1994 (cf. pp.146 y 147 respectivamente).
5 O.C., Amorrortu, t.III, pp. 143-156.
6 O.C., Amorrortu, t.III, pp. 163-184.
7 O.C., Amorrortu, t.III, pp. 191-218.
8 Esta frase puede encontrarse en la carta de Freud a Fliess, que se cita en la nota siguiente.
9 Véase la carta a Fliess del 26 y del 28 de abril de 1896 (p.194 de la edición completa de las Cartas a Wilhelm Fliess). Freud se expresará de modo bastante semejante en la conferencia antes mencionada La etiología de la histeria: «Estimo que ésta es una revelación importante, el descubrimiento de un caput Nili de la neuropsicopatología» (O.C., Amorrortu, t.III, p. 202).
10 Véase la carta 69, O.C., Amorrortu, t.I, p.301.
11 Publicado en 1991 por P.U.F. y en su colección «Voix nouvelles en Psychanalyse», dirigida por J.Laplanche.
12 Expresión que aparece en la carta a Fliess del 21 de mayo de 1894 (cf. p.68 de la edición completa de las cartas).
13 Así se expresa en otra carta, la del 15 de octubre de 1895, que ya cité con anterioridad en la nota 4.
14 Frase perteneciente a la carta 240 de Freud a Fliess (cf. p.444 de la edición completa de las cartas).
15 Publicado en New York por Farrar, Straus and Giroux, apareciendo la traducción española bajo el título Asalto a la verdad: la supresión de Freud de la teoría de la seducción en Barcelona, Seix Barral, 1985.
16 A esa expresión recurre J.Laplanche en una breve reflexión, aparecida en octubre de 1990 (véasePsychanalyse à l’Université 15, 60, pp.155-158) bajo el nombre de «Implantation, Intromission», en la que compara lo sucedido en la cuestión del heliocentrismo (descubierto por Aristarco de Samos en el siglo III antes de Cristo y sin embargo ignorado durante un largo período hasta la aparición de Copérnico en el siglo XV, es decir, diez y ocho siglos después) con la «tímida aparición aristarquiana» de la teoría de la seducción traumática durante los años 1895-97 y su ocultamiento desde entonces por el auto o el ipsocentrismo, pues si bien el yo deja de ser -según la expresión de Freud- dueño de su propia casa, un otro soberano, esta vez el ello, vendrá a ocupar ese centro o núcleo del individuo, en lugar de considerar al ello un extraño, un otro radicalmente ajeno dentro de sí.
17 A mi juicio, J.Laplanche se ha dejado siempre enseñar por Freud, para lo cual ha seguido el camino de hacer trabajar su obra, es decir, de colocarse en el interior de esta obra planteándole problemas que ella puede plantearse a sí misma y en los términos en que la obra misma se los plantea (véase su reflexión al respecto en su artículo «Reinterpretar M.Klein», Trabajo del Psicoanálisis,1983, 2, 6, pp.355-379).
18 Por más que la relación entre Caterina y su hijo Leonardo estuviera marcada por una serie de particularidades (entiéndase el nacimiento ilegítimo y el abandono de Caterina por el padre del niño), Freud se percató no obstante de que ahí estaba en juego un modo de relación general, inherente al vínculo de la madre con su bebé.
19 Véase La sublimación. Problemáticas III, Buenos Aires, Amorrortu, 1987, p.97.
20 O.C., Amorrortu, t.XI, p.100.
21 Me refiero a su texto «Le temps et l’autre», aparecido en Psychanalyse à l’Université, 1991,16,61, pp.33-56.
22 Véase el texto colectivo La pulsion pour quoi faire?, Paris, Association Psychanalytique de France, 1984, p.20.
23 Que es la oferta la que crea la demanda y no al revés, es una propuesta constante en el ámbito económico y en el cultural. Ciertamente, el reino de las necesidades humanas, por innegable que sea, no deja de ser verdaderamente mínimo en el dominio vital a la vez que completamente recubierto por la cultura. Por eso J.Laplanche, en su artículo «Du transfert: sa provocation par l’analyste» (véase Psychanalyse à l’Université, 1992,17,65, p.12), se va a preguntar: ¿qué ha pasado para que el psicoanálisis haya perdido de vista esta verdad elemental, que vuelve a salir a la luz con la teoría de la seducción generalizada?.
24 Véase J.Laplanche, Ibid., p.12.
25 Cf. J.André, La sexualité féminine, Paris, PUF (Coll.«Que sais-je?»), p.95.
* Trabajo publicado en la revista «Clínica y Análisis Grupal», nº78, Vol.20-2, pp.197-214, Madrid, 1998
http://www.aperturas.org/articulos.php?id=87&a=Consecuencias-teorico-clinicas-de-la-teoria-de-la-seduccion-originaria