Atapuerca se prepara para perseguir el cráneo de un nuevo ‘Homo’ a partir de 2012.
Hace 1,2 millones de años, un grupo de humanos descuartizó el cuerpo de una abuela de unos 40 años, celebró un banquete caníbal y tiró los despojos a un pozo de casi 20 metros. Durante cientos de miles de años, los pedazos descansaron bajo una capa de tierra y restos de fauna de la zona como hipopótamos, rinocerontes, linces y osos. Sobre aquel agujero, enclavado en un pasillo que hoy enchufa la cuenca del Ebro con la del Duero, a 15 kilómetros de Burgos, pulularon Homo antecessor, Homo heidelbergensis y neandertales.
Los fósiles de aquella presunta abuela permanecieron enterrados hasta que, a finales del siglo XIX, unos 1.500 Homo sapiens llegaron y abrieron una herida en la Sierra de Atapuerca para construir una línea de ferrocarril para llevar carbón a los altos hornos de Vizcaya. Finalmente, en 2007, el equipo de investigación de Atapuerca extrajo la mandíbula de aquella abuela, el primer homínido conocido de Europa.
Es un hueso minúsculo, de unos siete centímetros, y con apenas cuatro dientes todavía engarzados, pero los codirectores de Atapuerca ven en él «una identidad europea». Lo que arrojaron a aquel agujero, sostienen, no se parece a ninguna de las especies humanas conocidas, como pensaron en principio, clasificándolo como Homo antecessor. Y mientras buscan más restos para confirmar su hipótesis ya la han bautizado: la especie Ñ.
«Todo lo que tenemos es un fragmento de mandíbula y no sabemos qué demonios es», admite uno de los codirectores de las excavaciones, José María Bermúdez de Castro. Aun sin nombre, los investigadores creen que aquella abuela tuvo un papel protagonista en la evolución humana. La campaña de excavaciones de este año concluyó el 22 de julio sin grandes novedades, pero otros estudios confirman la importancia de la especie Ñ.
Un mentón primitivo.
Científicos de las universidades de Granada y Málaga han confirmado que la primera especie que salió de África fue el Homo habilis y no el Homo erectus, como se dio por hecho durante décadas. La confirmación respalda las tesis de los investigadores de Atapuerca. El Homo habilis habría abandonado África hace unos dos millones de años, dando lugar por el camino, en Asia, al Homo georgicus, que vivió hace 1,85 millones de años en lo que hoy es Georgia. «El georgicus podría haber dado lugar a la especie Ñ y esta, a su vez, a los antecessor», explica Juan Manuel Jiménez Arenas, de la Universidad de Granada, que ha estudiado la variabilidad en la forma del cráneo de los representantes del género Homo.
La lectura de la mandíbula hallada en Atapuerca, en la Sima del Elefante, también apunta a Europa. El mentón de aquella abuela de la especie Ñ es muy primitivo, parecido al de los Homo habilis africanos, pero la cara interna es «muy moderna», según los investigadores, ya que carece de la protuberancia ósea típica de las mandíbulas de esta antigüedad. La especie Ñ, sea lo que sea, no procede de un éxodo de homínidos fuera de África, sino que surgió de manera independiente en Eurasia y pudo desembocar en los antecessor y estos, a su vez, «tienen entidad para estar relacionados con ancestros de neandertales», según Bermúdez de Castro.
La especie Ñ cosería las piezas del puzle evolutivo esparcidas por África, Asia y Europa. El codirector de Atapuerca explicará los últimos avances de sus investigaciones el próximo 23 de septiembre en Leipzig (Alemania), en el primer congreso de la recién nacida Sociedad Europea para el Estudio de la Evolución Humana.
Un cerebro pequeño.
Bermúdez de Castro sostiene que allí no se dará un veredicto sobre la especie Ñ. «Sabemos poquísimo, necesitamos más restos», afirma. Aquellos humanos habrían vivido sin dominar el fuego, con una longevidad máxima de unos 50 años, similar a la de los chimpancés, y habrían sido cazadores y recolectores, además de caníbales. Aparte de la mandíbula, los investigadores han hallado en la Sima del Elefante un fragmento de húmero y una falange que pudieron pertenecer al mismo individuo.
En el húmero, un hueso del brazo, los científicos han observado marcas de corte que achacan, sin dudarlo, a prácticas caníbales. Bermúdez de Castro también cree que la especie Ñ era «una población demográficamente poco importante» y que sus individuos tendrían una capacidad craneal de «no más de 900 centímetros cúbicos», lo que indica un cerebro pequeño, comparado con los 1.500 centímetros cúbicos actuales.
Pero son todo especulaciones. Este verano, en una campaña de excavaciones calificada como «de transición», los investigadores no han hallado más restos de la especie Ñ. Pero tienen que estar allí, en el fondo del pozo. «En tres o cuatro años tendremos el nivel excavado completamente», calcula Bermúdez de Castro. Sin embargo, no hay garantías de que el cráneo de la abuela aparezca, lo que permitiría confirmar si se trata de una nueva especie. De entrada, el grupo que devoró su cadáver pudo tirar el cráneo en otra parte. Y, además, el pozo donde se ha encontrado la mandíbula es un agujero de 20 metros de profundidad, con una boca de cinco metros de diámetro. Pero esta chimenea se abría bajo la tierra, formando cavidades de decenas de metros que no se están excavando.
El cráneo pudo caer y rodar hacia la cueva, por ejemplo. «Si fue así, no lo encontraremos en cien años», zanja Eudald Carbonell, director del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social y codirector de los yacimientos de Atapuerca. En las últimas semanas, el trabajo se ha centrado en construir una pasarela sobre la Sima del Elefante para tener todo listo para poder buscar el cráneo en 2012. «Cuando aparezca podremos hacer la atribución a una especie o a otra», afirma Carbonell.
Un banquete con niños.
Su colega Bermúdez de Castro plantea tres posibilidades: «O es un Homo antecessor o un Homo georgicus o una especie nueva». Los restos hallados en el yacimiento georgiano de Dmanisi tienen una antigüedad de 1,85 millones de años. La diferencia de edad con la abuela de Atapuerca es de unos 600.000 años. «Parece demasiado como para que estemos hablando de la misma especie», sospecha el paleoantropólogo. Los Homo antecessor hallados en la Gran Dolina, a pocos metros de la Sima del Elefante, vivieron hace 800.000 años. Allí un grupo de antecessor atacó el campamento de otro grupo y devoró a al menos diez individuos, casi todos niños. La abuela de la mandíbula pudo ser una versión primitiva de estos antecessor adictos a los banquetes caníbales, pero la hipótesis predominante entre los codirectores de Atapuerca es que se trata de una especie desconocida para la ciencia.
Bermúdez de Castro es el padre del nombre antecessor, pero, de momento, se niega a fantasear con la denominación de la presunta nueva especie. «Ahora no podemos tirarnos a la piscina», resume. El mote actual, especie Ñ, es un invento de los investigadores para el lanzamiento del primer número del nuevo Periódico de Atapuerca, «la mejor publicación periódica estable sobre la evolución humana», según el tercer codirector de las excavaciones, Juan Luis Arsuaga.
«Quizá se extinguió».
Pero no todos los investigadores están tan satisfechos con los fósiles de Atapuerca. El descubridor del Australopithecus sediba, el paleoantropólogo surafricano Lee Berger, acaba de elaborar un árbol genealógico de la especie humana para la revista National Geographic y el Homo antecessor ni siquiera aparece. No tiene ningún papel en la evolución. Y mucho menos la especie Ñ. «No se puede negar la existencia de 150 restos fósiles de Homo antecessor. Lee Berger nunca ha pisado Atapuerca», se defiende Bermúdez de Castro.
¿Y qué pasó con la especie Ñ? Para el codirector de Atapuerca, hay tres finales posibles: «Pudo dar lugar al Homo antecessor de la Gran Dolina o mezclarse con otros homínidos de Asia. O, quizá, la población se extinguió. Simplemente, desapareció».
Extraído de Público