El trabajo, publicado en la revista ‘Nature‘, pone de manifiesto la estrecha relación entre las máximas aportaciones de polvo a este océano y a los cambios climáticos que dieron lugar a las glaciaciones más intensas del Pleistoceno –hace 1,25 millones de años–.
Los investigadores han cuantificado por primera vez los flujos de polvo y hierro depositados en el Océano Antártico durante los últimos cuatro millones de años, y los datos ratifican el papel del hierro en el aumento del fitopláncton durante los periodos glaciales, acentuando la función de este océano como sumidero de CO2.
El polvo, formado por partículas diversas de suelo y vegetación, influye en el clima alterando el equilibrio energético de la atmósfera y aportando hierro y otros micronutrientes esenciales para los organismos marinos.
Anteriormente, los científicos habían sugerido que los flujos de polvo depositados por los vientos en el Antártico se habrían incrementado durante las glaciaciones y que la fertilización del hierro habría estimulado la productividad marina, contribuyendo significativamente a la reducción de CO2 que tuvo lugar en las últimas glaciaciones del Pleistoceno.
Los registros estudiados en este trabajo revelan un aumento brusco de los depósitos de polvo y hierro durante la transición climática del Pleistoceno Medio, en que se triplicó su volumen, y que marcó un cambio global del clima con el inicio de profundos periodos glaciales de 100.000 años, en contraste con la intensificación gradual con la que se sucedieron los ciclos glaciales durante los tres millones de años anteriores, con periodos glaciales de 41.000 años.
Por ello, los resultados muestran por primera vez la estrecha conexión existente entre los niveles más altos de polvo depositado en el Antártico y las bajas concentraciones de CO2 atmosférico, que dieron lugar al surgimiento de las profundas glaciaciones que caracterizan la historia reciente de la Tierra.