Las dos bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, en 1945, inauguraron una nueva era en la que la posibilidad de una aniquilación nuclear ha mantenido al mundo en un precario equilibrio. A Julius Robert Oppenheimer (1904 – 1967) se le recuerda sobre todo como el «padre de la bomba». Fue un físico judío estadounidense y el director científico del proyecto Manhattan. Fue él quien encabezó la mayor colección de sabios nunca vista, que colaboraron en la construcción de la primera bomba atómica en los laboratorios secretos de Los Álamos, en las apartadas montañas de Nuevo México. Muchos le recuerdan también como el científico que fue empujado prematuramente a la tumba por la caza de brujas anticomunista del senador republicano Joseph Raymond McCarthy.El doctor Robert Oppenheimer, que tenía un amplio conocimiento de la literatura sánscrita y las leyendas hindúes, recordó, cuando la primera explosión desgarró el cielo de Nuevo México, unos versos del antiguo Mahábhárata, compuestos hace miles de años en la India, pero extrañamente aplicables a la era nuclear: “Si el fulgor de mil soles estallara de repente en el cielo, sería como el esplendor del Poderoso. Ha llegado a ser la Muerte, la destructora de mundos“. Albert Einstein lo dijo menos poéticamente, pero de modo más directo al observar: “El hombre tiene ahora un poder de destrucción contra el que no tiene medios de defensa”. Sólo siete años después de la primera explosión atómica en Nuevo México, el doctor Oppenheimer estaba dando una conferencia en la Universidad de Rochester. Luego, en el turno de preguntas y respuestas, un estudiante hizo una pregunta a la que el doctor Oppenheimer contestó con una extraña reserva. El estudiante preguntó: “La bomba que se hizo estallar en Alamogordo, durante el proyecto Manhattan, ¿fue la primera en hacerse explotar?“. El doctor Oppenheimer respondió enigmáticamente: “Bueno, sí. En tiempos modernos, sí, claro“. Quizá el doctor Oppenheimer recordaba un pasaje que había leído en el Mahábhárata sobre una antigua guerra en que se introdujo una nueva arma aterradora: “(Era) un solo proyectil cargado con toda la fuerza del Universo. Una columna incandescente de humo y llamas brillante como diez mil soles se elevó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, un relámpago de hierro, un gigantesco mensajero de muerte, que redujo a cenizas a toda la raza de los Vrisnis y los Andhakas. Los cadáveres quedaron tan quemados que no se podían reconocer. Se les cayeron el pelo y las uñas. los cacharros se rompieron sin motivo, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de pocas horas todos los alimentos estaban infectados. Para escapar de ese fuego los soldados se arrojaban a los ríos, para lavarse ellos y su equipo”.
Pero, ¿quiénes eran los Vrisnis y los Andhakas? Los vrisnis fueron un antiguo clan indio que se consideraban descendientes del rey Vrisni, a su vez descendiente del rey Iadú. Según el Mahábhárata (texto épico-religioso del siglo III a. C.), Vrisni era hijo de Sátuata, descendiente del rey Iadú, hijo de Iaiati. En el marco de la mitología hinduista, Iadu es el nombre de un rey, cuyos descendientes se llamaban iadus, uno de los cinco clanes arios mencionados en el Rig-veda (fines del II milenio a. C.). El texto épico Mahábhárata y también los Puranas se refieren a un rey Iadú, hijo mayor del rey Iaiati. Iadú tuvo cuatro hijos: Sastra Yit, Kroshta (o Kharahostes), Nala y Ripu. Los reyes entre Rishi Buddh y Iaiati se conocen como Soma vamshi, el clan descendiente del dios de la Luna. Según el Sanskrit-English Dictionary del británico Monier Monier-Williams (1819-1899), Iadú fue un antiguo héroe, que en los Vedas (hacia el siglo XV a. C.) se menciona frecuentemente junto con Turvasha (o Turvasu). Según las leyendas, Indra lo salvó de una inundación, algo que se parece al caso de Noé. En la poesía épica es hijo del rey Iaiati y hermano de Purú y Turvasu. En una ocasión, el rey Iaiati le pidió a su hijo que le regalara su juventud. Iadú se negó, por lo que su padre lo desheredó. Por eso él no mantuvo el mismo clan que su padre (el clan lunar). El único clan que mantuvo el nombre de Soma-vamshi fue la que descendía del rey Purú, hermano menor de Iadú. El rey Iadú ordenó que las futuras generaciones de descendientes se llamaran iadus o iádavas y el clan tomaría el nombre de Iadu-vanshi. Vrisni tenía dos esposas, Gandhari y Madri. Con la segunda tuvo un hijo llamado Deva Midusha. Vasudeva, el padre del dios Krisná, era el nieto de Deva Midhusha. Krisná pertenece a esta rama vrisni de la raza lunar, por lo que recibe el nombre de Varsneia (descendiente de Vrisni). Todos los vrisnis terminaron viviendo como residentes en la ciudad de Duaraká (o Duarka), una ciudad de la India en el distrito de Devbhoomi Dwarka (Guyarat), estado de Guyarat. Se la considera una de las ciudades sagradas de la India. Según el texto épico mitológico Mahábhárata (siglo III a. C.), Duarka era una inmensa y riquísima ciudad construida sobre una isla por el dios Krisná, luego de convertirse en rey, mientras que en su adolescencia era un pastor de vacas. Él había escapado de Mathura (en el centro de la India) con su pueblo, después de los repetidos ataques del poderoso rey Yarasandha. Debido a una maldición que pesaba sobre Krisná y su familia (los iadus), la isla se hundió en el mar, algo que se parece al caso de la Atlántida o de Lemuria. Basándose en estas leyendas, en los años noventa, el arqueólogo S. Rao realizó investigaciones frente a las costas de la actual ciudad de Duarka, y encontró algunos restos, anclas antiguas, y antiquísimas vasijas de la cultura del valle del Indo, del III milenio a. C.
El matemático e historiador uzbeko Al-Biruni (973-1048) la menciona como Baruwi, una ciudad que fue un nido de piratas. Fue saqueada por el sultán de Guyarat en 1473 en venganza por un ataque pirata contra el negociante Mawlana Mahmud al-Samarkandi. Tras ser arrasada, fue reconstruida. El sultán Muzaffar III, último sultán de Guyarat, perseguido por las tropas imperiales mogoles, se refugió allí en 1592. Fue refugio de piratas hasta el siglo XIX en que aparecieron los británicos. Formó parte entonces del principado de Baroda. En 1901 tenía 7.535 habitantes. Su puerto era Rupan, a unos 2 km al norte. Fue sede del batallón de Baroda, que tenía como misión controlar a los vaghers. Y cuando estas tribus se rebelaron en 1859, la ciudad fue asaltada por los británicos, que colocaron al mando un oficial político a las órdenes del residente de Baroda. A fines del siglo XIX se convirtió en municipio. Krisná, cuando era un joven pastor, había aprovechado su competencia en artes marciales para matar al rey Kamsa de Mathurá, usurpando el trono. El rey Yarasandha, suegro de Kamsa, invadió Mathurá con un gran ejército, y aunque Krisná destruyó su ejército de demonios, otro asura llamado KalaIávana, rodeó Mathurá con otro ejército de nada menos que treinta millones de demonios monstruosos. Entonces Krisná consideró adecuado abandonar Mathurá y mudarse con todos sus habitantes a Duáraka. Krisná se casó con Rukmini, la hija de Bhismaka, el rey de Vidarbha. También se casó con Mitrabinda, Satiabhama, Yambavati y otras, ganando cada una mediante grandes hazañas. En una ocasión, cuando un demonio llamado Narakasura secuestró y ocultó a 16.100 mujeres, Krisná lo persiguió y lo mató, y también recibió a las mujeres en su casa. Con cada una de sus esposas Krisná tuvo diez hijos y una hija. Mientras Krisná gobernaba en Duaraka, el príncipe Duriodhana oprimía a los Pándavas en Jastinápur y trató de planear su muerte. Krisná y Balarama fueron a darles ayuda. Mientras Krisná fue invitado de los Pandavas se casó con Kalindi, hija del Sol. Después de la muerte de Duriodhana en la guerra de Kuruksetra, su madre Gandhari lloró su muerte y la de sus amigos. Cuando dedujo que la causa principal de todo era Krisná, ella lo maldijo por haber dejado que todas estas catástrofes acontecieran. Esta fue su maldición: que todos los parientes de Krisná, los vrisnis, fueran destruidos, y que Krisná muriera miserablemente solo. Y estas cosas sucedieron a su debido tiempo. Los habitantes varones de Duaraka hicieron licor y se asesinaron entre ellos, junto con todos los hijos y nietos de Krisná. Solamente permanecieron vivos las mujeres, Krisná, su hermano Balarama y su padre Vasudeva. Krisná envió un mensajero a la ciudad de Kuru, para colocar a las mujeres de Duaraka bajo la protección de los Pándavas. Después se despidió de su padre, y partió al continente, donde Balarama lo esperaba en un bosque. Krisná descubrió a su hermano sentado bajo un gran árbol en el borde de la selva, sentado como un yogui. De su boca salió la serpiente Ananta, de mil cabezas, que se arrastró hasta el océano y desapareció. El propio océano personificado, los ríos sagrados y muchos nagas divinos vinieron a su encuentro.
Krisná, tras ver la muerte de su hermano, se apartó de mundo de los humanos, y vagó solo por el bosque. Pensó en la maldición de Gandhari y todo lo que había sucedido, y él sabía que había llegado el momento de su partida. Se acostó bajo un árbol y absorbió sus sentidos mediante el yoga. Vino un cazador y pensó que Krisná era un ciervo. Le disparó una flecha, pero cuando se acercó vio que le había atravesado el pie a un hombre vestido con un pantalón-dhoti amarillo practicando yoga. Sabiéndose un criminal, le tocó los pies. Krisná lo consoló, y él mismo ascendió al Cielo. El Mahábhárata dice que el cazador era la reencarnación de Vaali, personaje del Ramaiana que fue muerto cobardemente por el dios Rama escondido detrás de un árbol. Por lo tanto se le dio la oportunidad de vengarse de manera similar contra el mismo Rama, encarnado como Krisná. Días después el pándava Áryuna llegó a Duaraka y partió hacia Kurukshetra con todas las mujeres, los ancianos y los niños de la familia Vrisni. En el camino, una banda de la tribu ábhira atacó la caravana. Áryuna, acostumbrado a acabar con ejércitos completos él solo, no pudo evitar que los ábhiras secuestraran a todos sus protegidos. En otros textos se dice que Rukmini y las principales esposas de Krisná escaparon del secuestro, y con la ayuda de Áryuna realizaron el suicidio ritual satí, quemándose en una inmensa pira funeraria. Las aguas del océano, abrumadas por la ausencia de Krisná de su isla Duaraka, avanzaron sobre la tierra y la cubrieron sin dejar ningún rastro. En la mitología hinduista, Andhaka es un malévolo ásura (‘demonio’, en el hinduismo tardío). Para matarlo, el dios Shivá asumió la forma monstruosa del extraordinario guerrero Virabhadra. Su leyenda no aparece en el Rig-veda, el texto más antiguo de la India, de mediados del II milenio a. C. En el Mahábhárata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) Andhaka aparece como hijo de Diti y Kashiapa. Su leyenda aparece mencionada en varios textos puránicos, como el Matsiá-purana y el Shivá-purana. Según elBhágavata-purana (siglo XI d. C.), fue un rey de la Dinastía Iadú, y ancestro del dios Krisná. Mientras vivían en el monte Mandhar, el asceta Shivá estaba meditando y su esposa Párvati, sexualmente excitada, se le acercó por detrás con picardía, cerrando los ojos. El bebé fue concebido a partir de la transpiración de ambos padres. Shivá le explicó a Parvati que, puesto que ella había tenido los ojos cerrados, el bebé había nacido ciego. Lo llamaron Andhaka (‘ciego’). Puesto que en la adultez desarrolló cualidades demoníacas, fue llamado Andhakásur (‘demonio ciego’). El problemático demonio Jirania Aksha hizo intentos para complacer al dios Shivá. Quería concebir un hijo que poseyera inmensos poderes y pudiera conquistar el mundo. Conociendo su naturaleza asúrica, Shivá se negó a concederle tal bendición. En su lugar, le ofreció su hijo Andhaka a Jirania Aksha, diciendo que Andhaka poseía todas las cualidades que él buscaba, y le pidió que lo empezara a considerar su propio hijo.
Andhaka quería más poder e hizo intentos para complacer al dios Brahmá. Entre muchas bendiciones, pidió que se le otorgara una visión extraordinaria y la inmortalidad. Brahmá le concedió todo excepto la inmortalidad, ya que él mismo, a pesar de ser la criatura más longeva del universo, no es inmortal. En lugar de ello, Brahmá le pidió que escogiera cuándo quería morir. Como bendición capciosa, Andhakasur pidió la bendición de morir solo si deseaba a una mujer a la que nunca debería aspirar. Esto lo convertiría en virtualmente inmortal. Con el tiempo, Andhakasur se volvió más materialista y menos interesado en realizar intentos para complacer a dioses. Para entonces él ya había conquistado la tierra y el cielo. En un viaje de placer junto con sus compañeros arribaron al monte Mandhar, donde vivían Shivá y Párvati. Sus compañeros le contaron que allí vivían un asceta y su bella esposa. Andhaka envió a sus compañeros a que se la trajeran. Shiva les explicó a los hombres que ellos dos eran los padres de Andhaka. Los compañeros creyeron que se trataba de una estratagema y obligaron a Andhaka a pelear. Shivá y Párvati desempeñaron un papel horrible en el campo de batalla adoptando muchas formas diferentes. A la mañana siguiente, el ejército de Shivá llegó al campo de batalla y se enfrentó con el ejército de Andhaka. Andhaka quería que Párvati fuera suya. Shivá hizo aparecer su forma como el demonio guerrero Virabhadra, que mató a casi todo el ejército de Andhaka. Virabhadra mató a la mayor parte de los soldados, pero no logró matar al propio Andhaka. Cada vez que Virabhadra dejaba a Andhaka sangrando por sus manos, brazos, cabeza, tronco, piernas y pies, aparecía una nueva expansión de Andhaka. Virabhadra intentó acabar con él una y otra vez pero no pudo, Párvati y Shivá se indignaron al ver la estratagema de Andhaka y sus expansiones, ya que les parecía una manera tramposa e innoble de no aceptar la derrota. Párvati entonces invocó a sus ocho expansiones, a saber, Brahmani, Vaishnavi, Maheshwari, Kaumari, Indrani, Varahi, Narasinghi y Chamundai para ayudar a Virabhadra en el campo de batalla. Las ocho diosas madre mataron al resto del ejército de Andhaka. Después se juntaron, todas alineadas en el cielo, para ver la batalla final. Parvati tomó la forma de la horrorosa diosa Bhadrakali para ayudar a Virabhadra. A gran velocidad, Virabhadra empezó a cortar en dos a cada expansión de Andhaka mientras Bhadrakali les sorbía toda la sangre, dejándolas secas. Andhaka fue derrotado y se acercó a sus padres suplicando el perdón. Después de que Virabhadra volvió a entrar en el cuerpo del Señor Shiva, también lo hicieron las ocho diosas madre, y después de que Bhadrakali se absorbió en Parvati, también ingresaron en su cuerpo. Fue perdonado y se convirtió en uno de los hombres de Shiva.
Algunos millones de años más tarde, tres de los generales de Andhaka, Duriódhan, que no es el conocido rey Duriódhan del Mahábhárata, Vighasa y Hasti, tropezaron con Shiva y Parvati en una cueva, pero no los reconocieron. Ellos pensaron que la mujer era lo suficientemente hermosa para su rey, por lo que se apresuraron de nuevo a darle la buena noticia. Andhaka les pidió que regresaran y pidieran la mujer en matrimonio. Shiva se negó y Andhaka corrió a la cueva para matarlo. Después se produjo una batalla que duró cientos de años e involucró a muchos otros dioses y demonios, pero finalmente Shiva mató a Andhaka empujando su tridente Trishula en el pecho de su hijo. En algunas versiones, el Señor Shiva levantó a Andhaka clavado en su tridente hasta que el Sol secó los pecados de Andhaka. Después de ese tiempo, Andhaka se purificó y se convirtió en uno de los ganas (asistentes) del dios Shiva y de la diosa Parvati. El mito subraya la lujuria antinatural de Andhaka, producto de su ceguera y su incapacidad para reconocer los errores morales. Volviendo al tema de las armas utilizadas en el Mahábhárata, vemos que las dimensiones de esta arma legendaria tenían cierta semejanza con los proyectiles tácticos nucleares de hoy día: “Un tallo fatal como la vara de la muerte. Medía tres codos y seis pies. Dotado de la fuerza del trueno de Indra, la de mil ojos, destruía toda criatura viva“. Los poderosos efectos de la explosión y el calor producidos por esa arma se describen de una manera imaginativa y lírica, pero una forma que se podría aplicar (salvo por los elefantes) al lanzamiento de una bomba atómica: “Entonces (el dios de esa poderosa arma) se llevó por delante multitudes de Samsaptakas con corceles y elefantes y carros y armas, como si fueran hojas secas de los árboles. Llevados por el viento, oh Rey, parecían hermosos allá arriba como aves en vuelo arrancando de los árboles“. Y después añade: “Vientos de malos auspicios llegaron a soplar. El Sol pareció dar la vuelta, el Universo, abrasado de calor, parecía tener fiebre. Elefantes y otras criaturas de la tierra, abrasados por la energía del arma, huyeron corriendo. Las mismas aguas al calentarse, las criaturas que vivían en ese elemento, empezaron a arder. Hostiles guerreros caían como árboles quemados en un fuego furioso. Enormes elefantes quemados por esa arma, caían por tierra lanzando terribles gritos. Otros, abrasados por el fuego, corrían de acá para allá mientras, en medio de un incendio de bosque, los corceles y los carros también quemados por la energía de esa arma, parecían como copas de árboles quemados en un incendio de bosque“. Los Samsaptakas eran un grupo de guerreros en la guerra de Kurukshetra que fueron constituidos para matar a Arjuna, el más famoso guerrero de los Pandavas . Este ejército se componía de miles de carros y elefantes, y decenas de miles de caballos y guerreros de infantería. Todos ellos eran muy valientes, difíciles de ser vencidos. Prometieron luchar hasta la muerte para cumplir con su objetivo de matar a Arjuna y así traer la victoria a Duryodhana, el mayor de los cien hijos de rey ciego Dhritarashtra y la reina Gandhari.
La guerra de Kurukshetra es un componente esencial del texto épico hindú Mahábharata y por tanto de la Bhagavad-Gita, que es una sección del Mahábharata. De acuerdo con el Mahábhárata, la lucha entre clanes hermanos, tales como los Kuru y los Pándava por el trono de Hastināpura, cerca de la actual Nueva Delhi, fue resuelta en una guerra, en la cual un gran número de antiguos reinos participaron como aliados de los clanes rivales. La localización de la batalla fue Kurukshetra, campo de los Kuru, en el actual estado de Haryana, en el Norte de la India. El Mahábharata cuenta que la batalla duró dieciocho días, durante los cuales grandes ejércitos procedentes de toda la India lucharon en ambos lados. La importancia dada a la narración de esta guerra es evidente, ya que mientras la duración de la historia es de siglos e involucra a varias generaciones de familias guerreras, la narración de la batalla, de sólo 18 días, ocupa la mitad del libro. La mayor parte de la narración describe con bastante minuciosidad las batallas individuales de los diferentes héroes de ambas partes, las formaciones militares empleadas cada día por ambos bandos, la diplomacia de la guerra, reuniones y discursos entre héroes y comandantes cada día antes del comienzo de la guerra, las armas utilizadas, etc. Los capítulos (parvas) relacionados con la batalla, del capítulo seis al diez, se consideran entre los más antiguos del Mahábhárata. El Bhagavad Gita, texto sagrado de la filosofía hindú, que se considera un añadido posterior al Mahábhárata, vuelve a contar la conversación entre el pándava Arjuna y Krishná, sacando a la luz la reticencia de Áryuna a luchar contra miembros de su propia familia. Los hinduistas que creen que la batalla de Kurukshetra fue un hecho histórico, lo datan entre el año 3102 a. C. y el 800 de nuestra era, basándose en cálculos astronómicos y en la información del Mahábhárata. La mitología de la batalla de Kurukshetra se describe también en la batalla de los Diez Reyes, mencionada en el Rig Vedá. Según este libro, el ejército de los Pandavas, mandado por Dhristadyumna, se dividía en 7 divisiones sumando 1.530.900 hombres, mientras sus rivales, los Kauravas, al mando de Bhishma, sumaban 11 divisiones con 2.405.700 hombres. La batalla fue increíblemente violenta para ambos bandos, sobreviviendo solo 8 pandavas y 4 kauranas. Un enorme bajorrelieve de 94 m de longitud describe esta batalla en los muros del templo de Angkor Wat (Camboya), datado en el siglo XII d.C. Como si no hubiera bastante coincidencia en las detalladas descripciones de algo muy parecido a un bombardeo atómico, nos llega desde el antiguo Mahábhárata una suerte de manifestación antinuclear: “Una sustancia como fuego ha surgido a la existencia, quemando ahora colinas y ríos y árboles. Toda clase de hierbas y césped en el Universo móvil e inmóvil quedan reducidos a cenizas. Vosotros, crueles y perversos, emborrachados de orgullo, mediante ese rayo de hierro llegaréis a ser los exterminadores de vuestra raza“. Podemos leer en el Ramayana información sobre un terrible proyectil: “Tan poderoso que podía destruir la tierra en un momento. Un gran ruido que se elevaba en humo y llamas y sobre él está sentada la Muerte“.
Estas informaciones transmitidas a los tiempos presentes por los libros clásicos de la India, aparentemente están basadas en un recuerdo de su utilización por parte de alguna antigua civilización, un pueblo que usó esta fuerza y que, mediante su uso, dio lugar a su propia destrucción. Ello está parcialmente confirmados por algunos descubrimientos arqueológicos, que parecen indicar que algo parecido a bombas atómicas se empleó en guerras en nuestro planeta miles de años antes de que empezara la actual historia escrita. No hemos reconocido en las leyendas antiguas estas detalladas referencias a una supuesta guerra nuclear hasta que no hemos desarrollado nosotros mismos la bomba atómica. La mayor parte de esas referencias proceden del Mahábhárata, el Ramayana, textos puránicos y védicos, como el Mahavira Charita y otros textos sánscritos que nos han llegado desde tiempos remotos. Se supone que el Mahábhárata se escribió originalmente en sánscrito hacia el 1500 a. C., pero versaba sobre leyendas que databan, al menos, unos 5.000 años antes. Desde la primera traducción completa del Mahábhárata, en 1843, se supuso que solo eran ejemplos de la imaginación oriental, en este caso sobre guerras de dioses y héroes antiguos. Mahábhárata significa, en sánscrito, Gran Bharata. Es el más extenso poema épico de la literatura india antigua, siendo el segundo el Ramayana. Antes de conocerse los efectos de la bomba atómica estos poemas carecían de sentido. Pero actualmente no, al igual que los carros de fuego que llevaban aquellas armas por los aires. El Mahábhárata refiere la historia de un señor feudal llamado Gurkha con estas palabras: “Venía a bordo de un vimana, y sació su ira enviando un sólo y único rayo en contra de la ciudad. Una enorme columna de fuego diez mil veces más luminosa que el sol se levantó, y la ciudad quedó reducida a cenizas en el acto”. El Libro de Krisna relata: “Era capaz de moverse sobre el agua y bajo el agua. Podía volar tan alto y veloz que resultaba imposible de ver. Aunque estuviese oscuro, el piloto podía conducirlo en la oscuridad“. El Ramayana relata: “Las Vimanas tienen la forma de una esfera y navegaban por los aires a causa del mercurio (rasa) levantando un fuerte viento. Hombres a bordo de los Vimanas podían así cubrir grandes distancias en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, pues el hombre que conducía lo hacía a su voluntad volando de abajo arriba, de arriba abajo, adelante o atrás“. En el Saramangana Suttradhara se lee: “Estaban hechos con planchas de hierro bien unidas y lisas y eran tan veloces que casi no se los podía ver desde el suelo. Los hombres de la tierra podían elevarse muy alto en los cielos y los hombres de los cielos podían bajar a la tierra“. En el Ramayana se nos dice: “Debe haber cuatro depósitos de mercurio (rasa) en su interior. Cuando son calentados por medio de un fuego controlado, el vimana desarrolla un poder de trueno por medio del mercurio. Si este motor de hierro, con uniones adecuadamente soldadas, es llenado de mercurio y el fuego se dirige hacia la parte superior, desarrolla una gran potencia, con el rugido de un león e inmediatamente se convierte en una perla en el cielo“.
En el Mahavira Charita podemos leer: “Un proyectil, cargado con la fuerza del universo, produjo una inmensa columna de humo y llamas deslumbrantes. Tan brillantes como 10.000 soles en todo su esplendor. Era una arma desconocida un trueno de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte, que redujo a cenizas a la totalidad de la raza enemiga. Los cuerpos quedaron irreconocibles, sus cabellos y uñas se caían, la loza se rompía espontáneamente y las aves vieron decolorados su plumaje. Después de unas cuantas horas, todos los alimentos quedaron contaminados, para poder escapar de ese fuego, los soldados se arrojaron a los ríos para lavar su equipaje y lavarse ellos mismos. El sol pareció temblar, y el universo se cubrió de calor. Las aguas hirvieron, los animales comenzaron a perecer y los guerreros hostiles cayeron derribados como briznas. Grandes proporciones de vegetación quedaron desiertos, y hasta el metal de las carrozas se fundió ante esta arma“. Se considera en la India, por parte de los entendidos, que los primeros cronistas diferenciaron en sus relatos lo real de lo ficticio. Los hechos reales, cuya autenticidad estaba fuera de toda duda, eran conocidos como “Manusa“. El Mahábhárata, Ramayana, Mahavira, y otros textos tenidos por fantasiosos, pertenecen a la categoría “Manusa“. Con respecto a restos que pueden pertenecer a restos de ciudades que sufrieron un ataque nuclear, tenemos en caso de las ruinas de las antiguas ciudades de Mohenjo-Daro y Harappa, aunque no tenemos idea de cuáles eran sus nombres cuando prosperaron. No se sabe quiénes la construyeron, pero sí que lo hicieron en las riberas del río Indo, en la actual Pakistán. Representan, que se conozca, los primeros centros urbanos planificado de la historia. Pese al terrible significado del nombre de Mohenjo-Daro, “Monte de los Muertos”, mantuvo su poder y prosperidad durante centenares de años. Las ruinas de estas antiguas ciudades parecen haber albergado, en sus enormes áreas, poblaciones de más de un millón de habitantes cada una. Tammuz era una divinidad babilónica, consorte de Inanna e hijo de Nemrod y Ninsun. Es el dios pastor y de la fertilidad. Se le llama Talmuz entre los semitas y Adonis para los fenicios y sirios. Sin embargo, en el panteón sumerio recibía el nombre de Dumuzi. Su compañero eterno fue Ningizzida y ambos custodiaban las puertas del cielo. Él era un mortal, y su casamiento con Inanna le garantizó la fertilidad de la tierra y la fecundidad de la matriz. Pero más tarde, debido al comportamiento desaprensivo de Tammuz hacia Inanna, ésta lo envía al inframundo durante los seis meses más calurosos. Al volver, coincidiendo con el equinoccio de otoño, se dio su nombre al mes del calendario de la antigua Mesopotamia en su honor. Dumuzi habría sido el quinto o el sexto rey de la dinastía de Bad-Tibira, correspondiente a los reyes antediluvianos. Los textos que tratan de la muerte de Dumuzi, así como de la prisión de Marduk, mencionan los nombres de algunas ciudades sumerias y de sus pobladores. Marduk fue un dios de la ciudad de Babilonia. Cuando esta ciudad se convirtió en el centro político de los estados unificados del valle de Éufrates en los tiempos de Hammurabi (siglo XVII a. C.), se levantó como cabeza del panteón de dioses babilónicos. Era hijo de Ea, también llamado Enki en Sumerio.
Los acontecimientos de los que se habla en aquellos textos tuvieron lugar después de que hubiera comenzado la civilización urbana sumeria, hacia el 3800 a.C. Por otra parte, el fondo egipcio de los relatos no hace referencia a asentamientos urbanos, y describe un entorno pastoril, sugiriendo así una época previa al 300 a.C, que es cuando tuvo sus inicios la civilización urbana en Egipto. En los escritos de Manetón, se dice que el reinado urbano de Menes le precedió un caótico período de 350 años. Este período, entre el 3450 y el 3100 a. C, parece haber sido la época de los conflictos y las tribulaciones que desencadenara Marduk, como el de la Torre de Babel, así como el asunto de la muerte de Dumuzi. Zecharia Sitchin cree que fue entonces cuando los “dioses” anunnaki pusieron su atención en la Tercera Región, la del Valle del Indo, donde poco después comenzaría la civilización. A diferencia de las civilizaciones mesopotámica y egipcia, que pervivieron durante milenios y continuaron hasta el día de hoy a través de sus civilizaciones descendientes, la civilización de la Tercera Región duró sólo un milenio. Poco después comenzó a declinar, y hacia el 1600 a.C. había desaparecido por completo. Sus ciudades estaban en ruinas, sus gentes dispersas. El pillaje humano y los estragos de la naturaleza arrasaron poco a poco los restos de la civilización, y, con el tiempo, se olvidó por completo. Fue en la década de 1920 cuando los arqueólogos, liderados por Sir Mortimer Wheeler, comenzaron a desenterrar dos importantes centros y varios lugares intermedios que se extendían a lo largo de más de seiscientos kilómetros, desde la costa del Océano índico hacia el norte, a lo largo del río Indo y sus afluentes. Ambos lugares -Mohenjo-Daro, en el sur, y Harappa, en el norte, demostraron ser ciudades importantes, con casi cinco kilómetros de circunferencia. Altas murallas rodeaban y recorrían el interior de las ciudades, murallas que, al igual que los edificios públicos y los privados, fueron construidas con ladrillos de arcilla o barro. De hecho, había tantos de estos ladrillos que, a pesar del constante saqueo, tanto en tiempos antiguos como más recientemente, todavía quedan suficientes restos en pie como para revelar la ubicación de las ciudades y el hecho de que aparentemente se hubiesen construido según unos planes preconcebidos. En ambos lugares, la ciudad estaba dominada por una acrópolis, una zona elevada de ciudadelas y templos. En ambos casos, estas estructuras tenían las mismas medidas y estaban orientadas exactamente sobre un eje norte-sur, con lo que se demuestra que sus constructores siguieron unas reglas estrictas a la hora de erigir los templos. En ambas ciudades, un rasgo destacable lo constituían unos inmensos graneros, silos de cereales de un gigantesco tamaño e impresionantemente funcionales, situados cerca de la orilla del río. Esto sugiere que los cereales no sólo constituían su principal cosecha, sino también el principal producto de exportación de la civilización del Indo.
Las ciudades y los pocos objetos que aún se encontraban entre sus ruinas, tales como hornos, urnas, cerámica, herramientas de bronce, cuentas de cobre, algunos recipientes de plata y ornamentos, nos hablan de una elevada civilización que se trasplantó súbitamente a aquella zona desde algún otro lugar. Así, las dos construcciones de ladrillo más antiguas de Mohenjo-Daro, un inmenso granero y una torre fortificada, se reforzaron con vigas de madera, un método de construcción completamente inadecuado para la climatología del valle del Indo. Sin embargo, este método se abandonó pronto, y todas las construcciones posteriores evitaron los refuerzos con vigas de madera. Los expertos han llegado a la conclusión de que los primeros constructores eran extranjeros acostumbrados a sus propias necesidades climáticas. Buscando los orígenes de la civilización del Indo, los expertos llegaron a la conclusión de que no pudo haber surgido con independencia de la civilización sumeria, que la precedió en casi mil años. A pesar de sus notables diferencias, tales como su aún por descifrar escritura pictográfica, por todas partes se pueden encontrar similitudes con Mesopotamia. El uso de ladrillos de barro o arcilla secos para la construcción; la disposición de las calles en las ciudades; el sistema de drenaje; los sistemas químicos utilizados para grabar, vidriar y para la elaboración de cuentas; las formas y diseños de dagas y tarros metálicos, todos son sorprendentemente similares a lo descubierto en Ur, Kis u otros lugares mesopotámicos. Incluso los diseños y los símbolos utilizados en la cerámica, los sellos u otros objetos de arcilla, son duplicados virtuales de los mesopotámicos. Y, curiosamente, el signo mesopotámico de la cruz, el supuesto símbolo de Nibiru, el planeta madre de los anunnaki, también podía verse en toda la civilización del Indo. ¿A qué dioses daban culto las gentes del valle del Indo? Las escasas representaciones pictóricas que se han encontrado les muestran con el divino tocado de cuernos mesopotámico. Las figurillas de arcilla, más abundantes, indican que la deidad predominante era una diosa, normalmente desnuda, con el pecho al descubierto o con hileras de cuentas y collares como única vestimenta. Éstas eran representaciones bien conocidas de Inanna, encontradas abundantemente por Mesopotamia y todo Oriente Próximo. Y Zecharia Sitchin cree que, buscando una tierra para Inanna, los anunnaki decidieron convertir la Tercera Región en sus dominios. Aunque, en términos generales, se sostiene que las evidencias de los orígenes mesopotámicos de la civilización del Indo y de los contactos entre Sumer y el valle del Indo se limitan a unos cuantos restos arqueológicos, Sitchin cree que existen también evidencias textuales que confirman estos lazos. De interés particular resulta un largo texto al que los expertos llaman Enmerkar y el Señor de Aratta, cuyo contenido es el de la subida al poder de Uruk (Erek en la Biblia) y de Inanna.
Este texto describe Aratta como la capital de un país situado más allá de las cadenas montañosas y más allá de Anshan, es decir, más allá del sudeste de Irán. Ahí es, precisamente, donde se encuentra el valle del Indo; y expertos como J. van Dijk han supuesto que Aratta era una ciudad «situada en la meseta iraní o junto al río Indo». Pero lo más sorprendente de todo es el hecho de que, en el texto, se habla de los silos de cereales de Aratta. Era un lugar en donde «el trigo crecía solo, y las judías también crecían solas», las cosechas se acumulaban y se almacenaban en los depósitos de Aratta. Más tarde, con el fin de exportarlo, «metían el cereal en sacos, los cargaban en cajas de carga y los ponían en los costados de los burros de transporte». La ubicación geográfica de Aratta, y el hecho de que sea un lugar famoso por sus judías y sus cereales almacenados, lleva necesariamente a pensar en la civilización del Indo. Y lo cierto es que uno llega a preguntarse si Harappa o Arappa no será el eco actual de la antigua Aratta. El antiguo texto nos remonta a los comienzos del reino de Erek, cuando un semidiós, el hijo de Utu/Shamash y de una mujer humana, se convirtió en sumo sacerdote y rey en el sagrado recinto a partir del cual se desarrollaría la ciudad. Hacia el 2900 a.C, le sucedió su hijo Enmerkar, «que construyó Uruk», según las Listas Sumerias de los Reyes, transformándola, de la morada nominal de un dios ausente (Anu), en el principal centro urbano de una deidad reinante. Y consiguió esto al convencer a Inanna para que eligiera Erek como su sede de poder, y al agrandar para ella el templo de Eanna («Casa de Anu»). Por este antiguo texto sabemos que, primero de todo, Enmerkar pidió a Aratta que contribuyera a la ampliación del templo con «piedras preciosas, bronce, plomo, losas de lapislázuli», así como con «hábiles trabajos de oro y plata», para que el Monte Sagrado que se estaba elevando para Inanna fuera digno de la diosa. Pero, tan pronto consiguió esto, el corazón de Enmerkar se hizo altivo. Una gran sequía afligió a Aratta, y entonces Enmerkar no sólo exigió materiales, sino también obediencia: «¡Que Aratta se someta a Erek!», exigió. Para lograr su propósito, Enmerkar envió a Aratta una serie de emisarios para dirigir lo que S. N. Kramer, en su obra History Begins at Sumer, ha definido como «la primera guerra de nervios». Alabando a su rey y sus poderes, el emisario citaba textualmente las amenazas de Enmerkar de traer la desolación sobre Aratta y dispersar a sus gentes. Sin embargo, el soberano de Aratta contrarrestó su guerra de nervios con una hábil estratagema. Recordándole al emisario la confusión de lenguas que hubo en el pasado con el incidente de la Torre de Babel, afirmó que no podía comprender el mensaje en sumerio.
Enmerkar, frustrado, envió otro mensaje, esta vez escrito en tablillas de arcilla y, al parecer, en la lengua de Aratta-, una hazaña que sólo pudo lograr con la ayuda de Nidaba, la Diosa de la Escritura. Además de las amenazas, se hizo una oferta de semillas de «el grano de antaño» que se había conservado en el Templo de Anu. Eran semillas, al parecer, muy necesarias en Aratta, a causa de la larga sequía que había destruido sus cosechas. Y se afirmaba que la sequía había sido la señal de que era la misma Inanna la que deseaba que Aratta se pusiera «bajo la sombra protectora de Erek». «El señor de Aratta tomó la tablilla cocida que le tendía el heraldo; el señor de Aratta examinó la arcilla». Estaba inscrita en escritura cuneiforme: «La palabra dictada parecía como de uñas». ¿Cedería o se resistiría? Justo en aquel momento, «una tormenta, como un gran león atacando, se desató». La sequía terminó de repente con un trueno que hizo que temblara todo el país, que las montañas se estremecieran; y, una vez más, «la blanca y amurallada Aratta» se convirtió en tierra de abundantes cereales. Ya no hacía falta ceder ante Erek; y el señor de Aratta le dijo al heraldo: «Inanna, la reina de las tierras, no ha abandonado su Casa en Aratta; no le ha entregado Aratta a Erek». A pesar de la alegría en Aratta, las expectativas de que Inanna no fuera a abandonar su morada allí no eran del todo satisfactorias. Seducida por la idea de residir en un gran templo en la Ciudad de Anu, en Sumer, Inanna se convirtió en una «diosa trabajadora», por así decirlo, que tenía su empleo en la lejana Aratta, pero que vivía en la metropolitana Erek. Así pues, iba de un sitio a otro en su «Barco del Cielo». Sus constantes vuelos fueron el motivo de múltiples representaciones en las que se le muestra como aeronauta. Y, según se infiere de algunos textos, era ella misma la que pilotaba. Por otra parte, como a otras deidades importantes, se le asignó un piloto-navegante para los vuelos más exigentes. Como en los Vedas, que hablan de pilotos de los dioses, en que uno, Pushan, «llevaba a Indra a través de las manchadas nubes» en la «nave de oro que viaja por las regiones medias del aire», en los primitivos textos sumerios se habla de los AB.GAL, que llevaban a los dioses por los cielos. El sistema de escritura de Mohenjo-Daro y Harappa no ha sido descifrado nunca, aunque se ha encontrado un sistema similar en otra zona: en la isla de Pascua, en el Pacífico, a miles de kilómetros de distancia. Asimismo, no muy lejos del Valle del Indo, en 1992 fue encontrada una gran capa de cenizas radioactivas en Rajasthan, India, cubriendo un área de unos ocho kilómetros cuadrados, a 16 kilómetros al oeste de Jodhpur. La radiación es tan intensa que aún contamina la zona. Curiosamente en esta zona, supuestamente sometida al ataque con bombas nucleares, está ubicado el desierto de Thar. Aquella zona se caracteriza por el gran número de malformaciones congénitas que se dan en los alrededores.
Los niveles de radiación son tan elevados que como medida cautelar el gobierno hindú ha acordonado la zona. En las inmediaciones se encuentran restos de dos antiguas ciudades, Mohenjo-Daro y Harappa, que tendrían una antigüedad entre 8.000 y 12.000 años, y que pudieron estar habitadas por cerca de un millón de personas. Al parecer, estas dos ciudades fueron destruidas repentinamente. Cuando se ampliaron las excavaciones de Harappa y Mohenjo-Daro, se descubrieron esqueletos esparcidos por las ciudades, muchos cogidos de las manos y tendidos en las calles como si un instantáneo y horrible cataclismo hubiera matado a sus habitantes. La gente yacía allí, sin enterrar, en las calles de la ciudad, parecía que no hubo nadie disponible para enterrarlos después. ¿Qué podría haber causado tal catástrofe? ¿Por qué los cuerpos no se descompusieron o no fueron comidos por animales salvajes? Por otra parte, no existe una causa aparente de una muerte física violenta. Por otra parte, Alexander Gorbovsky, en “Curiosidades de la Historia Antigua“, reportó sobre el descubrimiento de, al menos, un esqueleto humano en esta área con un nivel de radiactividad de aproximadamente cincuenta veces mayor de lo que debería haber sido, debido a la radiación natural. Por otra parte, miles de bultos fusionados, bautizado como “piedras negras“, han sido encontradas en Mohenjo Daro. Parecen ser fragmentos de vasijas de barro que se fundieron bajo un extremo calor. Las excavaciones han revelado esqueletos dispersos, como sí el fin del mundo hubiera llegado tan rápidamente que los habitantes no hubieran tenido tiempo de irse a sus casas. Esos esqueletos, al cabo de no se sabe cuántos miles de años, están todavía entre los más radiactivos que se han encontrado nunca, al nivel de los de Hiroshima y Nagasaki. Otra muestra curiosa de una antigua guerra nuclear en la India es un gigantesco cráter cerca de Mumbai (antes Bombay). El cráter Lonar, casi circular y de 2.154 metros de diámetro, situado a 400 kilómetros al noreste de Mumbai y fechado por lo menos de unos 50.000 años de antigüedad, podría estar relacionado con una guerra nuclear en la antigüedad. No se ha encontrado rastro de ningún material meteórico en el lugar o en sus proximidades, y este es único cráter de “impacto” de basalto en el mundo. Indicaciones de un gran impacto, con una presión superior a 600.000 atmósferas, y con un intenso y abrupto calor, indicado por pequeños cristales de basalto, pueden observarse en aquel lugar. Con el descubrimiento de esta zona radiactiva, aparecen ante nuestros ojos los relatos del Mahábhárata, la epopeya india, que de hecho habla de muerte y destrucción.
Si atendemos a los textos que han llegado hasta nosotros, el relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra parece más bien la descripción de una ciudad arrasada por una devastación nuclear. La versión oficial para la desaparición de Sodoma y Gomorra se ha explicado a partir de algún posible seísmo que desencadenó posteriores explosiones de bolsas de gas y betún propios de la zona, ignorando la propia descripción bíblica que hace una muy clara referencia a que la destrucción provino desde el cielo, no desde debajo de la tierra. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas realizadas en los alrededores de la zona donde se cree que se encontraban estas antiguas ciudades han dado niveles de radiación muy elevados, lo cual no se explicaría con la teoría oficial. Asimismo, toda la superficie de esta zona ofrece una imagen desoladora y está cubierta de una capa de cenizas blancas y restos de azufre, descripción más semejante al que nos hace el relato del Antiguo Testamento. No se sabe exactamente donde pudieron estar estas dos ciudades. Pero todo parece indicar que posiblemente fueron sepultadas por las aguas del Mar Muerto, después de la gran catástrofe de origen “divino“. Algunos de los manantiales que vierten sus aguas al Mar Muerto están contaminados por radioactividad, al igual que el terreno de la zona. Según algunos estudiosos, como los arqueólogos W.F. Albright y P. Harland, aseguran que toda esta área quedó despoblada bruscamente en el siglo XXI a. C., no siendo de nuevo repoblada hasta varios siglos después. Si a esto le sumamos lo que describe el Antiguo Testamento sobre la mujer de Lot, que al intentar escapar de la terrible suerte que esperaba a estas ciudades, se giro a mirar y se transformo en una estatua de sal. La difícil ubicación de estas ciudades sigue siendo el mayor problema a la hora de interpretar estos pasajes. Sabemos, eso sí, que ambas ciudades estaban muy cerca del Mar Muerto. Allí, como es bien conocido, la concentración de sal en el agua es muy elevada. Es como si en ese lugar su hubiese producido una imponente explosión que hubiese causado la evaporación repentina del agua como consecuencia del enorme calor. A continuación la sal se habría volatizado y, luego, en una fase de condensación, habría cubierto toda la zona de sal. Tras la lecturas de los primeros pasajes bíblicos sobre las actuaciones de Yahvé, descubrimos que más que un dios parecía ser alguien que disponía de poderosas armas y una avanzada tecnología. Hizo uso de ellas en más de una ocasión, especialmente como un modo de manifestación de su ira. A. Hardt, un prestigioso ingeniero, observó en diferentes lugares de África, especialmente en zonas desérticas, que en la arena se hallaban unos cristales verdosos, como si fuesen resultado de una fusión a altísimas temperaturas. Años después identifico ese mismo tipo de fusión en otro lugar del globo. Concretamente en EE.UU en el desierto de Nuevo México, en el sur del país, lugar donde el ejercito experimentó con su armamento nuclear. Era curioso encontrar este mismo tipo de cristales en zonas, como África, donde se supone no se produjeron explosiones de ese tipo. Algo similar se descubrió al sur de Irak, en el valle del rio Eufrates. Allí las excavaciones dejaron al descubierto una capa de vidrio verde, que databa de una época antiquísima.
Para la formación de estos cristales se necesitaría un fusión muy parecida a la que se produce como resultado de explosiones nucleares. Pero se supone que en la época de que datan estos cristales no existía tal armamento. O quizá sí. Otro dato misterioso es el propio origen del mar Muerto. No se sabe que dio pie a su formación. Sin embargo, una imponente explosión y una permanente radiación podrían haberlo originado. En la zona sur del mar Muerto se han identificado altos niveles de radioactividad, que antaño, según los geofísicos, fue lo suficientemente alta como para afectar a varias generaciones. La Biblia claramente identifica el valle de Sidim con el Mar Salado, lo que sugiere que hubo una vez un valle donde ahora se encuentran las aguas. Las ciudades destruidas estuvieron, de hecho, una vez situadas en la zona del Mar Muerto, sacando esta conclusión de los historiadores griegos y romanos, quienes manifestaron que el valle fue inundado después del evento. No es coincidencia que el nombre de Gomorra llegó a significar “inmersión” en el idioma hebreo, ni que la Biblia se refiera al Mar Salado como el Mar Arabá, el último término significando en hebreo “seco o quemado“, y por lo tanto conmemorando el ataque. Más específicamente, los estudiosos localizan las ciudades malvadas en la parte sur del Mar Muerto, que hasta hoy es llamado “Mar de Lot“, conmemorando al hombre a quien se le permitió escapar del desastre. La Biblia ofrece una serie de nuevas pistas que señalan la localización exacta, tales como referencias a sal, betún y alquitrán (brea). Todo encaja con el sur del Mar Muerto. Esta área sigue siendo, en algunos lugares, una ciénaga de sal. Hasta la fecha, trozos de alquitrán todavía flotan en la superficie del Mar Muerto, que por esta razón fue llamado Lago Asfaltitas en la antigüedad. Además, la costa sur-este del Mar Muerto es rica en vegetación, de acuerdo con la descripción bíblica. ¿Qué evidencia física puede demostrar que en la antigüedad ocurrió una explosión nuclear en el Mar Muerto? La geología del Mar Muerto es inusual. Está dividido en dos partes por una gran península llamada la Lisan (“la lengua“), que alcanza hasta dos millas de la costa occidental. Al norte de la Lisan, el Mar Muerto tiene hasta 1.310 metros de profundidad, el punto más bajo sin salida al mar en la Tierra. Hacia el sur, en total contraste, las aguas son poco profundas, de sólo tres a cuatro metros de profundidad. ¿Podría esta inusual característica geológica atribuirse a una explosión que causó que el previamente seco “valle de los campos” se sumergiera bajo el agua? Hasta el día de hoy, niveles anormales de radiactividad se encuentran en el agua de los manantiales alrededor de los bordes del extremo sur del Mar Muerto. Un estudio confirmó que esta radiactividad era suficientemente alta como para “inducir esterilidad y aflicciones aliadas en los animales y los seres humanos que la absorben durante un número de años“. Otra prueba de una explosión está siendo revelada por el descenso del nivel del Mar Muerto. La contracción de su superficie ha expuesto extrañas fisuras, descritas por un observador como “fisuras de las rocas casi arquitectónicamente articuladas“. Por otro lado, la concentración de sal supera en más de cinco veces el nivel normal. Esto es causado por la ausencia de cualquier corriente del Mar Muerto, por lo que está expuesto a la evaporación.
Los 6,5 millones de toneladas de agua dulce que se vierten todos los días desde el río Jordán erosionan la sal natural del fondo del mar Muerto, lo que aumenta la concentración de sal. Pero aquí hay un hecho extraño. En octubre de 1993, se anunció que científicos israelíes y alemanes intentarían tomar muestras de sedimentos de debajo del Mar Muerto, utilizando la última tecnología de perforación. Los intentos anteriores habían fracasado debido a una capa muy dura de sal de roca, a unos pocos metros por debajo del fondo del mar. ¿Qué suceso no natural podría haber formado una costra de sal de roca tan dura? ¿Cómo se explica que en una remota antigüedad hubiesen existido civilizaciones con una tecnología capaz de construir armas nucleares? Nuestra actual civilización ha tardado aproximadamente 6.000 años en pasar de la agricultura primitiva al desarrollo de la bomba atómica. La humanidad, sin embargo, cuya edad se calcula ahora en millones de años, hacía por lo menos 100.000 años que tenía una capacidad cerebral tan desarrollada como la del hombre moderno. Algunos cráneos de Cro-Magnon muestran incluso una capacidad craneana superior a la del hombre moderno. En los últimos veinte años de exploración arqueológica, terrestre y submarina, se ha hecho cada vez más evidente que ha habido civilizaciones anteriores, tan antiguas que no sabemos sus nombres. Si esas civilizaciones llegaron a tener un progreso científico, habrían tenido tiempo sobrado de desarrollar una sociedad tecnológica que les pudiera llevar a explorar y usar la fuerza atómica, hasta enfrentarse, como ahora nosotros, con la misma alternativa de control o destrucción. Quizá ése es un desarrollo normal en una civilización que avanza constantemente hasta que se destruye a sí misma. Tal como estamos viendo, ciertos informes conservados en la antigua literatura histórica, parcialmente confirmados por algunos curiosos descubrimientos arqueológicos, parecen indicar que algo parecido a bombas atómicas se emplearon en guerras en nuestro planeta miles de años antes de que empezara la actual historia escrita. No hemos reconocido esas detalladas referencias a la guerra nuclear en las leyendas antiguas hasta que no hemos desarrollado nosotros mismos la fuerza atómica. ¿Existió en la Tierra una antigua y avanzada civilización, tal vez extraterrestre? La pregunta es relevante, tal como han indicado investigadores como Erich von Däniken y Zecharia Sitchin. Pero, ¿existen evidencias de que extraterrestres visitaron la Tierra y vivieron en ella hace miles de años? Se han propuesto muchas posibles teorías, desde que la Atlántida fue una civilización de alta tecnología, que nos dejó un aún no descubierto Salón de Registros en el complejo de las pirámides de Gizeh, hasta la posibilidad de que las Líneas de Nazca pudiesen ser un aeropuerto prehistórico.
La popularidad de Nazca es debida a Erich von Däniken. Lo que su enfoque ha revelado es que la ciencia, en la década de 1960, pensaba que tenía todas las respuestas, pero en gran medida tuvo que realizar muchas investigaciones adicionales. Hoy en día, esto ha significado que algunos de los sitios, tales como Nazca, han recibido una atención científica más apropiado. Otro popular autor de las teorías sobre antiguos astronautas es Zecharia Sitchin, que originalmente decidió enfocarse en la civilización Sumeria, y analizó cada detalle de sus mitos e historia. Estos mitos, cuando eran debidamente traducidos, indicaban una clara evidencia de una intervención extraterrestre en nuestra civilización. Para explicarlo, escribió una serie de libros, a los que agrupó en la colección de Las Crónicas de la Tierra. Su primer libro fue El Duodécimo Planeta, escrito en 1976. Dentro de nuestra mentalidad actual, los cambios detallados de la estructura molecular del ADN podría ser vista como evidencia de una manipulación muy avanzada, fuera del alcance de cualquiera de nuestros antepasados terrestres. De hecho, Sitchin ha mirado hacia tales manipulaciones genéticas y afirma haberlas detectado en los mitos sumerios. Uno de los mejores candidatos a ser una evidencia es la de una supuesta guerra nuclear que, según Sitchin, es precisamente lo que ocurrió en el Oriente Medio en el tercer milenio antes de Cristo. En apoyo a esta conclusión utiliza fotografías de la península del Sinaí, tomadas desde el espacio. Supuestamente muestran una inmensa cavidad y grieta en su superficie, mostrándonos que tal vez tuvo lugar una explosión nuclear. Añade Sitchin que la zona está sembrada de rocas trituradas, quemadas y ennegrecidas, que contienen una proporción muy inusual de isótopos de uranio-235, indicando, en opinión de expertos, que estuvieron expuestas a un repentino e inmenso calor, tal vez de origen nuclear. Sitchin también argumenta que un inusual cambio climático ocurrió en las zonas limítrofes del Mar Muerto, dando lugar a tormentas de polvo. Y que el polvo, un inusual “polvo mineral atmosférico“,- fue llevado por los vientos predominantes sobre el Golfo Pérsico. Según Sitchin, esto se debió a un “dramático suceso poco común que se produjo cerca de 4025 años antes del presente“, o aproximadamente 2.025 años antes de Cristo. Añade que el nivel del Mar Muerto cayó abruptamente 100 metros en ese tiempo, subrayando que algo verdaderamente catastrófico ocurrió. Pero, a pesar de décadas de búsqueda, Sitchin parece haber sido incapaz de encontrar evidencias que corrobore que la península del Sinaí está, en efecto, sembrada de restos nucleares. Esto no invalida su teoría como tal, pero le ha impedido avanzar. Considerando que la historia del Mahábhárata es una cierta evidencia, los descubrimientos arqueológicos en la India plantean serios problemas para aquellos que tratan de negar la posibilidad de una antigua guerra atómica. Creer en la existencia de la Atlántida o en una civilización muy avanzada, que podría no haber dejado ningún rastro, es una cosa, pero sugerir que nuestros antepasados pudieran haber utilizado armas nucleares es mucho más difícil de asimilar.
Hasta que el tema sea abordado seriamente, los cuerpos encontrados en Harappa y Mohenjo Daro siguen siendo un misterio, aunque un hecho evidente es que había una alta radioactividad en las ruinas de aquellas ciudades. En un antiguo texto sumerio se dice: “Ha sido creado como un arma; ha embestido como la muerte. A los anunnaki, que eran cincuenta, los ha destruido. El Orbitador Supremo, que vuela como un ave ha sido herido en el pecho”. Uno de los manuscritos más largos y completos, perteneciente al extraordinario hallazgo del Mar Muerto en 1947, habla de una guerra entre “Los Hijos de la Luz y los Hijos de las Tinieblas”. Los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán, llamados así por hallarse en grutas situadas en Qumrán, a orillas del mar Muerto, son una colección de 972 manuscritos. La casi totalidad de los manuscritos están redactados en hebreo y arameo y sólo algunos ejemplares utilizan el griego. Los primeros siete manuscritos fueron descubiertos accidentalmente por pastores beduinos a finales de 1946 o principios de 1947, en una cueva en las cercanías de las ruinas de Qumrán, en la orilla noroccidental del mar Muerto. Posteriormente, hasta el año 1956, se encontraron manuscritos en un total de 11 cuevas de la misma región. Parte de los manuscritos hallados en el Mar Muerto constituyen el testimonio más antiguo del texto bíblico encontrado hasta la fecha. En Qumrán se han descubierto aproximadamente 200 copias, la mayoría muy fragmentadas, de todos los libros de la Biblia hebrea, con excepción del libro de Ester, aunque tampoco se han hallado fragmentos de Nehemías, que en la Biblia hebrea hace parte del libro de Esdras. Del libro de Isaías se ha encontrado un ejemplar completo. Otra parte de los manuscritos son libros no incluidos en el canon de la Tanaj, comentarios, calendarios, oraciones y normas de una comunidad religiosa judía específica, que la mayoría de expertos identifica con los esenios. La mayoría de los manuscritos se encuentran hoy en el Museo de Israel en Jerusalén, en el Museo Rockefeller de Jerusalén, así como en el Museo Arqueológico Jordano en Ammán (Jordania). Algunos manuscritos o fragmentos se encuentran también en la Biblioteca Nacional de Francia en París o en manos privadas, como la Colección Schøyen en Noruega. La mayoría de los manuscritos datan de entre los años 250 a. C. y 66 d. C., antes de la destrucción del segundo Templo de Jerusalén por los romanos en el año 70 d. C. Lo intrigante es que el manuscrito antes indicado no sólo anticipa una guerra de humanos, sino que seres divinos se involucrarán en un enfrentamiento contra la mismísima oscuridad: “Los Hijos de la Luz lucharán contra los Hijos de las Tinieblas con una demostración de poderío divino, en medio de un estrepitoso tumulto, en medio de los gritos de dioses y hombres”. Según el Mahábhárata hubo una feroz batalla en el cielo. El vencedor fue el poderoso Indra, que combatió desde su vehículo aéreo a los asuras, que se ocultaban en sus “nubes fortalezas”.
Los himnos del Rig Veda describen así a la “deidad”: “Tú avanzas de combate en combate intrépidamente, destruyendo castillo tras castillo con tu fuerza. Tú, Indra, con tu amigo, que hace que el enemigo se doblegue, redujiste desde lejos al astuto Namuchi. Tú que diste muerte a Naranja, Parnaya. Tú que has destruido las cien ciudades de Vangrida. Las crestas del noble cielo sacudiste cuando tú, atrevido, por ti mismo heriste a Sambara”. Por otra parte, en los archivos reales de la cultura hitita, se habla del dios Teshub, “Divino Tormentador”, y de sus pretensiones por controlar las regiones superiores de la Tierra. Además se mencionan las batallas que el dios Kumarbi había lanzado contra él y contra sus descendientes. Al igual que el relato que ofrecen otras culturas del mundo, el vengador Kumarbi se apoya en otros “dioses” aliados para dar la batalla final. El hilo conductor está en que los hititas, aunque pronunciaban los nombres de sus deidades en su propia lengua, los escribían utilizando la escritura sumeria. El término “divino” que empleaban, “DIN.GIR”, es sumerio, y significa: “Los Justos de las Naves Voladoras”. Todas las referencias que disponemos señalan a los dioses en medio de terribles batallas estelares. La epopeya hitita, con claras connotaciones sumerias, recuerda también el relato sánscrito de la batalla final entre Indra y el “demonio” Vritra: “Y entonces se pudo contemplar una terrorífica visión, cuando dios y demonio entablaron combate. Vritra disparó sus agudos proyectiles, sus incandescentes rayos y relámpagos. Después, los relámpagos se pusieron a centellear, los estremecedores rayos a restallar, lanzados orgullosamente por Indra. Y, de pronto, el toque de difuntos de la perdición de Vritra estuvo sonando con los chasquidos y estampidos de la lluvia de hierro de Indra; perforado, clavado, aplastado. Con un horrible alarido el agonizante demonio cayó de cabeza. E Indra le dio muerte con un rayo entre los hombros”. Los textos antiguos de la India están llenos de estas desconcertantes referencias a batallas en el cielo y vehículos voladores. Volviendo al Mahábhárata, palabra sánscrita que significa “gran guerra”, se puede leer que Maia, otra curiosa “deidad” hindú, construyó un gran habitáculo de metal, que fue trasladado al cielo. Cada una de las divinidades, como Indra, Yama, Varuna, Kuvera y Brama, disponía de uno de estos aparatos metálicos y voladores llamados “vimanas”. Estos vehículos cósmicos tenían la forma de una esfera, y navegaban por los cielos por el efecto del mercurio que provocaba un gran viento propulsor. Los hombres alojados al interior de las vimanas podían recorrer grandes distancias en un instante.
En la mitología hindú, Nārada, o Nārada Muni, es un sabio divino, que tiene un papel prominente en varios textos puránicos, y especialmente en el Bhágavata puraná. Nārada es retratado como un monje viajero que posee la habilidad de viajar a otros planetas (loka, en sánscrito). Lleva un instrumento musical llamado vina, que usa para acompañar sus canciones, oraciones y mantras como actos de devoción a su señor (Vishnú o Krishná). En la tradición vaishnava se le tiene una reverencia especial por su recitación y canto de los nombres Jari y Naraiana, y por promover el proceso del servicio devocional, conocido como bhakti yoga, tal como se explica en el texto atribuido al mismo Nārada, llamado Nārada bhakti sūtra. De acuerdo con la leyenda, Nārada es manasa pūtra (‘hijo de la mente’), lo que se refiere a su nacimiento directamente desde la mente del señor Brahmā, el primer ser creado (tal como se describe en el universo puránico). Se lo considera triloka sanchāri, el nómada que vagabundea por los tres lokas: Swarga-loka (‘localidad del cielo’); Mrityu-loka (‘lugar de la muerte’, que es la Tierra); y Patala-loka(‘planetas infernales’). Nārada viaja por los tres mundos para el bienestar de todos. Fue el primero en practicar natya yoga. También se lo conoce como kalaha priya, ya que genera cómicas peleas entre los devas (dioses), las diosas y los seres humanos. Nārada Muni tiene un lugar específicamente importante dentro de las tradiciones vaishnavas. En los Purānas es enumerado como uno de los doce mahajanas (‘grandes gentes’), los más grandes devotos del señor Vishnú. Como en su nacimiento previo, antes de volverse un rishi (sabio), Nārada era un gandharva, una especie de arcángel mundano, y está en la categoría de devarshi. Nārada menciona una “ciudad volante” perteneciente a Indra, “estacionada” interrumpidamente en el cielo. Por si ello fuera poco, esta extraña ciudad volante estaba rodeada de una “pared” blanca, que producía destellos de luz en el firmamento. Parece la descripción de un ovni En el Ramayana también se habla de esos misteriosos objetos volantes. Según se dice, las personas que se montaban en aquellos vehículos divinos podían viajar hacia los cielos y dirigirse inclusive a las estrellas y a mundos lejanos, para luego retornar a la Tierra. Esta y otras epopeyas hindúes describen batallas aéreas con “misiles” semejantes al rayo, capaces de destruir los sembrados y convertirlos en tierra yerma. Una de tales armas, desprendía “un humo más brillante que diez mil soles”. La destrucción de la ciudad de Mohenjo-Daro podría estar relacionada con estos relatos. Sobre esta ciudad se produjo un resplandor deslumbrante, una gigantesca explosión con una luz totalmente cegadora y que hizo hervir los mares cercanos a este enclave costero.
Según el Bhisma Parva, sexto libro del Mahábhárata: “Es un rayo desconocido, gigantesco, mensajero de la muerte que redujo a cenizas a los Vrishnis y a los Andhakas. Los cadáveres quemados no eran reconocibles. A los muertos se les caía el cabello y las uñas… Cukra, volando en una vimana de gran poder, lanzó sobre la triple ciudad un objeto único cargado con la fuerza del Universo. Una humareda incandescente, parecida a diez mil soles, se elevó esplendoroso. Cuando la vimana descendió del cielo, se vio como un reluciente bloque de metal posado en el suelo”. Aquellas terribles “guerras del cielo”, también son mencionadas en el Apocalipsis de San Juan (Capítulo XII), donde Miguel y sus ángeles se enfrentan al Dragón. Por otra parte, la mitología griega menciona la sublevación de los dioses ante la suprema divinidad: Zeus. Resultado de ello fue una verdadera batalla que tuvo como escenario las blancas paredes del Olimpo. Además, las culturas americanas también hablan de una guerra en los cielos que ocurrió “antes del diluvio”. Tal vez la guerra de los dioses provocó la legendaria inundación de la Atlántida y de todo el planeta. Todo indica que hubo un “nuevo comienzo” en el mundo luego de una catástrofe de proporciones inimaginables. El tiempo y las leyendas no han ocultado el misterio. Un misterio que señala un comportamiento bélico y destructivo de los dioses o de los seres extraterrestres que visitaban en aquellos tiempos nuestro planeta. La sensación que dejan los relatos antiguos es que aquellos seres, los “dioses”, se habían juramentado para guerrear en la Tierra. Por alguna desconocida razón, quienes estaban en nuestro mundo cumpliendo una misión se separaron tomando rumbos y posiciones distintas, hasta convertirse en rivales irreconciliables. Según algunos estudiosos del tema extraterrestre, una de las civilizaciones extraterrestres más poderosas se encuentra diseminada en lo que llamamos Orión, la constelación del “cazador” en la mitología griega. Pero aquí entramos en un terreno claramente especulativo y, para muchos, difícil de creer. Se supone que en Orión se produjo una batalla estelar encabezada por un ser denominado Satanael. Aquella entidad, cuyo nombre se asemeja sospechosamente al “Satán” bíblico, y cuyo nombre en hebreo significa “el adversario”, dirigió una rebelión que propugnaba un cambio en un supuesto Plan Cósmico. El dios Lug, en la mitología celta, era adorado como una divinidad solar. Esto explica el significado de su nombre (brillante), además puede explicar sus diversas cualidades: era hermoso, siempre joven, tenía una gran energía y vitalidad. Esa energía se representaba con la cantidad de habilidades que había dominado. Es el dios más importante de la mitología celta.
Lug pertenecía a los Tuatha dé Danann (“tribus de la diosa Dana“) por parte de su padre. Pero, por parte de su madre también pertenece a los Fomore, pueblo misterioso que aparece constantemente en la tradición irlandesa. Aunque no invaden Irlanda, la amenazan sin cesar. Según la leyenda, los Thuatha dé Danann se deshicieron de los Fomore en la segunda batalla de Mag Tured. Los Fomore eran gigantes que vivían en las islas que rodean Irlanda. Estaban representados por fuerzas oscuras siempre dispuestas a llevar a la confusión la sociedad humana y divina. En la segunda batalla de Mag Tured, Lug se convierte en el caudillo de los Thuatha dé Danann y resultan vencedores al matar a su propio abuelo Balor. Lug es el héroe de muchos relatos sobre aventuras fantásticas donde el cuervo parece estar vinculado a él. Lug, al ver que el proyecto se desarrolla ajeno a sus expectativas, empezará a influir para boicotear la ejecución del Plan Cósmico. Lug recuerda inevitablemente a “Lucifer”, palabra de origen latín que significa “el que porta la luz”. Por tanto, Lucifer y Satán serían dos entidades diferentes. Satanael, por alguna razón desconocida, se había convertido en el leal seguidor de la postura de Lug. Por ello su insurrección en Orión. Una batalla cósmica había estallado en aquellas lejanas estrellas. Empero, una supuesta Confederación de Mundos de la Galaxia logró controlar la disidencia, atrapando a Satanael y a sus principales guerreros. Posteriormente, todos ellos serían enviados a la Tierra en calidad de deportados. Su presencia en nuestro mundo pretendía que ayudasen a la humanidad, identificándose con el propósito superior del Plan Cósmico y resarciendo así el error cometido en Orión. Pero los seres de Orión deportados envejecieron prematuramente en la Tierra, quizá por las condiciones diferentes de nuestro planeta, ya que la duración de 1 año en su planeta de origen equivalía a 3600 años terrestres. Un grupo de Vigilantes extraterrestres tenían la misión de para retener en nuestro mundo a los seres de Orión deportados, como si la Tierra fuese un planeta-prisión. Quedarían aquí, hasta el final de los tiempos. Aunque pueda parecer una historia fantástica, es una historia muy similar a la de “los ángeles caídos”, que se menciona en más de una religión. Para poder escapar de su “prisión”, los seres de Orión sedujeron, con un poder asombroso como maligno, a un grupo de Vigilantes extraterrestres procedentes de las Pléyades, para que se unieran a las hijas de los hombres y engendraran hijos mestizos. Todo esto explica el insólito episodio que menciona el Libro de Enoch. Los hijos mestizos serían trasladados por los Vigilantes a un grupo de islas, en el océano Atlántico, dando con ello inicio a lo que sería más tarde el reino fabuloso de Atlántida. Un reino que no encontró el equilibrio necesario. Fueron poderosos, pero sus guerras y ambición generarían su propia destrucción, al atraer un desastre cósmico. Hace unos 12.500, tal como explicó Platón, esa civilización se hundió en el océano.
Más tarde, en esta supuesta Confederación de Mundos procuraron que no se perdiera el rumbo del proyecto en la Tierra, propiciando la enseñanza de los conocimientos necesarios para la formación de nuevas culturas post-diluvianas o post-Atlántida. Consecuencia de la llegada de nuevos instructores extraterrestres y también de algunos sabios supervivientes del desastre atlante, nacieron las civilizaciones de Sumeria, Egipto, India y otras grandes culturas. El avance fue significativo. Sin embargo, los hombres de aquel entonces crearon peligrosos lazos de dependencia con los visitantes. Finalmente, aquellos “dioses” o instructores extraterrestres decidieron marcharse, hasta que la humanidad creciera lo suficiente. Pero nos dejaron leyendas, desconcertantes escritos religiosos, símbolos e ideogramas misteriosos, anomalías arqueológicas, entre otras piezas de este gran rompecabezas que forman las “curiosidades” del pasado. Los “dioses” se marcharon, pero prometieron volver. Por alguna razón poderosa, la aparición del ser humano en la Tierra dividió las posiciones de aquellos seres extraterrestres. Los arqueólogos, antropólogos y académicos que investigan los orígenes del Hombre, sólo ocasionalmente reconocen registros prehistórico que aparecen mucho antes de que deberían y en lugares donde no deberían aparecer. En la actualidad existe un consenso académico de que el linaje del hombre se remonta por lo menos a tres millones de años, y que un antepasado del hombre moderno evolucionó alrededor de hace un millón de años. El Homo Sapiens se convirtió en la forma dominante hace unos 40.000 años. Ya es bastante difícil de explicar la repentina aparición del Homo Sapiens, pero es aún más difícil saber las razones por las que el hombre de Neanderthal y el de Cro-Magnon desaparecieron. Los científicos cada vez están más de acuerdo en que la humanidad se desarrolló en África. Pero hay numerosos ejemplos de evidencias fuera de su tiempo. En una excavación húngara se encontró un fragmento de cráneo de Homo Sapiens en una zona de más de 600.000 años. Algunos fósiles de homínidos fueron encontrados en Dmanisi, Georgia, indicando una antigüedad de 1,77 millones de años. Un diente de homínido encontrado en depósitos de Niocene, cerca del río Maritsa, en Bulgaria, está datado en siete millones de años. En agosto de 2007, unos científicos dataron unos fósiles encontrados en Kenia contradiciendo la opinión convencional de que el Homo Habilis (hace 1,44 millones de años) y el Homo erectus (hace 1,55 millones de años) se desarrollaron en épocas distintas. La datación fósil reveló que las dos especies convivieron en África por casi medio millón de años.
En el Contado de Pershing, Nevada, fue encontrada una huella de zapato en la piedra caliza del Triásico, estrato de 400 millones de años de antigüedad, en los que la evidencia fósil revela claramente un labrado fino de doble costura. A principios de 1975, el Dr. Stanley Rin, de la Universidad de Nuevo México, anunció su descubrimiento de huellas de apariencia humana en estratos de 40 millones de años. Unos meses antes, un hallazgo semejante fue hecho en Kenton, Oklahoma. Casi al mismo tiempo, un descubrimiento de una huella en la piedra fue revelada en Wisconsin. En el Valle de la Muerte, ubicada al sureste de California (Estados Unidos), y que constituye parte del desierto de Mojave, hay evidencia fósil abundante para indicar que la zona fue una vez un jardín tropical donde vivía y se alimentaba una raza de gigantes. El maíz, que parece es un híbrido y que es una contribución americana, se dice tiene una antigüedad de unos 9000 años. Antiguas semillas de calabaza, maní, y bolas de algodón, datadas en 8500 años de antigüedad, fueron encontradas en el Valle de Nanchoc, Perú. La prueba concluyente de que tales agricultores antiguos existían en América se tiene a través de un taladro de la Humble Oil Company que sacó polen del maíz mexicano que tenía más de 80.000 años de antigüedad. Unos cráneos encontrados en California, que son claramente los de indios americanos, han sido datados en 50.000 años de antigüedad. Pero aún más extraño es que un antiguo cráneo del tipo indio americano, de 140.000 años de antigüedad, fuese encontrado en una excavación iraní. Se tiene constancia de una civilización amerindia perdida de Cahokia, con pirámides y una gran pared. Estaría ubicada cerca de la actual ciudad de St. Louis, y pudo haber contenido una metrópoli de más de 250.000 indios americanos. También son sorprendentes las misteriosas paredes de siete millas de las colinas de Berkeley y Oakland, en California. No menos sorprendente el acueducto en Yucatán para el riego de los cultivos que efectuaron pueblos pre-mayas hace más de 2000 años. La Torre del Caracol, en Chichen Itza, es un notable observatorio mesoamericano que parece haber correlacionado sus resultados con sitios similares en América del Norte, incluyendo Mesa Verde, Wichita, y el Cañón del Chaco. Los antiguos babilonios no sólo parecían usar cerillas de azufre, sino que tenían una tecnología lo suficientemente sofisticada como para emplear baterías electroquímicas. También hay pruebas de baterías eléctricas y electrólisis en el antiguo Egipto, la India y la Tierra Suajili. Los restos de una fábrica metalúrgica de más de 200 hornos fue encontrada en lo que hoy es Medzamor, en Armenia. A pesar de que es necesaria una temperatura de más de 1780 grados para fundir el platino, algunos pueblos pre-incas en el Perú estaban fabricando ya objetos de dicho metal.
Incluso hoy en día el proceso de extracción de aluminio de la bauxita es un procedimiento complicado, pero Zhou Chu, famoso general de la época Jin (265-420 d.C.), fue enterrado con sujetadores de cinta de aluminio en su traje. Huesos tallados, tiza, piedras, junto con lo que parece ser monedas, han sido sacados desde grandes profundidades durante las operaciones de perforación de pozos. Una extraña losa impresa fue encontrada en una mina de carbón. El artefacto estaba decorado con cuadrados con forma de diamante con el rostro de un anciano en cada cuadrado. En otro descubrimiento de minas de carbón, los mineros encontraron bloques lisos y pulidos de concreto que formaban una pared sólida. Un collar de oro fue encontrado incrustado en un trozo de carbón. Un pico de metal fue descubierto en una mina de plata en el Perú. Un utensilio de hierro fue encontrado en una cama de carbón en Escocia. Un recipiente de metal, en forma de campana, con incrustaciones de un diseño floral de plata fue cavado en la roca cerca de Dorchester, Massachusetts. Dos hipótesis pueden explicar la presencia de estos desconcertantes artefactos. Una es que fueron fabricados por una civilización avanzada en la Tierra que, ya sea debido a una catástrofe natural o tecnológica, fue destruida en épocas remotas. Otra hipótesis es que son vestigios de una civilización altamente tecnológica de origen extraterrestre que visitó este planeta hace millones de años, dejando tras de sí varios artefactos. Incluso si una raza extraterrestre muy avanzada hubiese visitado la Tierra en tiempos prehistóricos, parece poco probable que elementos comunes y cotidianos como clavos, collares, hebillas y jarrones hubiesen sido llevados a bordo de una nave espacial y depositados en áreas muy distantes entre sí, ya que estos artefactos han sido encontrados en América del Norte y del Sur, Gran Bretaña, toda Europa, África, Asia y el Oriente Medio. Cada vez hay más evidencias de antiguos cambios catastróficos en la corteza terrestre, lo que puede explicar la desaparición casi total de estos mundos prehistóricos. La evidencia geológica indica que estos cambios fueron repentinos y drásticos y podrían haber destruido completamente a los antiguos habitantes y sus culturas. Pero tal vez la evidencia más clara de una avanzada tecnología prehistórica tiene que ver con unas supuestas guerras nucleares prehistóricas. Grandes superficies de vidrio verde fundido y ciudades vitrificadas se han encontrado en los estratos profundos de las excavaciones arqueológicas en varios lugares, entre los que destacan Pierrelatte, en Gabón (África), el valle del río Eufrates, el desierto del Sahara, el desierto de Gobi, Irak, el desierto de Mojave (USA), Escocia, los Reinos Antiguo y Medio de Egipto, el centro-sur de Turquía. En tiempos contemporáneos, materiales como el vidrio verde fundido sólo se han encontrado en los lugares donde se han efectuado pruebas nucleares recientemente.
Es realmente inquietante encontrar evidencias de guerras nucleares prehistóricas. Al mismo tiempo, los científicos han encontrado una serie de yacimientos de uranio que parecen haber sido objeto de trabajos de minería en la antigüedad. ¿Para qué querrían uranio? Y aquí entramos en el terreno de las especulaciones de Zecharia Sitchin, escritor y autor de una serie de libros que promueven la teoría de los antiguos astronautas, el supuesto origen extraterrestre de la humanidad, la cual atribuye la creación de la cultura sumeria a los Anunnaki (o Nefilim) que procederían de un planeta llamado Nibiru que supuestamente existiría en el sistema solar. Sitchin interpretó las traducciones en lenguas modernas de los textos escritos en varias tablillas de arcilla que se encuentran en distintos museos del mundo. Según esta interpretación, habría que hablar de una nueva versión de la creación humana, según la cual seres extraterrestres serían los responsables del inicio y la evolución de la especie humana del Homo Sapiens mediante intervención con ingeniería genética. Fue autor de las «Crónicas de la Tierra», una serie de 7 libros en los que expuso el resultado de sus investigaciones. El 12.º planeta fue el primero de ellos. Según su reinterpretación de las traducciones realizadas por los expertos en lenguas sumerias, acadias y asirio-babilónicas, existe en el Sistema Solar un planeta llamado Nibiru que se acerca cada 3600 años, provocando cambios positivos o catástrofes. El tamaño y la órbita de Nibiru serían los causantes de tales eventos. Según las teorías de Sitchin, Nibiru, o Marduk para los Babilonios, fue capturado por la órbita de Neptuno. Ingresó en nuestro Sistema Solar contrariamente al sentido en el cual giran los demás planetas, que giran en sentido contrario a las agujas del reloj, y varios de los satélites del “planeta intruso” impactaron con el planeta Tiamat, partiéndola en dos, desplazándola de su órbita natural y dando lugar a la Tierra. Con el tiempo, nuestro planeta iría adquiriendo la forma como lo conocemos hoy día, y los restos de la colisión serían el Cinturón de Asteroides. Según dice Sitchin, en los textos sumerios se hablaría de una raza extraterrestre, los Anunnaki, que habrían creado a los humanos para que trabajaran como esclavos en sus minas de África y en otros lugares de la tierra como América del Sur y Mesoamérica, con el fin de obtener minerales y metales, principalmente oro. Según su interpretación, los “cabeza negra” de Sumeria fueron creados por esos seres, al mezclar hibridar el hombre/mujer primitivo y los anunnaki. Las tablillas sumerias se refieren a la gente de cabeza negra, que fueron creados en una región geográfica llamada ‘AB.ZU.‘ (Mundo Inferior o Hemisferio Sur), que correspondería a África del oeste. Sitchin habla de que la realeza era una combinación de “dioses” y humanos. Los anunnaki son veintitrés dioses del panteón sumerio, incluyendo a Enlil y Enki.
En su obra La Guerra de los Dioses y los Hombres, Sitchin hace referencia a una guerra nuclear. Se dice que el Día del Juicio Final llegó en el año vigésimo cuarto, cuando Abraham, que estaba acampado cerca de Hebrón, tenía 99 años de edad: «Y el Señor se le apareció en la arboleda de terebintos de Mambré, cuando estaba sentado a la entrada de la tienda, al calor del día. Y levantó lo ojos y miró, y vio -tres hombres estaban parados ante él; y, en cuanto los vio, corrió desde la entrada de la tienda hacia ellos, y se postró en tierra». El narrador bíblico del Génesis hace que Abraham levante la mirada y tiene un repentino encuentro con seres divinos. Aunque Abraham estaba en la puerta de su tienda, no vio venir a los tres seres que se aproximaban. De repente estaban «parados ante él». Y, aunque eran hombres, reconoció de inmediato su verdadera identidad y se postró ante ellos, llamándoles «mis señores» y pidiéndoles que no «paséis de largo cerca de vuestro servidor» sin darle la ocasión de prepararles una suntuosa comida. Anochecía cuando los divinos visitantes terminaron de comer y descansar, y su jefe, preguntándole por Sara, le dijo a Abraham: «Volveré a ti por estas fechas el próximo año; para entonces, Sara, tu mujer, tendrá un hijo». Pero la promesa de un heredero para Abraham y Sara en su ancianidad no era la única razón para que le visitaran. Había otra razón más inquietante: “Y los hombres se levantaron de allí para ir a inspeccionar Sodoma. Y Abraham fue con ellos para despedirles, y el Señor dijo: «¿Acaso voy a ocultarle a Abraham lo que estoy haciendo?». El Señor, tras recordar los servicios prestados por Abraham y el futuro prometido, le desveló el verdadero objetivo del viaje divino: verificar las acusaciones contra Sodoma y Gomorra. «Las protestas por Sodoma y Gomorra son grandes, y son graves las acusaciones contra ellas», y el Señor dijo que había decidido «bajar y comprobar; si todo es como las protestas que me han llegado, las destruiré por completo; y si no, he de saberlo». La subsiguiente destrucción de Sodoma y Gomorra se ha convertido en uno de los episodios bíblicos de que más se ha hablado. Los cristianos no dudaron de que el Señor Dios vertió literalmente fuego y azufre desde los cielos para borrar de la faz de la Tierra a estas ciudades pecadoras, mientras que los científicos han estado buscando unas explicaciones naturales al relato bíblico, tales como un terremoto, una erupción volcánica u otros fenómenos naturales. Pero, en lo que concierne al relato bíblico, el acontecimiento no pudo ser una calamidad natural, ya que se describe como un acontecimiento premeditado. el Señor desveló con antelación a Abraham lo que estaba a punto de suceder.
Por lo tanto, fue un acontecimiento evitable, no una catástrofe provocada por fuerzas naturales imprevisibles. Según el Señor, la calamidad tendrá lugar sólo si las «protestas» contra Sodoma y Gomorra se confirman. Y, además, también era un acontecimiento que se podía posponer, un acontecimiento cuya ocurrencia podía darse antes o después, a voluntad. Al percatarse de que la calamidad era evitable, Abraham empleó un argumento: «Quizás haya cincuenta Justos en la ciudad», le dijo al Señor. «¿Vas a destruir el lugar y no lo vas a perdonar por los cincuenta Justos que hubiere dentro?». Y, rápidamente, añadió: «¡Tú no puedes hacer tal cosa, matar al justo con el malvado! ¡No puedes! ¡El Juez de Toda la Tierra no puede dejar de hacer justicia!». La súplica era para evitar la premeditada y evitable destrucción, si hubiera cincuenta Justos en la ciudad. Pero, en cuanto el Señor accedió a perdonar la ciudad en el caso de que hubiera esas cincuenta personas, Abraham se preguntó en voz alta si el Señor llevaría a cabo su destrucción si tan solo le faltaran cinco para ese número. Y cuando el Señor accedió a perdonar a la ciudad sólo con que hubiera cuarenta y cinco Justos, Abraham continuó rebajando el número a cuarenta, y luego a treinta, a veinte, a diez. «Y el Señor dijo: ‘No la destruiré si hubiera diez’; y partió en cuanto dejó de hablar con Abraham, y Abraham volvió a su sitio». Al atardecer, los dos compañeros del Señor, a los que la narración bíblica se refiere como Mal’akhim, traducido como «ángeles», cuando en realidad significa «emisarios», llegaron a Sodoma con la intención de comprobar las acusaciones contra la ciudad y dar cuenta de sus descubrimientos al Señor. Lot, que estaba sentado a las puertas de la ciudad, reconoció al instante, al igual que hiciera Abraham antes, la naturaleza divina de los dos visitantes, quizás por su atuendo o quizás por el modo en que llegaron, que podría ser por el aire. Ahora le tocaba a Lot insistir en su hospitalidad, y los dos emisarios aceptaron la invitación de pasar la noche en su casa. Pero no iba a ser una noche tranquila, pues la noticia de la llegada de los extraños agitó a toda la ciudad: «No bien se habían acostado, la gente de Sodoma rodeó la casa; jóvenes y viejos, toda la población, de cada barrio; y llamaron a Lot y le dijeron: ‘¿Dónde están los hombres que vinieron contigo anoche? Tráelos para que los conozcamos’». Y cuando Lot se negó a complacerles, la turba intentó entrar por la fuerza en su casa; pero los dos Mal’akhim, «hirieron a la gente que estaba en la entrada de la casa cegándolos, tanto a jóvenes como a viejos; y se cansaron intentando encontrar la entrada». Los dos emisarios ya no precisaban de más indagaciones, al percatarse de que, de toda la gente de la ciudad, sólo Lot era «justo». El destino de la ciudad estaba firmado.
«Y le dijeron a Lot: ‘¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tu yerno, a tus hijos e hijas, y a cualquier otro pariente que tengas en la ciudad, pues la vamos a destruir». Lot se apresuró para llevar la noticia a sus yernos, pero se encontró tan solo con la incredulidad y la risa. De modo que, al alba, los emisarios apremiaron a Lot para que escapara sin demora, tomando con él sólo a su mujer y a sus dos hijas solteras. Pero Lot remoloneaba; de manera que los hombres lo tomaron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas, pues la misericordia de Yahveh estaba sobre él, y les sacaron fuera, y les pusieron fuera de la ciudad. Tras llevarse literalmente en volandas a los cuatro y dejarlos fuera de la ciudad, los emisarios le insistieron a Lot para que huyera a las montañas: «¡Escapa, por vida tuya! No mires atrás, ni te pares en ningún sitio en la llanura», fueron las instrucciones; «escapa a las montañas, o perecerás». Pero Lot, temiendo no llegar a tiempo a las montañas y «ser alcanzado por el Mal y morir», les hizo una propuesta: ¿Se podría retrasar la destrucción de Sodoma hasta haber llegado a la ciudad de Soar, la que más lejos estaba de Sodoma? Y, tras aceptar, uno de los emisarios le urgió a que se apresuraran en llegar allí: «De acuerdo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no llegues a esa ciudad». Así pues, la calamidad no sólo era predecible y evitable, sino que también se podía posponer y se podían destruir varias ciudades en diferentes ocasiones. Ninguna catástrofe natural podría haber reunido todas estas características. “El sol se elevaba sobre la Tierra cuando Lot llegó a Soar; y el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra, desde los cielos, azufre y fuego de parte de Yahveh. Y Él destruyó aquellas ciudades y toda la llanura, y a todos los habitantes de las ciudades y toda vegetación que crece del suelo“. Las ciudades, la gente, la vegetación, todo resultó «arrasado» por el arma de los dioses. El calor y el fuego lo chamuscaron todo a su paso; la radiación afectó a las personas incluso en la distancia. La esposa de Lot, ignorando las advertencias de no detenerse y mirar atrás en su huida de Sodoma, se convirtió en un «pilar de vapor». El «Mal» que Lot temía había caído sobre ella. La traducción tradicional del término hebreo Netsiv melah ha sido «pilar de sal», y en la Edad Media se llegó a escribir mucho para explicar el proceso por el cual una persona se podía transformar en sal cristalina. Sin embargo, la lengua materna de Abraham y Lot era el sumerio, y el acontecimiento se registró no en una lengua semita, sino en sumerio. Entonces se nos plantea la posibilidad de una explicación completamente diferente y más plausible acerca de lo que realmente le ocurrió a la mujer de Lot. En un estudio presentado ante la American Oriental Society en 1918, y en el subsiguiente artículo de Beitráge zur Assyriologie, Paul Haupt demostró que el término sumerio NIMUR significaba tanto sal como vapor, debido al hecho de que las primitivas salinas de Sumer eran ciénagas cercanas al Golfo Pérsico. El narrador hebreo bíblico probablemente malinterpretó el término sumerio debido a que el Mar Muerto recibe el nombre en hebreo de El Mar de Sal, y escribió «pilar de sal» cuando, de hecho, la mujer de Lot se convirtió en un «pilar de vapor».
En relación con esto, en los textos ugaríticos, como por ejemplo en el relato cananeo de Aqhat, que tiene muchas similitudes con el relato de Abraham, se describe la muerte de un ser humano a manos de un dios como el «escape de su alma como vapor, como humo por las ventanas de la nariz». Y, de hecho, en la Epopeya de Erra, un registro sumerio de una supuesta destrucción nuclear, se describe la muerte de las personas a manos del dios: “Haré desvanecerse a las personas, sus almas se convertirán en vapor“. La desgracia de la mujer de Lot fue la de encontrarse entre aquéllos que se «convirtieron en vapor». Una a una, las ciudades «que indignaron al Señor» fueron arrasadas, y en cada ocasión, se le permitió escapar a Lot: “Pues cuando los dioses devastaron las ciudades de la llanura, los dioses se acordaron de Abraham, y enviaron a Lot lejos de las ciudades de la devastación”. Y Lot fue «a vivir a la montaña y moró en una cueva, él y sus dos hijas con él». Después de presenciar la destrucción de toda vida en la llanura del Jordán, y la invisible mano de la muerte que vaporizó a su madre, Lot y sus hijas pensaron, según se nos dice en la Biblia, que habían presenciado el fin de la humanidad en la Tierra, que ellos tres eran los únicos supervivientes de la especie humana. Y de ahí que la única forma de preservar a la humanidad, consistiera en cometer incesto y que las hijas concibieran hijos de su propio padre: «Y la mayor le dijo a la menor: ‘Nuestro padre es viejo, y no hay ningún hombre en la Tierra que se una a nosotras a la manera de todos en la Tierra; ven, hagamos que nuestro padre beba vino, y luego yaceremos con él, para que así podamos preservar la simiente de la vida de nuestro padre’». Y, de este modo, ambas se quedaron embarazadas y tuvieron hijos. Pero la noche anterior al holocausto debió de ser una noche de insomnio para Abraham, preguntándose si encontrarían suficientes Justos en Sodoma como para que las ciudades fueran perdonadas, preguntándose acerca del destino de Lot y de su familia: «Y Abraham se levanto temprano y fue al lugar en donde había estado en presencia de Yahveh, y miró en dirección a Sodoma y Gomorra, y la región de la llanura; y vio el humo elevarse de la tierra, como de una fogata». Abraham estaba presenciando algo similar a Hiroshima y Nagasaki, la destrucción de una llanura fértil y poblada por medio de bombas nucleares. Era el año 2024 a. C.
No obstante, sigue flotando el misterio en relación a la real ubicación de las ruinas de Sodoma y Gomorra. Los antiguos geógrafos griegos y romanos decían que el otrora fértil valle de las cinco ciudades se inundó con posterioridad a la catástrofe. Los expertos modernos creen que la devastación de la que se habla en la Biblia provocó una brecha en la costa meridional del Mar Muerto, con lo que las aguas sumergieron las regiones bajas del sur. La porción restante de lo que una vez fue la costa sur se convirtió en un accidente geográfico al que los lugareños llamaron figurativamente el-Lissan («La Lengua»), y el otrora poblado valle de las cinco ciudades se convirtió en la nueva zona sur del Mar Muerto, que aún lleva el apodo local de «Mar de Lot». Mientras tanto, en el norte, el desplazamiento de las aguas hacia el sur hizo que la línea costera retrocediera. Los antiguos informes han recibido confirmación en tiempos modernos a través de diversas investigaciones, comenzando por una exhaustiva exploración de la zona a cargo de una misión científica patrocinada por el Instituto Bíblico Pontificio del Vaticano. Importantes arqueólogos, como W. F. Albright y P. Harland, descubrieron que las poblaciones de las montañas de alrededor de la región se abandonaron repentinamente en el siglo XXI a.C, y no se volvieron a poblar hasta varios siglos más tarde. Y hasta el día de hoy, las aguas de los manantiales de los alrededores del Mar Muerto están contaminadas de radiactividad. La nube de la muerte, elevándose en los cielos de las ciudades de la llanura, no sólo aterrorizó a Lot y a sus hijas, sino también a Abraham, que no se sintió seguro ni en las montañas de Hebrón, a unos ochenta kilómetros de distancia. En la Biblia se nos dice que levantó su campamento y se trasladó bastante más al oeste, para residir en Guerar. Por otra parte, ya nunca más se aventuraría a entrar en el Sinaí. Años más tarde, incluso cuando el hijo de Abraham, Isaac, quiso ir a Egipto debido a una hambruna en Canaán, «Yahveh se le apareció y le dijo: ‘No bajes a Egipto; vive en la tierra que te mostraré’». Aparentemente el paso a través de la península del Sinaí aún no era seguro. En opinión de Zecharia Sitchin: “Creemos que la destrucción de las ciudades de la llanura fue sólo una exhibición secundaria. Al mismo tiempo, también fue arrasado con armas nucleares el Espaciopuerto de la península del Sinaí, dejando tras de sí una radiación mortal que persistió durante muchos años. El principal objetivo nuclear estaba en la península del Sinaí; y la víctima real, a la postre, sería el mismo Sumer“. Aunque el fin de Ur no tardó en llegar, su triste destino comenzó a vislumbrarse a partir de la Guerra de los Reyes, acercándose poco a poco, cada vez más cerca, creciendo en intensidad de año en año. El Año del llamado Juicio Final, 2024 a.C., fue el sexto año del remado de Ibbi-Sin, el último rey de Ur.
Pero, para conocer los motivos de aquella destructiva guerra, tenemos que remontarnos en los registros de aquellos fatídicos años hasta la época de la guerra. Tras fracasar en su misión y humillados por dos veces a manos de Abraham, una en Kadesh-Barnea y la otra cerca de Damasco, los reyes invasores no tardaron en ser apartados de sus tronos. En Ur, Amar-Sin fue sustituido por su hermano Shu-Sin, que ascendió al trono para encontrarse con que la gran alianza se había hecho añicos, y que los hasta entonces aliados de Ur atacaban ahora el imperio que se desmoronaba. Aunque Nannar e Inanna también habían resultado desacreditados en la Guerra de los Reyes, Shu-Sin puso en ellos su confianza. Shu-Sin alardeaba de que «la Sagrada Inanna, la dotada de sorprendentes cualidades, la Primera Hija de Sin», le había dado armas con las cuales «entablar combate con el país enemigo que no sea obediente». Pero todo esto no fue suficiente para impedir la disgregación del imperio sumerio, y Shu-Sin no tardó en recurrir a los grandes dioses en busca de socorro. A juzgar por los anales, Shu-Sin, en el segundo año de su reinado, buscó los favores del dios (anunnaki) Enki, construyéndole un barco especial que surcara los mares hasta el Mundo Inferior. El tercer año del remado fue también de preocupación por buscar el acercamiento a Enki. Pero poco más se sabe de esto, que quizás fuera un subterfugio para pacificar a los seguidores de Marduk y de Nabu. Aunque la intentona fracasó, pues el cuarto y el quinto año presenciaron la construcción de una imponente muralla en la frontera occidental de Mesopotamia, creada específicamente para protegerse de las incursiones de los «Occidentales», los seguidores de Marduk. A medida que crecía la presión desde el oeste, Shu-Sin recurrió a los grandes dioses de Nippur en busca de perdón y de salvación. Los anales, confirmados por las excavaciones arqueológicas de la Expedición Americana a Nippur, revelan que Shu-Sin emprendió obras masivas de reconstrucción del recinto sagrado de Nippur, a una escala desconocida desde los días de Ur-Nammu. Las obras culminaron con la elevación de una estela en honor de los dioses Enlil y Ninlil, «una estela como ningún rey hubiera construido jamás». Shu-Sin buscaba desesperadamente la aceptación, la confirmación de que era «el rey al cual Enlil, en su corazón, había elegido».
Pero Enlil no estaba allí para darle respuesta. Tan solo Ninlil, la esposa de Enlil, que seguía en Nippur, escuchó las súplicas de Shu-Sin. Compasivamente, respondió: «para prolongar el bienestar de Shu-Sin, para extender el tiempo de su reinado», le dio un «arma que fulmina con el resplandor, cuyo terrorífico destello alcanza el cielo». En un texto de Shu-Sin catalogado como «Colección B» se sugiere que, en sus esfuerzos por restablecer los antiguos lazos con Nippur, Shu-Sin pudo intentar reconciliarse con los nippuritas, tales como la familia de Téraj, que habían dejado Ur tras la muerte de Ur-Nammu. El texto afirma que, después de hacer que la región donde estaba situada Jarán «temblara de pánico ante sus armas», se hizo un gesto de paz.Shu-Sin envió allí a su propia hija como prometida, presumiblemente para el jefe de la región o para su hijo. Posteriormente, ésta volvería a Sumer con un séquito de ciudadanos de la región, «estableciendo una ciudad para Enlil y Ninlil en las fronteras de Nippur». Fue la primera vez «desde los días en que se decretaban los destinos, en que un rey había establecido una ciudad para Enlil y Ninlil», afirmaba Shu-Sin, esperando obviamente las alabanzas. Con la ayuda probable de los repatriados nippuritas, Shu-Sin reinstauró también los altos servicios del templo en Nippur, concediéndose a sí mismo el papel y el título de Sumo Sacerdote. Sin embargo, todo esto sería en vano. En vez de una mayor seguridad, se dieron mayores peligros, y la inquietud por la lealtad de las provincias distantes dio paso a la seria preocupación por el propio territorio de Sumer. «El poderoso rey, el Rey de Ur», dicen las inscripciones de Shu-Sin, se encontró con que el «pastoreo de la tierra» de la misma Sumer se había convertido en la principal carga real. Todavía hubo un último intento por atraer a Enlil de vuelta a Sumer, por encontrar refugio bajo su égida. Parece ser que por consejo de Ninlil, Shu-Sin construyó para la divina pareja «un gran barco de recreo, adecuado para los más largos de los ríos. Lo decoró a la perfección con piedras preciosas», lo equipó con remos de la más fina madera, puntiagudas perchas y un fuerte timón, y lo dotó de todo tipo de comodidades, incluido un lecho nupcial. Después, «puso el barco de recreo en la amplia cuenca que hay frente a la Casa de Placer de Ninlil». Los aspectos nostálgicos tocaron la fibra del corazón de Enlil, pues él se había enamorado de Ninlil, siendo ésta una joven enfermera, cuando la vio bañándose desnuda en el río; de modo que volvió a Nippur: “Cuando Enlil escuchó todo esto, de horizonte a horizonte se apresuró y de sur a norte viajó; a través de los cielos, sobre la tierra se apresuró, para gran regocijo con su amada reina, Ninlil“.
Sin embargo, el viaje no fue más que un breve interludio. Las últimas líneas de una tablilla se refieren a «Ninurta, el gran guerrero de Enlil, que confundió al Intruso». Al parecer, después de que se descubriera «una inscripción, una malvada inscripción» sobre una efigie en el barco, quizás con la intención de echar una maldición sobre Enlil y Ninlil. No hay registros que nos hablen de la reacción de Enlil a este desagradable asunto. Pero todas las demás evidencias sugieren que abandonó Nippur de nuevo, pero esta vez llevándose a Ninlil con él. Poco después, en febrero de 2031 a.C. según nuestro calendario, todo Oriente Próximo se sobrecogió con un eclipse total de Luna. Los sacerdotes del oráculo de Nippur no podían apaciguar la ansiedad deShu-Sin. Era, dijeron en su mensaje escrito, un augurio «para el rey que gobierna las cuatro regiones: su muralla será destruida, Ur quedará desolada». Rechazado por los grandes dioses de antaño, Shu-Sin se embarcó en una última acción, no se sabe si por despecho o como un último intento por ganarse el apoyo divino, al construir en el recinto sagrado de Nippur un santuario para un joven dios llamado Shara. Éste era hijo de Inanna y también este nuevo Shara («Príncipe») era hijo de un rey. En la inscripción en la que se le dedicaba el templo, Shu-Sin afirmaba ser el padre del joven dios: «Al divino Shara, héroe celeste, amado hijo de Inanna: su padre Shu-Sin, el rey poderoso, rey de Ur, rey de las cuatro regiones, ha construido para él el templo Shagipada, su amado santuario; vida al rey». Era el noveno año del reinado de Shu-Sin. También fue el último. El nuevo soberano en el trono de Ur, Ibbi-Sin, no pudo detener la decadencia y la ruina. Lo único que pudo hacer fue acelerar la construcción de murallas y fortificaciones en el corazón de Sumer, alrededor de Ur y de Nippur, mientras que el resto del país quedó desprotegido. En sus propios anales, de los cuales no se ha encontrado ninguno más allá del quinto año, se dice poco de las circunstancias de sus días. Pero mucho más sabemos por el cese de otros mensajes habituales y documentos comerciales. Así, los mensajes de lealtad, que el resto de centros urbanos subordinados debía enviar a Ur cada año, dejaron de llegar uno tras otro. Los primeros en dejar de llegar fueron los mensajes de lealtad de las regiones occidentales; después, al tercer año, fueron las capitales de las provincias orientales. Aquel mismo año, el comercio exterior de Ur «se detuvo de forma significativamente repentina», según C J. Gadd, en su obra History and Monuments of Ur. En la recaudación de impuestos de Drehem, cerca de Nippur, también se detuvo abruptamente la meticulosa anotación durante aquel tercer año.
Ignorando a Nippur, cuyos grandes dioses la habían abandonado, Ibbi-Sin puso su confianza en Nannar e Inanna, proclamándose en su segundo año como Sumo Sacerdote del templo de Inanna en Uruk. Una y otra vez, Ibbi-Sin pidió guía y palabras tranquilizadoras a sus dioses; pero todo lo que escuchaba eran oráculos de destrucción y desolación. En el cuarto año de su reinado, se le dijo que «El Hijo en el oeste se elevará, es un augurio para Ibbi-Sin: Ur será juzgada». En el quinto año, Ibbi-Sin intentó ganar fuerzas convirtiéndose en Sumo Sacerdote de Inanna en su santuario de Ur. Pero tampoco esto le sirvió de ayuda. Aquel año, el resto de ciudades de Sumer dejó de enviar mensajes de fidelidad. También fue el último año en que aquellas ciudades entregarían los tradicionales animales para los sacrificios del templo de Nannar en Ur. Dejaron de reconocer la autoridad central de Ur, sus dioses y su gran templo-zigurat. Cuando dio comienzo el sexto año, los augurios «referentes a la destrucción» se hicieron más urgentes y concretos. «Cuando llegue el sexto año, los habitantes de Ur estarán atrapados», decía uno de estos augurios. “La calamidad profetizada llegará“, decía otro augurio, «cuando, por segunda vez, el que se llama a sí mismo Supremo, como uno cuyo pecho ha sido ungido, llegue del oeste». Aquel mismo año, como revelan los mensajes de las fronteras, «occidentales hostiles han entrado en la llanura de Mesopotamia. Éstos, sin encontrar resistencia, no tardaron en entrar en el interior del país, tomando una a una todas las grandes fortalezas». A lo único que se pudo aferrar Ibbi-Sin fue a los enclaves de Ur y de Nippur. Pero, antes de que terminara aquel fatídico sexto año, en Nippur se detuvieron repentinamente las inscripciones que honraban al rey de Ur. El enemigo de Ur y de sus dioses, el «que se llama a sí mismo Supremo», había llegado al corazón de Sumer. Como los augurios habían predicho, Marduk volvía a Babilonia por segunda vez. Los 24 años fatídicos, desde que Abraham dejara Jarán, desde que Shulgi fuera sustituido en el trono, y desde que comenzara el exilio de Marduk entre los hititas, habían venido a converger en el Año del Juicio Final, 2024 a.C. La tablilla en la cual está inscrita la autobiografía de Marduk prosigue relatando su regreso a Babilonia después de 24 años de estancia en la Tierra de Hatti: “En la tierra de Hatti pedí un oráculo acerca de mi trono y mi Señorío; Allí en medio pregunté: «¿Hasta cuándo?» 24 años, allí en medio, anidé. Después, en aquel vigésimo cuarto año, recibió un oráculo favorable: Mis días de exilio terminaron; a mi ciudad me encaminé; para mi templo Esagila como un monte a reconstruir para restablecer mi imperecedera morada. Levanté mis talones hacia Babilonia y a través de tierras fui a mi ciudad, para su futuro bienestar establecer, para instalar un rey en Babilonia en la casa de mi alianza, en el montañoso Esagil; creado por Anu en el Esagil, para elevar una plataforma en mi ciudad…“.
La deteriorada tablilla hace después una relación de ciudades a través de las cuales pasó Marduk en su camino hacia Babilonia. Los poco legibles nombres de las ciudades nos indican que la ruta de Marduk desde Asia Menor hasta Mesopotamia le llevó en un principio hacia el sur, hasta la ciudad de Hama (la bíblica Hamat); después, hacia el este, a través de Mari. Y llegó a Mesopotamia, tal como habían predicho los augurios, desde el oeste, acompañado por partidarios «occidentales». Su deseo, prosigue Marduk, era llevar la paz y la prosperidad al país, «alejar el mal y la mala suerte y llevar un amor maternal a la Humanidad». Pero todo se malogró: “contra su ciudad, Babilonia, un dios adversario «su ira ha traído»“. El nombre de este dios enemigo se cita al comienzo de una nueva columna del texto; pero todo lo que ha quedado de él es la primera sílaba: «Divino NIN». Poco se nos cuenta en esta tablilla de las acciones tomadas por este adversario, pues todos los versículos que vienen después están severamente dañados y el texto se hace ininteligible. Pero podemos extraer algunos de los hilos perdidos en la tercera tablilla de los Textos de Codorlaomor. A pesar de sus aspectos enigmáticos, se nos pinta un cuadro de confusión total, en donde dioses enemigos marchan unos contra otros a la cabeza de sus tropas humanas. Los partidarios amoritas de Marduk se abalanzaban por el valle del Eufrates hacia Nippur, y Ninurta organizó las tropas elamitas para combatirles. A medida que leemos las crónicas de aquellos difíciles años, nos encontramos con que acusan al enemigo de atrocidades. El texto babilónico, escrito por un adorador de Marduk, le atribuye a las tropas elamitas, y sólo a ellas, la profanación de templos, incluidos los santuarios de Shamash e Ishtar. Pero el cronista babilónico acusa a Ninurta de culpar falsamente a los seguidores de Marduk por la profanación del Santo de los Santos de Enlil en Nippur, lo cual provoca que Enlil tome partido contra Marduk y su hijo Nabu. Sucedió, dice el texto babilónico, cuando los dos ejércitos enemigos se enfrentaron en Nippur. Fue entonces cuando la ciudad santa fue saqueada, y cuando su santuario, el Ekur, fue profanado. Ninurta acusaba a los seguidores de Marduk de esta mala acción; pero no era así: fue Erra, su aliado, el que lo hizo. La repentina aparición de Nergal/Erra en la crónica babilónica seguirá siendo un enigma. Pero de lo que no hay duda es de que se cita a este dios en los Textos de Codorlaomor, y de que se le acusa de la profanación del Ekur: “Erra, el inmisericorde, entró en el recinto sagrado. Se estableció en el sagrado recinto, contempló el Ekur. Abrió la boca, y dijo a sus jóvenes hombres: «¡Llevaos el botín del Ekur, llevaos las cosas valiosas, destruid sus cimientos, echad abajo el recinto del santuario!»”.
Cuando Enlil supo que su templo había sido destruido, que su santuario había sido profanado, que, «en el santo de los santos, el velo había sido rasgado», se apresuró a volver a Nippur:“«Cabalgando delante de él, había dioses vestidos de brillantez»; él mismo «despedía resplandor como un relámpago», cuando bajó de los cielos; «hizo temblar el lugar sagrado» cuando descendió al recinto sagrado“. Después, Enlil se dirigió a su hijo, «el príncipe Ninurta», para averiguar quién había profanado el templo. Pero, en lugar de decirle la verdad, que había sido Erra, su aliado, Ninurta apuntó su dedo acusador a Marduk y a sus seguidores. Al describir la escena, los textos babilónicos afirman que Ninurta, al encontrarse con su padre, actuaba sin el debido respeto: «sin temer por su vida, no se quitó la tiara». A Enlil, «mal le habló-no hubo justicia; se concibió la destrucción». Y así provocado, «Enlil hizo que se planeara el mal contra Babilonia». Además de las «malas acciones» contra Marduk y Babilonia, también se planeó un ataque contra Nabu y su templo Ezida, en Borsippa. Pero Nabu se las ingenió para escapar en dirección oeste, a las ciudades fieles a él que había en las cercanías del Mediterráneo: “Desde Ezida, Nabu, a dirigir todas sus ciudades se encaminó; hacia el Gran Mar se dirigió“. Y aquí, los versículos que siguen en el texto babilónico muestran un paralelismo directo con el relato bíblico de la destrucción de Sodoma y Gomorra: “Pero cuando el hijo de Marduk en el país de la costa estaba, El-de-el-Viento-Maligno [Erra] con calor la tierra de la llanura hizo arder“. Ciertamente, estos versículos deben haber tenido una fuente común con la descripción bíblica de la lluvia de «azufre y fuego» que «arrasó aquellas ciudades y toda la llanura». Tal como atestiguan las referencias bíblicas, como el Deuteronomio, la «maldad» de las ciudades de la Llanura del Jordán consistía en que «habían abandonado la alianza del Señor e iban y servían a otros dioses». Como sabemos ahora por el texto babilónico, las acusaciones contra ellas se basaban en que se habían pasado al bando de Marduk y de Nabu en aquel último choque entre los dioses enfrentados. Pero, mientras que el texto bíblico lo deja ahí, el texto babilónico añade otro importante detalle. El ataque sobre las ciudades cananeas no sólo pretendía destruir los centros de apoyo a Marduk, sino que también pretendía destruir al propio Nabu, que había ido allí en busca de asilo. Sin embargo, este segundo objetivo no se alcanzó, pues Nabu se las ingenió para escapar a tiempo a una isla del Mediterráneo, donde la gente le aceptó, aunque no era su dios: “Él [Nabu] entró en el gran mar, se sentó en un trono que no era suyo [porque] el Ezida, su legítima morada, había sido arrasada“. El cuadro que nos queda, a través de los textos bíblico y babilónico, del cataclismo que asoló el Oriente Próximo en los tiempos de Abraham está mucho más detallado en La Epopeya de Erra. Este texto asirio, recompuesto a partir de los fragmentos encontrados en la biblioteca de Assurbanipal en Nínive, comenzó a tomar forma y significado a medida que se iban descubriendo más versiones fragmentadas en otras excavaciones arqueológicas.
El texto se inscribió en cinco tablillas; y, a pesar de las fracturas, de las líneas perdidas o incompletas e incluso del desacuerdo entre los expertos acerca de adonde pertenece cada fragmento, se han conseguido compilar dos amplias traducciones, Das Era-Epos, de P. F. Góssmann, y L’Epopea di Erra, de L. Cagni. La Epopeya de Erra no sólo explica la naturaleza y las causas del conflicto que llevó a la liberación del arma definitiva contra unas ciudades habitadas y el intento de aniquilar a un dios (Nabu) del que se creía que se ocultaba allí. También deja claro que tan extremas medidas no se tomaron a la ligera. Se sabe por otros textos que los grandes dioses, en aquellos tiempos de aguda crisis, estaban reunidos en una continua Asamblea de Guerra, en comunicación constante con el gran dios Anu: «Anu a la Tierra las palabras hablaba, la Tierra a Anu las palabras pronunciaba». La Epopeya de Erra aporta la información de que, antes de que se utilizaran tan terribles armas, tuvo lugar un enfrentamiento más entre Nergal/Erra y Marduk, en el cual Nergal utilizó diversas amenazas para persuadir a su hermano de que dejara Babilonia y cediera en sus pretensiones de supremacía. Pero esta vez no consiguió persuadirle; y, de regreso a la Asamblea de los Dioses, Nergal recomendó el uso de la fuerza para expulsar a Marduk. Por los textos sabemos que las discusiones fueron acaloradas y ásperas; «durante un día y una noche, sin cesar» prosiguieron. Una discusión especialmente violenta se desató entre Enki y su hijo Nergal, en la cual Enki se puso de parte de su hijo primogénito Marduk: «Ahora que el Príncipe Marduk se ha elevado, ahora que el pueblo por segunda vez ha elevado su imagen, ¿por qué Erra sigue oponiéndose?», preguntó Enki. Al final, tras perder la paciencia, Enki le gritó a Nergal que se apartara de su presencia. Enojado, Nergal volvió a sus dominios. «Consultando consigo mismo», se decidió a soltar las terroríficas armas: «Las tierras destruiré, las convertiré en un montón de polvo; arrasaré las ciudades, las convertiré en desolación; aplanaré las montañas, haré desaparecer a los animales; agitaré los mares, lo que se mueve en ellos diezmaré; haré que se desvanezca la gente, sus almas se convertirán en vapor; nadie será perdonado». Por un texto conocido como CT-XVI-44/46 sabemos que fue Gibil, cuyos dominios en África eran adyacentes a los de Nergal, el que alertó a Marduk de los destructivos planes que tramaba aquél. Era de noche, y los grandes dioses se habían retirado para descansar. Fue entonces cuando Gibil, «estas palabras dijo a Marduk» respecto a las «siete terroríficas armas que por Anu fueron creadas. La maldad de estas siete contra ti se están poniendo», le dijo a Marduk.
Alarmado, Marduk le preguntó a Gibil dónde se guardaban las terribles armas. «Oh, Gibil», le dijo, «esas siete, ¿dónde nacieron, dónde se crearon?». A lo cual Gibil reveló que estaban ocultas bajo el suelo: “Esas siete, en la montaña moran, en una cavidad dentro de la tierra habitan. Desde este lugar, con resplandor saldrán, de la Tierra al Cielo, vestirán de terror“. Pero, ¿dónde estaba este lugar? Marduk preguntó una y otra vez; y todo lo que Gibil le pudo decir fue que «hasta a los dioses sabios les es desconocido». Entonces, Marduk acudió a su padre, Enki, con la temible noticia. «En la casa de su padre Enki entró». Enki yacía sobre el diván, en la cámara a la cual se retiraba por la noche. «Padre mío», le dijo Marduk, «Gibil me ha dicho esto: la llegada de las siete [armas] ha descubierto». Tras contarle a su sapientísimo padre las malas noticias, le urgió: «¡Hay que buscar su lugar, date prisa!». Los dioses no tardaron en volverse a reunir, pues ni siquiera Enki conocía el emplazamiento exacto en el que se ocultaban las Armas Definitivas. Pero, para su sorpresa, no todos los demás dioses quedaron tan impactados como él. Enki se pronunció con fuerza contra la idea, urgiendo a que se tomaran medidas para detener a Nergal, pues la utilización de las armas, señaló, «desolaría las tierras, a la gente haría perecer». Nannar y Utu vacilaron ante las palabras de Enki; pero Enlil y Ninurta estaban por la acción decidida. Y así, con la Asamblea de los Dioses sumida en el desconcierto, se le dejó la decisión a Anu. Cuando por fin Ninurta llegó al Mundo Inferior con el mensaje de lo decidido por Anu, se encontró con que Nergal ya había ordenado cebar «las siete terroríficas armas» con sus «venenos», supuestamente sus cabezas nucleares. Aunque en la Epopeya de Erra se siguen refiriendo a Ninurta por el epíteto lshum («El Abrasador»), también se cuenta con gran detalle que Ninurta le aclaró a Nergal/Erra que las armas sólo se podían utilizar contra objetivos específicamente aprobados. Que, antes de que se utilizaran, había que avisar a los dioses anunnaki que hubiera en los lugares seleccionados y a los dioses igigi que tripulaban la plataforma espacial y la lanzadera. Y que, por último, pero no menos importante, la humanidad tenía que ser perdonada, pues «Anu, señor de los dioses, se compadece del país». Al principio, Nergal se resistió a la idea de advertir previamente a nadie, y el antiguo texto se extiende en relatar las duras palabras que se cruzaron ambos dioses. Al final, Nergal accedió a advertir con antelación a los anunnaki y a los igigi que tripulaban las instalaciones espaciales, pero no a Marduk ni a su hijo Nabu, ni a los seguidores humanos de Marduk. Entonces, Ninurta, intentando disuadir a Nergal de una aniquilación indiscriminada, utilizó una argumentación idéntica a la que, en la Biblia, se le atribuye a Abraham, cuando intentó que se perdonara a Sodoma: “Valeroso Erra, ¿Destruirías a los justos con los injustos? ¿Destruirías a los que han pecado contra ti junto con aquéllos que no han pecado contra ti?“.
A través de la adulación, las amenazas y la lógica, los dos dioses argumentaron a favor y en contra sobre la extensión de la destrucción. Más que Ninurta, era Nergal el que se consumía en un odio personal: «¡Aniquilaré al hijo, y dejaré que el padre lo entierre; después, mataré al padre, y no dejaré que nadie lo entierre!», gritó. Con mucha diplomacia, indicando la injusticia de una destrucción indiscriminada, Ninurta consiguió por fin convencer a Nergal. Accediendo a dejar fuera del ataque a Mesopotamia, modificó al fin sus planes: la destrucción sería selectiva; el objetivo táctico consistiría en destruir las ciudades donde pudiera ocultarse Nabu; el objetivo estratégico sería denegarle a Marduk su mayor trofeo, el Espaciopuerto, «el lugar desde donde los Grandes ascienden»: “Enviaré un emisario de ciudad en ciudad; el hijo, semilla de su padre, no escapará; su madre dejará de reír y no habrá acceso al lugar de los dioses. El lugar desde donde los Grandes ascienden arrasaré“. Cuando Nergal acabó de exponer sus planes de destrucción, Ninurta se había quedado sin palabras. Pero, como otros textos afirman, Enlil aprobó el plan cuando se le expuso para que tomara una decisión; y, al parecer, también lo hizo Anu. Sin perder más tiempo, Nergal instó a Ninurta a ponerse en marcha: “Después, el héroe Erra se adelantó a lshum (Ninurta), recordando sus palabras; lshum también salió, de acuerdo con la palabra dada, con el corazón en un puño“. Su primer objetivo era el Espaciopuerto, en el Sinaí, un complejo de mando oculto en el «Monte Más Supremo» y las pistas de aterrizaje que se extendían en la gran llanura adyacente: “lshum se dirigió al Monte Más Supremo; las Siete Terroríficas, [armas] sin par, le siguieron por detrás. El héroe llegó al Monte Más Supremo; levantó la mano- el monte fue aplastado; la llanura junto al Monte Más Supremo arrasó después; en sus bosques, no quedó en pie ni el tallo de un árbol“. Y así, con un ataque nuclear, fue arrasado el Espaciopuerto, aplastado el monte en el cual se ocultaban sus controles y asolada la llanura en donde estaban las pistas. Fue una hazaña de destrucción, según atestiguan las crónicas, la que llevó a cabo Ninurta (lshum). Entonces llegó el turno de Nergal (Erra) para dar salida a sus ansias de venganza. Guiándose desde la península del Sinaí hasta las ciudades cananeas por la Calzada del Rey, Erra las arrasó. Las expresiones utilizadas en la Epopeya de Erra son casi idénticas a las utilizadas en el relato bíblico de Sodoma y Gomorra: “Entonces, imitando a lshum, Erra siguió la Calzada del Rey. Acabó con las ciudades, en desolación las convirtió. A las montañas llevó el hambre, hizo perecer a los animales“. Los versículos que siguen pueden estar describiendo la formación de la nueva extensión del Mar Muerto, por la ruptura de la costa meridional, y la eliminación de toda la vida marina que había en él: “Él cavó a través del mar, lo dividió en su totalidad. Todo lo que vive en él, hasta los cocodrilos lo marchitó. Como con fuego abrasó a los animales, sus cereales convirtió en polvo“.
Vemos que La Epopeya de Erra narra los acontecimientos de un ataque nuclear. Se produjo la destrucción del Espaciopuerto del Sinaí. Luego se llevó a cabo la «aniquilación», o «arrasamiento» en la Biblia, de las ciudades de la llanura del Jordán. A consecuencia de ello se produjo la brecha del Mar Muerto que trajo como consecuencia su extensión por el sur. Sería de esperar que hubiera constancia de tan singular acontecimiento destructivo en más de un texto. Y, efectivamente, hay descripciones y recuerdos de la catástrofe nuclear en otros textos. Uno de ellos, el conocido como K.5001, publicado en Oxford Editions of Cuneiform Texts, resulta especialmente valioso, debido a que está en el original sumerio y, además, es un texto bilingüe en el cual el sumerio va acompañado por una traducción en acadio. Indudablemente, es uno de los textos más antiguos sobre este tema; y, por sus términos, da la impresión de que sea éste u otro original sumerio similar el que sirvió como fuente para el relato bíblico. Dirigido a un dios cuya identidad no queda clara en este fragmento, dice: “Señor, portador del Abrasador que quema al adversario; que aniquiló al país desobediente; que marchitó la vida de los seguidores de la Palabra Malvada; que hizo llover piedras y fuego sobre los adversarios“. La acción que llevaran a cabo los dos dioses, Ninurta y Nergal, implicó que los anunnaki que custodiaban el Espaciopuerto, advertidos de antemano, tuvieron que escapar «ascendiendo a la bóveda celeste». Ello se registró en un texto babilónico en el cual un rey recordaba los trascendentales acontecimientos que habían tenido lugar «en el reinado de un rey anterior». Éstas son sus palabras: “En aquel tiempo, en el reinado de un rey anterior, las cosas cambiaron. Lo bueno se fue, el sufrimiento era habitual. El Señor [de los dioses] se enfureció, concibió la ira. Él dio la orden: los dioses de aquel lugar lo abandonaron. Los dos, incitados para perpetrar el mal, hicieron que los guardianes se quedaran aparte; sus protectores subieron a la bóveda celeste“. ElTexto de Codorlaomor, que identifica a los dos dioses por su epítetos como Ninurta y Nergal, lo cuenta así: “Enlil, entronizado en la nobleza, se consumía de furia. Los devastadores sugirieron el mal de nuevo; el que abrasa con fuego [Ishum/Ninurta] y el del viento maligno [Erra/Nergal] llevaron a cabo juntos su mal. Los dos hicieron huir a los dioses, les hicieron huir del abrasador“. El objetivo, de donde hicieron huir a los dioses guardianes, era el Lugar de Lanzamiento: “Lo que se elevó hacia Anu para lanzar hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron“. Y así, el Espaciopuerto, el trofeo por el cual se habían llevado a cabo tantas Guerras de los Dioses, quedó arrasado. El Monte en el que estaban alojadas las instalaciones de control fue aplastado; las plataformas de lanzamiento se desvanecieron de la faz de la Tierra; y la llanura cuyo duro suelo habían utilizado las lanzaderas como pista, fue arrasada, no quedando ni un solo árbol en pie. Ya no se volvería a ver aquel gran lugar nunca más. Pero la cicatriz que se hiciera sobre la faz de la Tierra aquel terrible día aun se puede ver en nuestros días.
Es una inmensa cicatriz, tan inmensa que sus rasgos sólo se pueden ver desde los cielos, pues se reveló hace pocos años, cuando los satélites comenzaron a fotografiar la Tierra. Es una cicatriz para la cual los científicos aún no han encontrado una explicación. Al norte de este enigmático rasgo de la superficie de la península del Sinaí, se extiende la llanura central del Sinaí. Los restos de un lago de una era geológica anterior; su suelo, duro y liso, es ideal para el aterrizaje de una lanzadera, por la misma razón que el desierto de Mojave en California resultaba ideal para el aterrizaje de las lanzaderas espaciales de los Estados Unidos. Desde esta gran llanura de la península del Sinaí se pueden ver, en la distancia, las montañas que la rodean y le dan su forma ovalada. Las montañas de caliza se ciernen blanquecinas sobre el horizonte. Pero allá donde la gran llanura central se une con la inmensa cicatriz del Sinaí, el tono negro de la llanura crea un fuerte contraste con la blancura de los alrededores. El negro no es un tono natural en la península del Sinaí, donde la blancura de la caliza y el tono rojizo de la arenisca se combinan para fascinar la mirada con tonos que van del amarillo brillante al gris claro y el marrón oscuro, pero no el negro, que llega a la naturaleza a través del basalto. Sin embargo, aquí, en la llanura central, al noreste de la enigmática y gigantesca cicatriz, el color del suelo es negro, a causa de millones y millones de pedazos de roca ennegrecida, esparcidas como por una mano gigante por toda la región. No se ha dado ninguna explicación científica convincente para tan colosal cicatriz sobre la superficie de la península del Sinaí, desde que fuera observada desde los cielos y fotografiada por los satélites de la NASA. Tampoco se ha dado ninguna explicación para los pedazos de roca ennegrecida que se esparcen por esta zona en la llanura central. Ninguna explicación, a menos que uno lea los versículos de los textos antiguos y se acepte que, en tiempos de Abraham, Nergal y Ninurta barrieron el Espaciopuerto que se supone había allí con sus armas nucleares: «Lo que se elevó hacia Anu para lanzar, hicieron que se marchitara; hicieron desvanecerse su superficie, su lugar desolaron». Y el Espaciopuerto, así como las Ciudades Malvadas, nunca más existieron. Bastante más al oeste, en Sumer, no se sintieron ni se vieron las explosiones nucleares ni sus brillantes resplandores. Pero lo que hicieran Nergal y Ninurta acabaría teniendo un terrible efecto en Sumer, en sus gentes y en su propia existencia. Pues, a pesar de todos los esfuerzos de Ninurta por disuadir a Nergal para que no causara daños a la humanidad, ésta se vio inmersa en un gran sufrimiento con posterioridad. Aunque no había sido su intención, la explosión nuclear provocó un gigantesco viento, un viento radiactivo que comenzó como un torbellino: “Una tormenta, el Viento Maligno, recorrió los cielos“. El torbellino radiactivo comenzó a difundirse y a moverse en dirección oeste, con los vientos predominantes del Mediterráneo. Poco después, los augurios que predecían el fin de Sumer se hicieron realidad; y el mismo Sumer se convirtió en la postrera víctima nuclear.
La catástrofe que hizo caer a Sumer a finales del sexto año de reinado de Ibbi-Sin se describe en varios Textos de Lamentación, largos poemas que lloran el hundimiento de la majestuosa Ur y de los otros centros de la gran civilización sumeria. Estas lamentaciones sumerias, que nos recuerdan el bíblico Libro de las Lamentaciones, en donde se llora la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios, llevaron a pensar a los expertos que las tradujeron que la catástrofe sumeria fue también el resultado de una invasión, en la cual se enfrentaron tropas elamitas y amoritas. Cuando se encontraron las primeras tablillas de las lamentaciones, los expertos creyeron que había sido sólo Ur la que había sufrido la destrucción, por lo que titularon las traducciones de manera acorde. Pero, con el descubrimiento de más textos, se percataron de que Ur no había sido la única ciudad afectada, ni el punto central de la catástrofe. Estas lamentaciones, no sólo eran similares a los llantos por el destino de Nippur, Uruk o Eridú, sino que, además, en algunos de los textos se ofrecían listas de las ciudades afectadas; y parecía de que el mal comenzaba por el sudoeste y se extendía en dirección nordeste, abarcando la totalidad del sur de Mesopotamia. Daba la impresión de que una catástrofe generalizada y repentina había caído sobre todas las ciudades, no en lenta sucesión, como sucedería en el caso de una progresiva invasión, sino de una vez. Expertos como Th. Jacobsen, en su obra The Reign of Ibbi-Sin, llegaron a la conclusión de que los «invasores bárbaros» no habían tenido nada que ver con tan «estremecedora catástrofe», una calamidad de la que dijo que resultaba «realmente muy enigmática». «Sólo el tiempo dirá si llegaremos a saber con claridad lo que sucedió en aquellos años», escribió Jacobsen, «pues estamos convencidos de que el relato completo de lo sucedido aún está lejos de nuestro alcance». Pero se puede resolver el enigma si relacionamos la catástrofe de Mesopotamia con la explosión nuclear del Sinaí. Los textos, excepcionales por su longitud y, en muchos casos, también por su excelente estado de conservación, suelen comenzar con un lamento por el abandono repentino de todos los recintos sagrados de Sumer por parte de los distintos dioses, sus templos «abandonados al viento». Después, se describe la desolación provocada por la catástrofe con textos como éstos: “Llevando la desolación a las ciudades, [llevando] la desolación a las casas; llevando la desolación a los corrales, el vacío a los rediles; ya no hay bueyes en los corrales de Sumer, las ovejas ya no holgan en sus rediles; sus ríos corren con aguas amargas, en sus campos de cultivo crecen las malas hierbas, en sus estepas crecen plantas que se marchitan. En ciudades y aldeas la madre no cuida ya de sus hijos, el padre no dice ya ‘Oh, esposa mía’. Los pequeños ya no crecen con las rodillas fuertes, ni las niñeras cantan sus nanas. La realeza se ha arrebatado de la tierra“.
Antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, antes de que Hiroshima y Nagasaki fueran aniquiladas con armas atómicas llovidas del cielo, aún se podía leer el relato bíblico de Sodoma y Gomorra y aceptar la tradicional lluvia de «azufre y fuego» por falta de una explicación mejor. Para los expertos que aún no se habían enfrentado a lo terrorífico de las armas nucleares, los textos sumerios de lamentaciones les hablaban de la «Destrucción de Ur» o la «Destrucción de Sumer». Pero no es eso lo que describen estos textos: describen una desolación, no una destrucción. Las ciudades seguían allí, pero sin gente, los corrales estaban allí, pero sin animales, los rediles seguían existiendo, pero vacíos, los ríos corrían, pero sus aguas se habían hecho amargas, los campos aún se extendían, pero sólo crecían en ellos las malas hierbas, y en las estepas brotaban las plantas, pero sólo para marchitarse. Invasión, guerra, asesinato; todos estos males eran bien conocidos para la humanidad de entonces. Pero, tal como especifican los textos de lamentación, esto fue algo único, algo que nunca antes se había experimentado. Sobre Sumer cayó una calamidad, desconocida para el hombre: una calamidad que nunca antes se había visto, que no se podía resistir. La muerte no fue a manos del enemigo; era una muerte invisible, «que recorre la calle, que queda suelta en el camino; se yergue junto a un hombre, y sin embargo nadie puede verla; cuando entra en una casa, nadie se entera». No había defensa contra este «mal que ha arremetido contra el país como un fantasma: La muralla más alta, los muros más gruesos, atraviesa como una inundación; no hay puerta que pueda impedirle el paso, ni cerrojo que le haga dar la vuelta; a través de la puerta, como una serpiente se desliza; a través de las bisagras, como el viento entra». Los que se ocultaron tras las puertas, fueron derribados dentro; los que subieron corriendo a los tejados, murieron en los tejados; los que huyeron a las calles, fueron alcanzados en las calles: «La tos y la flema debilitaban el pecho, la boca se llenaba de saliva y espuma, se quedaban mudos y aturdidos, una maligna parálisis, una maldición, un dolor de cabeza, sus espíritus abandonaban sus cuerpos». Y la muerte era espantosa: “La gente, aterrorizada, difícilmente podía respirar; el Viento Maligno los atenazaba, no les concedía otro día. Las bocas se anegaban en sangre, las cabezas se revolcaban en sangre. El rostro palidecía con el Viento Maligno“. El origen de esta muerte invisible era una nube que apareció en los cielos de Sumer y «cubrió el país como con un manto, extendiéndose sobre él como una sábana». Con tonos marrones, durante el día, «al sol en el horizonte lo cubría de oscuridad». Por la noche, luminosa en sus bordes «con un estremecedor resplandor cubría la tierra», tapaba la Luna: «de la Luna extinguía su salida». La nube mortal «envuelta en terror, sembrando el miedo en todas partes», se trasladó de oeste a este hasta llegar a Sumer, empujada por «un gran viento que se acelera en las alturas, un viento maligno que asola el país». Sin embargo, no era un fenómeno natural.
Era «una gran tormenta enviada por Anu y que había llegado desde el corazón de Enlil». El producto de las siete terroríficas armas, «en un único desove se engendró, como el amargo veneno de los dioses; en el oeste se engendró». El Viento Maligno, «llevando la penumbra de ciudad en ciudad, transportando densas nubes que traían la penumbra desde el cielo», era el resultado de un «luminoso resplandor»: «Desde en medio de las montañas había descendido sobre la tierra, desde la Llanura de No Compasión había llegado». Aunque la gente estaba desconcertada, los dioses conocían las causas del Viento Maligno: “Un estallido maligno anunciaba la siniestra tormenta, un estallido maligno era el precursor de la siniestra tormenta; poderosa descendencia, hijos valientes eran los heraldos de la peste“. Ninurta y Nergal soltaron «en un único desove» las siete armas mortales creadas por Anu, «desarraigándolo todo, arrasándolo todo» en el lugar de la explosión. Las antiguas descripciones son tan vividas y precisas como las descripciones modernas de los testigos presenciales de una explosión atómica. Tan pronto como las «terroríficas armas» fueron lanzadas desde los cielos, hubo un inmenso resplandor: «esparcieron impresionantes rayos hacia los cuatro puntos de la tierra, abrasándolo todo como el fuego», dice en un texto. En otro, una lamentación sobre Nippur, se recuerda «la tormenta, en el destello de un relámpago creada». Después, se elevó en el cielo un hongo atómico -«una nube densa que trae la oscuridad»-, seguido de «fuertes ráfagas de viento. Una tempestad que abrasa furiosamente los cielos». Más tarde, los vientos predominantes, soplando de oeste a este, se pusieron a difundir el mal en Mesopotamia: «las densas nubes que traen la penumbra del cielo, que llevan la penumbra de ciudad en ciudad». Y no uno, sino varios textos atestiguan que el Viento Maligno, que llevaba la nube de la muerte, fue generado por unas gigantescas explosiones en un día para el recuerdo: “En aquel día cuando el cielo fue aplastado y la Tierra fue herida, su faz asolada por el remolino, cuando los cielos se oscurecieron y cubrieron como con una sombra“. Los textos de las lamentación identifican el lugar de las terribles explosiones «en el oeste», cerca del «seno del mar», una gráfica descripción de la curva costa del Mediterráneo en la península del Sinaí, desde una llanura «en medio de las montañas», una llanura que se convirtió en un «Lugar de No Compasión». Era un lugar que había servido antes como Lugar de Lanzamiento, el lugar desde el cual los dioses ascendían hasta Anu. Además, también se hablaba de un monte en muchas de estas indicaciones del lugar. En La Epopeya de Erra, el monte cercano al «lugar desde el cual los Grandes ascienden» recibía el nombre de «el Monte Más Supremo». En una de las lamentaciones se le llamaba el «Monte de los Túneles Ululantes». Este último epíteto recuerda las descripciones que aparecen en los Textos de la Pirámide acerca del monte con empinados túneles y pasadizos subterráneos al cual iban los faraones egipcios en busca de la otra vida. En Escalera al Cielo, Sitchin lo identificamos con el monte al cual llegó Gilgamesh en su viaje alLugar de las Naves Voladoras, en la península del Sinaí.
Partiendo desde este monte, un texto de las lamentación afirma que la mortífera nube de la explosión fue transportada por los vientos hacia el este «hasta la frontera de Anshan», en los Montes Zagros, afectando a todo Sumer, desde Eridú, en el sur, hasta Babilonia, en el norte. La muerte invisible se movió lentamente sobre Sumer, durando su paso de unas 24 horas, un día y una noche que se recordarían en los lamentos, como en éste de Nippur: «En aquel día, en aquel único día; en aquella noche, en aquella única noche, la tormenta, en un destello de relámpago creada, al pueblo de Nippur dejó postrado». El Lamento de Uruk describe la confusión sembrada tanto entre los dioses como entre el pueblo. Diciendo que Anu y Enlil anularon a Enki y a Ninki cuando «determinaron el consenso» para el empleo de las armas nucleares, el texto afirma después que ninguno de los dioses había previsto tan terribles consecuencias: «Los grandes dioses empalidecieron ante su inmensidad» cuando presenciaron los «rayos gigantes» de la explosión «alcanzar el cielo [y] la tierra temblar en su centro». Cuando el Viento Malignocomenzó a «esparcirse por las montañas como una red», los dioses de Sumer emprendieron la huida de sus amadas ciudades. En el texto conocido como Lamentación Sobre la Destrucción de Ur se hace una relación de todos los grandes dioses y de algunos de sus más importantes hijos e hijas que «abandonaron al viento» las ciudades y los grandes templos de Sumer. Y el texto llamado Lamentación Sobre la Destrucción de Sumer y Ur añade detalles dramáticos a esta huida precipitada. «Ninharsag lloraba con amargas lágrimas» cuando huyó de Isin; Nanshe gritaba, «Oh, mi devastada ciudad» cuando «el lugar en donde moraba cayó en la desgracia». Inanna salió apresuradamente de Uruk, navegando en dirección a África en un «barco sumergible», lamentándose de haber dejado atrás sus joyas y otras posesiones. En su propia lamentación por Uruk, Inanna/Ishtar lloraba la desolación de su ciudad y su templo, debido al Viento Maligno«que en un instante, en un abrir y cerrar de ojos se había creado en el medio de las montañas», y contra el cual no había defensa alguna. Una sobrecogedora descripción del miedo y la confusión reinante, tanto entre dioses como entre hombres, ante la inminencia del Viento Maligno, se da en El Lamento de Uruk, que fue escrito años después, cuando llegó el tiempo de la Restauración.
Cuando los «leales ciudadanos de Uruk cayeron presa del terror», las deidades residentes de Uruk, a cuyo cargo estaba la administración y el bienestar de la ciudad, hicieron sonar la alarma.«¡Levantaos!», llamaron a la gente en mitad de la noche; huid, «¡ocultaos en la estepa!», les dijeron. E, inmediatamente, los mismos dioses, «las deidades huyeron y tomaron senderos desconocidos». Y el texto afirma con pesimismo: “Así, todos sus dioses evacuaron Uruk; se mantuvieron lejos de ella; se ocultaron en las montañas, escaparon a las distantes llanuras“. En Uruk, el pueblo fue abandonado al caos, sin dirección ni ayuda. «El pánico se apoderó de la muchedumbre en Uruk, su sentido común se distorsionó». Entraron en los santuarios rompiéndolo todo, mientras se preguntaban: «¿Por qué parece tan lejano el benévolo ojo de los dioses? ¿Quién ha provocado todo este pesar y lamento?». Pero sus preguntas quedaron sin respuesta; y, cuando la Tormenta Maligna pasó, «el pueblo fue amontonado en pilas y el silencio cayó sobre Uruk como un manto». Por El Lamento de Eridú sabemos que Ninki huyó de su ciudad hasta un puerto seguro de África: «Ninki, su gran dama, volando como un ave, dejó su ciudad». Pero Enki se alejó de Eridú sólo lo suficiente como para apartarse del camino delViento Maligno, pero lo suficientemente cerca como para ver su destino: «Su señor permaneció fuera de la ciudad, el Padre Enki permaneció fuera de la ciudad, por el destino de su herida ciudad lloró amargas lágrimas». Muchos de sus súbditos leales le siguieron, acampando en las cercanías. Durante un día y una noche observaron a la tormenta «poner su mano» sobre Eridú. Después de que «la tormenta portadora de mal saliera de la ciudad, barriendo los campos», Enki entró en Eridú; se encontró con una ciudad «cubierta con el silencio, sus habitantes yacían amontonados». Aquéllos que se salvaron le dirigieron un lamento: «¡Oh, Enki», lloraban, «tu ciudad ha sido maldecida, ha sido convertida en un territorio extraño!», y sollozaban preguntándose adonde ir y qué hacer. Pero, aunque el Viento Maligno había pasado, el lugar seguía siendo inseguro, y Enki «se quedó fuera de la ciudad, como si fuera una ciudad extraña». Más tarde, «abandonando la casa de Eridú», Enki llevó a «aquéllos que habían salido de Eridú» al desierto, «hacia una tierra hostil»; allí, utilizó sus conocimientos científicos para hacer comestible el «árbol desagradable». Desde el extremo norte de la amplia extensión del Viento Maligno, desde Babilonia, Marduk, preocupado, le envió a su padre Enki un mensaje urgente, ante la inminencia de la llegada de la nube de la muerte a su ciudad: «¿Qué debo hacer?», preguntaba. El consejo de Enki, que más tarde Marduk transmitiría a sus seguidores, fue que aquéllos que pudieran abandonar la ciudad, que lo hicieran, pero que fueran sólo hacia el norte. Y, en la misma línea del consejo que le dieran los dos emisarios a Lot, a la gente que huía de Babilonia se le aconsejó «no volverse ni mirar atrás».
También se les dijo que no llevaran consigo alimentos ni bebida, pues estos podrían haber sido «tocados por el fantasma». Si no era posible la huida, Enki aconsejaba ocultarse bajo tierra: «Métete en una cámara bajo la tierra, en la oscuridad», hasta que el Viento Maligno haya pasado. El lento avance de la tormenta casi le cuesta caro a algunos de los dioses. En Lagash, «madre Bau sollozaba amargamente por su templo sagrado, por su ciudad». Aunque Ninurta se había ido, a su esposa le costaba dejar la ciudad. «Oh, mi ciudad. Oh, mi ciudad», seguía llorando, mientras se quedaba atrás. La demora casi le cuesta la vida: “En aquel día, a la dama la tormenta la alcanzó; Bau, como si fuera una mortal la tormenta la alcanzó“. En Ur, sabemos por las lamentaciones, una de las cuales la compuso la misma Ningal, que Nannar y Ningal se negaban a creer que el fin de Ur era irrevocable. Nannar le dirigió una larga y emocionada súplica a su padre Enlil, en busca de soluciones para evitar la calamidad. Pero «Enlil le respondió a su hijo Sin» que no se podía cambiar el destino. Ningal recuerda en su largo poema, «la tormenta seguía avanzando, con su maligno ulular sometiéndolo todo». Era de día cuando el Viento Maligno llegó hasta Ur; «aunque de aquel día aún tiemblo», escribió Ningal, «del fétido olor de aquel día no huimos». Cuando llegó la noche, «un amargo lamento se elevó» en Ur. Sin embargo, el dios y la diosa se quedaron; «del horror de aquella noche no huimos», afirmaba la diosa. Después, la aflicción llegaría al gran zigurat de Ur, y Ningal se daría cuenta de que Nannar «se había visto sorprendido por la tormenta maligna». Ningal y Nannar pasaron una noche de pesadilla, una noche que Ningal juraría no olvidar nunca. Pasaron la noche en la «casa termita» (se supone que un cámara subterránea) dentro del zigurat. Fue al día siguiente, cuando «la tormenta se había ido de la ciudad», que «Ningal, con el fin de salir de su ciudad se puso precipitadamente un vestido», y junto con el afectado Nannar salieron de la ciudad que tanto amaban. Mientras partían, vieron la muerte y la desolación: «la gente, como fragmentos de cerámica, llenaba las calles de la ciudad; en sus nobles puertas, allí donde iban a pasear, había cadáveres por todas partes; en sus bulevares, donde se celebraban las fiestas, yacían esparcidos; en sus plazas, donde tenían lugar las festividades de la tierra, la gente yacía amontonada». Los muertos no eran enterrados: «los cadáveres, como manteca bajo el sol, se derretían por sí mismos».
Después, Ningal elevaría su gran lamentación por Ur, la que fuera majestuosa ciudad, capital de Sumer, capital de un imperio: “Oh, casa de Sin en Ur, amarga es tu desolación. ¡Oh, Ningal, cuya tierra ha perecido, haz tu corazón como agua! La ciudad se ha convertido en una ciudad extraña, ¿cómo se puede existir ahora? La casa se ha convertido en casa de lágrimas, hace mi corazón como agua. Ur y sus templos han sido entregados al viento“. Todo el sur de Mesopotamia había quedado afectado; el suelo y las aguas envenenados por el Viento Maligno: «En las riberas del Tigris y el Eufrates, sólo crecían plantas enfermizas. En los pantanos crecían juncos enfermizos que se pudrían en el hedor. En los huertos y en los jardines no había brotes nuevos, y pronto quedaron yermos. Los campos cultivados ya no se araban, ni semillas se plantaban en el suelo, ni canciones resonaban en los campos». En el campo, los animales también se vieron afectados: «En la estepa, quedó poco ganado grande y pequeño, todas las criaturas vivas llegaron a su fin». Los animales domesticados también fueron aniquilados: «Los rediles se han entregado al viento. El ronroneo del giro de la mantequera ya no resuena en el redil. Los corrales ya no dan manteca ni queso. Ninurta ha dejado a Sumer sin leche. La tormenta aplastó la tierra, lo barrió todo; rugía como un gran viento sobre la tierra, nadie podía escapar; asolando las ciudades, asolando las casas. Nadie recorre las calzadas, nadie busca los caminos». La desolación de Sumer era completa. La desaparición de la ciudad de Mohenjo Daro, en el actual Pakistan, hace más de 4000 años, pudiera estar relacionada con estos relatos. Según parece, sobre esa ciudad se produjo un resplandor deslumbrante, una gigantesca explosión con una luz totalmente cegadora y que hizo hervir los mares cercanos a esta ciudad costera. Las ruinas de Mohenjo Daro han sido estudiadas por especialistas que no se explican cómo pudieron ser destruidos de un modo tan devastador todos los edificios en un área de más de un kilómetro de diámetro. Además hay el tema de la radiación existente en la zona y la posición de todos los esqueletos encontrados entre las ruinas y por las calles. La conclusión es que una antigua ciudad, densamente poblada, fue destruida instantáneamente, unos 2000 años antes de Cristo, por una increíble explosión que sólo pudo haber sido causada por una bomba nuclear. Ésa es la conclusión de un investigador británico, David Davenport, que se pasó 12 años estudiando las antiguas escrituras hindúes y las evidencias en la zona. Lo que se encontró en el sitio de Mohenjo Daro corresponde exactamente a lo encontrado en Nagasaki, declaró Davenport, quien publicó sus sorprendentes resultados en un libro “Destrucción Atómica en el 2000 a.C.“.
En Mohenjo Daro había un epicentro como de 46 km. de ancho, donde todo fue cristalizado, fundido o derretido, dijo. A 55 km. del centro los ladrillos están fundidos en un lado, indicando una explosión. El horrible y misterioso evento de hace unos 4.000 años, que derribó Mohenjo Daro, fue descrito en el Mahábhárata, como ya hemos indicado. Se hablaba de “humo blanco caliente, que era mil veces más luminoso que el sol, que subió en brillo infinito y redujo la ciudad a cenizas. El agua hirvió, caballos y carrozas de guerra fueron quemados, los cadáveres de los caídos fueron mutilados por el terrible calor, tanto que ya no parecían como seres humanos“. La descripción concluye: “Era una vista terrible de ver, nunca antes hemos visto un arma tan terrible“. Basado en sus estudios de manuscritos antiguos, Davenport cree que el fin de Mohenjo Daro estaba vinculado a un estado de guerra entre los arios y los mongoles. Los Arios controlaban regiones donde alienígenas espaciales extraían minerales y explotaban otros recursos naturales. Debido a que era una ciudad mongol, los alienígenas habían estado de acuerdo en destruir Mohenjo Daro en nombre de los arios. Los alienígenas necesitaban la amistad de los reyes arios para poder continuar con su búsqueda e investigación, explicó Davenport. Los textos nos dicen que a los habitantes de Mohenjo Daro les dieron siete días para evacuar, una clara advertencia que todo iba a ser destruido. Obviamente, algunas personas no consideraron la advertencia, porque en 1927 fueron encontrados 44 esqueletos humanos allí, sólo unos años después de que la ciudad fue descubierta. Todos los esqueletos estaban estirados en el suelo. Por ejemplo, se encontraron un padre, madre y niño en la calle, con la cara hacia el suelo, todavía sosteniéndose las manos. Interesantemente, los textos antiguos se refieren repetidamente a los Vimanas, o carros volantes. La intrigante teoría de Davenport ha sido recibida con gran interés. El investigador William Sturm dijo: “La fusión de ladrillos en Mohenjo Daro no podría haber sido causada por un fuego normal“. El Profesor Antonio Castellani, ingeniero espacial en Roma, agregó: “Es posible que lo que pasó en Mohenjo Daro no fuera un fenómeno natural“. Después de todo lo indicado, podemos concluir que la bíblica destrucción de “fuego y azufre” de Sodoma, Gomorra y las otras malvadas ciudades de la llanura fue causado por las armas nucleares de los “dioses” en el 2024 a.C.. Un ataque nuclear simultáneo destruyó el centro espacial en el Sinaí dejando una cicatriz geológica y rocas ennegrecidas que aún se pueden ver hoy en día. El polvo nuclear radiactivo puso fin a la civilización sumeria. La maldad de Sodoma y Gomorra fue un cambio en la lealtad a otro dios, Marduk. Las armas nucleares fueron utilizadas contra el centro espacial para evitar su captura por parte de Marduk. Los antecedentes de estos eventos era la ambición de Marduk por asumir el poder en la ciudad de Babilonia. Abraham actuó como un colaborador para su dios, por lo que fue recompensado con el bíblico pacto que prometía prosperidad para su linaje.
Fuentes:
- Zecharia Sitchin – La guerra de los dioses y los hombres
- Erich von Däniken – Profeta del Pasado
- Ricardo González – El Destino de la Humanidad
- Louis Pauwels & Jacques Bergier – La Rebelion de los Brujos
- Javier Sierra – En busca de la Edad de Oro
- Santiago Martínez Concha – La Conexión Atlante
- J.J. Benítez – Los Astronautas de Yavé
Por supuesto que las armas nucleares no son un novedad.