AnA Barrios Camponovo,
octubre 2014
Como casi todas las personas que se hicieron adultas y maduras, un día renegué de la inocencia. Me avergoncé. La enterré, y olvidé dónde. De tan seria y adulta, las comisuras de mis labios cayeron presas de la gravedad. Me volví como una piedra, y como piedra que era, una tarde me tiraron al mar. Casi no me percaté de que mi cuerpo se hundía sin remedio. Se congeló el tiempo…
¿Cuántos siglos, cuántas vidas, cuántos instante eternos estuve inmersa en el mar como una piedra? Tantos trastos van a parar al mar… Y yo que me convertí en piedra por propia elección, allí estaba… más seria que un empleado de casa funeraria, más dura que la vía de un tren, y todo porque la vida es dura y la inocencia es pa’ los niños y pa’ los tontos…
Pero un día, sentí que el mar me movía, y sin darme cuenta y sin dejar de ser piedra, me descubrí contemplando esa luz tenue que, allá arriba, lejos, como un ensueño, acariciaba con sus matices la superficie. Repentinamente, vi pasar un pez y me asombré… Fue como si alguien hubiese descorchado la botella lanzada al mar por un naufrago. Sentí mi cuerpo desbordado de vida y comencé a mirar mi entorno…
Si no fuera piedra –me dije– juraría que se me han erizao’ ¡todos los pelos! Me encontraba rodeada de piedras que no se movían. Mientras yo rodaba de aquí hacia allí, las otras ni un gesto hacían, me recordaron a mí… Si no fuera porque estaba en el fondo del mar y era una piedra, me hubiese gustado llorar… En vez de eso se me ocurrió comenzar a agradecer. Di gracias al pez que ya no estaba. Di gracias al lejano reflejo. Di gracias a las algas que se dejaban acariciar por las corrientes. Noté que me estaba emocionando aún siendo piedra. Y de pronto comenzó el dolor. Algo punzante se clavaba en mi carne de piedra. Cerré los ojos y sentí mi alma dolorida clamar desde algún sitio. Perdón, susurraron mis labios, perdón por haberte convertido en piedra… El mar con su movimiento continuo me zarandeaba de tal manera, que no tuve ni tiempo de echarme a atrás… De mi cuerpo comenzó a brotar en torbellinos la inocencia y de su mano, recién nacida, vino la primera sonrisa…
–¡Que no tengo ganas!, decía la piedra que aún vivía en mí… ¡Que no me da la gana!, gritaba desde lo profundo…
Pero el mar me movía como una madre o un padre que juguetea con su pequeña niña o su pequeño niño sobre la cama… El mar me sacaba la sonrisa y me regalaba el asombro de ver cómo giraba todo… Girándome y moviendo mi cuerpo de piedra, las olas permitieron que brotaran mis sentires. Girándome y moviéndome, mis sentires y emociones redujeron la piedra hasta hacerla desaparecer. Las corrientes me balancearon hasta hacerme perder la consciencia de piedra y, cuando desperté, vi convertido todo mi ser en espuma de mar. Era espuma de mar movida por el viento… En la orilla reflejaba el cielo con sus nubes. Por las noches titilaba con las estrellas.
Un día, en medio del gozo de ser cumbre de ola, o estertor de espuma estrechándose a la arena en la orilla, me vi mujer de espuma… Mi corazón marcaba el ritmo de las olas de un mar en calma. En mi frente se desperezaba una estrella de mar. Mis cabellos eran algas que ondeaban con la brisa… ¡Y mis ojos!, ¡ay mis ojos!… eran manantiales de agua de mar, por los que se deslizaban un grupo de delfines juguetones… Mis ojos habían recuperado la inocencia de ser agradecidos, de mirar sin juzgar, de ver sin esperar, de crear a partir de la nada.
Mis ojos de humor de mar me permitieron asombrarme cuando vi a ese hombre de espuma de mar que se acercaba de forma natural y, sonriendo, acompasaba sus pasos a los míos.
Fuente: https://elcuencodebaubo.wordpress.com/cuentos/
Excelente literatura. Eso mismo debió pensar Alfonsina Storni cuando se internó en el mar. Junto a su tumba en Mar del Plata, tuvo que escuchar mi reproche.