LA VIDA NOCTURNA EN LA ROMA ANTIGUA

Texto de Javier Ramos La vida en la Antigua Roma

El poeta romano Juvenal (de principios del s.II), solía afirmar que, de noche, era más seguro el bosque Gallinaria o las mismísmas marismas pontinas que el centro de Roma.

Y es que la noche en Roma estaba llena de peligros.

Pocos eran los que se atrevían a cruzar sus calles en busca de un poco de diversión. Cuando un ciudadano romano se aventuraba a salir de noche, siempre lo hacía con recelos.

CORRERSE UNA JUERGA, UNA TEMERIDAD

Generalmente, los mas osados y proclives a la salidas nocturnas eran gentes sin escrúpulos, o bien borrachos negligentes que se exponían a todo tipo de tropelías por parte de los maleantes que campaban a sus anchas en la impunidad que les ofrecían las sombras nocturnas.

Cuando caía la noche en la capital del Imperio romano, la ausencia de un alumbrado público y la profunda oscuridad que envolvía los callejones propiciaba un problema grave de inseguridad ciudadana que obligaba a los romanos a encerrarse en casa en cuanto el sol se ponía. Según el poeta Juvenal, salir sólo de noche era exponerse a ser tachado de negligente por no haber hecho testamento antes. Juvenal solía añadir no sin cierta ironía que se encontraba más seguro en el bosque Gallinaria o en las mismísmas marismas pontinas que en corazón de Roma tras la caída del sol.

LA IMPUNIDAD DE LA NOCHE
En los días normales, la noche caía sobre Roma como la sombra de un peligro difuso, solapado, temible. Otro peligro nocturno era el constituido por los gamberros. Había en Roma cuadrillas de mozalbetes, algunos de ellos de las mejores familias de la ciudad. Incluso el propio Nerón, ya emperador, se sumó a veces a esas pandillas. Campaban por la urbe cometiendo toda clase de abusos antes de que el yugo del matrimonio y el trabajo adulto les asentara la cabeza. En ocasiones, hasta arrojaban a sus víctimas a la cloaca más próxima. Estos se mezclaban con los asesinos bien sicarios, atracadores (effractores) y agresores de toda índole (raptores) que abundaban en la ciudad.

VIGILANCIA NOCTURNA

Aquellos ciudadanos más pudientes que se veían obligados a salir, lo hacían siempre acompañados por una comitiva de esclavos que portando antorchas les iluminaban y protegían. Si uno quería sentirse seguro debía llevar su propia escolta, cuatro o cinco fornidos esclavos, armados de garrotes y provistos de luces. El resto de los romanos sólo lo hacían si era estrictamente necesario y bajo la portección de las rondas de las patrullas nocturnas, los sebaciaria.

Eran vigilantes nocturnos provistos de antorchas a quienes se les asignaba un sector de la ciudad que debían patrullar desde que caía la noche hasta primera hora de la mañana, aunque siempre quedaban parcelas sin vigilancia.

 En cada uno de los catorce distritos en que estaba dividida Roma existía un cuartel o comisaría (excubitorium), que también era parque de bomberos. Estaba servido por un retén de vigiles que patrullaban las calles provistos de cubos y armas, por si había incendios o reyertas nocturnas.

TRÁFICO NOCTURNO

Aunque nos parezca impensable, la noche romana llegaba a ser mucho más ruidosa que el día. La circulación de vehículos durante las jornadas llegó a ser tan caótica en Roma que, Julio César, obligó al tránsito nocturno de bestias de carga, carreteros y convoyes de provisiones. En cuanto se ponía el sol, los centenares de carros de víveres y mercancías que habían ido llegando a la ciudad durante todo el día, la invadían y se dirigían a sus puntos de destino a toda velocidad para librarse de los embotellamientos.

Aunque la ley establecía que los ciudadanos tenían derecho a transitar sin miedo ni peligro, lo cierto era que el mero ruido de los carros les amendrantaba por el estruendo que realizaban.

EL OCIO NOCTURNO

La vida nocturna más ociosa se producía en ciertos barrios donde se concentraban las tabernas (popinae, thermopolia) y en los establecimientos más licenciosos, de moral disoluta, que podían contar con los placeres sexuales de una prostituta que solo ejercía por las noches: la noctilucae.
Eran mujeres de rasgos pálidos y estilizados que a su vez, se dividían en dos grupos: las diabolariae, meretrices que ofrecían sus servicios en callejones o baños públicos; y las bustuariae, que se prostituían en los cementerios.

NOCHES INMUNDAS

Los desperdicios almacenados durante el día se arrojaban a la calle por la ventana en cuanto las propicias tinieblas garantizaran la impunidad. En tales circunstancias, el sufrido transeúnte romano estaba vendido, pues en cualquier momento le podía llover del cielo un chaparrón de desperdicios líquidos (effusum), o lo que es peor, sólidos (deiectum).

Bibliografía:

  • -La vida cotidiana en Roma en el apogeo del imperio; Jérôme Carcopino.
  • -La vida en la antigua Roma; Harold W. Johnston.
  • -Los Romanos. Su vida y costumbres; E. Ghul & W. Koner.

http://arquehistoria.com/la-otra-roma-15237

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