Televisores de pantalla gigante conectados a satélite, bebidas caras y suntuosos perfumes: un lujo impensable es el que encuentran las fuerzas que persiguen al capo criminal Dairo Antonio Úsuga David, alias «Otoniel», cada vez que llegan a las chozas de madera que usa como guarida en el medio de zonas rurales de Urabá, en el oeste de Colombia.
Eso, y siempre, además, un colchón especial, muy caro, improbable de encontrar allí. ¿Por qué el colchón? Ya llegaremos a ese punto.
Lo clave es quién es este hombre y por qué lo buscan más efectivos de seguridad que al mismísimo Pablo Escobar.
A Escobar, el más conocido narco de la historia colombiana, lo llegaron a rastrear unos 500 hombres.
A Otoniel le siguen la pista alrededor de 1.200 miembros de los grupos de elite mejor preparados del país, que tienen a su disposición unos 20 helicópteros de guerra Black Hawk.
Otoniel es el jefe del clan Úsuga (antes conocido como los Urabeños), que tiene su base en la región de Urabá pero cuyos tentáculos se extienden a gran parte del país y más allá (miembros del grupo han sido capturados en Brasil, Argentina, Perú, España y Honduras).
Otoniel tomó el lugar de su hermano Juan de Dios Úsuga David, alias «Giovanni», a quien la policía nacional dio muerte en un operativo el 1 de enero de 2012 durante un asalto a una «narcofiesta» de fin de año.
Los crímenes de los que se acusa al clan Úsuga, dedicado fundamentalmente al narcotráfico, incluyen homicidio, extorsión, minería ilegal, desplazamiento forzado y portación de armas de fuego.
El Departamento de Estado de EE.UU., que ofrece una recompensa de US$5 millones por información que lleve a la captura de Otoniel, describe al clan Úsuga como «una organización criminal fuertemente armada, extremadamente violenta».
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Una historia de violencia
La vida de Otoniel puede verse como una acumulación de capas geológicas de la historia de la violencia en la Colombia de las últimas décadas.
Nació en Antioquia (la región de Urabá se extiende sobre ese departamento) a principios de la década del 70 y a los 16 años se sumó junto a su hermano a las filas del desaparecido movimiento guerrillero Ejército Popular de Liberación (EPL).
Luego los hermanos Úsuga se vincularon a las FARC y más adelante, en lo que parece un giro de 180 grados, a los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia.
En 2005 ese grupo se desmovilizó (dejó las armas), pero los hermanos se unieron a las filas del jefe narco Daniel Rendón Herrera, alias «Don Mario».
Cuando éste fue capturado en 2009, Otoniel y Giovanni quedaron a cargo de la organización.
En familia
Una peculiaridad del clan Úsuga es que los lazos familiares parecen tener mucho peso en la estructura de la banda.
Por ejemplo, Francisco José Morelo Peñata, alias «El Negro Sarley» (muerto en una operación policial en abril de 2013), tenía una relación sentimental con una de las hermanas de Otoniel, según la policía, y era el segundo de la organización tras la muerte de Giovanni.
La encargada de las finanzas del grupo era la pareja de Otoniel, Blanca Senobia Madrid Benjumea, alias «La Flaca» (capturada a principios de febrero).
Y quien era señalado por la policía como el contacto con los carteles mexicanos y el encargado de manejar la coordinación del tráfico de drogas hacia Centroamérica era un sobrino de Otoniel e hijastro de El Negro Sarley, Harlison Úsuga, alias «Pedro Arias» (puesto en prisión en febrero).
Con periódico propio
Aunque se trata de un grupo dedicado al narcotráfico, el clan Úsuga busca recubrirse de una capa de barniz político.
De hecho, se da a sí mismo el nombre oficial de Autodefensas Gaitanistas de Colombia, en alusión a Jorge Eliécer Gaitán: un referente de la historia política del país, asesinado en 1948, cuando podría haberse convertido en presidente.
El clan editaba un periódico, El Gaitanista, distribuido principalmente en Urabá, que era una suerte de exposición de los manifiestos políticos del grupo.
A cargo de la publicación estaba Abimael Coneo Martínez, alias «Torta», considerado el cabecilla pseudopolítico de la organización.
Torta fue detenido a mediado de febrero.
La punta del iceberg
Giovanni, muerto; Torta, La Flaca y Pedro Arias, detenidos.
Son casi la punta del iceberg, pero esa estructura criminal remata en Otoniel.
Y en la base hay cientos. En los últimos cinco años las fuerzas de seguridad colombianas capturaron a cerca de 6.700 miembros de la organización.
Pero el 15 de febrero comenzó, por sorpresa, el gran operativo para descabezar la cúpula, uno que -según le dijeron a BBC Mundo fuentes vinculadas a esa misión- ha demandado un gasto estimado de 600 millones de pesos colombianos (US$225.000) en los primeros 25 días.
Y no tiene fecha de finalización. La orden presidencial y del ministro de Defensa fue tajante: que las fuerzas no abandonen Urabá hasta haber capturado a Otoniel y toda la estructura del clan.
El interés del gobierno por atrapar al narco es tal que al frente de los 1.200 hombres que lo persiguen puso a cuatro muy altos mandos.
Son Ricardo Restrepo Londoño, director de narcóticos; Enrique Rodríguez Peralta, director de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol (DIJIN); el director de inteligencia policial, Jorge Vargas; y el director de carabineros y seguridad rural, Luis Eduardo Martínez Guzmán.
En lo que va del operativo sus fuerzas decomisaron más de 5,5 toneladas de cocaína, destruyeron laboratorios, erradicaron cultivos ilícitos y lograron importantes detenciones, más de 30.
Pero Otoniel los sigue evadiendo.
Poderosos en Urabá
En parte eso tiene que ver con la estrecha relación de su familia con Urabá.
Ellos son oriundos de la región, a la que los miembros del clan conocen bien.
Saben manejarse sobre su terreno y tienen poder sobre su población.
Según fuentes del operativo que le da caza a Otoniel, él tiene un control total de las comunidades locales, a las que mantiene amenazadas.
Tras la muerte de Giovanni, el clan decretó un paro armado que dejó estancada a la región por un par de días.
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Ante el nombre de Otoniel la gente del lugar reacciona con temor, así que los policías y militares que actúan en el lugar dicen que deben generar muchísma confianza para lograr cooperación.
El perro Oto
Otoniel tiene varios trucos para evadir a sus perseguidores, según señalan los documentos policiales.
Entre ellos, usa perros criollos entrenados para que le den aviso cuando alguien extraño se aproxima, con tiempo suficiente como para poder escapar.
En una de esas huidas tuvo que dejar atrás a uno de esos animales, un sabueso fino colombiano.
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Los policías se lo llevaron, le dieron el nombre de Oto y lo entrenaron para que los ayude a buscar a su antiguo amo, cuyo olor se le hace inconfundible.
Un olor que se encuentra impregnado en los colchones sobre los que duerme Otoniel.
Esos colchones especiales que se hace llevar a cada una de sus guaridas, porque ellos atemperan una hernia de disco que lo atormenta.
Habrá que ver si al ser capturado -si es que el enorme operativo montado para ese fin tiene éxito- será capaz de convencer a la Justicia o a sus carceleros que le den uno: dicen que sólo así puede dormir.
«Paro armado», pura ocurrencia colombiana.