Ulrika Lilljegren, ex gerente de la instalación penitenciaria Högsbo, dice que los reclusos parecen ser más sensibles a los otros programas de tratamiento si por ejemplo, se combinan con el yoga o la meditación.
Según Lilljegren, muchos internos probablemente sufren de trastornos neuro psiquiátricos, como el TDAH, o sufrieron daños por el abuso de drogas a largo plazo. A menudo tienen dificultades para enfocarse y concentrarse.
“Tuvimos un tipo así en el proyecto “Sendero de Libertad”, dice la funcionaria y agregó que “el verlo permanecer sentado durante media hora, fue una experiencia completamente nueva. Siempre fue muy activo, rebotando alrededor de la sala, pero ahora había encontrado algo en esta práctica de meditación que le permitió quedarse quieto.
La meditación les ofrece nuevas herramientas a los participantes, ayudándoles a detenerse y pensar antes de actuar. Descubren maneras de ajustar su comportamiento de una forma que les ayuda a no meterse en problemas todo el tiempo.
“Por supuesto, diferentes personas tuvieron diversas reacciones, pero en general, gozó de gran impacto, y una gran influencia”, dice Lilljegren.
Pake Hall desde del Centro Zen de Gotemburgo dio las clases. Él piensa que la prisión es un gran ambiente para meditar.
“Es un ambiente tan difícil”, mencionó, y agregó “pero te despiertas al hecho de que lo necesitas para hacer frente a tus propios lados oscuros. Ellos surgen cuando están encerrados de esa forma, y no tienen a dónde ir. También hay un montón de tiempo para la práctica. En muchos sentidos, es como un monasterio”.
Hall siente una conexión menos afortunada de la sociedad. A menudo llegó a puestos de trabajo en los que se encontraba con personas que tenían problemas sociales, con individuos cuyo comportamiento está en el límite entre lo que es y no es funcional en la sociedad. Trabajó en centros de rehabilitación, y también con niños con diferentes tipos de dificultades.
Cuando empezó a meditar seriamente, sintió que había algo en él que quería transmitir a los demás. Pensó que las personas encerradas podrían interesarse en la meditación, pero no tenían la oportunidad de aprenderlo.
Se unió a una red estadounidense llamada Prisión Dharma Network. Allí se convirtió en el mentor de un joven norteamericano condenado a dos cadenas perpetuas por asesinatos relacionados con pandillas, y que se había interesado en practicar el Budismo. Su intercambio se limita a cartas, pero el Dharma Red Prisión realizó luego un curso que le permitiría a Hall mantener clases de Sendero de Libertad en las instalaciones penales suecas.
“El Sendero de Libertad se basa en una idea muy simple”, dice. “Se trata de ayudar a las personas que están encerradas”.
“Se trata de cuestionar si estas paredes son en realidad lo que nos impide ser libres, o si hay algo más de pie en nuestro camino”, explica Hall y agregó que “Tal vez estamos atrapados en nuestras propias prisiones, no importa si estamos sentados en nuestra casa en Gotemburgo, con libertad ilimitada, o encerrados en una prisión de alta seguridad. ¿Quizás todos estamos atrapados por el deseo y aversión? Esta es una manera de trabajar con estos temas, independientemente de su entorno”.
Pero, ¿No deberían utilizarse los recursos de la sociedad para ayudar a las personas víctimas de los delincuentes y sus acciones, en vez de a los propios criminales? Hall tiene una perspectiva diferente.
“Aquí no veo más que víctimas”, dice. “Tan pronto como cometemos un acto que lleva al sufrimiento de otra persona, esa persona sufre, y nosotros también sufrimos, porque tenemos que vivir con las consecuencias de esa acción. Hay dos víctimas, no una”.
Él añade que en efecto la prisión es un gran lugar para romper los patrones de existencia humana. Mucha gente en la cárcel tiene profundamente arraigados ciertos patrones de hacerse daño a sí mismos y a otros. Si de alguna manera puedes ayudarles a salir de estos surcos, el sufrimiento puede ser reducido, tanto para ellos como para quienes les rodean.
La clase consistió en 12 sesiones. Con el fin de motivar a los reclusos, fueron programadas a mitad de semana, lo que significaba que podían asistir a las clases en lugar de trabajar. Cada sesión duró entre una hora y hora y media, y consistió en teoría y práctica, conversaciones cara a cara, y el intercambio de experiencias con el grupo.
Temas como ‘compasión’, ‘amor’, ‘perdón’, ‘aceptación’ y ‘resolución de conflictos’, estaban en el centro del plan de estudios. Entre las sesiones, los presos tenían que “practicar en las celdas”, donde podían aplicar lo que habían aprendido.
“Uno no sabe cómo van a tomar estas personas lo que se les está enseñando”, dice Hall. “Siembras pequeñas semillas durante estas cortas sesiones. Es un ambiente muy, muy aburrido. Por razones de seguridad estamos en una habitación cerrada, con guardias presentes en todo momento. Nuevas personas se suman todo el tiempo, y muchos de los participantes están teniendo grandes problemas de inquietud y ansiedad”.
El “Nosotros y ellos” – lema de la prisión, también fue un obstáculo. Para los internos, es importante no parecer vulnerables, ser duros y mantener su reputación.
“Cuando realizas un curso de meditación en el que estás a puntos de simplemente abrirse y dejarse ir”, explica Hall. “Se trata de mirar lo que tienes, así que por supuesto a veces el grupo puede sentirse sensible. Luego de unas cuantas sesiones, sin embargo, algo sucede. Se convierte en un lugar seguro, un “contenedor” para compartir cosas, o simplemente escuchar al profesor sin hacer comentarios inteligentes a su compañero de al lado. Pero tan pronto como la nueva gente entra al grupo, nuevamente se ponen sus máscaras”.
Ser una parte neutral entre los presos, la directiva y el personal también fue difícil, según Hall.
“Todo el mundo quiere que seas su aliado”, explica y agregó que “Los guardias quieren influir en los internos en una dirección determinada. Algunos pensamientos e ideas se supone que son “malos” desde su perspectiva. Y durante el intercambio con los internos después de la meditación, descargaban su ira contra los guardias. No estar de acuerdo con ellos, sin contradecirles, estar ahí juntos y no hacer que se sientan como si estuvieran distanciados o faltarles el respeto por el cómo se sienten… Fue muy interesante, ver la forma en que ese juego continuó siempre”.
En general, el proyecto fue un éxito, la respuesta de los participantes fue positiva. Uno de ellos escribió:
“Todo el tiempo mi cabeza es como un juego de ping pong, con pelotitas volando por todos lados. Ahora me doy cuenta de que ya no necesito devolver todos esas pelotitas”.
Otro participante describió cómo cuando otro recluso le “estuvo echando un ojo” en la fila de la cafetería, se acordó de lo que había aprendido en la clase, y bajó su mirada hacia los pies en lugar de recurrir a la violencia.
“Eso está muy bien, por supuesto”, dice Hall. “Esas pequeñas semillas que siembras, cuando dicen que les gustó mucho, querrán más de ellas. Valió la pena el tiempo que pasé allí”.
Artículo original en sueco