Esperanza y horror en el campo de refugiados más grande del mundo

Humphry Musyoka, un médico del campo de refugiados más grande del mundo, sabe perfectamente lo rápido que la deshidratación puede deteriorar el cuerpo de un niño.

Una jovencita que parece estar bien, en cualquier minuto puede morir. Sin embargo Musyoka, quien trabaja en el campo de refugiados de Dadaab, asegura que no tienen tiempo para pensar en muertes.

“Muchos más están aún por venir, así que debemos hacer algo al respecto”, dijo a Anderson Cooper, de CNN. “Mentalmente es muy desafiante, porque pierdes una vida. Pero, ¿qué harás con la siguiente?” “¿Cómo vas a reaccionar?”, inquiere.

Tales son las preguntas que las agencias de ayuda se empeñan en contestar, mientras los conflictos y la hambruna empujan a cientos de miles de somalíes hacia Dadaab, situado cerca de la frontera.

Naciones Unidas ha declarado hambruna en cinco áreas en el sur de Somalia, inclusive en la capital Mogadiscio.

La catástrofe humana fue desencadenada por la peor sequía en más de medio siglo, y acrecentada por décadas de conflicto, alta inflación y un incremento global de los precios de los alimentos y combustibles.

En total, cerca de 12 millones de personas en la región del Cuerno de África necesitan ayuda. Somalia es el país con el mayor impacto que han tenido los estragos. Originalmente edificado para albergar a menos de 100,000 personas, el albergue de Dadaab ahora hospeda a más de 400,000, mientras que decenas de miles más se encuentran en sus linderos.

Muchos de los niños que llegan al campo presentan una severa malnutrición, según lo comentado por la gente de asistencia. Algunos han caminado por semanas junto con sus madres, sobre todo por las noches para evitar el calor inclemente y las tormentas de polvo.

Camas extras han sido añadidas a la sala de pediatría de un hospital, dirigido por el Comité Internacional de Rescate.

Un bebé de apenas seis meses, el cual padece diarrea y vómito, pesa poco menos de tres kilos. Para esa edad debería pesar el doble.

Una lánguida niña de cuatro años se alimenta de lo que parece ser leche fortificada en una taza de plástico; una mano sostiene su cabeza. Aun así, ellos son afortunados, afirma Sanjay Gupta, de CNN. Cerca de 29,000 niños han muerto el mes pasado, de acuerdo con estimaciones hechas por Naciones Unidas.

Y muchos de los que están enfermos nunca más volverán a gozar de salud. Un ejemplo es Sarah. Su padre, Aden Ibrahim, la enterró debajo de las arenas del desierto hace dos semanas. Ella tenía cuatro años.

“Ella necesitaba más ayuda”, dijo entonces Ibrahim. “No nos han dado la suficiente ayuda porque sólo nos han entregado maíz y harina; y una niña que está enferma no se va a aliviar sólo con harina y maíz”.

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados ha hecho un llamado para recibir más donaciones, tanto gubernamentales como privadas, con el propósito de atender emergencias en la región del Cuerno de África, argumentando que la falta de recursos amenaza una ayuda futura.

Dicha organización asegura que se necesitan unos 145 millones de dólares para cubrir las operaciones hasta finales de año, añadiendo que tan sólo han recibido 45% de esa cantidad.

El corresponsal de CNN, David McKenzie, hace unos días volvió a visitar a Ibrahim, quien ahora se encuentra confinado en su cama, dentro de una tienda de campaña.

“No he podido hacer nada desde que te vi por última vez”, dijo Ibrahim, debilitado por la fiebre y ataques de tos. “Todo lo que he podido hacer es estar en cama con mi hijo”.

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