El gran salto de la humanidad: el círculo que no se cierra

El enorme avance científico-técnico de los pueblos más desarrollados del planeta ha ocurrido en un suspiro, si lo comparamos con los seis millones de años de la genealogía humana. Los primeros miembros de Homo sapiens tenían un desarrollo tecnológico similar al de cualquier otra especie de hominino del pasado. Así permanecimos durante más de 100.000 años, hasta que iniciamos la expansión fuera de África. Quizá, en ese momento habíamos progresado algo en nuestra cultura. La socialización del arte y el simbolismo aún tardarían miles de años en llegar y la revolución del Neolítico, en la que siguen inmersos muchos pueblos de la Tierra, no cambió nuestra existencia hasta hace unos 8.000 años. El despegue definitivo de la humanidad hacia la conquista del espacio ha ocurrido durante la vida de muchos de los lectores.
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¿Cómo explicar este salto cualitativo en tan poco tiempo? Genetistas, como Bruce Lahn, buscan la respuesta en los cambios del ADN. Puesto que nuestra evolución no se ha detenido es lógico pensar que hemos sufrido alteraciones de determinados genes, cuyo efecto positivo se extendió entre las poblaciones humanas del Pleistoceno Superior. Esos genes habrían interesado a la fisiología cerebral. La mejora de nuestras capacidades cognitivas podrían habernos ayudarnos a competir con éxito frente a otras especies. Aquellas mutaciones que mejoraron una mayor conectividad entre las neuronas, posibilitando una mayor adquisicón y almacenamiento de información, se habrían fijado en el genoma de las poblaciones de Homo sapiens. Las mentes pensantes, capaces de encontrar soluciones a los problemas que crea el entorno tienen mayores posibilidades de dejar descendientes. Por ejemplo, el notable desarrollo de la capacidad para el simbolismo nos hizo más fuertes como grupo. Además, posibles hibridaciones puntuales con otras especies, señaladas por los estudios del ADN antiguo, habrían favorecido la expansión de nuestra especie en el hemisferio norte.

Sin embargo, mediante estos hipotéticos cambios en el genoma los humanos tan solo llegamos a idear la agricultura y la ganadería. Los progresos que siguieron fueron favorecidos por un incremento demográfico, que aún no se ha detenido. Las mentes pensantes se encontraron en grupos cada vez más numerosos, que fueron creciendo de manera exponencial. De la tribu (unos 15-20 individuos) y el clan (reunión de varias tribus) llegamos a las primeras concentraciones urbanas. Surgieron nuevas necesidades y comenzó la especialización. Las civilizaciones aparecieron por doquier, aunque también desaparecieron. Es lo que nos cuenta la historia y lo que contará la historia de la época actual dentro de muchos años. En todo caso, lo importante es que la fuerte socialización fue origen de un sinfín de innovaciones producidas gracias al trabajo en grupo. Si hace 100 años las publicaciones científicas iban firmadas por un único autor, en la actualidad este hecho es excepcional. Lo habitual, y en particular cuando se trata de un trabajo que mueve hacia adelante las fronteras del conocimiento, es que los trabajos estén firmados por equipos de diez, quince o veinte científicos. Los consorcios de instituciones también son frecuentes. Con ello se logran notables avances en el campo de la ciencia. Las neuronas de diferentes individuos se conectan mediante una suerte de “wireless” y surgen las innovaciones. Además, el conocimiento se acumula en diversos soportes y llega a millones de individuos. Ese conocimiento es fuente de inspiración de nuevos avances.

En definitiva, los cambios en el ADN pudieron favorecer capacidades cognitivas y una mayor socialización. Ésta, a su vez, ha promovido el progreso en el conocimiento gracias al trabajo en grupos cada vez más numerosos. Pero no todo queda aquí, porque la evolución sigue su curso ¿Qué efecto genético puede estar teniendo en los seres humanos el nuevo medio creado por la revolución científico-técnica que vivimos? Lo sabrán las siguientes generaciones.

No quiero terminar sin reflexionar sobre otro hecho incuestionable. Las tres cuartas partes de la humanidad siguen viviendo en condiciones deplorables. Si la expansión de nuestra especie fue una forma de conseguir una cierta uniformidad cultural y económica de todas las poblaciones del planeta, 100.000 años más tarde hemos introducido nuevas formas de juego, que han potenciado la desigualdad dentro de límites muy peligrosos. Algunos humanos siguen viviendo de la caza y la recolección. Otros se encuentran en un nivel cutural similar al Neolítico. Otros viven en tiempos que nos recuerdan a los períodos que hemos estudiado en historia, como la época medieval. Finalmente otros (no necesariamente los más privilegiados) viven en lo más avanzado siglo del siglo XXI. El resultado de este “algoritmo”, en el que se relacionan las desigualdades genética, cultural y económica en un planeta cada vez más pequeño por efecto de las comunicaciones, es impredecible.

El gran salto de la humanidad: el círculo que no se cierra

Un comentario en “El gran salto de la humanidad: el círculo que no se cierra

  1. Secuencia de sucesos que nos ubican en éstos tiempos de trascendente importancia, en donde, como un todo habremos de definir si hasta aquí llegamos con el viaje y dar por concluida la experiencia o continuar explorando en la inmensidad, en un horizonte abierto a las posibilidades, diatriba que, como un todo se definiría en un escenario muy íntimo, profundo.

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