Bajo un crespúsculo rosado, un río de personas atraviesa la llanura polvorienta de Hawzien. Este paisaje árido y quebrado, en el extremo norte de Etiopía, ocupa un lugar oscuro en la memoria global de la humanidad.
En los años 80, la provincia de Tigray, en Etiopía, fue golpeada por una hambruna que conmocionó al mundo.
Hoy la población local está usando técnicas milenarias para reverdecer el desierto.
Hace unos 30 años, no muy lejos de aquí, el periodista de la BBC Michael Buerk fue el primero en alertar de una hambruna bíblica que calificó como «la cosa más cercana al infierno en la Tierra».
Más tarde, Bob Geldof escribió «Do They Know It’s Christmas?» (¿Saben que es Navidad?), una curiosa pregunta que hacer a quienes son quizás los cristianos más devotos del mundo.
Desde entonces, el nombre Tigray se convirtió en un sinónimo de refugiados, ayuda de Occidente y miseria.
La población de Tigray fue descrita como ejemplo de sufrimiento pasivo, que dependía de la buena voluntad del resto del planeta para su sobrevivencia.
Pero aquí, a las afueras del pueblo de Abr’ha Weatsbaha, me he encontrado con una versión muy distinta.
Domesticando el desierto
Por todas partes veo a gente uniéndose a esa corriente de personas.
Los escuchas antes de verlos, algunos hablando de modo agitado, otros cantando himnos religiosos, mientras convergen en un valle de laderas inclinadas.
Las cornetas sonaron antes del amanecer, convocándoles, en un rito que proviene de los tiempos del Antiguo Testamento por el cual todo hombre y mujer capaz, de más de 18 años, debe presentarse para el primero de 20 días de trabajo comunitario obligado.
Su trabajo, sencillamente, es domesticar el desierto.
«Así es como los reyes de Axumite hacían las cosas hace 2.000 años», me dice mi guía Zablon Beyene. «Con las mismas herramientas, también».
Alrededor de las diez de la mañana, ya han aparecido unas 3.000 personas.
Usando palas, picas, barras de hierro y sus propias manos, convertirán estas peligrosas pendientes en terrazas escalonadas de rocas, para atrapar el agua de la lluvia, de modo que ésta se filtre en la tierra, en lugar de perderse formando riadas devastadoras.
«Las hermanas lo hacen por ellas mismas», dice Kidane, una mujer fuerte con las cejas arqueadas que sugiere que podría dejar mi cámara en el suelo y hacer algo de trabajo de verdad.
Los hermanos también: tanto los jóvenes fornidos y sudororos como un hombre anciano sin piernas que claramente se olvidó de que el llamado era para personas en buena condición física y se sienta sobre sus muñones mientras hace rodar rocas ladera abajo hasta los constructores de terrazas.
La transformación
Dirigiendo este esfuerzo extraordinario se encuentra Aba Hawi, de 58 años, el líder de la comunidad de Abr’ha Weatsbaha.
Bajito, con panza y barba, Hawi se mueve de un lado al otro del valle, ladrando órdenes en su teléfono celular, dando golpes en la espalda y enseñando a los jóvenes la manera más apropiada de partir rocas de media tonelada.
Según un rumor, hace años Aba Hawi se alzó en armas para luchar por la independencia de Tigray, pero hoy en día prefiere referirse a sí mismo como «simplemente un agricultor».
De todos modos, su liderazgo inagotable ha supuesto una transformación milagrosa a esta tierra golpeada por el sol.
En solo una década, la comunidad ha construido terrazas en las laderas de numerosas montañas. Antes había que excavar hasta 15 metros de profundidad para encontrar agua.
Ahora solo son necesarios tres metros y hasta 38 hectáreas de lo que antes era un desierto han sido transformadas en tierras fértiles.
Las familias cultivan ahora tres cosechas al año de maíz, ajíes, cebollas y papas.
La comunidad ha prohibido que ovejas, cabras y demás ganado paste libremente, lo que ha permitido que crezcan eucaliptos y acacias.
A Aba Hawi le gusta mostrarme lo que ha hecho con los cañones profundos que desgarran la llanura.
Hicimos una larga y calurosa caminata hasta una enorme masa de agua verde mantenida tras una enorme presa.
«Hemos construido 85 de estas presas hasta ahora», dice Aba Hawi. «Y puedes ver cómo funcionan. Estos minirreservorios se llenan en la época de lluvias y se alimentan de aguas subterráneas durante las sequías. Ahora todos los campesinos tienen un pozo».
Los «problemas» del éxito
Lanza un puñado de arena al viento: «Hace diez años, esta era nuestra tierra», dice al tiempo que apunta a un destello azul brillante en las cañas. «Ahora, mira, tenemos martín pescador malaquita viviendo en el desierto».
Pero el éxito trae también problemas. Abr’ha Weatsbaha se enfrenta a la presión de la inmigración pues los pobladores de los valles vecinos claman por una parte del oasis.
«No deberían necesitar venir aquí», dice. «Cada distrito de Tigray se supone que usa la mano de obra comunitaria obligatoria para hacer sus terrazas, pero en fin -se encoge de hombros y con un aire de falsa modestia continúa- no todos los líderes comunitarios están tan, ejem, comprometidos».
Y, según se desvanece el peligro de la hambruna, Aba Hawi se enfrenta a nuevas exigencias.
«Ahora la gente quiere electricidad», suspira.
Le preguntamos cuál es su punto de vista sobre el rol de Dios en todo esto. Después de todo, el lugar era el mejor ejemplo de «dejado de la mano de Dios».
Aba Hawi no está de acuerdo. «Dios estaba aquí cuando la tierra era mala», dice. «Y aquí sigue. Pero Dios sólo ayudará a quienes se ayudan a sí mismos».