Una metáfora sobre la posesión y la pérdida.
Parte de la naturaleza de los gatos es desaparecer. Así, lacónicamente. Y también reaparecer, salvo que alguna perturbación en el universo lo impida. Así, trágicamente.
El desapego legendario de los gatos es tomado como pretexto por Caroline Paul y Wendy MacNaughton (escritora e ilustradora, respectivamente) para un emotivo relato que, en un acto de transferencia literaria, nos habla sobre la posesión y la pérdida y las dificultades de las relaciones humanas.
Como es sabido, Haruki Murakami abunda en sus novelas sobre este motivo, que tiene mucho de literario y también de filosófico, una metáfora incidental de la vida cotidiana que anima reflexiones espirituales sobre la posesión, la pérdida, el reencuentro y la posible banalidad de todo ello. Los seres se van, siempre; los seres regresan, a veces; y en todos los casos hay que vivir con eso. De ahí, quizá, la importancia del presente como la única posesión que verdadera, fugaz, paradójicamente, tenemos.
Antes de escribir Caroline pasó por un accidente aéreo que la dejó parcialmente inmovilizada y deprimida. Para su fortuna, sus dos gatos, Tibia y Fibula (Tibby y Fibby, hipocorístico para estos felinos que tienen nombres de huesos) tuvieron durante su convalescencia una actitud que no es exagerado comparar con el cuidado y la preocupación, acercándose a ella, manteniéndola en el mundo de los vivos. “Entretanto me mantenía despierta, rodeando el pozo profundo y oscuro de la depresión. Sin mis gatos, habría caído justo en el fondo”.
Wendy y Caroline, buscaron por todos los alrededores, pegaron carteles y visitaron refugios, incluso consultaron a un psíquico: sin éxito.
Hasta que, un día como cualquier otro, Tibby reapareció. Sólo que, como en un relato de Murakami (que quizá no sea más que una demorada variación de la sentencia de Heráclito), no era enteramente la misma Tibby de antes.
La curiosidad mató al gato, reza la conseja popular, pero más preciso sería decir que la curiosidad trastorna la delicada fragilidad de los aprehensivos. ¿Dónde estuvo Tibby que regresó tan cambiada? ¿Qué vivió que la transformó de esa manera? ¿Será un exceso rastrear sus andanzas con un GPS y resolver así la duda? ¿De verdad se resuelve así la duda?
“Toda búsqueda es un viaje, todo viaje una historia. Toda historia, a cambio, tiene una moraleja”, escribe Caroline en el último capítulo de su libro. Pero, por fortuna, no escribe una moraleja, sino siete, de las cuales las dos finales resumen la que posiblemente sea la mejor manera de transitar por el escarpado camino de las relaciones emocionales y humanas:
6. Nunca podrás conocer a tu gato. De hecho, nunca podrás conocer a nadie tan absolutamente como quisieras.
7. Pero está bien. El amor es mejor.
Otras imágenes del libro: