Desde siempre los pueblos pigmeos han llamado la atención de los antropólogos. Casi todo el mundo da por hecho que los pueblos pigmeos son exclusivamente africanos, aunque también se encuentran grupos de estatura muy baja en varios territorios del sudeste asiático, Australia y en la cordillera de Perijá, en Colombia. La baja estatura de estos grupos humanos parece ser el producto de una convergencia adaptativa en sus respectivos territorios. Los varones no superan los 150 centímetros de estatura. Los grupos más estudiados se encuentran en diversos países de África central, como la República Democrática del Congo, Ruanda, Gabón Namibia o Zambia y pertenecen a diversas tribus, como los mbuti, twa o babinga. Todos estos grupos africanos, ahora dispersos, parecen haber tenido un origen común que se remonta aproximadamente a 70.000 años de antigüedad.
Durante muchos años se ha considerado que la baja estatura de los pigmeos estaba relacionada con variaciones del gen IGF-1, responsable de la síntesis de la somatomedina C (“Insuline-like growth factor) en diferentes órganos del cuerpo, principalmente en el hígado, pero también en los riñones, páncreas, bazo, corazón, cerebro o en la propia placenta de las madres gestantes. Esta proteína tiene una estructura muy similar a la insulina y su secreción está propiciada por la hormona del crecimiento (GH). Si las células del cuerpo no responden a los estímulos de la IGF-1 el crecimiento queda retardado y no se produce con normalidad. La escasa concentración de IGF-1, especialmente durante la pubertad, provoca estatura baja. Esto sucede, por ejemplo, durante la enfermedad de Laron, que conlleva ciertos defectos físicos muy evidentes y un claro retraso en las habilidades cognitivas de quienes padecen este problema de salud. Sin embargo, los pigmeos no tienen tales síntomas, sino simplemente una estatura mucho más baja que la de otros grupos humanos. Su cerebro alcanza un tamaño similar al de cualquiera de nosotros. Durante mucho tiempo se ha considerado que los pigmeos se adaptaron a vivir en zonas boscosas, muy cálidas y húmedas, donde la pequeña estatura podría ser una ventaja propiciada por selección natural para resistir elevadas temperaturas y escasa cantidad de alimento, así como para moverse fácilmente por selvas intrincadas.
Sin embargo, no todos los pigmeos viven en las mismas condiciones que los grupos africanos y los expertos han propuesto hipótesis alternativas. Andrea Migliano, Lucio Vinicius y Marta M. Lahr estudiaron el crecimiento y otros rasgos de una muestra representativa de pigmeos de los grupo Aeta y Batak de Filipinas (Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, 2007). Su estudio comparado les condujo a proponer una hipótesis diferente para explicar la baja estatura de todos pigmeos. En condiciones normales (e.g., ausencia de guerras) estos grupos humanos tiene la esperanza de vida más baja del planeta. Es muy raro que alcancen y superen los 25 años, con una tasa de mortalidad entre los 15 y los 30 años muy superior incluso a la de los chimpancés en estado de libertad. Esta peculiaridad de los pigmeos, que les habría llevado a la extinción en poco tiempo, podría haber sido contrarrestada por un adelanto considerable de la época de fertilidad. Ese adelanto tendría como consecuencia un cese prematuro del crecimiento (11-13 años), con un estirón puberal prácticamente inexistente. Como ya hemos comentado en posts anteriores, el cerebro termina su crecimiento hacia los 6-7 años, por lo que los pigmeos tienen un desarrollo completo de este órgano, pese a su baja estatura.
Asumiendo que una de las dos hipótesis es la correcta, Migliano, Vinicius y Lahr se preguntan por el cerebro tan pequeño de los humanos localizados hace algunos años en la isla de Flores y clasificados en la especie Homo florensiensis. Estos humanos, de más de 18.000 años de antigüedad, tienen enanismo corporal y cerebral, por lo que su caso no es equivalente al de los pigmeos que viven en la actualidad. Los pigmeos pudieron adaptarse a una estrategia de vida extrema (fertilidad y mortalidad prematuras) favorable en sus condiciones de vida. Pero su cerebro no se vio afectado ni en su tamaño ni en su complejidad. No sucedió lo mismo con los humanos de la isla de Flores, para los que hay que buscar hipótesis diferentes y complementarias que expliquen el pequeño tamaño de su cerebro.
Una segunda reflexión sobre los pigmeos tiene que ver con su destino en los últimos cientos de años y, en particular, durante las últimas décadas. Estos grupos humanos han vivido durante milenios en lo más intrincado de las selvas del África central. Sin embargo, y como está sucediendo con los primates antropoideos, estamos asistiendo a la drástica reducción de su hábitat natural por la tala incontrolada de los bosques donde siempre han vivido. El contacto con grupos vecinos y con los pueblos “occidentales” ha sido nefasto para los pigmeos. Han sido tratados como seres inferiores, objeto de discriminación, esclavitud y genocidio. ¿Qué pueden esperar los simios antropoideos, si en pleno siglo XXI aún tenemos que defender los derechos de una de las últimas poblaciones humanas cazadores y recolectores que nos quedan en el planeta?