Brahman fue esto antes; así que conoció incluso el Atman (el alma). Yo soy Brahman, por lo tanto se convirtió en todo. Y cualquiera entre los dioses que tuvo este entendimiento, también se convirtió en Ello. Es lo mismo con los sabios, lo mismo con los hombres. Cualquiera que conozca el ser como “Yo soy Brahman”, se convierte en todo el universo. Incluso los dioses no pueden impedirlo, puesto que se convierte en su Atman.
Brihadaranyaka Upanishad 1.4.10
Los Upanishads son probablemente los primeros textos verdaderamente filosóficos de los que tenemos conocimiento. Es posible que nacieran para permitir que los renunciantes que se habían retirado al bosque, y para quienes no era posible realizar en toda su aparatosidad los complicados sacrificios de los Vedas, pudieran seguir practicando la doctrina, de alguna manera así iniciando un proceso de eliminación de todo lo que no fuera estrictamente esencial. Aquí podemos empezar a diferenciarlos de los Vedas, a los que cada uno de los Upanishads está asociado y en cierta forma supeditado, aunque ambos son considerados textos revelados, sin autor. Los primeros son sobre todo liturgias, oraciones mágicas y cánones para la correcta práctica de los sacrificios; los Upanishads parecen distinguirse de lo solamente religioso y por primera vez de manera escrita introducen al hombre a la autorreflexión y al autoconocimiento como un método –la vía regia en realidad— para conocer lo divino y alcanzar la liberación. Puesto que, como señala el Brihdaranyaka Upanishad: “Atman en verdad es Brahman”, el ser de un individuo no es distinto al Ser universal, el alma no es distinta a Dios.
Dice Eknath Easwaran, traductor de los Upanishads a la lengua inglesa, que en los Upanishads“se ignora” la profusión ritualística de los Vedas y “aunque los dioses aparecen”, más que personalidades numinosas son “aspectos de una fuerza única subyacente llamada Brahman que permea la existencia y a la vez la trasciende”. Easwaran precisa que los Vedas buscan hacia afuera, y mantienen una reverencia por el mundo de los fenómenos (el fuego, el aire, los astros); los Upanishads, sin profanar esta adoración, ni mucho menos, “miran hacia dentro, descubriendo que los poderes de la naturaleza son solo una expresión de los todavía más asombrosos poderes de la conciencia”.
En el linaje de los grandes sabios que compilaron los Upanishads asistimos al nacimiento de lo que podemos llamar una “ciencia de la mente”. Ciencia en el espíritu de la filosofía perenne de Aldous Huxley, quien dijo: “Toda ciencia es la reducción de multiplicidades a unidades”. Easwaran dice que nace aquí una ciencia empírica: “la mente es lo mismo objeto y laboratorio”, a lo que podemos añadir que es también sujeto (aquello que conoce se convierte en lo conocido1). La atención se vuelve hacia adentro y surge lo que hoy probablemente llamaríamos meditación, la disciplina que los Upanishads llamaban nididhyasana2. Este término es especialmente interesante ya que suele implicar el ejercicio de un ojo interno, el llamado tercer ojo, que al depurarse encuentra la identidad entre Atman y Brahman.
Es posible que esta práctica de desarrollar la percepción de un ojo interno esté en el origen de toda filosofía: recordemos que Platón también habla de la preponderancia de abrir el ojo de la mente y en La Repúblicasugiere que el fundamento de la educación es precisamente enseñar a abrir este ojo noético con el cual se puede distinguir la realidad de la ilusión: para acceder a lo verdadero es necesario saber ver. En sánscrito “veda” es conocer pero la palabra se deriva de una raíz proto-indoeuropea que significa “ver”, probablemente también el origen remoto de nuestra palabra “ver”, que proviene del latín “videre”, la misma raíz que en inglés dio “wisdom” (sabiduría) o “wizard “(mago). Parece que tenemos un origen filosófico común. Algo que es una noción fascinante que la academia ve con desdén, pero que algunos autores han considerado seriamente. Dice Thomas McEvilley, en su libre The Shape of Ancient Thought:
En Grecia, la palabra filosofía –philosophia, “amor a la sabiduría”, o deseo del conocimiento que libra al alma de la rueda (que es lo que esta palabra, acuñada por Pitágoras, según dicen, debe de haber significado para él)— es el equivalente más cercano al yoga; sadhana encuentra un equivalente muy cercano en bios, significando adoptar una vida especial, como el bios órfico, el bios pitagórico, y otros más.
Easwaran, quizás demasiado consciente de que la filosofía occidental ha devenido en abstracción –en retórica y sofisma, en mero discurso que no se pone en práctica, en información que no produce transformación, busca distinguir el conocimiento de losUpanishads y dice que “no son filosofía”, “son darshana: algo que es visto”; el estudiante que recibía las enseñanzas “no solo debía escuchar las palabras, debía realizarlas, eso es, hacerlas parte integral de su conducta y su conciencia”. Easwaran olvida aquí que la filosofía occidental (y el término es impreciso ya que la filosofía griega no es una generación espontánea, sino la continuación de una tradición más antigua) es concebida por filósofos que no separan el conocimiento de la vida diaria, de la praxis y de la askesis –Pitágoras, Platón, Empédocles, Parménides, por ejemplo— y que son esencialmente místicos. La filosofía como se entiende en su espíritu original es una forma de vida y no solo una descripción de la vida. Tanto para los griegos como para los indios, el filósofo es un sabio y no solo un especialista, es necesariamente un vidente, alguien que ve más allá de la ilusión de la materia y en ese acto visionario, en esa contemplación (en esa theoria: teofanía), se vuelve lo que ve. Y solo así comprueba que es un sabio: transformándose (“por sus hechos, los conoceréis” dice el Evangelio de Mateo). Esto es lo que los gnósticos entienden por gnosis: hacerse uno con lo que se conoce, un concepto que aparece también en el Vedanta: Ya evam veda sa eva bhavati(“quien conoce algo llega a ser aquello que conoce”). Concuerda Vasconcelos, que en su libro sobre Pitágoras dice:
Especialmente en la época lejana de Pitágoras, el filósofo no era todavía especialista, sino amante de la sabiduría entera; no se había recortado las alas con la dialéctica; interpretaba el mundo con la totalidad de su vida intensa.
Para añadir a la metáfora del ojo, consideremos la idea de Sócrates en el Fedro de que la tarea fundamental del filósofo es volver a crecer las alas del alma para que pueda así retornar a su origen celeste, a la contemplación de lo inteligible y eterno. El alma para los filósofos indios es el Atman. En el Katha Upanishad se describe un mecanismo, una tecnología del espíritu, para emprender el vuelo inmortal:
Cuando todos los nudos del corazón son cortados aquí [en la tierra], entonces el mortal se hace inmortal […] Hay 101 canales [nadi]; uno de ellos atraviesa la cabeza. Yendo hacia arriba a través de él uno va hacia la inmortalidad [el canal susumna]. Los otros son para ir en varias direcciones. Del tamaño del pulgar es purusa, el Atman interior, siempre sentado en el corazón de los hombres. Uno debería de separarlo de su propio cuerpo con firmeza como se separa del tallo de la hierba munja. Uno debería de conocerlo como puro e inmortal.
Lo anterior es casi una descripción de un procedimiento de alquimia interna para separar el alma del cuerpo y conducirla a la inmortalidad. Algo que encontramos en todas las tradiciones, en el nei-dang de China, en la osirificación de los ritos fúnebres egipcios, pero también en los misterios griegos y en la teúrgia neoplatónica.
Sigamos estableciendocommunitas entre la filosofía griega y la india –y es que encontrar conexiones, celebrar las analogías y las correspondencias, parece ser la laborar más afín al origen de la filosofía, que debe tener, como la ciencia de Huxley, el objetivo de hacer ver la unidad entre todas las cosas. Justamente, aquello que en Occidente celebramos más de los filósofos griegos, que encontraron la libertad del pensamiento, más allá de lo que es solo dogma o superstición, y se dedicaron a cuestionar e investigar la naturaleza de las cosas, también lo encontramos en los filósofos indios: “ellos testifican que esta unidad puede ser lograda sin la mediación de sacerdotes o rituales, no después de la muerte sino en esta vida, y que este es el propósito para el cual cada uno de nosotros ha nacido y el objetivo hacia el que se dirige la evolución”, dice Easwaran.
De cierta manera el origen de ideas que actualmente vuelven a ser tan populares, como la idea de que Dios está dentro de nosotros o que se puede conseguir la paz cultivando la atención o incluso que la liberación del sufrimiento es posible, está en los Upanishads. Quizás sean más viejas, pero estos son los primeros textos que tenemos que expresan estas ideas de manera clara y no solo envueltas en una simbología esotérica o como parte de rituales mágicos que difícilmente podremos comprender y menos experimentar. Que las ideas y el conocimiento que se revela en los Upanishads sigan siendo tan atractivos milenios después es testimonio de su valía, de una vitalidad que trasciende las modas y los ismos y que nos brinda una alternativa a la mentalidad materialista moderna en la que muchos de nosotros hemos extraviado nuestro ser. No es baladí que su valor permanezca, que su sabiduría no se empañe, puesto que los sabios se concentran en lo eterno, no en lo impermanente, sino en aquello que tiene sus raíces en lo inmortal, como la higuera eterna, Samsara–Vriksh, cuyas raíces se dice están en el Brahman. Un mundo como el nuestro en el que se han disuelto las fronteras del conocimiento (aunque a la vez este se ha banalizado) nos permite acoger como parte de nuestra tradición no solo aquellas inmortales palabras que los filósofos pitagóricos inscribían en sus puertas, siguiendo el Oráculo de Delfos:
Conócete a ti mismo y conocerás a los dioses y al universo.
También:
Atman (el ser) en verdad es Brahman (Dios).
Y es que, según el Brihadaranyaka Upanishad, aquellos que se han liberado del deseo no mueren sino que:
Al conocer a Brahman se vuelven uno con Brahman […]. Ven su ser en todos y a todos en su ser.
Así el Ser liberado del cuerpo, se vuelve uno en el Brahman, vida infinita, luz eterna.
* * *
Con esto iniciamos esta exploración de “Las enseñanzas de los Upanishads“. Upanishad significa “sentarse a los pies”, como el discípulo ante el maestro. Esta serie de ensayos es una invitación a sentarnos juntos a los pies de los maestros y escuchar la sophia perennis que fluye desde ese otro “río por el cual corre el Ganges”, cuya fuente misteriosamente está en nosotros: “es un río que me arrebata pero yo soy el río”, como dice Borges. En la segunda parte leeremos y comentaremos sobre el Katha Upanishad o lo que la Muerte le dijo a Nachiketa.
En la segunda parte de este acercamiento a las enseñanzas de los Upanishads, los antiguos textos cuyo conocimiento, según legaron los antiguos filósofos de la India, lleva a la destrucción de la ignorancia y conduce hacia el Brahman, estudiaremos el Katha Upanishad, uno de los más conocidos entre estos textos revelados.
El Katha Upanishad narra la historia de la visita de Nachiketa a la morada de la muerte. Nachiketa, pese a ser solo un adolescente advierte que el sacrificio que ofrece su padre a los brahmanes es parco, ya que piensa ofrecer vacas que ya han visto sus mejores días. El joven exaltado por una profunda fe (Shraddha) se anticipa al sacrificio, consciente de que la tradición dicta que hay que estar dispuesto a dar todo lo que se tiene –justamente para vivir en consonancia con lo sagrado– y le dice a su padre: “¿A quién me darás?”, así dos y hasta tres veces, asegurándose de que el sacrificio sea digno. Su padre, Vajasravas, finalmente le responde que le dará a la Muerte, a Yama.
Nachiketa se marcha a la morada de Yama, no sin antes recordarle a su padre que: “El mortal madura, como el grano; y como el grano muere y nace otra vez”, mostrando así que más importante que una vida en el campo infinito de la existencia es el recto proceder.
En la casa de la muerte Nachiketa espera 3 días a Yama que se halla ausente. Estos 3 días son un símbolo del valor del joven brahman, que logra permanecer impávido, sin recibir alimento en este sitio donde ningún mortal mantiene su integridad. Sobre esto dice Paul Deussen en su estudio clásico La filosofía de los Upanishads:
La misma explicación debe ser dada para esta saliente característica que aparece un y otra vez en los Upanishads, que un maestro se niega a impartir instrucción a un pupilo que se le acerca hasta que por su persistencia en su tarea haya probado su valor. El mejor ejemplo de esto es Nachiketa… a quien el dios de la muerte le otorga la instrucción deseada sobre la naturaleza del alma y su destino una vez que ha rechazado consistentemente todos los intentos por desviarlo de su deseo.
Como vimos anteriormente uno de los significados de la palabra “Upanishads” es “sentarse cerca a oír el secreto del maestro”. En este caso es la muerte la que enseña, a la cual hay que acercarse y con la cual es necesario congraciarse. Ya que Nachiketa logró esperar 3 noches, Yama le concede tres deseos. El primer deseo de Nachiketa es que, una vez que sea liberado por Yama, encuentre bien a su padre y que este lo reciba con un sentimiento favorable. En esto Nachiketa muestra la ausencia de egoísmo y su respeto por la tradición brahmánica, una piedad para con el padre que es un símbolo de su adherencia a la ley del cielo. El segundo deseo es conocer el secreto “del fuego que conduce al cielo”. Para los filósofos de los Upanishads, el fuego es el elemento más estimado, ya que es el más cercano a lo puramente espiritual y, como dice Yama, “es el comienzo de este mundo”. Yama entonces le enseña a Nachiketa a preparar el sacrificio del fuego e incluso acuña su nombre para este ritual.
La esencia de este memorable episodio se revela con el tercer deseo de Nachiketa. El joven iluminado por el más puro deseo de conocimiento pide a Yama que le revele el secreto que solo él conoce, el conocimiento sobre el cual incluso “los dioses dudan”, esto es: ¿qué ocurre en la gran transición?, ¿qué sucede después de morir?, ¿existe realmente la muerte? Yama intenta desmotivar a Nachiketa sobre este asunto, que guarda celosamente. Le ofrece, en cambio, hacerlo príncipe del mundo y brindarle todos los placeres: “mujeres deliciosas con carros e instrumentos musicales”. Pero el joven muestra una madurez inusitada: “Las cosas de los mortales son efímeras, oh Antakr, y agotan el brillo de los sentidos. Incluso el calor de todos los sentidos se agota. Incluso una vida entera es deleznable. ¿Carros? ¿Danzas y canciones?”. Nachiketa prueba que su atención yace fija en lo que no está sujeto al cambio y a la descomposición, no sucumbe ante la tentación de la gloria mundana, que es apenas un destello insignificante, sabe que “la riqueza es perecedera, puesto que lo que es eterno no se logra mediante cosas impermanentes”. Así se gana la privanza de Yama e inicia su instrucción.
Lo que la muerte le dijo a Nachiketa
Yama inicia a Nachiketa en los misterios del alma primero felicitándolo por haber rechazado el placer, puesto que esto ata al hombre al mundo material; buscar el placer es caminar “sobre la amplia red de la muerte”. Posteriormente lo instruye sobre aquello que es imperecedero. Esto es el Om, la vibración eterna que rezuma en el espacio dando a luz al mundo en perpetuidad. “Esta sílaba es el Brahman; esta sílaba es lo supremo. Quien conoce esta sílaba obtiene lo que desea”. Yama añade que el Om es el soporte del universo, el patrón sobre el cual se erigen todas las cosas. La Muerte entonces le revela el secreto de la inmortalidad del alma (atman), diciendo:
Lo sabio (el atman), no nace ni muere; no ha venido de ningún lugar, no ha devenido nadie. Es no-nacido, eterno, constante, antiguo. No muere cuando muere el cuerpo.
Si el que mata cree matar y el que es matado se piensa muerto, ninguno de los dos entiende. Ni este mata ni aquél muere,
Más pequeño que lo pequeño, más grande que lo grande es el atman ubicado en lo más oculto del hombre. Quien, libre de deseo, ve por gracia del creador la grandeza del atman queda libre de penas.
Estos versos serán repetidos a lo largo de la historia por numerosos filósofos y poetas, de tal forma que, hablando de la inmortalidad, son inmortales a su manera. Son, por supuesto, la inspiración del poema de Emerson, “Brahma”, y la misma imagen también aparece en el Bhagavad Gita, entre otros textos. El ser es inmortal, la muerte es solo la ilusión que nace de la identificación transitoria con el aspecto material. El ser se libera al ver en su propia alma a la divinidad suprema: en el atman (alma), el brahman. Para poder percibir esta divinidad inherente, una persona debe primero practicar la virtud, aquietar la mente y concentrarse en lo eterno. De alguna manera vemos aquí en acción la máxima délfica de “conócete a ti mismo”, conocerse a sí mismo es ver más allá de la mente y descubrir el alma. Conocer el alma es abrir la puerta a Dios. En esto encontramos un rasgo de la philosophia perennis, como dice el académico Algis Uzdavinys, “el objetivo de la filosofía para Platón era ver a Dios” y también “entrenarse para la muerte”, en esto hay una coincidencia significativa que, junto con muchas otras similitudes, nos hace pensar que la filosofía no es exclusiva de Grecia, sino que es un mismo cauce de conocimiento que fluye desde aguas inmemoriales. (En elKatha Upanishad también encontramos una metáfora similar a la que utiliza Platón en elFedro para describir el alma, que se conoce como “la alegoría del carro alado”. Dice Yama: “Debes saber que el atman es quien viaja en el carro y el cuerpo es el carro, el entendimiento (buddhi) el auriga y la mente (manas) las riendas”.
Sigamos con la exposición que hace Yama de la teoría de la visión del atman:
Más allá de los sentidos están los objetos; más allá de los objetos está la mente. Más allá de la mente está el entendimiento; más allá del entendimiento está el atman […]
El atman oculto en todos los seres no se manifiesta, pero es visto por los de vista sutil con su sutil inteligencia.
De lo anterior podemos deducir, entonces, que la inmortalidad es una cuestión de percepción, de agudeza, de ser capaces de abrir el ojo del alma (el entendimiento que es la facultad cognitiva específica del alma). Yama incluso le concede un secreto de alquimia interna, quizás una técnica para separar el alma del cuerpo, lo puro de lo impuro, lo eterno de lo perecedero; a la vez, el yoga del atman con el brahman. Cuando le dice:
Cuando todos los nudos del corazón son cortados aquí [en la Tierra], entonces el mortal se hace inmortal […] Hay 101 canales [nadi]; uno de ellos atraviesa la cabeza. Yendo hacia arriba a través de él uno va hacia la inmortalidad [el canal susumna]. Los otros son para ir en varias direcciones. Del tamaño del pulgar es purusa [el ser infinito], el atman interior, siempre sentado en el corazón de los hombres. Uno debería separarlo de su propio cuerpo con firmeza como se separa del tallo de la hierba munja. Uno debería conocerlo como puro e inmortal.
El Katha Upanishad termina diciendo que tras recibir esta instrucción, practicando el yoga (la unión) y habiendo conocido el atman, Nachiketa logró escapar al ciclo de la muerte y obtuvo el Brahman. La Muerte le enseñó a no morir.
Para terminar este comentario, quiero hacer una pequeña digresión, a lo que considero es una de las claves de este sistema filosófico que podemos cotejar con la función fundamental de la filosofía platónica, expresada por Sócrates como el arte de volver a crecer las alas del alma, lo que es en este caso el conocimiento del atman y por lo tanto su liberación de lo impermanente, su ascenso hacia la inmortalidad. La doctrina de Yama tiene como fundamento la identidad entre el brahman y el atman, algo que vimos en la introducción a esta serie de losUpanishads. Se le dice a Nachiketa: “Lo que está aquí también está allí; lo que está allí también está aquí. Muerte tras muerte obtiene quien ve diferencia en ello”. Yama explica aquí que la muerte ocurre solamente mientras se percibe la diferencia entre el alma y dios, entre el ser y el universo, entre lo múltiple y lo uno. Puesto que en realidad todo el universo es Brahman. Es esto un principio de percepción no dual, lo indiferenciado o avyakta, lo que el físico John Wheeler ha llamado “intersubjetividad”, y podemos también designar como “omnijetividad”, una propiedad de un “universo participante”: una íntima disolución entre sujeto y objeto.
La traducción que hemos venido utilizando para el Katha Upanishad es de Daniel de Palma (Upanisads, Siruela, 2011). Para terminar quiero referirme a la traducción usada por el poeta Ralph Waldo Emerson en su ensayo sobre la inmortalidad. Yama dice:
El alma no nace; no muere; no fue generada por alguien. Ni tampoco fue producida de ello. Innata, eterna, no muere aunque se mate al cuerpo; más sutil que lo que es sutil, más grande que lo que es grande, sentándose viaja lejos, durmiendo recorre todo el mundo. Pensando el alma como incorpórea entre los cuerpos, firme entre las cosas pasajeras, el hombre sabio elimina el sufrimiento. El alma no puede obtenerse por el entendimiento, ni por la múltiple ciencia. Puede obtenerse por el alma por la cual es deseada. Ella revela sus propias verdades.
La gracia y el misterio de este Upanishad se resumen en esta idea: la inmortalidad, que es igual al conocimiento del alma, se obtiene como una bendición o un regalo del Brahman, pero ese Brahman, esa divinidad, es uno mismo, es el alma. El alma se elige a sí misma para revelarse. Un concepto similar se encuentra en Ibn Arabi, el místico iraní, y su noción de la “oración teofánica”. Como explica Henry Corbin, el gran traductor y divulgador del misticismo islámico, al rezar el místico crea una imagen de dios y produce a dios en su interior, sirviéndose de lo que Corbin llama la imaginación creativa. Y, sin embargo, esto mismo puede entenderse como que dios se revela a sí mismo en la oración, que dios tiene una visión de sí mismo. El alma puede “crear” a dios imaginándolo porque ella misma es dios, es decir, su visión no es una fantasía, es una teofanía inmanente, una revelación del ser. El Katha Upanishad nos dice que tan solo la fuerza de esta visión, que significa, al ser no dual, hacerse uno con lo que se ve, es suficiente para obtener la inmortalidad.
Twitter del autor: @alepholo