El trabajo o proceso alquímico del que habíamos hablado en el artículo anterior se hace en tres fases principales, que, como ya hemos comentado, se explican y enseñan de forma alegórica y metafórica a aquellos que desean aprender “la gran obra”, como la alquímia ha sido siempre llamada.
Ennegrecimiento
La primera de esas fases del proceso alquímico por la que todo aspirante a conseguir “oro” (una conciencia pura e iluminada) tenia que empezar, es llamada “Nigredo” (en latín), que viene a traducirse algo así como “ennegrecimiento”. Se trata del estado inicial del proceso, en el que aquello a ser transformado (el ser humano) se considera en un estado de corrupción, disolución, individualización e incluso putrefacción. Representa lo que hace muchos meses os expliqué sobre la noche oscura del alma, sobre el descenso a las profundidades de cada uno de nosotros, sobre el trabajo con aquello que llamamos “la sombra”. El elemento que caracteriza el estado de ese alma en esta primera fase es la Sal, porque es un componente que refleja perfectamente las características de cristalización, fijación, y dureza, resistente al cambio, que posee todo hombre cuando no ha iniciado ningún trabajo sobre si mismo. Posiblemente sea este el estado en el que se encuentra una gran parte de la humanidad en estos momentos, hablando a nivel macro y generalizado.
Blanqueamiento
La segunda fase se llama el “Albedo”, o blanqueamiento. Representa el proceso de la purificación espiritual, el quemado de las impurezas de la sal, como analogía de la personalidad (etérico, emocional, mental) y alma (causal) sin trabajar, y cuyo resultado produce un ser humano “fluido”, representado en los libros de alquimia por el mercurio, un metal líquido, en quien se están dando cambios rápidos a nivel mental, emocional, etérico y físico (incluso llegando de cambios energéticos a nivel de ADN). En esta fase, se potencia la parte intuitiva y femenina, la imaginación, la creatividad, siendo el primer paso hacia la creación (o despertar) del elixir de la vida y de la piedra filosofal (la esencia o ser interior). Es el proceso que, a nivel de toda la humanidad, cuando se produzca de forma masiva, llevará a la apertura de mentes, a la masa crítica necesaria para el cambio, a aceptar y comprender la realidad del mundo en el que se vive, a mirar hacia dentro para buscar todas las respuestas, y no más hacia el exterior. La intuición, la confianza en el poder y potencial de cada uno, se va abriendo paso, y se van viendo chispas de la conexión con la piedra filosofal, que pugna por ser encontrada en el interior de cada persona.
Es el proceso de “despertar”, cuando reconocemos que las cosas no son como nos las han contado, y cuando nace el deseo de aprender de “verdad” y dejar ir todos los antiguos y rígidos sistemas de creencias milenarios con los que nos han programado. Es por eso que el “blanqueamiento” representa la “quema”, el llevar a la hoguera todo lo que no está alineado con una conciencia superior que viene dictada por la conexión y enseñanzas de nuestro ser.
Enrojecimiento
La tercera y última fase es llamada “Rubedo” o enrojecimiento, y consiste finalmente en la transmutación en oro de la sal, la piedra y plomo inicial (diferentes facetas del hombre “rudo”, “basto”, “sin trabajar ni pulir”), que ha pasado a ser mercurio, luego otros metales intermedios, y ahora es finalmente oro, representando la pureza de la conciencia, del alma y del ser, y el hallazgo del elixir de la vida, la piedra filosofal, muchas veces representada en color rojo, que simboliza la unificación del hombre (lo limitado y finito, el microcosmos) con la Fuente (lo ilimitado e infinito, el macrocosmos). Es la fase del ser que “entra” a tomar posesión de su vehículo físico y de la conciencia que lo dirige.
Ceremonias iniciáticas alquímicas
“La Ceremonia por la cual vais a pasar de inmediato, tiende a haceros vivir, mediante
su simbolismo, únicamente esotérico, el desarrollo post-mortem, de la separación de
los elementos que constituyen vuestro ser…”
“Aurum Nostrum non est Aurum Vulgi”
Desde tiempos remotos, siguiendo este proceso alquímico que hemos visto, existían en muchas escuelas iniciáticas, ya desde el antiguo Egipto, ceremonias que estaban destinadas a simbolizar el paso del hombre por las diferentes fases de la transmutación interior.
A aquel que iba a ser iniciado, se le reconocía como la piedra o el plomo, la materia prima sobre la que había que trabajar. Primero, en la fase de Nigredo, el aspirante empezaba la ceremonia en un cuarto oscuro, el cuarto de reflexión, representación del plano terrenal y material. En esta habitación podía ver o intuir los símbolos asociados a esta fase: el azufre, las piedras, la sal, las siglas V.I.T.R.I.O.L, que significabanVISITA INTERIORA TERRA RECTIFICANDO INVENIES OCCULTUM LAPIDEM” –visite el interior de la tierra y rectificando encontrará la piedra oculta, que viene a ser lo mismo que cava en tu propia alma para encontrar la sabiduría que llevas dentro, y donde el aspirante escribía su testamento filosófico, pues si la ceremonia resultaba exitosa, se iba a despedir para siempre de esa parte de si mismo mundana, limitada, “negra”. Realmente esta primera fase simbolizaba la muerte física de la persona, pues como decía Hazrat Inayat Khan, fundador del sufismo universal: “no puede haber renacimiento sin una noche oscura del alma, una aniquilación total de todo lo que creías y pensabas que eras”.
La segunda fase era la llamada prueba del agua, pues era la prueba de la parte emocional, asimilada al paso por el plano astral, y la prueba asociada al “blanqueamiento” del alma, del iniciado. Aquí se confrontaba al neófito a todos sus sentimientos oscuros y crueles, a sus pasiones animales involutivas, a sus vicios, a todas las tendencias inferiores que se habían cristalizado en su naturaleza, a sus miedos y temores, y este los debía ver cara a cara, y purificarlos, debía transmutarlos, dominarlos, y expulsarlos de si mismo. Luego, superada esta etapa, si lo conseguía, venia una intermedia antes de llegar al Enrojecimiento final, y era el paso por la etapa asociada al plano mental, llamada Citrinitas, pues el iniciado que inició su camino “negro”, y luego fue “blanqueado”, ahora empezaba a tomar simbólicamente un tono “amarillento” (su alma y su personalidad). Así, el profano, una vez purificado en sus sentimientos y deseos, debía ahora hacer pleno uso de sus poderes mentales, aprendiendo la dura labor de pensar por si mismo, y dejar de buscar fuera lo que sabe ya que tiene dentro.
Finalmente, el oro
Y cuando el cuerpo físico había muerto y renacido, el cuerpo emocional y de deseos había sido limpiado de miedos, bajas pasiones, emociones negativas, y el cuerpo mental había sido renovado y toda la programación, creencias, ideas falsas y “basura” mental había sido limpiada, llegaba entonces la última parte, cuando la “piedra” o el “plomo”, el ser humano, adquiría el legendario tono rojizo que denotaba que había encontrado la Piedra Filosofal, el Lapis Philosophorum. El hombre encontró a su ser, a su esencia, y con ella todos los “metales viles” se convierten en oro, todas las imperfecciones energéticas que llevan a la enfermedad se pueden curar, toda disfunción energética y mental se puede armonizar. Aquí es cuando nos damos cuenta que podemos hacer sanaciones con la esencia, tal cual, como hemos comentado en un par de ocasiones en anteriores artículos.
Esta última etapa es la que corresponde al RUBEDO, dominando sobre ella el SOL, el logos Solar, máxima representación de la Fuente en el sistema en el que vivimos. Horus es su Deidad y el color es el rojo. El ser humano ha despertado, su conciencia es la conciencia de su ser, y su camino es el de servicio a la humanidad. Ahora sí, el trabajo para conseguirlo es tan titánico y árduo, que por eso realmente solo unos pocos alquimistas llegaron a encontrar el valor y el tesón para ello. Quizás sabiendo lo que tenemos que hacer, no dejemos pasar ni un segundo más nosotros y nos pongamos manos a la obra.
La alquimia, tan mitificada y escondida en libros y tratados ininteligibles, se convierte así en algo tan simple como pasar por una renovación física, emocional, mental y espiritual, pero a niveles tan profundos que, cuando se realiza, el elixir de la vida aparece por si solo, y uno se da cuenta que siempre tuvo la facultad de transformar en oro todo lo que tocaba, porque siempre había sido portador inconsciente de su propia piedra filosofal.