En la cultura moderna occidental – adicta al materialismo, al exceso de trabajo y a la velocidad – el grito de guerra es “¡El tiempo es oro!”.
Esta creencia popular es básicamente una fantasía, ya que el tiempo tiene mucho más valor que el oro. El tiempo es vida, y también felicidad, y ello hace que sea nuestro bien más valioso y debamos emplearlo con sabiduría.
Demasiadas personas malgastan sus vidas como si tuvieran otra vida de la que disponer en el futuro, cuando se nos acabe ésta. El hecho es que el reloj está siempre funcionando y que el tiempo no se detiene para nadie. Al tiempo no le importa si lo desperdiciamos o lo empleamos sabiamente; se limita a transcurrir. A cada uno de nosotros nos toca asegurarnos de que no desperdiciemos nuestra vida.
Son demasiadas las cosas triviales en las que nos involucramos y que no aportan absolutamente nada a nuestras vidas. Como decía el poeta y filósofo Henry Thoreau: “Estar ocupado no es suficiente….la cuestión es en qué estamos ocupados”.
Si nos acostumbramos a invertir nuestro tiempo en entretenimientos estúpidos, tenemos que darnos cuenta que mientras matamos el tiempo, es el tiempo el que lo hace con nosotros. Para que podamos llevar una vida más plena, es importante que identifiquemos las áreas frívolas, para que invirtamos menos tiempo en ellas y lo dediquemos a actividades más desafiantes e interesantes.
Tendríamos que conseguir que el tiempo trabajase para nosotros y no en nuestra contra. Ha de haber un equilibrio armónico. No debemos seguir corriendo constantemente intentando hacerlo todo, ya que si nos falta constantemente el tiempo, la responsabilidad es únicamente nuestra, porque todo en la vida es una cuestión de elección.
Vivamos nuestras vidas de acuerdo con el lema “el tiempo es felicidad” para poder llevar una vida equilibrada y satisfactoria.
Elijamos bien la manera en la que empleamos nuestro tiempo y asegurémonos de que es tiempo de calidad. Invirtamos la mayor parte del tiempo de cada día en las cosas que sean las más importantes de nuestra vida. Y cuando nos veamos perdiendo el tiempo, recordemos la deliciosa frase del botánico estadounidense del siglo XIX, Horace Mann: “Dos horas de oro perdidas ayer, en algún lugar entre el amanecer y el ocaso, y cada una de ellas con sesenta minutos de diamante…..no se ofrece recompensa alguna porque se han ido para siempre”.