“La Luna, siempre exquisita, melancólica, taciturna, romántica, siempre envuelta en belleza, como la noche“. De la Tierra a la Luna es una novela «científica» y «satírica» del famoso escritor Julio Verne, publicada en el “Journal des débats politiques et littéraires” en 1865. El 16 de septiembre de 1872 se presentaría una edición doble con “Alrededor de la Luna“. La obra, que comienza como una sátira del estereotipo estadounidense de la época, es un intento de describir por primera vez, con minuciosidad científica, los problemas que hay que resolver para lograr enviar un objeto a la Luna. Un intrépido proyecto aviva los corazones de los miembros del Gun-Club. Se trata de enviar a la Luna un proyectil que, auxiliado por el monstruoso cañón Columbiad, hará la función de una auténtica nave espacial para hacer realidad, en el siglo XIX, el viejo sueño de atravesar el espacio y descubrir un mundo lunar hasta entonces en penumbras. Tras terminar la Guerra de Secesión estadunidense, el presidente del Gun-Club, Impey Barbicane, propone la fabricación de un cañón gigante para enviar un proyectil a la Luna. Junto con el secretario, J. T. Maston, y tras ser informados de los detalles astronómicos por el observatorio de Cambridge, deben resolver una serie de cuestiones: características del cañón, forma y tamaño del proyectil, clase y cantidad de pólvora, ubicación del sitio de lanzamiento, financiación de la empresa, etc. La factibilidad del proyecto es cuestionado por el capitán Nicholl, enemigo acérrimo de Barbicane, el cual hace una serie de apuestas a Barbicane acerca del éxito del proyectil. Tras conseguir el dinero necesario en una suscripción internacional, el gigantesco cañón es forjado en el suelo de la Florida. De pronto, aparece un francés, Miguel Ardan, con el deseo de viajar en el proyectil. Tras un dramático duelo entre Barbicane y Nicholl, Ardan los convence de que olviden sus rencillas y viajen con él a la Luna. El proyectil es modificado para permitir que los pasajeros puedan soportar el viaje. Antes de ser lanzado el proyectil, J.T. Maston se queda en él unos días. Cuando termina su misión, ha engordado. Finalmente, el proyectil es lanzado. J. T. Maston, en el observatorio construido en las Montañas Rocosas para la ocasión, intenta ubicarlo con el telescopio y, cuando lo logra, sufre una desilusión: el proyectil no ha llegado a su destino, sino que se ha convertido en satélite de la Luna.
El 20 febrero de 2014, Mundo Misterioso publicó que una enorme nave espacial descubierta en la Luna seguía siendo un misterio. Estamos hablando de una enorme nave espacial, ubicada en la Luna, que supuestamente fue descubierta y fotografiada durante la misión Apolo 15. Se supone que habría sido una gran nave extraterrestre que se estrelló o fue abandonada en la Luna en la antigüedad. La historia de esta nave espacial alienígena se conoce desde 2007, aunque se pensó que era un montaje. Pero una foto panorámica en Atlas Apollo Images podría probar la existencia de esta nave espacial. La existencia de esta nave está rodeada de misterio y se dijo que había ‘misiones espaciales de la NASA a la Luna que seguían clasificadas como secreto’. El misterio se intensifica tras una declaración de William Rutledge, que afirma haber participado en una misión especial de la NASA en los años 70. Rutledge afirma haber trabajado en al menos dos misiones a la Luna, incluyendo el Apolo 19 y el Apolo 20, que dice se puso en marcha en agosto de 1976 desde la Base de la Fuerza Aérea de Vandenberg. Ambas misiones, según Rutledge, eran “misiones espaciales conjuntas secretas”, resultantes de la colaboración entre los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero estas misiones no aparecen en ninguna lista de misiones de la NASA. Curiosamente, en la antiguedad la Luna ha tenido una gran importancia simbólica. En la mitología mesopotámica, Sin, Sinai, Nanna, Nannar, Suen o Zuen es el dios de la Luna. Para los sumerios, era conocido como Nanna o Nannar, hijo de Enlil, dios del viento y del cielo, y de Ninlil, diosa del aire. Sin era su nombre en acadio y babilonio. Comúnmente se le designaba como En-zu, que significa ‘Señor de la sabiduría‘. Pasa por ser un antiquísimo dios protector de los pastores. Durante el periodo en que Ur ejerció la supremacía sobre el valle del Éufrates (entre 2600 y 2400 a. C.), Sin fue considerado, naturalmente, como el dios supremo del panteón. Es entonces cuando se le designó como «padre de los dioses», «jefe de los dioses» o «creador de todas las cosas». La «sabiduría» personificada por el dios lunar es también una expresión de la existente ciencia de la astronomía o la práctica de la astrología, en la que la observación de las fases de la luna era un factor importante.
A Nanna/Sin se le representaba como un anciano con cuernos y barba de lapislázuli, montado en un toro alado. Su símbolo principal era el creciente lunar, pero también el toro, que provenía de su padre, Enlil, “Toro del Cielo“, y el trípode. que podía ser un candelero. Se le describía como el padre de la Inanna sumeria, diosa de la vida, equivalente a la Ishtar semita, que posteriormente heredaría el cetro lunar. Con su esposa Ningal tuvo a Utu, dios del sol, en acadio, Shamash. En los sellos cilíndricos se le representa como un anciano con barba y el símbolo de la media luna. En el sistema teológico-astral está representado por el número 30 y la luna. Este número probablemente se refiera al número promedio de días, alrededor de 29.53, de un mes lunar, medido entre sucesivas lunas nuevas. La tendencia a centralizar los poderes del universo llevó a establecer una tríada de dioses que Nanna formaría con sus hijos, Inanna y Utu, que se corresponden con la luna, la fertilidad, representada por el planeta Venus, y el Sol, una tríada de divinidades astrales de la religión sumeria. Sus símbolos eran respectivamente, la media luna, la estrella de ocho puntas y el disco solar. Es un hecho bien conocido, arqueológicamente hablando, que la Media Luna era el símbolo de adoración del dios Luna, tanto en Arabia como a través de todo el Oriente Medio, en tiempos pre-islámicos. Los arqueólogos han sacado a luz numerosas estatuas e inscripciones jeroglíficas en las cuales una media luna estaba ubicada en la cima de la cabeza de la deidad para simbolizar la adoración del dios Luna. Curiosamente, mientras la Luna era generalmente adorada como una divinidad femenina en el antiguo Próximo Oriente, los árabes la veían como una deidad masculina. En Mesopotamia el dios sumerio Nanna, llamado Sîn por los acadios, fue adorado particularmente en Ur, donde era el dios principal de la ciudad. También fue adorado en la ciudad de Harrán, en Siria, y actualmente en Turquía, que tenía vínculos religiosos cercanos con Ur. Los textos ugaríticos han mostrado que una deidad lunar fue adorada bajo el nombre de “Yrh“. En los monumentos dicho dios es representado mediante el símbolo de la media luna. En Hazor, Palestina, fue descubierto un pequeño santuario cananeo de la Edad de Bronce tardía, que contenía una estela de basalto que representaba dos manos levantadas, como si estuvieran en oración, hacia una media luna, indicando que el santuario estaba dedicado al dios Luna. La Historia demuestra de manera concluyente que antes de que apareciese el Islam, los sabeos en Arabia adoraban al dios Luna Alá, el cual estaba casado con la diosa Sol. También hemos visto que era una práctica común usar el nombre del dios lunar en nombres personales en la tribu de Mahoma, que adoptó a Alá como el Dios de la nueva religión. De ahí viene el símbolo musulmán de la media luna
La teoría, largo tiempo sustentada, de que la Luna se parecía a «una pelota de golf helada» no se descartó hasta después de la conclusión de varias misiones Apolo a la Luna. Hasta aquel momento, las mejores conjeturas consistían en que la Luna era un trozo de materia que se había separado de la Tierra cuando ésta era aún de material fundido y maleable. Si no hubiera sido por el impacto de millones de meteoritos, que dejaron cráteres en la superficie de la Luna, ésta habría sido un trozo de materia sin rostro, sin vida y sin historia, que se solidificó y sigue a la Tierra desde siempre. Sin embargo, las observaciones hechas por satélites no tripulados han comenzado a poner en duda estas creencias tanto tiempo manejadas. Al final, se llegó a la conclusión de que la composición química y mineral de la Luna era suficientemente diferente de la de la Tierra como para poner en duda la teoría de la «separación» entre ambos cuerpos celestes. Los experimentos realizados en la Luna por los astronautas norteamericanos, así como el estudio y análisis del suelo y de las muestras de rocas que trajeron, han determinado, más allá de toda duda, que la Luna, aunque en la actualidad estéril, fue alguna vez un «planeta vivo». Al igual que la Tierra, tiene diferentes capas, lo que significa que se solidificó desde su propio estadio original de materia fundida. Al igual que la Tierra generaba calor. Pero mientras que el calor de la Tierra proviene de sus materiales radiactivos, «cocidos» en el interior de la Tierra bajo una tremenda presión, el calor de la Luna proviene, según parece, de capas de materiales radiactivos que se encuentran muy cerca de la superficie. Sin embargo, estos materiales son demasiado pesados para haber ascendido hasta ahí. Entonces la pregunta que nos podemos plantear es cómo se llegaron a depositar tan cerca de la superficie de la Luna. El campo gravitatorio lunar parece ser errático, como si inmensos trozos de materias pesadas, como el hierro, no se hubieran hundido de modo uniforme hasta su centro, sino que estuvieran dispersos. Pero, ¿a través de qué proceso o fuerza? Existen evidencias que indicarían que las antiguas rocas de la Luna estuvieron magnetizadas. También existen evidencias de que los campos magnéticos se cambiaron o invirtieron. Pero no sabemos si esto ocurrió a través de algún proceso interno desconocido, o por medio de alguna influencia externa indeterminada.
Los astronautas del Apolo XVI descubrieron que las rocas lunares, llamadas brechas, eran el resultado de la destrucción de la roca sólida y su posterior soldadura gracias a un calor extremo y repentino. Pero de nuevo no sabemos cuándo y cómo se hicieron añicos y se refundieron estas rocas. Otros materiales de la superficie de la Luna son ricos en los poco frecuentes, en la Tierra, potasio y fósforo radiactivos, materiales que en la Tierra se encuentran a grandes profundidades. Reuniendo todos estos descubrimientos, los científicos afirman ahora que la Luna y la Tierra, formadas más o menos con los mismos elementos y más o menos por el mismo tiempo, evolucionaron como cuerpos celestes separados. En opinión de los científicos de laAdministración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos (N.A.S.A.), la Luna evolucionó «normalmente» durante sus primeros 500 millones de años. El período más catastrófico llegó hace 4.000 millones de años, cuando enormes cuerpos celestes se estrellaron en la Luna y formaron sus inmensas cuencas y sus altísimas montañas. Las ingentes cantidades de materiales radiactivos dejados por las colisiones comenzaron a calentar la roca por debajo de la superficie, fundiendo enormes cantidades de ésta y forzando mares de lava a través de las grietas de la superficie. El Apolo XV encontró un deslizamiento de rocas en el cráter Tsiolovsky, seis veces más grande que cualquier deslizamiento de rocas en la Tierra. El Apolo XVI descubrió que la colisión que creó el Mar de Néctar depositó escombros hasta a 1.600 kilómetros de distancia. El Apolo XVII alunizó cerca de un acantilado ocho veces más alto que cualquiera de la Tierra, lo que significa que se formó por un terremoto ocho veces más violento que cualquier otro terremoto en la historia de la Tierra. Las convulsiones que siguieron a este suceso cósmico continuaron durante unos 800 millones de años, de modo que la composición y la superficie de la Luna adoptaron por fin su forma helada hace alrededor de 3.200 millones de años. Así pues, los sumerios tenían razón al representar a la Luna como un cuerpo celeste por derecho propio. Y, como veremos, también nos dejaron un texto que explica y describe la catástrofe cósmica a la que se refieren los expertos de la NASA.
Según Zecharia Sitchin, en El 12º Planeta, se nos ofrece por primera vez una explicación cosmogónica-científica coherente de los acontecimientos celestes que llevaron a la desaparición del «planeta perdido» y a la resultante creación del cinturón de asteroides, además de los cometas y de la Tierra. Después de que el planeta Nibiru, o Marduk, partiera en dos al planeta Tiamat, situado entre Marte y Júpiter, junto con sus satélites, otro satélite empujó la mitad superior a una nueva órbita, dando así origen a la Tierra. Después Nibiru, en su segunda órbita, hizo pedazos la parte inferior y la esparció formando el cinturón de asteroides y los cometas. Todos los enigmas tienen respuesta en «La Epopeya de la Creación», descifrada de este modo. Además, también disponemos de respuesta a la pregunta de por qué los continentes de la Tierra se concentran en uno de sus lados mientras, en el lado opuesto, queda una enorme cavidad en el lecho del Océano Pacífico. Las referencias constantes a las «aguas» de Tiamat son también esclarecedoras. A Tiamat se le llamó el Monstruo del Agua, y esto explicaría por qué la Tierra, como parte de Tiamat, fue dotada también con esta agua. De hecho, algunos estudiosos modernos denominan a la Tierra «Planeta Océano», pues es el único de los planetas conocidos del sistema solar que aparentemente ha sido bendecido con estas aguas dadoras de vida, aunque en un pasado remoto parece que Marte también tuvo mares y ríos. Tiamat ha sido desgarrada: su mitad despedazada es Cinturón de Asteroides; la otra mitad, la Tierra, es empujada a una nueva órbita por uno de los satélites de Nibiru. El principal satélite de Tiamat, Kingu, se convierte en la Luna de la Tierra; el resto de satélites componen ahora los cometas. Pero hay otras teorías que presentarían a la Luna como un satélite artificial. Siempre se nos ha enseñado que la Luna es un satélite natural, pero esta teoría se ha puesto en evidencia en los últimos años. Hay varios argumentos que ponen en duda la idea de que la Luna provenga de una formación natural: Por otro lado, aproximadamente el 70% de la composición de la Luna difiere de la de la Tierra, por lo que se descartaría la hipótesis de que nuestro satélite se formó a partir de la Tierra. La antigüedad de la Luna se calcula en unos 10.000 millones de años, mientras que la edad de los planetas que forman nuestro Sistema Solar es de unos 4.000 a 4.500 millones de años, por lo que la idea de que fuera expulsada como una enorme roca incandescente del Sistema Solar no parce viable.
La desproporción del tamaño de la Luna respecto de la Tierra es otro factor a tener en cuenta. En comparación con el resto de los satélites del Sistema Solar con respecto a sus respectivos planetas, posee el tamaño más grande, ya que representa alrededor de un cuarto del diámetro de la Tierra. Si la Luna proviniese de cualquier otro lugar del espacio, sería difícil creer que simplemente quedó atrapada por la gravedad de la Tierra manteniendo su órbita circular casi perfecta. Si examinamos con más detenimiento los cráteres de la Luna no es difícil advertir que no poseen la concavidad esperable tras los impactos sobre una base como ocurriría con la Tierra. Parece como si existiese una coraza, una superficie mucho más dura que no absorbiera los golpes naturalmente. Cuando se produce un eclipse de Sol, la Luna tapa a la perfección el disco solar. Teniendo en cuenta la diferencia de tamaño de ambos y la diferencia de sus respectivas distancias respecto de la Tierra, sorprende semejante matemática superposición. En Octubre de 2009, la NASA llevó a cabo una misión en la Luna con el objetivo de hallar hidrógeno. Aunque un mes después encontró agua en un cráter, la realidad es que la primera parte de dicha misión no salió tal y como esperaban. En esta operación pretendían hacer impactar sobre la superficie lunar, exactamente en el cráter Cabeus, una nave a 9.000 km/h. El objetivo era buscar hidrógeno en la Luna. Para ello querían lograr un impacto que generase una nube de polvo que se elevara unos 10 km. Todo sucedió según lo planeado, salvo que la altura del polvo fue mucho menor de lo pronosticado, para sorpresa de todos los que controlaban el proyecto. Esto confirmaría la teoría de la especial dureza del suelo lunar. Vasin y Sherbakov, dos científicos rusos, explicaron, entre otras muchas cosas, que detectaron gases que escapaban por grietas de la superficie lunar como consecuencia de oquedades rellenas de gases, que formarían algún tipo de atmósfera interior. Por otra parte, rocas traídas de la superficie lunar por los astronautas del Apolo XVI contenían hierro oxidado. Recordemos que toda oxidación necesita oxígeno e hidrógeno, así como hierro y agua. En relación a la asimetría geográfica, deberíamos preguntarnos por qué un 80% de los mares lunares se encuentran en el lado derecho del satélite. Según experimentos científicos llevados a cabo en la Luna, no parece que en su núcleo tenga lava fundida. Por el contrario, la respuesta de la Luna a los impactos es la emisión de un sonido agudo semejante a las vibraciones de una campana. Ello haría pensar en una especie de escudo metálico. Cuando el cohete Saturno impactó sobre la superficie de la Luna, los sismógrafos detectaron una vibración de 3 horas y 20 minutos que llegaba a una profundidad de 35 a 40 km., poniendo de manifiesto el efecto campana.
Pero no solo con la Luna hay la impresión de que pueda ser un enorme satélite artificial. Hay otros ejemplos de artificialidad en algunos satélites. Es el caso de Iapetus, en la órbita de Saturno, donde se observa un ensamblaje por el centro en el que se observa un pliegue, como una arista, de unos 18 kilómetros de altitud. Dice Aristóteles en la Constitución de Tagues que los bárbaros de Arcadia son quienes tienen derecho a la Tierra, por vivir en ella antes de que la Luna surgiera. Plutarco habla de los arcadios como pueblo pre lunar en su Historia Romana. Apolonio Rodio, como otros escritores antiguos, comenta sobre esa época “en la que no existía ninguna Luna en el cielo”. En las crónicas tibetanas y en leyendas eslavas se lee que en tiempos antediluvianos no había Luna en el cielo. Que la Luna fue capturada por la Tierra hace unos 13.000 años aparece escrito en el misterioso Libro de las Revelaciones, de la Biblia: “Tú eras temido desde la época del Sol y antes de la época de la Luna”. Teniendo en cuenta que esta fecha coincide bastante con los relatos de Platón, tal vez esta aparición de la Luna produjo el cataclismo que hundió la Atlántida. Según los científicos rusos M. Vasin y A. Sherbakov, no se entiende que la Luna sea lo que es y esté donde está sin una intervención extraterrestre, evidentemente dotada de una muy evolucionada tecnología. No se trata de un satélite natural, sino de un planetoide hueco. La describen así: “Probablemente, tiene una capa doble la base, un denso armazón blindado de un espesor de unos 30 Km, y sobre él una cubierta menos compacta, una capa más fina, de unos 4,5 Km.”. Los conocidos como mares lunares son planicies extensas, oscuras y basálticas de la superficie lunar, conformadas por afloramientos basálticos en erupciones provocadas por impactos de meteoritos. También son definidas como cuencas bajas de contornos casi circulares rellenas de lava. Los primeros astrónomos los denominaron así al confundirlos visualmente con auténticos mares. Son fácilmente distinguibles en la superficie de la Luna debido a su color oscuro, ya que reflejan menos la luz del Sol que las zonas lunares altas. Su suelo se creó a lo largo de miles de años por el impacto de meteoritos en la superficie, que perforaron la corteza del satélite produciendo enormes cuencas de impacto, las cuales fueron luego aparentemente rellenadas por magma procedente del supuesto manto lunar.
Debido a que el regolito, que conforma gran parte del suelo lunar, refleja más la luz que el basalto de los mares, estos últimos se perciben como grandes manchas oscuras que contrastan con el resto de la superficie. Regolito es una capa de materiales no consolidados, alterados, como fragmentos de roca, granos minerales y todos los otros depósitos superficiales, que descansa sobre roca sólida inalterada. Los mares recubren el 16% de la superficie lunar y se encuentran, sobre todo, en la cara visible. Los pocos que se hallan en la cara oculta son mucho más pequeños y están llenos de enormes cráteres en los que fluyeron cantidades más exiguas de basalto. Ejemplo de este tipo de accidente es el denominado Mare Crisium, situado a 17ºN-59ºE, formando una enorme extensión del material denominado regolito. Se cree que esta distribución irregular se debe al fenómeno de rotación síncrona, que hace que la Luna emplee el mismo tiempo en girar sobre sí misma que en dar una vuelta a la Tierra, por lo que siempre se observa la misma cara. Al ser los mares más densos que el resto de la superficie lunar, son atraídos con más fuerza por efecto de la gravedad terrestre. Después de milenios, la rotación de la Luna se ha ralentizado de tal forma que la cara más pesada se orienta siempre hacia la Tierra. La mayor parte de las erupciones volcánicas que formaron los mares tuvieron lugar a través de las fisuras de las oquedades de los impactos. La lava basáltica fue fluyendo a lo largo de diversos períodos, durante milenios, mucho después de que se formaran las oquedades de los impactos. La cara oculta de la Luna es el hemisferio de la Luna no observable desde la Tierra. Eso ocurre debido a que la Luna tarda en rotar sobre sí misma lo mismo que su movimiento de traslación alrededor de la Tierra. Observada desde la Tierra, sólo se nos oculta el 41 % de la superficie lunar, es decir unos 15,5 millones de km², que es imposible observar desde nuestro planeta. Este hemisferio estuvo oculto a la vista humana hasta que la sonda automática soviética Luna 3 lo fotografió por primera vez el día 7 de octubre de 1959. Como la Luna tarda el mismo tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en torno a la Tierra, presenta siempre la misma cara. Esto se debe a que la Tierra, por un efecto llamado gradiente gravitatorio, ha frenado completamente a la Luna. La mayoría de los satélites regulares presentan este fenómeno respecto a sus planetas. En los programas de establecimiento de una base lunar estable se ha planeado emplear el hemisferio oculto para la instalación de instrumentos de observación destinados al estudio del firmamento, ya que aquél está más protegido de la influencia de la Tierra que el hemisferio visible.
El hemisferio oculto es una zona mucho más accidentada que el hemisferio visible. En este hemisferio no existen grandes mares, como sucede en el visible. Únicamente se localizan los maresMoscoiense, Orientale e Ingenii, compartiendo asimismo con el hemisferio visible el Mare Australe, aunque estas cuencas son de bastante menor tamaño que las de la cara visible. Sí existen, sin embargo, gigantescos cráteres o circos lunares mayores que los del otro hemisferio, pudiéndose encontrar algunos como Apolo, de hasta 520 km de diámetro. Debido a que han sido las naves soviéticas las primeras en fotografiar esta cara oculta lunar, la mayoría de los accidentes tienen nombres de científicos y personajes rusos. Apolo XI fue una misión espacial tripulada de Estados Unidos, cuyo objetivo fue lograr que un ser humano caminara en la superficie de la Luna. La misión se envió al espacio el 16 de julio de 1969, llegó a la superficie de la Luna el 20 de julio de ese mismo año y al día siguiente logró que dos astronautas, Armstrong y Aldrin, caminaran sobre la superficie lunar. De todos modos hay quienes argumentan que este paseo lunar fue un fraude. La misión está considerada como uno de los momentos más significativos de la historia de la Humanidad. La tripulación del Apolo XI estaba compuesta por el comandante de la misión, Neil A. Armstrong, de 38 años; Edwin E. Aldrin Jr., de 39 años; y Michael Collins, de 38 años y piloto del módulo de mando. La denominación de las naves, privilegio del comandante, fue Eagle para el módulo lunar y Columbia para el módulo de mando. El comandante Neil Armstrong fue el primer ser humano que pisó la superficie de nuestro satélite, el 21 de julio de 1969 a las 2:56 (hora internacional UTC) al sur del Mar de la Tranquilidad, seis horas y media después de haber alunizado. Este hito histórico se retransmitió a todo el planeta desde las instalaciones del Observatorio Parkes (Australia). Inicialmente el paseo lunar iba a ser retransmitido a partir de la señal que llegase a la estación de seguimiento de Goldstone (California, Estados Unidos), perteneciente a la Red del Espacio Profundo, pero ante la mala recepción de la señal se optó por utilizar la señal de la estación Honeysuckle Creek, cercana a Camberra (Australia). Ésta retransmitió los primeros minutos del paseo lunar, tras los cuales la señal del Observatorio Parkes fue utilizada de nuevo durante el resto del paseo lunar. El 24 de julio, los tres astronautas lograron un perfecto amerizaje en aguas del Océano Pacífico, poniendo fin a la misión.
Los lectores de cierta edad recordarán aquel histórico alunizaje del Apolo XI, en julio de 1969. Pero pocos saben quizá que durante dicho viaje ocurrieron cosas que no han sido comunicadas oficialmente. Hay un artículo que Sam Pepper publicó en el semanario National Bulletin, de Montreal, el 29 de setiembre de 1969 y en el que aparece, para sorpresa de todos, la conversación sostenida entre Armstrong y Aldrin a su regreso al módulo lunar. Un radioaficionado había captado la onda con la que transmitía el «Command Module Radio Columbia» y de este modo logró cubrir y llenar los dos minutos de retraso que el control de Houston establecía antes de enviar los mensajes de la Luna a las estaciones de televisión. Esos dos minutos de «demora» daban tiempo a la NASA para censurar el mensaje original recibido y para emitir nuevamente lo que habían grabado en videotape y consideraban apto para ser divulgado al mundo entero. Muchos radioaficionados confirmarían posteriormente la noticia publicada por Sam Pepper. Pero he aquí el texto íntegro de dicha conversación: «Houston (H.). “¿Qué es, diablos, qué es? ¡Es lo único que quiero saber!”. »Armstrong y Aldrin (A. y A.) “Estas pequeñas cosas son gigantescas, son enormes… No, no, lo de ahora era una desfiguración óptica del terreno. ¡Oh, Dios, nadie lo va a creer!“. »H. “¿Qué… qué… qué diablos está ocurriendo allí? ¿Qué os pasa, chicos?“. »A. y A. “Están allí, bajo la superficie“. »H. “¿Qué hay allí? (Desfigurado, ruidos.) Emisión interrumpida, interferencias… Control llamando a «Apolo XI»“. »A. y A. “Roger, estamos aquí los tres, pero vimos unos visitantes. Estuvieron aquí un rato, observando los instrumentos“. »H. “Orden de control: ¡repetid el último informe!”. »A. y A, “Digo que había otras astronaves. Están alineadas en el otro borde del cráter“. »H. “¡Repetid, repetid!”. »A. y A. “Dejadnos sondear esta órbita y a casa… Relé automático conectado… Mis manos tiemblan tan fuerte que no puedo hacer nada. ¿Filmar? Cielos, sí, esas malditas cámaras han filmado“. »H. “¿Habéis captado algo?”. »A. y A. “No tenía ninguna película a mano (desfigurado), tres disparos de los platillos o de lo que fuera pueden haber estropeado la película“. »H. “Control de mando; aquí, control de mando. ¿Estáis ya en camino? ¿Qué hay con ese jaleo de los ovnis? Cambio“. »A. y A. “Han aterrizado ahí. Están en la Luna y nos observan“. »H. “Los espejos, los espejos. ¿Los habéis colocado?“. »A. y A. “Sí, los espejos están en su sitio. Pero quien haya fabricado semejantes astronaves puede seguramente venir y quitarlos mañana mismo del suelo. Cambio y fuera»”.
Este sensacional diálogo entre dos de los más destacados astronautas y la base de control, en Houston, fue ratificado por otros radioaficionados que lograron captar la onda del «Columbia». Pero también en España hubo testigos directos de dicho diálogo. Semanas más tarde, y cuando J.J. Benítez conversaba en Madrid con un piloto y popular presentador de Televisión Española sobre el referido y «censurado» diálogo, le comentó: «Recuerdo que aquella noche me encontraba yo en una de las salas de la estación de seguimiento de Robledo de Chávela. Y en un determinado momento de la transmisión, nos ordenaron que abandonásemos la sala. Al salir pude escuchar a Armstrong que decía: “¡Un momento, un momento…!” Aquello significaba, indudablemente, que había sucedido algo importante. Y Houston no estaba interesado en que se diera a conocer…». Pero los testimonios en relación con este misterioso capítulo de los viajes «Apolo» a la Luna no terminan ahí. El doctor Glenn Seaborg, premio Nobel de Física y presidente de la Comisión Estadounidense de Energía Atómica, escribía también en diciembre de 1969 en su artículo «Los desconocidos de la Luna»: «Varias percepciones de los astronautas de “Apolo XI” y “XII” indican que en un tiempo no determinable con exactitud aterrizaron otros seres no terrestres. Unas fotos que no se han publicado hasta la fecha, tomadas por el “Apolo XI”, demuestran en diversos lugares de la Luna huellas clarísimas, cuyos contornos son extraordinariamente precisos. Posiblemente aterrizaron allí anteriormente otras astronaves que utilizaron la Luna como estación de enlace». A lo largo del vuelo del Apolo 12 ocurrieron igualmente «cosas muy extrañas». El 15 de noviembre de 1969, a las 14 horas 18 minutos, la tripulación de dicha nave «Apolo» comunicaba a Houston: “Desde ayer nos acompaña otro objeto volador, lo podemos ver a través de nuestras ventanas cuando el ángulo de la nave es de 35 grados. ¿Qué puede ser?”.Y aproximadamente a las 10 horas 25 minutos tenía lugar la siguiente conversación entre los astronautas y la base de control: «Apolo XII (A.). “O.K. ¿Qué puede ser?“. »Houston (H.). “O.K. Regresamos a nuestro tablero de dibujo“. »A. “El objeto es muy luminoso y rueda, sin duda alguna. Su rotación es de 1,5 revoluciones por segundo o, al menos, emite señales en este intervalo. Dick os dirá hacia qué estrella se dirige“. »H. “Tal como vemos estas cosas desde abajo, las tablas de revestimiento SLA no recibieron suficiente DELTA V (aproximadamente un pie por segundo) al separarse. Los revestimientos SLA deben de estar a unos trescientos metros de vosotros“»
En este momento, el astronauta Conrad interrumpió la conversación y dijo: «Uno de los objetos, sea lo que sea, acaba de salir de su órbita y se aleja de nosotros a gran velocidad». Y prosiguió el diálogo entre Houston y la nave: «A. “Podría ser, pero, por Dios, justamente cuando dimos la vuelta vi una de estas “tablas” a gran altura salir de nuestra proximidad. Creo que esa “tabla” se alejó con gran rapidez, a más de un pie por segundo“. »H. “Como no tenemos ni idea de cómo desaparecieron o cómo podría ser su órbita, es tremendamente difícil decir qué diablos era“. »Gordon. “O.K. Supongamos que era pacífica, como parecía…“». Pero los testimonios de los astronautas sobre la presencia de ovnis en la Luna y, por supuesto, en la Tierra, son muchos para relatarlos todos. Basten, simplemente, estos reveladores diálogos entre Houston y los cosmonautas norteamericanos para hacernos una idea del férreo secreto que han adoptado los gobiernos en relación con el tema ovni. Maurice Chatelain, experto en comunicaciones de la NASA, confirmó que un retardo de tiempo en la transmisión del diálogo entre el centro de control y el Apolo XI permitió a la NASA censurar la información referente a los visitantes. También cierto profesor, que desea permanecer en el anonimato, mantuvo una conversación con Neil Armstrong durante un simposio: – Profesor: “¿Qué ocurrió realmente con Apolo XI?”. – Armstrong: “Fue increíble; claro, pero el hecho es que nos advirtieron que debíamos irnos. Nunca se nos dijo nada sobre una estación lunar“. – Profesor: “¿Qué quiere decir con eso de que “nos advirtieron que debíamos irnos?“. – Armstrong: “No puedo entrar en detalles, excepto para decir que sus naves eran muy superiores a las nuestras en tamaño y tecnología“. – Profesor: “¡Pero la NASA envió otras misiones después de Apolo XI!”. – Armstrong: “Naturalmente, la NASA estaba comprometida en esa época y no podía arriesgarse a desatar el pánico en la Tierra. Pero sí, fue algo rápido y de ida y vuelta“. Según el Dr. Vladimir Azhazha, presidente del Centro de ovnis de Moscú: “Neil Armstrong transmitió al Centro de Control un mensaje de que dos objetos grandes y misteriosos los observaban cuando alunizaron. Pero este mensaje nunca fue oído por el público, ya que la NASA lo censuró“. El Dr. Aleksandr Kasantsev afirma que Aldrin hizo un filme de color de los ovnis desde el interior del módulo. Más tarde, en 1985, el astronauta Gordon Cooper, hizo una alarmante advertencia: “Creo que vehículos extraterrestres y sus tripulaciones nos están visitando desde otros planetas, y que están técnicamente más avanzados que nosotros. Considero que necesitamos un programa de alto nivel para recoger y analizar la información referente a cualquier tipo de encuentro y para determinar la mejor manera de relacionarnos amistosamente con estos visitantes“.
Pero los misterios que envuelven la Luna no terminan aquí. Antes de que el hombre pisara la Luna y empezaran las especulaciones sobre lo que allí había sucedido realmente, hubo muchos astrónomos que observaron el satélite de la Tierra y se quedaron atónitos ante lo que sus ojos lograron ver. En 1783, el astrónomo inglés Sir William Herschel, descubridor del planeta Urano y de los satélites de Saturno, vio a través de su telescopio unos puntos luminosos que se movían encima de la superficie lunar, y que no parecían provocados por los efectos de la luz del Sol. Más tarde, otro astrónomo apellidado Loomis observó pequeñas luces atravesando la Luna a gran velocidad en el año 1821. Y precisamente en esta época, el doctor Glenn Seabor, presidente de la Comisión Norteamericana de Energía Nuclear, declaró que en la Luna estaban pasando cosas extrañas que eran dignas de ser estudiadas debidamente. Recordemos que en esta época aún no se hablaba del fenómeno ovni ni de viajes lunares. Uno de los primeros hechos significativos sucedió en 1915, cuando el científico norteamericano Bernard Thomas vio desde elObservatorio de Tasmania una luz situada en el mar de la Crisis. Al mismo tiempo, el Observatorio Nacional de París informó que había presenciado la misma luz, que se asemejaba a un muro en el circo de Aristeo, en la Luna. Siete años más tarde, F. Burnet fue el astrónomo que vislumbró, a través de su telescopio, tres elevaciones perfectamente regulares que le recordaron a unas pirámides. Pero no fue hasta más adelante, cuando la noticia que dio John O’Neil, aficionado a la astronomía y redactor científico del periódico The New Herald Tribune, empezó a llamar la atención pública. O’Neil declaró haber hallado una construcción que tenía forma de puente en el borde del mar de la Crisis. El profesor H. P. Wilkins, el creador del mapa más preciso de la Luna que se hizo hasta su época, confirmó haber visto el mismo puente. Los interesados en el fenómeno ovni aseguran que los astronautas que hablaron demasiado fueron dados de baja en la NASA. Uno de los casos más conocidos es el de Gordon Cooper, integrante del proyecto Mercury, piloto de la nave Mercury en 1963 y del Geminis V en 1968. Poco después de que el Apolo XI fuera enviado a la Luna, se declaró partidario a la existencia de vida extraterrestre y de los ovnis. Incluso organizó expediciones por América del Sur con el fin de encontrar y estudiar vestigios de antiguas civilizaciones y explorar las pirámides. Existen imágenes de la superficie lunar donde se muestran líneas rectas de cientos de kilómetros, círculos y cuadrados que supuestamente corresponderían a ciudades y edificios. En las fotografías que tomó la NASA hay centenares de fotos censuradas que aparentemente quieren ocultar algo.
Richard C. Hoagland, ex asesor de la NASA, en su libro Lunar anomalies, postuló que las formaciones circulares de la Luna son restos de antiguas construcciones que servían para proteger las ciudades lunares. También afirma que las construcciones lunares son más grandes que las de la Tierra, ya que allí una torre llega a alcanzar los 12 km. de altura. En el cráter Uker puede distinguirse un triángulo equilátero en su interior. En 2006 se celebró una conferencia de prensa en Washington convocada por Ken Johnston, director de la Sección de Conservación de Fotos del Laboratorio de la NASA, en relación a la Luna. Ken Johnston fue despedido repentinamente el 23 de octubre, junto con el ex asesor de la NASA Richard Hoagland. Ambos habían participado en el proyecto Apolo, y Richard Hoagland estuvo presente en la transmisión del alunizaje del Apolo por televisión. Johnston afirmó lo siguiente: “En los años 70, astronautas norteamericanos vieron y registraron, con cámaras fotográficas, vestigios de construcciones humanas de remota antigüedad en la Luna, y fotografiaron algunos de los vestigios tecnológicos. Al regresar a la Tierra, me entregaron las fotos. Pero dirigentes de la NASA me ordenaron destruirlas, aunque yo las guardé de forma secreta“. Casi 40 años después, Johnston decidió publicar estas fotos. Al mismo tiempo, acusó a la NASA de manipularlas, pues todas las fotos oficialmente dadas a conocer pasaron por un tratamiento especial. Especialmente las fotos del alunizaje. Hoagland dijo: “Los astronautas también trajeron de regreso algunos productos artificiales, cuyas tecnologías ya han sido utilizadas por Estados Unidos, Rusia, China, India y Japón. Estos países están llevando a cabo una nueva contienda por la Luna. Que yo sepa, los norteamericanos trajeron de regreso a la Tierra un secreto sorprendente descubierto durante la permanencia de los astronautas en la Luna y mantuvieron en confidencialidad este secreto durante muchos años. La nueva contienda tendrá un desenlace y, a diferencia de la competencia política con Rusia hace 50 años, este desenlace decidirá el destino de todos y cada uno de los seres humanos de la Tierra“. Puede que anteriores generaciones de la Tierra, remotas y avanzadas civilizaciones olvidadas por el tiempo, llegaran hasta la Luna y edificaran monumentales construcciones que han permanecido por millones de años. Puede ser que civilizaciones extraterrestres poblaran la Luna, y lo sigan haciendo en su cara oculta, siempre llena de misterios. Muchos se preguntan por qué la Luna está siempre con la misma cara orientada a la Tierra. Si vemos la Luna en cualquier momento, además de los cambios de fase constantes causadas por los cambios en las posiciones relativas de la Tierra, la Luna y el Sol, nos daremos cuenta de que la Luna siempre mantiene la misma cara hacia nosotros.
Su aparente no rotación se debe a su interacción con la Tierra. Tanto la Tierra como la Luna son grandes pedazos de roca, en el que nuestro satélite natural se mantiene en órbita alrededor de nuestro planeta, o más precisamente, los dos cuerpos orbitan alrededor de un centro común de gravedad, conocido como baricentro. Resulta que este punto está muy cerca de nuestro planeta, por lo que hay una sensación de que la Luna órbita alrededor de la Tierra. La órbita de la Luna es elíptica, llevándola más lejos de la Tierra en un punto llamado apogeo (406,000 km.), y un punto más cercano que se llama perigeo (356,000 km.). Y su órbita alrededor de ambos objetos gravitacionales hacen que ‘tiren’ un poco el uno al otro. Este tirón crea una protuberancia en la luna, y en menor medida en la Tierra, lo que conocemos como mareas. El sentido común sugiere que estas dos protuberancias de marea están perfectamente alineadas unas con otras, pero en realidad no lo están. De ese modo, la gravedad de la Tierra disminuye la velocidad de rotación de la Luna. Y ya que es igual al tiempo que tarda la Luna en viajar alrededor del baricentro, el efecto se estabiliza. Como resultado, la luna gira alrededor del baricentro y sobre ella misma al mismo tiempo, una vez por órbita, por lo que sólo se ve un poco más de la mitad del satélite natural, un efecto llamado “rotación sincronizada“, que también se observa en otros planetas del sistema solar. Así, el efecto de las fuerzas de marea ejercidas en los dos cuerpos crea las salientes que resultan en el mismo hemisferio lunar hacia la Tierra. Otro efecto de las mareas es que la Luna está acelerando lentamente en su órbita, haciendo que se aleje de nosotros a una velocidad algo menor a los 4 centímetros por año. La naturaleza elíptica de la órbita de la Luna significa que su velocidad varía, según lo descrito por una de las leyes de Kepler. Debido a esta variación, combinada con el hecho de que la órbita de la Luna está ligeramente inclinada con respecto al plano de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, hace que el 59% de la Luna sea visible desde la Tierra. Algunas teorías sobre la formación de la Luna, explican que la Luna pudo surgir a partir de la colisión de un planetoide del tamaño de Marte, llamado Theia u Orfeo, contra nuestra Tierra, y como consecuencia del material expulsado a la órbita de esta. Así es como creen algunos científicos que se formó nuestra Luna y, por tanto, la primera consecuencia de que nuestra Luna no existiese, es que nunca se habría producido esa supuesta colisión planetaria entre Theia y la Tierra. Esta hipotética colisión aportó la masa necesaria para convertir a la Tierra en el planeta que conocemos hoy y con el tamaño actual.
La Tierra podría ser hoy un planeta similar a Marte, de tamaño más reducido. En esa supuesta colisión, el núcleo de Theia se incorporó al núcleo de nuestro planeta, dando como resultado, probablemente, un campo magnético más fuerte y protector, permitiendo al planeta retener su atmósfera. O mejor dicho, permitiendo que no la perdiese tan rápidamente como su vecino: Marte. Es posible que nuestro pequeño planeta estuviese cubierto casi en su totalidad de agua, de tal modo que solo las montañas más elevadas, como el Everest, sobresaliesen por encima del nivel del mar. Con la colisión, buena parte del agua contenida en el manto terrestre debió vaporizarse en el espacio y, tal vez, una pequeña cantidad fuese a parar al naciente satélite, dejando en nuestro planeta la proporción suficiente de agua para permitir la existencia de grandes extensiones de tierra. Hay científicos que creen que esa colisión es la clave de la aparición de vida en la Tierra, al provocar la aparición de una atmósfera reductora, esencial para su surgimiento. Esa colisión, podría haber acelerado enormemente la aparición de vida en la Tierra. De hecho, la existencia de las gigantescas mareas lunares que acontecieron cuando la Luna estaba mucho más cerca de la Tierra, unas mil veces más altas que las actuales, contribuyeron a llenar más rápidamente los océanos primitivos con los componentes químicos necesarios para que la vida evolucionara. Sin esa colisión es posible que la vida también hubiese evolucionado en nuestro planeta. Aunque, sin duda, sería muy diferente. Al tratarse principalmente de un mundo oceánico, cualquier especie inteligente probablemente viviría en el mar. En tierra firme, en las pocas islas existentes, la vida quizá no se habría desarrollado y nuestra existencia sería altamente improbable. Hay científicos que sugieren que la Luna ha jugado un papel importante en el desencadenamiento de la convección en la Tierra debido a las fuerzas de marea que, al contrario que en otros planetas, ha culminado en la tectónica de placas donde la corteza terrestre se sumerge en el manto, reciclándose continuamente. Otros, sin embargo, creen que lo que realmente ha permitido la tectónica de placas es el hecho de que el 70% de la corteza terrestre fuese expulsada al espacio debido al impacto. Si todo esta material se devolviese a la tierra, cubriendo las cuencas oceánicas, no existiría espacio entre continentes para que las placas se moviesen. Al devolver a su lugar toda la corteza originalmente expulsada, todo el océano se vería desplazado cubriendo casi por completo el planeta. Sin tectónica de placas, no se formarían nuevos cinturones montañosos y nuestro planeta sería un mundo acuático donde solo sobresaldrían por encima del nivel del mar algunos volcanes. Como puede verse, algunas de las implicaciones derivadas de no haberse producido esa colisión son muy importantes.
Cuando hablamos de miles de millones de años, es muy difícil afirmar que algo ocurrió realmente pues, aunque tenemos pistas, pruebas e indicios, la escala de tiempo es enorme. Por eso existen diferentes teorías al respecto y es trabajo de los científicos aportar pruebas que las validen o las refuten. Sin embargo, todas ellas son impresionantes. Aunque podamos pensar que la Tierra y su Luna están moviéndose, en perfecta sincronía, en la inmensidad del Sistema Solar. La Luna mantiene la inclinación media del eje de la Tierra en los 23º, lo cual mantiene la estabilidad terrestre, además de permitir las estaciones y el clima que conocemos en la actualidad. Aún con nuestra Luna se producen desviaciones en esa inclinación y, de hecho, algunos científicos piensan que una de esas desviaciones, de tan solo un grado, provocó que el Sahara se transformase en un desierto. Sin Luna, la inclinación del eje de la Tierra comenzaría fluctuar caóticamente entre 0º y 90º, a lo largo de millones de años. Esto podría provocar drásticos cambios climáticos, convirtiendo nuestro planeta en un entorno muy hostil, con temperaturas que en verano podrían llegar a superar los 100 ºC y en invierno descender por debajo de los -78 ºC. Los casquetes polares se deshelarían, aumentando el nivel de los océanos, provocando la desaparición de islas y la anegación de las costas. Si la inclinación de la tierra fuese cercana a 0º, con el plano ecuatorial coincidiendo con el plano orbital, cada punto de la Tierra recibiría igual cantidad de luz durante todo el año. No existirían equinoccios ni solsticios, ni existirían las 4 estaciones que conocemos, pues viviríamos en la misma estación durante todo el año, y los días y las noches tendrían la misma duración. Si la inclinación de la tierra fuese cercana a 90º, a medida que se acercasen los solsticios, un polo miraría directamente al Sol, mientras en el otro reinaría la noche. Sin Luna, la rotación de la Tierra no se hubiese ralentizado tanto debido al efecto de las mareas, pues tan solo el Sol tendría influencia en ellas. El planeta giraría tres veces más rápido que en la actualidad y los días tendrían una duración en torno a las 8 horas, con 3 o 4 horas diarias de luz. Al rotar más rápidamente la Tierra, los vientos serían más fuertes y rápidos, con velocidades medias que podrían ser de 160 Km/h y huracanes realmente devastadores. Complejo es que en un entorno tan cambiante y hostil como este, formas de vida complejas puedan evolucionar, especialmente sobre la superficie terrestre. Toda vida en nuestro planeta habría sufrido una evolución muy diferente sin la existencia de la Luna.
Hay numerosos organismos que se han adaptado, en las costas, a las condiciones de agua salada basadas en el flujo y reflujo de las mareas. Al verse afectadas las mareas por la desaparición de la Luna, también estas especies habrían sufrido una evolución diferente. Las especies habrían tenido que adaptarse para soportar vientos habituales de 160 Km/h e incluso superiores a 300 Km/h. Árboles altos y con raíces poco profundas no habrían podido desarrollarse en nuestro planeta. Cualquier especie incapaz de mantenerse estable con estos vientos tendría difícil evolucionar en nuestro planeta. Las noches serían mucho más oscuras, lo que habría afectado a todas las especies que han evolucionado para adaptarse a las condiciones de luz que nos ofrece la Luna. Incluso nosotros, suponiendo que igualmente hubiésemos aparecido sobre la Tierra, nos veríamos afectados, pues nuestro comportamiento también ha estado adaptado a las fases lunares a lo largo de la historia, marcando cuando podíamos cazar, recolectar o incluso concebir. Al no tener una Luna no podríamos disfrutar de uno de los espectáculos más impresionantes que se pueden observar. Los eclipses han tenido gran influencia en nuestra cultura, siendo en el pasado presagio de hambrunas, epidemias e incluso de la muerte de reyes, o siendo aprovechado por los sacerdotes para atemorizar al pueblo y mantener su prestigio y estatus social. Por supuesto, también han influido en nuestra ciencia, pues la primera evidencia de la existencia del helio se obtuvo durante un eclipse, y también un eclipse permitió que la teoría de la relatividad de Einstein pudiese ser comprobada, al observar la curvatura de la trayectoria de la luz al pasar cerca del Sol. Observar los eclipses lunares y solares, así como el ciclo de las fases lunares, permitió predecir los movimientos del Sol y de la Luna, así como las distancias y tamaños de los objetos celestes. En el futuro, la Luna servirá de plataforma de repostaje y de lanzamiento de naves a otros planetas, pues es mucho más barato hacer despegar una nave desde la Luna que desde la Tierra, a causa de su reducida gravedad. La Luna será una estación intermedia en nuestra exploración del Sistema Solar. En ella construiremos bases permanentes y extraeremos los recursos necesarios para repostar nuestras naves en misión a otros planetas. Sin la Luna nuestra conquista del Sistema Solar sería enormemente más costosa y se vería retrasada. Es realmente difícil imaginar cómo sería nuestro planeta sin su satélite.
Existe una teoría basada en la existencia de cuatro lunas, que además estarían asociadas con las eras geológicas. Hanns Hörbiger (1860 – 1931) fue un ingeniero y astrónomo austríaco. Además fue el gran gurú de la ciencia del régimen nazi. Es recordado especialmente por su teoría cosmogónica glacial. Según Hans Hörbiger, en su libro “Mundos de hielo”, nuestros cielos conocieron otras lunas y la actual es la cuarta. Podemos pensar que una gran variedad de especies han podido surgir y también desaparecer a lo largo de los tiempos, sin dejar rastro, Es por este motivo que hablamos de una era Primaria, una era Secundaria, una era Terciaria y una era Cuaternaria, la actual. Según esta teoría, cada luna se acerca a la Tierra lentamente y durante un intervalo de algunos cientos de miles de años su atracción es poderosamente fuerte. En ese período la distancia entre la Tierra y la Luna es de solamente 2 a 3 diámetros terrestres, lo que da lugar al crecimiento desmesurado de los seres vivos. Por esto nos sorprenden los grandes dinosaurios, animales de hasta 30 metros de altura. Debido a esta aproximación de la luna, las radiaciones cósmicas son enormes y se producen dramáticas mutaciones que hacen ampliar los cráneos. Los animales comienzan a caminar erguidos, mientras que otros empiezan la aventura del vuelo. Hacen su aparición los primeros mamíferos y tal vez mediante mutaciones aparecen los primeros hombres hace 15 o 20 millones de años, cuando esta luna orbitaria muy cerca de la Tierra. Pero la segunda luna llega a su fin y estalla, cayendo sus restos sobre la Tierra. Algunas especies sobreviven a la catástrofe y deben adaptarse a las nuevas y terribles condiciones. La tercera luna también se acerca a la Tierra, por lo que las aguas de los mares crecen en mareas incontenibles y los hombres de hace un millón de años suben a las altas montañas con sus Reyes y sus Maestros. Se trata de los Gigantes, que desarrollan nuevos centros de civilización. Se han hallado sedimentos marinos a 4000 metros de altitud en la cadena de Los Andes, que serían las huellas del nivel de las aguas del final del Terciario. Decenas de miles de años más tarde la luna colisiono con la Tierra, el impacto creó una grave subida de los niveles del mar y se produjo algo parecido a un invierno nuclear global. La raza de gigante se extinguió debido a la gravedad terrestre, que se había vuelto demasiado intensa para que pudiesen mantener su gran tamaño. Según Hörbiger, hace unos 12000 años la Tierra capturó a su cuarta luna, nuestra Luna actual. Nuevos cataclismos acompañan esta incursión de la cuarta luna. Los mares se desplazan desde las zonas polares hacia el centro y comienzan los períodos glaciales. La segunda Atlántida desaparece bajo las aguas impetuosas que fluyen del Norte. La Biblia nos habla del Diluvio y de la caída del Paraíso Terrenal. El misterioso Apocalipsis tal vez se refiera a catástrofes que los hombres han vivido.
La cuarta luna, la actual, está muy alta. Pero, según Hörbiger: “Se volverá a derretir y esta cuarta Luna caerá hacia nosotros como sus predecesoras. Y habrá nuevos cataclismos y diluvios. Vendrán los largos siglos de las noches sin Luna y en esos tiempos tendremos otras mutaciones, nuevas razas, oleadas fantásticas de vida nueva nos llevarán una vez más a los reinos de los Gigantes”. En Julio de 1965, la sonda rusa Zond 3 obtuvo una fotografía en la que se aprecia una imagen que tiene todo el aspecto de ser una cúpula semitransparente. Al observar las fotografías realizadas por las primeras sondas lunares, enviadas en los comienzos de la carrera espacial, entre ellas las fotografías del Lunar Orbiter 3 (1966), hay una en la que se ve lo que podría ser una especie de construcción de dos kilómetros de altura, sumamente erosionada, a la que se denomina el Shard, a cuyo lado se encuentra un enorme cubo brillante colgando a unos once kilómetros de la superficie. En otra fotografía del Apolo XVI se puede ver otra especie de torre, que gracias a la sombra se aprecia que tiene una altitud considerable. En 1967, la sonda Surveyor 6 fotografió en la región lunar de Sinus Medii una bruma luminosa sobre la superficie en forma semicircular, que la NASA se apresuró a decir que era debida a una tormenta de partículas de arena provocada por cargas electrostáticas. Pero para otros observadores tiene toda la apariencia de una enorme estructura transparente en forma de cúpula. Del extenso catálogo de imágenes de la NASA, hay algunas de ellas en las que se aprecian extrañas formaciones. Uno de los documentos más significativos es la fotografía 4822 de la misión Apolo X, el vuelo que precedió a la llegada del hombre a la Luna. Pese a que Eugene Cernan y Thomas Stafford no llegaron a descender sobre nuestro satélite, sobrevolaron este en el modulo lunar, y cuando se encontraban apenas a 24 kilómetros de la superficie lunar tomaron esa imagen, en la que observando atentamente se pueden encontrar una serie de detalles que no encajan con lo conocido sobre la Luna. En ella se ve una serie de alineaciones pétreas rectilíneas o formando un cuadrado. Y, sobre todo, lo que parecen dos extraños reflejos de algo que está a varios kilómetros de altura. Con estas y otras pruebas a mano, los ufólogos no estarán satisfechos hasta que la agencia espacial admita oficialmente que sus astronautas han tenido encuentros con ovnis. Pero la NASA ha mantenido un silencio absoluto sobre este tema, por lo que probablemente no se produzca a corto plazo un anuncio al respecto.
En 1879 la Real Sociedad Astronómica Británica cursaba una insólita circular a sus miembros, en la que expresaba el deseo de recibir en su sede cualquier informe de sus asociados en el que se diera buena cuenta de alguna observación anómala sobre la superficie de la Luna. La respuesta no se hizo esperar, ya que durante los dos años que siguieron a su solicitud, las oficinas de la Real Sociedad Astronómica Británica se vieron literalmente inundadas por una avalancha de relatos en los que de describían desde la observación de luces que recorrían el interior de ciertos cráteres, hasta explosiones volcánicas de cierta magnitud. El abultado número de informes recibidos, que supero los dos millones, obligo a la sociedad a cancelar su proyecto de análisis y a no emitir ninguna opinión concluyente sobre tan extraña materia. En cualquier caso, lo que realmente puso de manifiesto aquella unánime reacción de los astrónomos británicos es que ninguno de aquellos relatos resultaba nuevo o extraño a los ojos de aquellos expertos. No en vano, en 1787, el prestigioso Willian Herschel, descubridor de Urano, ya había hablado de sus extrañas observaciones lunares, denunciando haber visto la erupción de tres volcanes sobre su superficie. Según escribió Herschel: “Los he detectado en diferentes lugares de la parte oscura de la Luna nueva. Dos de ellos están casi ya extintos o, en cualquier caso, en estado de cercana erupción, que quizás se produzca en la próxima lunación. El tercero muestra una erupción actual de fuego y materias luminosas“. Dos años después de esta declaración, otro eminente selenógrafo, el profesor alemán Schroeter declaro haber visto, sin género de duda:”Un brillante estallido de luz, que estaba compuesto de muchas chispas pequeñas y separadas (..) que se movían todas juntas en línea recta hacia el norte del Mare Imbrium y otros lugares de la superficie de la Luna“. Ambos relatos fueron hechos por astrónomos de reconocida solvencia científica. Además, se amparan en una amplía casuística de detecciones, a través de telescopios, de luces, cúpulas, puentes y un sinfín de registros visuales de similar grado de misterio, para los que la ciencia no tiene una explicación convincente alguna. En líneas generales esta clase de enigmáticas luces han recibido, en el ámbito astronómico, el nombre de fenómenos transitorios lunares (LTPs), indicando claramente la naturaleza escurridiza y efímera de semejantes apariciones sobre el suelo lunar. Comúnmente los LTPs se observan en el lado brillante de la cara visible de nuestro satélite y casi siempre se trata de aparentemente pequeñas luces blancas, aunque también hay registros de luces rojas, amarillentas y azuladas, cuya permanencia sobre la superficie varía entre unos segundos y algunos días.
Desde el siglo VI hasta la actualidad, el número de incidentes de este tipo, catalogados por astrónomos privados como Winfried S. Camerón, supera los 2.000, entre los que se incluyen frecuentes avistamientos de flashes intermitentes de luz, como si alguien intentara mandar una señal de morse a la Tierra. Por otra parte, uno de los últimos y más completos listados “oficiales” de LTPs, elaborado por la NASA en Julio de 1968, recoge la nada despreciable cantidad de 579 incidentes profusamente documentados entre Noviembre del 1540 y Octubre del 1967. Este asunto tiene ciertos paralelismos con el misterio de los ovnis ya que las evidencias testimoniales, fotográficas y fílmicas demuestran que “algo” esta sobrevolando la Luna y se desplaza ocasionalmente a lo largo de zonas muy concretas de ésta, como los cráteres Platón o Aristarco. Y por si fuera poco, su actividad parece dispararse cuando el planeta Marte se encuentra más cerca de la Tierra. El 19 de Julio de 1969 el modulo principal de la misión Apolo XI entraba en órbita alrededor de la Luna y comenzaba a ultimarse todos los preparativos que permitirían que el modulo Eagle alunizara sobre la superficie de nuestro satélite dos días después. La rutina de los preparativos técnicos fue interrumpida por una llamada de Misión Central de Houston (Texas) que previno a los astronautas de algo insólito que debían tratar de comprobar. Al parecer varios astrónomos aficionados habían telefoneado a la NASA para informar de que estaban viendo un fenómeno LTP en las inmediaciones del cráter Aristarco, muy cerca de la órbita de la nave estadounidense. Tras recibir la orden, Neil Armstrong, sin pensarlo un segundo, fue hacia una de las ventanillas del modulo y observo, en la cercanía de lo que creyó que era el cráter Aristarco en cuestión, oservando “un área considerablemente más iluminada que la zonas de alrededor. Parece que tiene algo de fluorescencia“. Sorprendentemente, tras el final de la misión, Houston no se pronuncio nunca sobre la naturaleza de este y otros avistamientos de luces extrañas durante este vuelo espacial, si bien posteriores mediciones del cráter Aristarco pusieron de relieve que en la zona existían unos niveles de radioactividad de difícil explicación. Desde entonces han pasado ya 46 años. En aquellos épicos días de la llegada del hombre a la Luna muchos astrónomos creyeron ingenuamente que los astronautas de las misiones Apolo despejarían las incógnitas nacidas a la luz de sus observaciones nocturnas. Pero pocas esperanzas se demostraron tan infundadas como esta.
Oficialmente se encontraron con un satélite muerto, geológicamente hablando. Por otra parte, las muestras de tierra y piedras lunares que trajeron a la Tierra, así como sus filmaciones y mediciones sobre el terreno, fueron analizadas concienzudamente en los laboratorios de la NASA. Pero no solo se ratificaron las impresiones de los astronautas sobre la esterilidad de aquel mundo, sino que ayudaron a incluir nuevos enigmas. Por ejemplo, las misiones Apolo pusieron de relieve la existencia de un campo magnético irregular alrededor de la Luna, que incluso se puede encontrar en los materiales “exportados” del satélite. No se sabe cómo pudieron originarse semejantes índices de magnetismo en este pequeño cuerpo astronómico, incapaz de contener un núcleo de metal fundido. Pero además, señalaron los propios ingenieros de la NASA, la Luna tampoco gira suficientemente veloz como para crear un efecto dinamo sobre los minerales lunares. En Junio de 1985 el investigador norteamericano Willian Corliss recopiló distintas irregularidades no resueltas por la NASA, enunciando en su obra “The moon and the planet: A catalog on astronomical anomalies” más de 60 categorías distintas de fenómenos extraños relacionados con la Luna. Entre las más espectaculares se encuentran las que hacen referencia a su órbita irregular y que se han pretendido explicar gracias a perturbaciones gravitacionales de origen no identificado. La más importante de estas perturbaciones es el alejamiento de la Tierra de nuestro satélite, al contrario de lo indicado por Hörbiger, y que pone en evidencia la fragilidad del sistema gravitacional Tierra-Luna. Ello validaría la teoría de que la Luna fue capturada por nuestro planeta hace varios miles de años y que, por lo tanto, corre el serio riesgo de volverse a escapar en cualquier momento. En el futuro pudríamos perder la Luna y ésta podría terminar convirtiéndose en un planeta. Durante los últimos años esta clase de especulaciones han sido utilizadas por escritores a medio camino entre la ciencia y la ciencia-ficción. Uno de ellos es el norteamericano Don Wilson, que tres años después de cancelarse el proyecto Apolo, publico en 1975 su libro “La Luna una misteriosa nave espacial“, en el que además de acusar a la NASA de ocultar información obtenida durante sus misiones en la Luna, concluía que nuestro satélite era en realidad una especie de gigantesca nave espacial esférica,en cuyo núcleo se encontraba una colosal base extraterrestre. No tardaron en aparecer autores como George H. Leonard, quien, en su libro “Some one else in on our Moon” (1976), mostraba algunas fotografías de la NASA en donde, a su juicio, se apreciaban claramente muestras de tecnología alienígena. Sus argumentos se fundamentaban en imágenes de pobre calidad, en las que parece apreciarse rastros de ruedas sobre el polvo lunar, presuntas excavadoras gigantescas o entradas a bases subterráneas.
Sin embargo, esta obra de Leonard contiene algunos datos de interés, como las relativamente frecuentes observaciones de cúpulas, puentes y estructuras presumiblemente arquitectónicas, vistas sobre nuestro satélite, de los que Leonard se hace eco. Las referencias mejor documentadas de esta clase de observaciones se remontan a mediados del siglo XIX, más concretamente a 1848, cuando el notable astrónomo germano Gruithuisen, de Munich, afirmo haber descubierto en la parte meridional del hemisferio visible de la Luna las huellas de ciudades selenitas. Franz von Paula Gruithuisen (1774 – 1852) fue un físico y astrónomo alemán. Estudioso de la Luna, pensaba que estaba habitada. También pensaba que Venus tenía grandes junglas. Fue el primero en sugerir que los cráteres lunares fueron causados por impactos de meteoritos. En 1935, la IAU dio su nombre al cráter Gruithuisen, y en 1976 la IAU dio su nombre a Mons Gruithuisen Delta y Mons Gruithuisen Gamma. Gruithuisen también afirmó haber visto manchas verdosas en el interior de algunos cráteres, que se desplazaban irregularmente, y que el astrónomo no dudo en identificar como vegetación o, en el peor de los casos, con plagas enormes de insectos. Pero Gruithuisen no fue el único en defender estas teorías. En 1885 otro astrónomo, Thouvelot, creyó haber localizado un grupo de ruinas cerca del cráter Petico. La llegada de las misiones espaciales que reconocieron minuciosamente nuestro satélite desde sus órbitas no desvanecieron los rumores que se referían a la existencia de ruinas de antiguas ciudades en la Luna. De hecho, uno de los mayores responsables de propagarlo fue el profesor norteamericano Willian Blair quien, tras acceder a algunas de las fotos secretas de la misión Orbiter 2, en abril de 1966, descubrió en una de ellas varios monumentos de más de 200 metros de altura, distribuidos geométricamente sobre el suelo lunar. Para el físico Richard W. Shorthill nada hace suponer que se traten de formaciones artificiales, sino el producto de un complejo “fenómeno geofísico” que ha dado lugar a la falsa impresión de que se trata de edificios o cúspides. La astronomía más ortodoxa tiende a aplicar esta solución. En este sentido, merecen especial atención las observaciones astronómicas de cúpulas y puentes, en algunos sectores de nuestro satélite, realizadas por astrónomos de toda credibilidad. Sobre las cúpulas, según señalo el astrónomo Joseph Goodovage, en su artículo para la revista estadounidense SAGA, en 1974: “en los últimos años mas de 200 estructuras blanquecinas, circulares y con forma de cúpula, han sido observadas sobre la Luna y catalogadas. Pero, por alguna extraña razón, a menudo desaparecen de su lugar para reaparecer en otro“.
Los astrónomos no saben a qué clase de fenómeno obedecen estas escurridizas visiones. Y la naturaleza evanescente de este fenómeno impide su examen y análisis cuidadoso. No ocurre lo mismo con el puente que con relativa frecuencia a sido visto sobre el Mar de las Crisis y que, según algunos informes, podría alcanzar los 18 kilómetros de longitud. Para los astrónomos más audaces, como el británico H.P. Wilkins, semejante estructura, aun a pesar de que no parece estar siempre en el mismo sitio, debe ser forzosamente artificial. Pero la pregunta sería, ¿quién la construyó? Cuantos más datos recogemos sobre nuestro satélite y cuanto más nos acercamos para explorarlo, más misterios nos presenta. Uno de estos es el que hace referencia a la existencia en su superficie de regiones que parecen haber estado ocupadas por corrientes de agua durante cientos de años, o haber sido playas enormes en el pasado remoto. A inicios del siglo XX el profesor W.H. Pickering catalogó, desde su observatorio de Arequipa (Perú), treinta y cinco zonas estrechas sobre la Luna que eran virtualmente idénticas a lechos de ríos secos de la Tierra. Se trata de unos cursos irregulares que terminan desembocando en cráteres y que, en el pasado, dieron lugar a la idea de que, como en Marte, en la Luna había canales. O al menos, eso defendió en 1896 el astrónomo italiano Cerulli. Otro aspecto enigmático son las recurrentes observaciones de rayos luminosos que surcan la superficie del satélite en líneas rectas perfectas y que remontan obstáculos de todo tipo, desde montañas a cráteres, sin que esto desvíen ni un ápice su orientación rectilínea. Suelen aparecer con luz solar fuerte y es posible verlas desde la Tierra hasta con un pequeño telescopio, siempre que esté orientado hacia los lugares en que tradicionalmente aparecen estos rayos, como los cráteres Copérnico, Tycho y Kepler. Si bien no existe un estudio sistemático de este fenómeno, se sabe, por ejemplo, que suelen producirse en las inmediaciones de cráteres “nuevos“, con aristas pronunciadas, y que son capaces de recorrer cientos de kilómetros sin desviarse un solo grado en su trayectoria. Ahora bien, contrariamente a lo que podría pensarse, estas líneas no son uniformes, sino que con frecuencia se quiebran dando la impresión de que son líneas discontinuas y sugiriendo un origen meramente óptico de las mismas. En cierta manera ya lo advirtió el astrónomo polaco Nicolás Copérnico cuando sentencio sabiamente: “que nadie espere nada seguro de la astronomía, pues nada cierto nos ofrece“. Sus palabras se ajustan al desafío que nos plantea a diario nuestro enigmático satélite.
Cuando la Luna se aleje de la Tierra, los días se harán cada vez más largos, los océanos serán como piscinas, se desestabilizará el eje terrestre y la vida en nuestro planeta tendrá que replantearse. Hace millones de años, se cree que la Luna estaba mucho más cerca de la Tierra, tal vez diez veces más cerca que ahora, y su tamaño aparente en el cielo era colosal. Hoy conocemos que la Luna se aleja de la Tierra a razón de 3,8 cm por año. Y lo sabemos porque los astronautas norteamericanos que consiguieron alcanzar la Luna, en las misiones de los Apolo Xi, XIV y XV más las naves rusas Lunokhod 1 y 2, sin tripulación, dejaron cinco reflectores en la superficie lunar. Desde la Tierra, lanzamos un pulso láser hacia estos espejos que rebotan y vuelven a la Tierra. La precisión es de 1 milímetro, lo que no está nada mal para un recorrido de unos 800.000 km. La Luna se aleja porque se acelera en su órbita, debido a los efectos de marea que provoca sobre los océanos terrestres. El hecho de que la Luna se aleje traerá consecuencias negativas para la Tierra. Una de ellas es la duración de los días. Poco después de crearse la Luna, ésta comenzó a alejarse muy rápidamente de la Tierra, desde una posición de 22.500 km, por las fricciones generadas por las inmensas mareas creadas por la propia Luna. Y, por este mismo motivo, los días se hacen cada vez más largos. Toda la cuestión está en las mareas, que sirven de freno a la rotación de la Tierra. Sabemos que las mareas eran más numerosas y que los días eran más cortos, por los registros encontrados en las rocas denominadas ritmitas mareales. Las ritmitas mareales constituyen una clara evidencia de sedimentación afectada por las mareas, pudiendo preservar los períodos mareales inducidos astronómicamente al momento del depósito. Cuando la Luna estaba muy cerca de la Tierra, los días duraban apenas 5 horas. Pero, a medida que se alejaba, los días se alargaron hasta las 24 horas de hoy. Pero seguirán alargándose hasta que duren un mes y más, hasta que se hagan eternos y una cara de la Tierra mire siempre al Sol y la otra estará siempre en tinieblas. Otra consecuencia inevitable serán las mareas. Todos sabemos que la gravedad de la Luna atrae el agua de mares y océanos. Cuando la Luna está encima de un océano, se produce la marea alta, al igual que en la parte contraria de la Tierra, por efecto de la rotación Tierra-Luna que provoca un efecto de fuerza centrífuga que hace que las aguas se eleven. Cuando la Luna se aleja de esa posición, se produce en la costa marea baja. Las mareas, hace millones de años, cuando la Luna estaba “a tiro de piedra”, eran colosales, hasta mil veces superiores a las de hoy. Las aguas no se retiraban decenas de metros en las mareas bajas o se adentraba en tierra algunos metros en las mareas altas como lo hace ahora, sino que se retiraban y se adentraban kilómetros, como tsunamis continuos. Con el alejamiento de la Luna, la fuerza de gravedad de nuestro satélite sobre la Tierra cada vez será menor, y las mareas dejarán de existir. Los océanos y los mares se convertirán en piscinas gigantes.
Otro efecto relevante y que llevará a toda la vida en la Tierra a una evolución desconocida por el momento, será la oscilación del eje de la Tierra. La Luna mantiene el eje de la Tierra estable, con una inclinación de 23º. El hecho de que la Luna se aleje, desestabilizará el eje terrestre, de forma que oscilará 90 grados, provocando que en ocasiones los polos bajen hasta el ecuador y el ecuador ocupe la posición de los polos. La situación actual del eje terrestre es vital, ya que estabiliza el clima. Cuando el eje comience a oscilar, la vida deberá acomodarse o dejar de existir. Los últimos estudios científicos, indican que la Luna es un elemento fundamental para mantener la vida en la Tierra. Desde la antigüedad se conocía la enorme influencia que la Luna ejerce sobre nuestro planeta, aunque sólo tiene aproximadamente un cuarto de su tamaño. También se sabía que es el astro que actúa como mediador entre la Tierra y el Cosmos. Los antiguos chinos ya conocían la particular influencia que tiene la Luna sobre nuestras emociones y consideraban que representaba la parte femenina, pasiva y contenedora, denominada Yin, de nuestro inconsciente, opuesta al Sol como aspecto ejecutor, masculino y extrovertido, o Yang, de nuestra vida, y relacionado con la parte consciente de nuestra mente. En general, las civilizaciones antiguas tenían conocimientos muy precisos sobre la Luna, cuyos datos la ciencia contemporánea ha podido corroborar recientemente. La Luna se ve diferente desde cada uno de los dos hemisferios. Cuando en el Hemisferio sur se ve el cuarto creciente, en que el Sol ilumina el costado izquierdo de la Luna y se ve la parte plana orientada hacia el este, en el Hemisferio norte se ve el cuarto menguante, o sea que el Sol la ilumina desde el costado derecho y se ve la parte oscura orientada hacia el oeste. Los antiguos navegantes conocían ya estos datos y los tenían en cuenta para marcar su rumbo. Además, se conocían de modo increíblemente exacto los ciclos del astro y su influencia sobre la vida biológica. En la mayoría de las culturas antiguas se tenían en cuenta las fases lunares para las siembras o para las cosechas y se podían predecir las lluvias gracias a la Luna. También conocían su acción sobre las mareas, y sabían de su influencia sobre los ciclos femeninos. Como no ignoraban que también modificaba las fuerzas energéticas que mueven al hombre, realizaban sus ritos durante la Luna llena, si buscaban el mayor despliegue de energía. Hoy sabemos que el plenilunio tiene la propiedad de exacerbar todas las cualidades del ser humano. Los enamorados buscan la Luna llena porque bajo su luz alcanzan la plenitud del amor. Como contrapartida, durante esas noches aumentan la cantidad de crímenes, asaltos y violaciones.
Los rituales de la Luna nueva se realizaban con el propósito de generar nuevas fuerzas. En efecto, el novilunio es un período de mayor incertidumbre y retraimiento, pues es el momento en el que se está creando una forma que irá creciendo a lo largo del mes lunar. ¿Cómo podían los antiguos calcular con tanta exactitud las fases de la Luna? En su órbita de 360º alrededor de la Tierra, hay una diferencia de cerca de 50.000 km. entre la menor (perigeo ) y mayor distancias (apogeo). Emplea exactamente 27 días, 7 horas y 43,2 minutos en completar estos 360º, período al cual se denomina mes sidéreo. Pero lo curioso es que en realidad este no es el tiempo exacto entre una Luna nueva y otra. Entre dos novilunios transcurren 29 días, con 12 horas y 44 minutos. ¿Cómo explicar esta diferencia? Es muy simple. Como la Tierra gira alrededor del Sol 1 grado por día, cuando la Luna regresa al punto del Zodíaco en que se encontraba durante la Luna nueva precedente, se encuentra con que el Sol no está en la misma posición, sino que durante ese período, avanzó otros 28º. Por tanto, la Luna, que se mueve cerca de 13º por día, tarda un poco más de dos días en alcanzar este nuevo grado en el que se ubica el Sol. Es por este motivo que, visto desde la Tierra, los ciclos lunares son más largos que los meses sidéreos. Sin duda las antiguas civilizaciones tenían conocimientos mucho más avanzados sobre la Luna de lo que imaginamos. Pero, de dónde o cómo obtenían tanta exactitud en la información, continuará siendo un misterio para nosotros. Desde que los astronautas de las misiones Apolo dejasen sobre la superficie de la Luna varios espejos reflectores hace casi 40 años, hemos estado comprobando la distancia que nos separa de ella, y hemos logrado confirmar que se aleja de nosotros a razón de casi 4 cm. por año. Es verdad que no parece gran cosa, pero lo cierto es que la Luna siempre se ha estado alejando de nosotros y continuará haciéndolo en el futuro. ¿Y por qué se aleja de nosotros? La Luna ejerce una fuerza de atracción sobre la Tierra, que afecta en mayor medida a las zonas de la Tierra más cercanas a la Luna. Esta fuerza tira de los océanos ligeramente, provocando las mareas. En la zona más cercana a la Luna se produce una marea alta, y en la zona más alejada, debido a que la atracción gravitacional es menor, también se forma una marea alta. Al rotar la tierra en la misma dirección de la translación de la Luna, pero mucho más rápido de lo que la Luna tarda en dar una vuelta a la Tierra, la marea alta es atraída ligeramente delante de la Luna lo que provoca que esta se acelere, debido al tirón gravitacional que ejerce, y que se aleje en espiral. Del mismo modo, la Luna está ejerciendo un tirón gravitacional sobre la marea alta provocando que esta fluya hacia el oeste y empuje las masas de tierra que, debido a la rotación, se mueven hacia el este.
El resultado es que la rotación de la tierra se retrasa debido al movimiento de las mareas hacia el oeste, alargando la duración del día en unas pocas milésimas de segundo por siglo. La Tierra pierde momento angular mientras que la Luna lo gana. La pregunta que nos tenemos que hacer es en qué nos afectará este alejamiento de la Luna. En el pasado, la Luna se encontraba mucho más cerca de la Tierra y esta rotaba mucho más rápido. En esas condiciones, tal como ya hemos indicado, las mareas eran 1000 veces más altas que ahora y se adentraban en kilómetros tierra adentro arrastrando al retroceder el material que contenía los productos químicos necesarios para la evolución de la vida. Al rotar la Tierra más rápido, la duración de los días era bastante menor, unas 6 horas, y la velocidad de los vientos era mucho mayor que ahora, unos 160Km/h. Por supuesto, el clima en la Tierra era muy diferente al actual. El progresivo alejamiento de la Luna, que en su inicio fue mucho mayor que ahora, ha contribuido a la estabilización de las condiciones ambientales en nuestro planeta. La Luna también contribuye a estabilizar el eje de la Tierra con la inclinación que tiene de 23º permitiendo que todos los puntos del globo reciban una cantidad de calor constante y, además, es una fuente de luz que influye en el comportamiento de todos los animales nocturnos. Es fácil ver que, sin la Luna, la vida sobre la Tierra tal y como hoy la conocemos sería muy diferente. Incluso es posible que no existiese. Sin embargo, el hecho de que la Luna continúe alejándose provocará que nuestros días sean cada vez más largos, las mareas más suaves y que el eje de la tierra pierda su estabilidad, llegando a oscilar caóticamente entre 0º y 90º, lo que implicaría drásticos cambios climáticos. Su continuado alejamiento seguirá contribuyendo a provocar un cambio en las condiciones ambientales de nuestro planeta. Pero esta vez no sea tan beneficioso para nuestros intereses. Cuando eso suceda, dentro de millones de años, es posible que los humanos ya ni existamos. Pero quizá deberíamos ir pensando en algún modo de evitar que nuestra Luna nos abandone.
Pero, ¿qué sabemos sobre la formación de la Luna?. Hay, básicamente, tres posibilidades en cuanto a la formación de la luna. Una sería que fuese un astro independiente que, al pasar cerca de la Tierra, fuese capturado en una órbita. Otra posibilidad sería que la Tierra y la Luna nacieran de la misma masa de materia que giraba alrededor del Sol. Otra posibilidad sería que la Luna surgiese de una especie de “hinchazón” de la Tierra, que se desprendiese por la fuerza centrífuga. Actualmente se admite una cuarta teoría que es una mezcla de las otras tres. Cuando la Tierra se estaba formando, sufrió un choque con un gran cuerpo del espacio. Parte de la masa salió expulsada y se aglutinó para formar nuestro satélite. Y aún podemos añadir una quinta teoría, que describe la formación de la Luna a partir de los materiales que los monstruosos volcanes de la época de formación lanzaban a grandes alturas. La hipótesis de fisión supone que originariamente la Tierra y la Luna eran un sólo cuerpo, y que parte de la masa fue expulsada debido a la inestabilidad causada por la fuerte aceleración rotatoria que en aquel momento experimentaba nuestro planeta. La parte desprendida se “quedó” parte del momento angular del sistema inicial y, por tanto, siguió en rotación que, con el paso del tiempo, se sincronizó con su periodo de traslación. Se cree que la zona que se desprendió corresponde al Océano Pacífico, que tiene unos 180 millones de kilómetros cuadrados y con una profundidad media de 4.049 metros. Sin embargo, los detractores de esta hipótesis opinan que, para poder separarse una porción tan importante de nuestro planeta, éste debería haber rotado a una velocidad tal que diese una vuelta en tan sólo tres horas. Parece imposible tan fabulosa velocidad, porque, al girar demasiado rápido, la Tierra no se hubiese formado al presentar un exceso de momento angular. Otra hipótesis, denominada ‘de captura’, supone que la Luna era un pequeño independiente, formado en un momento distinto al de la Tierra y en un lugar alejado. La Luna inicialmente tenía una órbita elíptica con un afelio, o punto más alejado del Sol, situado a la distancia que le separa ahora del Sol, y con un perihelio, o punto más cercano al Sol, cerca del planeta Mercurio. Esta órbita habría sido modificada por los efectos gravitacionales de los planetas gigantes, que alteraron todo el sistema planetario expulsando de sus órbitas a diversos cuerpos, entre ellos, nuestro satélite. La Luna viajó durante mucho tiempo por el espacio hasta aproximarse a la Tierra y fue capturado por la gravitación terrestre. Sin embargo, es difícil explicar cómo sucedió la importante desaceleración de la Luna, necesaria para que ésta no escapara del campo gravitatorio terrestre.
La hipótesis de la acreción binaria supone la formación al mismo tiempo tanto de la Tierra como de la Luna, a partir del mismo material y en la misma zona del Sistema solar. A favor de esta teoría se encuentra la datación radioactiva de las rocas lunares traídas a nuestro planeta por las diversas misiones espaciales, las cuales fechan entre 4.500 y 4.600 millones de años la edad lunar, aproximadamente la edad de la Tierra. Pero tal vez estas rocas proceden de meteoritos caídos sobre la superficie lunar. Como principal inconveniente tenemos que, si los dos cuerpos se crearon en el mismo lugar y con la misma materia: ¿cómo es posible que ambos posean una composición química y una densidad tan diferentes?. En la Luna abunda el titanio y los compuestos no abundantes en nuestro planeta, al menos en la zona más superficial. La hipótesis del impacto parece la preferida en la actualidad. Supone que nuestro satélite se formó tras la colisión contra la Tierra de un cuerpo de aproximadamente un séptimo del tamaño de nuestro planeta. El impacto hizo que bloques gigantescos de materia saltaran al espacio para posteriormente y, mediante un proceso de acreción similar al que formó los planetas rocosos próximos al Sol, generar la Luna. Lo más dudoso de esta teoría es que tendrían que haberse dado demasiadas coincidencias juntas. La probabilidad de impactar con un astro errante era muy alta al inicio del Sistema Solar. Más difícil es que la colisión no desintegrase totalmente el planeta y que los fragmentos fuesen lo suficientemente grandes como para poder generar un satélite. La teoría del impacto ha sido reproducida con ayuda de ordenadores, simulando un choque con un objeto cuyo tamaño sería equivalente al de Marte, y que, con una velocidad inferior a los 50.000 km/h, posibilitaría la formación de un satélite. Más recientemente ha aparecido otra explicación, a la que dan el nombre de ‘Hipótesis de precipitación‘, según la cual la energía liberada durante la formación de nuestro planeta calentó parte del material, formando una atmósfera caliente y densa, sobre todo compuesta por vapores de metal y óxidos. Estos se fueron extendiendo alrededor del planeta y, al enfriarse, precipitaron los granos de polvo que, una vez condensados, dieron origen al único satélite de la Tierra. La Luna pudo haberse formado por la colisión entre la Tierra y un objeto muy similar en composición a nuestro planeta. Y esto vendría a explicar por qué las rocas de la Tierra y la Luna son mucho más parecidas de lo que se podría esperar de esta “hipótesis de un impacto gigante“. Esta sería la conclusión de un estudio publicado en la revista Nature. Y en combinación con otros dos estudios, que reportan sutiles diferencias entre las rocas de ambos cuerpos, el misterio de la creación de nuestro satélite parecería haber quedado resuelto. Pero si el objeto que hizo impacto tenía una composición muy diferente a la Tierra, la Luna debería tener una composición diferente.
El modelo científico del primer estudio, llevado a cabo por investigadores de Israel y Francia, simula el caos del Sistema Solar temprano y cuantifica la variedad de colisiones que pudieron haber ocurrido. Y es que se estima que, en los inicios, la Tierra pudo haber sufrido una serie de colisiones brutales con otros potenciales planetas. Hasta donde se sabe, la última fue contra un cuerpo planetario diez veces más liviano que la Tierra. Y los escombros producidos por este choque se aglutinaron eventualmente para formar la Luna. El problema es que la mayor parte de lo que se convirtió en la Luna debería haber sido parte del planeta que chocó contra la Tierra. Pero en nuevos estudios la hipótesis del impacto gigante está cobrando más fuerza. Y, además, se considera que el planeta agresor debía ser un tipo de planeta muy diferente. Según Hagai Perets, uno de los autores del estudio, en una declaración para la revista Nature: “Si el objeto que hizo impacto tenía una composición muy diferente a la Tierra, la Luna debería tener una composición diferente. Pero son casi idénticos. Éste es uno de los mayores desafíos en esta bella hipótesis del impacto gigante“. Por esta razón, un estudio que mostró pequeñas diferencias entre las rocas terrestres y lunares llegó a los titulares de los medios en 2014. Parece ser que muchos de estos planetas tienen composiciones similares a la de los planetas con los que colisionan. Y lo que Perets y sus colegas descubrieron en sus nuevas simulaciones, es que el planeta que hizo impacto podría haber tenido una composición muy similar a la de la Tierra, de ahí las sutiles diferencias entre las rocas. Perets añadió: “Lo que descubrimos es que muchos de estos planetas tienen composiciones similares a la de los planetas con los que colisionan“. Específicamente, los modelos mostraron una posibilidad de un 20% de que el impacto pudo haber ocurrido entre protoplanetas similares. “Estas probabilidades apoyan nuestra teoría del origen de la Luna“, añadió el investigador. Pero, ¿qué ocurrió tras la colisión? Para explicar ciertos detalles de la composición de la Tierra, los investigadores proponen que tanto la Luna como la Tierra incorporaron una gran cantidad de material adicional durante el siguiente período en el que fueron bombardeados por un gran número de meteoritos. Dos de los estudios analizaron las rocas de las misiones Apolo. Y, al igual que con el impacto gigante, este proceso debió dejar alguna evidencia que no fue detectada sino hasta ahora. Incluso si la Tierra y la Luna se gestaron a partir de los mismos bloques, como parece indicar el estudio, este bombardeo tuvo que haber tenido un efecto mucho mayor en la Tierra, que tenía una gravedad y un tamaño mayor
Las investigaciones sobre las rocas lunares, llevadas a cabo en Estados Unidos y Alemania, hallaron pruebas de este cambio después de la colisión, tras analizar las muestras de las misiones Apolo con nuevos niveles de precisión. Ambos equipos investigaron específicamente los restos de tungsteno dentro de pequeños trozos de la Luna que tomaron prestados de la NASA. Y descubrieron diferencias menores, pero cruciales, con respecto a las rocas terrestres. Tras evaluar los tres estudios, Matthias Willbold, de la Universidad de Manchester, en Reino Unido, dijo sentirse “impresionado y entusiasmado“. “Todos cuentan la misma historia, todo encaja en su sitio“, dijo Willbold a la BBC. Pero, ¿cuán similares son la Tierra y la Luna? Según Willbold: “Es muy sorprendente. Los estudios sobre las rocas lunares mencionan que es bastante curioso el hecho de que la Tierra y la Luna tengan en los inicios la misma composición, antes del bombardeo. Y esto encaja perfectamente con el estudio de los modelos. Si miras los modelos, el objeto que hizo impacto y la Tierra son similares. ¡Por lo tanto hemos resuelto un problema!“. La teoría del gran impacto es la teoría científica más aceptada para explicar la formación de la Luna, que postula que se originó como resultado de una colisión entre la joven Tierra y un protoplaneta del tamaño de Marte, que recibe el nombre de Tea o Theia, u, ocasionalmente, Orpheus u Orfeo. El nombre de Theia proviene de la mitología griega, ya que Theia o Tea era la titánide madre de la diosa lunar Selene. La hipótesis se planteó por primera vez en una conferencia sobre satélites en 1974 y luego fue publicada en la revista científica Icarus por William K. Hartmann y Donald R. Davis, en 1975. Una de las hipótesis plantea que Tea se formó en un punto de Lagrange respecto a la Tierra, es decir, aproximadamente en la misma órbita, pero 60º por delante o por detrás. Conforme a lo sugerido en 1772 por el matemático Joseph-Louis de Lagrange, existen cinco puntos en la órbita terrestre en donde los efectos de la gravedad del planeta se anulan en relación con los del Sol. Dos de los puntos de Lagrange, situados a 150 millones de kilómetros de la Tierra, son considerados estables y por tanto son zonas con potencial para permitir la acreción planetaria en competición con la Tierra. Fue en uno de estos puntos donde se piensa que Tea comenzó a formarse en el eón Hadeico. El eón Hádico, Hadeico o Hadeano, una división informal de la escala temporal geológica, es la primera división del Precámbrico. Comienza en el momento en que se formó la Tierra hace unos 4567 millones de años y termina hace 3800 millones de años, durando 767 millones de años, cuando comienza el eón Arcaico.
Cuando el protoplaneta Tea creció hasta un tamaño comparable al de Marte, unos 20 ó 30 millones de años después de su formación, se volvió demasiado masivo para permanecer de forma estable en su órbita. La fuerza gravitacional impulsaba a Tea fuera del punto de Lagrange que ocupaba, al mismo tiempo que la fuerza de Coriolis empujaba al protoplaneta de vuelta al mismo. Como consecuencia de ello, su distancia angular a la Tierra comenzó a fluctuar, hasta que Tea tuvo masa suficiente para escapar. Mientras Tea se encontraba atrapada en la órbita cíclica, la Tierra tuvo tiempo para diferenciar su estructura en el núcleo y manto que actualmente presenta. Tea también podría haber desarrollado alguna estratificación. Cuando Tea creció lo suficiente para escapar del punto de Lagrange, entró en una órbita caótica y la colisión de ambos planetas se hizo inevitable, dado que ambos planetas ocupaban la misma órbita. Se piensa que el impacto pudo haber acontecido unos cientos de años después del escape definitivo. Se ha calculado que esto ocurrió hace 4 533 millones de años. Se cree que Tea impactó la Tierra en un ángulo oblicuo, a una velocidad de 40 000 km/h, destruyendo Tea y expulsando la mayor parte del manto de Tea y una fracción significativa del manto terrestre hacia el espacio, mientras que el núcleo de Tea se hundió dentro del núcleo terrestre. Ciertos modelos muestran que la colisión entre ambos cuerpos fue rasante y que Tea quedó en una órbita baja, estando unida con la Tierra por un puente de materia; posteriormente se alejó hasta varios diámetros terrestres para volver a chocar con la Tierra y acabar destruido por completo. Las condiciones existentes en el entorno terrestre tras el impacto fueron muy extremas, con el planeta fundido en su totalidad y rodeado por una atmósfera de roca vaporizada a 4000 °C que se extendía hasta una distancia de ocho radios terrestres. Estimaciones actuales, basadas en simulaciones por ordenador de dicho suceso, sugieren que el 2% de la masa original de Tea acabó formando un disco de escombros, la mitad del cual se fusionó para formar la Luna entre uno y cien años después del impacto. Independientemente de la rotación e inclinación que tuviera la Tierra antes del impacto, después del impacto el día habría tenido una duración aproximada de cinco horas y el ecuador terrestre se habría desplazado más cerca del plano de la órbita lunar. Es posible, de acuerdo con diversas simulaciones, que se hubieran formado dos satélites a una distancia de 20 000 kilómetros de la Tierra. Sin embargo, la luna interna acabaría colisionando de nuevo con nuestro planeta o chocando con la otra 1 000 años después de su formación.
Esta última hipótesis explicaría la diferencia existente entre la cara visible de la Luna y su cara oculta, estimándose que la segunda luna habría tenido un diámetro aproximado de 1200 kilómetros, más grande que el planeta enano Ceres, y que se hallaría en uno de los puntos de Lagrange de la órbita lunar de entonces, en el cual permanecería durante millones de años hasta que su órbita se desestabilizó para acabar colisionando con la mayor de las lunas en lo que hoy es la cara oculta. Dicha colisión se habría producido a una velocidad relativamente baja, de 2 a 3 km/s, de modo que el objeto impactante no habría formado un cráter sino que, tras el impacto, su destrucción habría cubierto con materiales rocosos el hemisferio alcanzado. Evidencias indirectas de este escenario de impacto provienen de las rocas recogidas durante las misiones Apolo, que muestran que la abundancia de los isótopos de oxígeno es prácticamente igual a la que existe en la Tierra. La composición de la corteza lunar, rica en anortosita, roca ígnea compuesta en más de 90% o más de plagioclasa cálcica, así como la existencia de muestras ricas en Kreep, tipo de suelo lunar, apoyan la idea de que en un pasado una gran parte de la Luna estuvo fundida, y un gigantesco impacto pudo aportar la energía suficiente para formar un océano de magma de estas características. Distintas evidencias muestran que si la Luna tiene un núcleo rico en hierro, éste ha de ser pequeño, menor de un 25% del radio lunar, a diferencia de la mayor parte de los cuerpos terrestres en donde el núcleo supone en torno al 50% del radio total. Las condiciones de un impacto dan lugar a una Luna formada mayoritariamente por los mantos de la Tierra y del cuerpo impactante, con el núcleo de este último agregándose a la Tierra, y satisfacen las restricciones del momento angular del sistema Tierra-Luna. Pero a pesar de ser la teoría dominante para explicar el origen de la Luna, existen varios interrogantes que no han sido resueltos. Las relaciones entre los elementos volátiles en la Luna no son consistentes con la hipótesis del gran impacto. En concreto cabría esperar que la relación entre los elementos rubidio/cesio fuera mayor en la Luna que en la Tierra, ya que el cesio es más volátil que el rubidio. Pero el resultado es justamente el contrario. No existe evidencia de que en la Tierra haya existido un océano de magma global, una consecuencia derivada de la hipótesis del gran impacto, y se han encontrado materiales en el manto terrestre que parecen no haber estado nunca en un océano de magma. El contenido del 13% de óxido de hierro en la Luna, superior al 8% que tiene el manto terrestre, descarta que el material protolunar pueda provenir, excepto en una parte pequeña, del manto de la Tierra.
Si la mayor parte del material protolunar proviniese del cuerpo impactante, la Luna debería estar enriquecida en elementos siderófilos, cuando en realidad es deficiente en ellos. Los elementos siderófilos son elementos amantes del hierro. Ello incluye el iridio, osmio, platino y paladio, que se encuentran en los interiores ricos en metales de los asteroides segregados químicamente o los planetas. Estos elementos son extremadamente raros en la superficie de la Tierra. Sin embargo, son relativamente abundantes en rocas que limitan el final del período cretáceo. Ciertas simulaciones de la formación de la Luna requieren que la cantidad de momento angular del sistema Tierra-Luna sea aproximadamente el doble que en la actualidad. Sin embargo, estas simulaciones no tienen en cuenta la rotación de la Tierra antes del impacto, por lo que algunos investigadores consideran que esto no es evidencia suficiente para descartar la hipótesis del gran impacto. El hecho de no poder ver la cara oculta de la Luna es para muchos un oscuro misterio. ¿Por qué nunca podemos verla? ¿Qué oculta realmente? Son muchas las personas que creen que en la cara oculta de la Luna se oculta una base extraterrestre, un lugar donde los seres humanos son controlados por seres de otros mundos. Cuando miramos a la Luna siempre vemos la misma cara. Esta peculiaridad es debido a que la Luna rota sólo una vez por cada órbita alrededor de la Tierra. La Luna está ligeramente desequilibrada y las fuerzas gravitacionales han frenado su rotación, de manera que por un lado siempre se encuentra nuestro planeta. El lado opuesto a nosotros es referido como “la cara oscura de la Luna”, aunque cabe decir que este término es erróneo, ya que el lado que no se ve recibe tanta luz del sol como la cara que vemos. Pero dejando explicaciones científicas a un lado, durante cientos de años la humanidad se ha estado preguntando qué se esconde tras la cara oculta de la Luna. Estas incógnitas comenzaron a responderse en 1959, cuando la sonda automática de la Unión Soviética Luna 3 voló hacia la cara oculta de la Luna y por primera vez la fotografió. Estas primeras fotografías mostraban una tierra tosca y granulada. Pero parecían mostrar que carecía de vida al igual que la cara visible. Sondas espaciales posteriormente enviadas, como el Lunar Orbiter 4, lograron fotografiar la superficie de la cara oculta con mucho más detalle en 1967. En 1968, los astronautas del Apolo VIII, que rodearon la Luna para preparar el aterrizaje del Apolo XI, vieron por primera vez con sus propios ojos el lado oculto de la Luna.
Hoy en día ya disponemos de mapas detallados de la cara oculta, así como mapas topográficos que muestran sus principales características. Entonces, si nos basamos en todas estas evidencias oficiales, la cara oculta de la Luna no es tan misteriosa como lo era antes. Sin embargo, son muchas personas las que creen que la Luna no es lo que parece. Y la realidad es que desde la misión Apolo XVII en 1972, no ha habido ninguna misión tripulada más a la Luna. Este hecho ha reabierto el debate de la posibilidad de que haya bases extraterrestres ocultas de las miradas indiscretas de la humanidad. Durante mucho tiempo gran cantidad de ufólogos han mantenido que la cara oculta de la Luna podría albergar bases de los extraterrestres. La teoría sugiere que si estos seres extraterrestres provienen de un planeta lejano, en otro sistema solar, estos deberían tener una base desde la cual pueden realizar sus visitas regulares a la Tierra. ¿Qué mejor lugar que la cara oculta de la Luna, que está perpetuamente oculta de nuestros ojos? Para reforzar esta afirmación, Milton William Cooper, escritor estadounidense, locutor de radio y ex oficial de inteligencia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, dijo bajo juramento, en 1989, que el gobierno de Estados Unidos tiene conocimiento de naves extraterrestres visitando la Tierra. “En la cara oculta de la Luna hay bases extraterrestres”, dijo Cooper en un comunicado. “Han sido vistas por los astronautas de la misión Apolo. A parte de una operación minera con grandes máquinas y naves extraterrestres también hay naves nodriza allí”. Cooper también escribió sobre otras teorías conspirativas relacionadas con el gobierno de los Estados Unidos. Pero la sorpresa ocurrió en 2001, cuando Cooper fue asesinado por agentes de la Oficina del Sheriff del Condado de Apache durante una redada en su casa de Arizona por evasión de impuestos. La versión oficial decía que Cooper abrió fuego primero. Muchos partidarios de las teorías de la conspiración afirman que hay fotografías reales de la NASA donde muestran claramente bases en el lado oculto de la Luna. “Hay un compleja base extraterrestre lunar en la cara oculta de la Luna”, dijo Scott C. Waring, uno de los más respetados ufólogos, que añadió: “Esto suena absurdo pero es verdad y tenemos pruebas sólidas“. En 1994 la Armada de Estados Unidos envió un satélite llamado Clementine para fotografiar la Luna durante dos meses. Durante ese tiempo, el satélite envió 1,8 millones de imágenes. Únicamente 170.000 de esas imágenes se pusieron a disposición del público. El resto fueron clasificadas. Una de las evidencias más fascinantes de bases extraterrestres en la cara oculta de la Luna proviene de Ingo Swann. Swann jugó un papel decisivo en la creación del programa de visión remota del gobierno de Estados Unidos, durante la década de 1970.
En 1973, mientras realizaba una visión remota de Júpiter, Swann informó que el planeta gaseoso gigante tenía anillos. Este hecho era desconocido para los astrónomos de la época, pero fue confirmado por el Voyager 1 en 1979. Pero Swann fue conocido por una sesión de visión remota sobre la cara oculta de la Luna. Swann pidió opinión sobre varios extraños objetivos a un hombre llamado Axelrod, que trabajaba para el gobierno de Estados Unidos. “Axelrod encargó a Ingo que accediera remotamente a una serie de coordenadas de la Luna”, escribió Gary S. Bekkum, escritor de American Chronicle. Y añadió: “Swann visualizó la Luna con su visión remota dirigido por las coordenadas de Axelrod, concretamente a unos diez lugares diferentes, y pronto se dio cuenta de la presencia extraterrestre. Swann se encontró con lo que parecían ser senderos con marcas de ruedas de grandes tractores. En principio Swann estaba confuso por lo que estaba viendo, pero comprendió que estaba siendo testigo de actividad inteligente y estructuras en la Luna. En el fondo de un cráter vio una bruma polvorienta de color verde iluminado por hileras de luces artificiales montado en torres muy grandes. Swann se sorprendió al darse cuenta de que “alguien” o “algo” apareció de una de las construcciones de una de las bases en la Luna. Swann sabía que había sido incluido en una operación interplanetaria y llevado a instalaciones subterráneas por la necesidad de controlar las actividades extraterrestres en una forma no convencional. Swann tenía la misión de espiar psíquicamente la base lunar extraterrestres debido a que estos seres eran muy poco amigables. Cuando Ingo sintió que había sido psíquicamente descubierto por dos de los habitantes humanoides de la base lunar, cuestionó si era o no un riesgo”. Probablemente algunos astronautas y científicos son conocedores de bases extraterrestres en la cara oculta de la Luna. Lo indicado anteriormente serían algunas de las evidencias de que en la cara oculta de la Luna podría haber bases extraterrestres. Pero, por desgracia, de momento esta teoría no puede ser demostrada. En el mapa Google Moon de la superficie de la Luna fue localizado un extraño objeto triangular con puntos luminosos en sus lados. Se descubrió en un cráter del lado opuesto de la Luna, Se trataba de un enigmático objeto en forma de triángulo, con siete puntos luminosos dispuestos en un ángulo de noventa grados. El diámetro estimado de esta figura es de unos 200 metros. Podría tratarse de una ilusión óptica o de un verdadero objeto artificial de origen extraterrestre.
Una de las preguntas que se hacen algunos investigadores es por qué se suspendieron todos los programas de exploración de la Luna después de la misión del Apolo XVII. Tal vez vieran algo que les hiciese desistir de nuevas expediciones. Desde que el astronauta Neil Armstrong pisase la Luna el 20 de julio de 1969, hasta el astronauta estadounidense Eugene Cernan, el 7 de diciembre de 1972, el hombre no ha vuelto a pisar el satélite terrestre. En resumen, en tres años fueron sólo doce los hombres los que vivieron esta experiencia única. Desde aquella época han surgido diversas teorías para explicar el por qué el hombre no ha vuelto a repetir aquellas hazañas, específicamente, aquellas misiones realizadas por la Agencia Espacial de los Estados Unidos, la NASA. Una teoría indica que el hombre no ha vuelto a la Luna, simplemente, porque el hombre nunca viajó a la Luna. Para los defensores de esta teoría, el hombre nunca llegó a la Luna, y el viaje del Apolo XI, en 1969, fue un engaño. Según esta teoría todo lo que se vio por la televisión no fue más que una producción cinematográfica con el único fin de ganar la carrera al espacio a la ex Unión Soviética. Pero si esta teoría fuese cierta, ¿cómo se explica, no solo la misión Apolo XI, sino también las demás misiones Apolo que fueron enviadas a la Luna? También son difíciles de explicar los restos de instrumentos y maquinaria fabricada por el hombre dejados en la Luna y que pueden seguirse y verse desde la Tierra. Otra teoría afirma que el hombre sí llegó a la Luna, pero vieron allí algo que les impidió volver. Esta teoría se basa en que desde las misiones Apolo XI al Apolo XVII, las misiones que llegaron a la Luna, la NASA descubrió que en la Luna había seres extraterrestres, que producían fenómenos extraños, lo que les impidió continuar con las misiones. Aquellos que han visto la película Apolo XVIII, que se basa en una supuesta misión secreta enviada por la NASA, pueden darse una idea general de esta teoría. Al parecer los astronautas se habrían encontrado con un peligro extraterrestre y por ello el gobierno decidió suspender los viajes a nuestro satélite. Algunos van más allá, y dicen incluso que hubo en un inicio una especie de permiso de los seres extraterrestres para que pudiesemos ir a la Luna, pero luego negaron ese permiso y tuvieron que suspenderse las misiones posteriores al Apolo XVII. Hay que recordar que se habían programado misiones hasta el Apolo XX. Se acompaña esta teoría con visiones de objetos voladores no identificados (ovnis), incluso vistos por los propios astronautas de estas misiones. Otra teoría explica que la razón por la que no hemos vuelto a la Luna tiene que ver mucho con lo escrito anteriormente. Es decir, que la NASA descubrió algo extraordinario, como restos de antiguas civilizaciones, que habrían habitado en algún tiempo remoto nuestro satélite.
Esta idea de supuestas ciudades en la Luna, deducida a partir de restos de construcciones de alguna civilización selenita, habría sido reforzada por un vídeo en el que se muestra a los astronautas del Apolo XI caminando por esta supuesta ciudad lunar, que fue difundido en el documental Mirlo Rojo, en el programa Planeta Encantado, presentado por el escritor español Juan José Benítez en 2004. Este video generó polémica en España y en varias partes del mundo. Pero J.J. Benítez no fue el único que defendía esta teoría. El técnico Alan Davis, miembro de la NASA y uno de los encargados de controlar la misión del Apolo XI en la Luna, confesó que pudo ver las imágenes de estas supuestas ciudades de la Luna en su centro de comunicaciones en la isla La Antigua, mientras se realizaba la misión del Apolo XI en la Luna. La importancia del testimonio de Davis es que él era el primer hombre que veía, antes que el personal de Houston y los periodistas, cualquier imagen que el Apolo XI transmitía desde el suelo lunar. Otra teoría dice que al parecer, la NASA, al descubrir estas ciudades con el Apolo XI y confirmarlo en las siguientes misiones Apolo, quiso deshacerse de la evidencia. Entre 1969 y 1972 parece que se comenzaron a bombardear estas construcciones con armas nucleares, a fin de no dejar ninguna evidencia de la posibilidad de vida en otro planeta. Debido a la radioactividad que supuestamente habría generado este bombardeo, sería imposible que el hombre volviera a la Luna durante cierto tiempo. Pero esta teoría parece difícil de creer. En principio no podemos descartar la idea de que exista algún tipo de resto extraterrestre en la Luna, tal vez construcciones. Ahora bien, se sabe que sí hubo un plan de los Estados Unidos para hacer pruebas nucleares en la Luna. Se le llamó Proyecto A119 y la idea era lanzar un misil intercontinental a la Luna con una potente carga nuclear, lo suficientemente potente como para que se pudiese ver desde la Tierra. Pero, por suerte, este plan nunca se llevó a cabo. Una de las teorías más difíciles de creer es que si el hombre no ha vuelto a la Luna es porque simplemente no hay nada qué ver o explotar allí para sacar algún provecho económico o comercial. Es decir, luego de ser explorada con las siete misiones Apolo, llegaron a la conclusión de que no valía la pena volver allí, o por lo menos, no volver a enviar a un hombre allí, sino que bastaba con satélites o en el mejor de los casos con robots. Vale decir, que entre las misiones Apolo XI y XVII se trajeron de la Luna una media tonelada de rocas, que habrían servido para el estudio del suelo lunar.
Sin embargo, la idea de que no hay motivos para no volver a la Luna no parece lógica. Entre otros elementos, en la Luna hay helio 3, un elemento químico sumamente escaso en la Tierra y que sería fácil de encontrar en la Luna. Se estima que en nuestro satélite habría cerca de un millón de toneladas de helio 3: Este elemento serviría, si se logra la tecnología necesaria en el futuro, para ser una importante fuente de energía para las civilizaciones de la Tierra, sustituyendo, por ejemplo, al petróleo. Se dice que 25 toneladas de helio 3 bastaría para cubrir toda la energía necesaria en los Estados Unidos o toda la Unión Europea durante un año. Esto sin contar los numerosos minerales de interés que pueden encontrarse en la Luna. Otro aspecto importante es que disponiendo de una base en la Luna sería mucho más fácil seguir con la exploración espacial. Otra teoría aún más simple es la de que los Estados Unidos dejó de lado las misiones Apolo por la falta de interés, tanto político como del público. Luego de la llegada del primer hombre a la Luna, el público estadounidense dejó de interesarse en estos viajes lunares. Además, esta falta de interés del público por los vuelos tripulados a la Luna quitó apoyo popular a la NASA, algo que necesitaba para financiar las posteriores misiones a la Luna. Ahora bien, la teoría que sostienen la mayoría de científicos y especialistas en el tema, es que si no hemos vuelto a la Luna es simplemente por cuestiones económicas. La misión a la Luna costó al gobierno de los Estados Unidos unos 25 mil millones de dólares de aquella época. Hay que destacar que el presupuesto de la NASA en la fecha de su creación era de 5 mil millones de dólares. Pero se dice que actualmente enviar un satélite o un robot a la Luna, el costo es sumamente inferior. Quizá el viaje a la Luna no resulta rentable para cualquier gobierno en el mundo, pese a que ya se ha anunciado que países como China, India, Japón, Rusia y la Unión Europea, pretenden poner un hombre en la Luna a inicios del 2020, con lo que se asegura que el hombre volverá a la Luna. Así que probablemente volveremos a la Luna, si no es con los Estados Unidos, tal vez con algún otro país del mundo. En todo caso, el próximo paso será para construir una base lunar o, tal vez, para un viaje tripulado a Marte.
Fuentes:
- Zecharia Sitchin – El 12º Planeta
- Richard C. Hoagland – Lunar anomalies
- George H. Leonard – Someone else on our Moon
- Willian Corliss – The moon and the planet: A catalog on astronomical anomalies
- Don Wilson – La Luna, una misteriosa nave espacial
- J.J. Benítez – Ovnis: S.O.S. a la Humanidad
- Hanns Hörbiger – Mundos de hielo
- William K. Hartmann y Donald R. Davis – La teoría del gran impacto
- Marina Deon – Escritos sobre Astrología – cosas de la Luna
- Percy Taira – ¿Por qué el hombre no ha vuelto a la Luna?
- Javier Sierra – Regreso a la Luna
- http://www.mundo.sputniknews.com – artículos sobre la Luna
- http://www.lanasa.net – artículos sobre la Luna
- http://www.nasa.gov – artículos sobre la Luna
- Miguel Gilarte Fernández (Asociación Astronómica de España) – artículos sobre la Luna
- http://www.piedradelmisterio.com – la-cara-oculta-de-la-luna
- evoluciondelespiritu.blogspot – La-luna-es-artificial
- algoestacambiando.wordpress – La-luna-es-artificial
- Hagai Perets – artículos en Science
- editorial-streicher.blogspot – Alá, el Dios Luna