Para entender la influencia que la Corriente del Golfo tiene en el clima es importante decir que la cantidad de energía térmica transportada por un fluido en movimiento es proporcional a su densidad. Y si se tiene en cuenta que el agua es 1000 veces más densa que el aire se notara que esta transporta 1000 veces más calor que el mismo volumen de aire. La Corriente del Golfo transporta agua cálida, que a medida que se aproxima hacia latitudes más altas, hacia el Norte, se encontrará con un aire más frío. Estas diferencias de temperatura entre el mar y la capa inferior de la atmósfera será una de las causas principales de las altas o bajas presiones que determinan el clima. La mayoría de las personas saben que la Corriente del Golfo modifica el clima europeo. Un buen ejemplo de esto son dos islas que están ubicadas en la misma latitud, pero una de ellas está influenciada por la Corriente del Golfo y la otra no. En Irlanda, que está influenciada por la corriente, se pueden encontrar hasta palmeras, mientras que la isla de Bouvet siempre está congelada y deshabitada. La isla Bouvet es un pequeño territorio insular deshabitado del océano Atlántico Sur, dependiente de Noruega, y localizado a 1600 km del continente de la Antártida, y a 2000 km en dirección sur/suroeste desde el cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. El centro de la isla es un cráter lleno de hielo de un volcán inactivo, conocido como la meseta de Guillermo II. La isla es ovalada, surcada por una pequeña cordillera que corre diagonalmente de noreste a suroeste. La cumbre más alta de esta cordillera es el monte Olavstoppen, en el sector norte, bastante próximo a la costa. En las costas libres de hielo asoman playas negras de arena volcánica. La longitud perimetral de las costas de la isla es de 29,6 km. Un par de kilómetros al suroeste de la isla principal asoma el islote Larsøya. Como vemos, la Corriente del Golfo influye en el clima de Europa de una manera directa, pues es una masa de agua caliente en medio de las aguas frías de esta zona. Además también lo afecta la interacción entre la corriente y el mar de los Sargazos. Dicha interacción puede subir y bajar la temperatura del continente europeo, según si el gradiente de temperatura entre el uno y el otro baja o sube. Cuando los vientos fríos que vienen del Oeste de Noruega fluyen sobre la Corriente del Golfo se calientan y sirven como un estabilizador de la temperatura mundial. Hay corrientes cálidas, que se generan en la zona intertropical, y avanzan hacia latitudes más altas, templando las temperaturas, como la Corriente del Golfo, que es un auténtico regalo que recibe Europa. Se genera en la corriente ecuatorial del Norte, que choca con las costas del Caribe y proporciona a la región centroamericana un clima más húmedo del que se hubiera podido suponer; luego sale rebotada hacia el Atlántico Norte, y es alimentada sobre todo por esa caldera de agua caliente que es el golfo de México.
Frente a las costas de Florida la corriente alcanza una velocidad de ocho o diez kilómetros por hora, similar a la de un río, pero cincuenta veces más caudaloso que el Amazonas. Se distribuye en abanico hacia las costa europeas, que reciben como una bendición su aliento templado y húmedo. En comentario del climatólogo Richard B. Alley, «los europeos pueden cultivar rosas más al Norte que donde los canadienses se topan con osos polares». Glasgow es una ciudad lluviosa, pero relativamente tibia, donde la nieve en invierno es un fenómeno raro. Está en la misma latitud que la inhóspita y casi inhabitable costa norte de la península de Labrador, al otro lado del Atlántico. Bergen, con sus primaveras floridas, que inspiraron tantas bellísimas melodías a Edvard Grieg, se encuentra a la altura de la todavía más inhabitable Edehon, en el Territorio del Norte, Canadá. Un nuevo Heródoto hubiera podido escribir que «Europa es un don del Gulf Stream». La misma suerte tiene Japón, que se baña con gusto en la corriente cálida del Kuro Shivo, y goza de un clima templado y húmedo, en contraste con el mucho más duro de las costas nororientales de Asia. Aquí solo nos cabe recordar su importancia en el equilibrio climático del mundo, y en las consecuencias de la soldadura de las dos Américas sobre zonas que están muy alejadas de aquel continente. En este mundo todo influye en todo. Y tampoco nos extrañemos de que la Corriente del Golfo, con su enorme afluencia de masas de agua templada sobre miles de kilómetros, haya influido también en sentido contrario. Por un lado favorece una corriente de retorno, la de Terranova y Labrador, con sus aguas frías, y por otro aumenta el caudal de lluvia en regiones hasta entonces secas como el Atlántico Norte y Escandinavia. ¿Qué ocurre si las nubes precipitan sobre regiones que están a 2500 o 3000 metros de altura, como los Alpes? Que no llueve, sino que nieva. Es así como un régimen de tiempo más templado, pero más húmedo, puede provocar la acumulación de nieve, y a la larga la formación de masas superpuestas de hielo. Así lo reconoce un paleo climatólogo tan acreditado como W. Ruddiman. Los glaciares pueden haberse desarrollado no en épocas frías, sino en épocas templadas, pero húmedas. Lo mismo puede decirse de las regiones polares. En el Océano Glacial, donde en eras frías y secas apenas nevaba, comenzaron a formarse o a ampliarse los casquetes de hielo. Así pudo haber sucedido en los primeros estadios de las glaciaciones.
Con respecto a la previsión del importante descenso de temperaturas en Europa, hacemos referencia a diversos estudios sobre glaciaciones. La Pequeña Edad de Hielo fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada Óptimo climático medieval. Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850. Durante el periodo 1645-1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja. Este periodo es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas no se han establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo más profundo de laPequeña Edad de Hielo sugiere que hay una conexión. Otros indicadores de la baja actividad solar durante este período son los niveles de carbono-14 y berilio-10. A lo largo de la Pequeña Edad de Hielo el mundo experimentó también una actividad volcánica elevada, lo que aumentó las emisiones de azufre en forma de gas SO2. Cuando este gas alcanza la estratosfera se convierte en partículas de ácido sulfúrico que reflejan los rayos del sol reduciendo la cantidad de radiación que alcanza la superficie de la tierra (efecto albedo). En 1815 la erupción de Tambora, en Indonesia, cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el año sin verano, cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el Norte de Europa. Otra posible causa de la Pequeña Edad del Hielo pudo ser la detención de la circulación termohalina, también conocida como «cinta transportadora oceánica». La Corriente del Golfo pudo dejar de ser operativa debido a la introducción de una gran cantidad de agua fría en el Atlántico Norte debido a la existencia de temperaturas relativamente altas del Óptimo climático medieval. A partir de 1850, el clima comenzó a cambiar hacia temperaturas más cálidas. Algunos escépticos sobre el calentamiento global arguyen que los cambios actuales se deben a la recuperación climática de este último evento glacial, y que, por ello, la actividad humana no es causante de este cambio, aunque esta idea dista de ser comúnmente aceptada. La mayor parte de la comunidad científica apoya la idea de que el cambio climático reciente está desencadenado, en mayor o menor medida, por el incremento en las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera debido a las actividades humanas.
Los oceanógrafos prevén serios problemas con la Corriente del Golfo, que es la que proporciona calor tanto a Norteamérica como a Europa. Con todo el alboroto que rodea a la nueva película de catástrofe ambiental “El día después de Mañana” (The Day After Tomorrow), así como un frenesí de los medios intentando averiguar si los acontecimientos retratados en la película podrían suceder realmente, hacemos referencia a un informe realizado por Brad Lemley, que comunicaba las preocupaciones de un número de científicos del Instituto Woods Hole, en Massachussetts, acerca de que realmente podríamos estar enfrentándonos a una nueva edad de hielo en el este de los EE.UU. y en Europa, producida por el calentamiento global. Sin embargo, esos científicos caracterizaron a esa edad de hielo como un “mini” evento, que podría durar entre 300 a 400 años. Asimismo, lo consideran como similar a uno que la humanidad ya sufrió y que finalizó hacia 1850 (La Pequeña Edad de Hielo). ¿Podría esto suceder en el corto plazo?. La respuesta categórica es: Sí. ¿Será el acontecimiento devastador que se retrata en la película?. Ello es sumamente improbable, pero no imposible. William Cury es un científico del clima que ha pasado mucho tiempo examinando con detenimiento la famosa pintura de Emanuel Gottlieb Leutze “George Washington Cruzando el Delaware”, que muestra un grupo de soldados coloniales norteamericanos en un bote, en su camino para atacar las tropas inglesas el día siguiente a la Navidad de 1776. “La mayor parte de las personas piensa que algunos de ellos están remando, pero en realidad están alejando el hielo”, dice Curry. De seguro, el remero del frente está aporreando el río helado con su bota. “Crecí en Filadelfia. El lugar mostrado en la pintura está a 30 minutos por automóvil. Se los puedo asegurar, este tipo de cosas ya no sucede más”. Pero podría volver a suceder pronto. Y las escenas llenas de hielo, similares a esas inmortalizadas por el artista flamenco del siglo XVI, Pieter Brueghel el Viejo, pueden también regresar a Europa. Sus trabajos, que incluyen a la pieza maestra de 1565 “Cazadores en la Nieve”, hacen que los ahora templados paisajes europeos puedan llegar a parecerse a los paisajes de Laponia. Unas condiciones tan frígidas fueron comunes durante un período que se extendió aproximadamente de 1300 hasta 1850, porque buena parte de América del Norte y de Europa sufría las durezas de una pequeña edad de hielo. Y ahora hay una creciente evidencia de que el frío podría regresar. Un número cada vez mayor de científicos, que incluye a muchos pertenecientes a la base de operaciones de Curry, el Instituto Oceanográfico Woods Hole de Cabo Cod, Massachussetts, cree que las condiciones están maduras para otro enfriamiento prolongado, o sea una nueva pequeña edad de hielo.
Mientras que nadie está previendo las brutales capas de hielo que alguna vez cubrieron con glaciares al hemisferio norte hasta hace unos 12.000 años, curiosamente coincidiendo con el posible hundimiento de la Atlántida, el próximo período frío podría hacer descender las temperaturas 3ºC en la mayor parte de los EE.UU., y unos 6ºC en el noreste de América del Norte, en el norte de Europa y en el norte de Asia. “Podría suceder en 10 años”, dice Terrence Joyce, quien preside el Departamento de Oceanografía Física de Woods Hole. “Una vez que comience, podría durar cientos de años antes de comenzar a revertirse”. Y está alarmado porque los estadounidenses todavía no han tomado seriamente la amenaza. En una carta al Times de Nueva York, escribió: “Recuerden los más fríos inviernos del Noreste, como aquellos de 1936 y de 1978, y luego imaginen inviernos sucesivos que sean aún más fríos, y entonces tendrán una idea de cómo sería esto”. Una caída de 3 a 6 grados significa mucho más que simplemente mover hacia arriba el termostato y continuar como de costumbre. Tanto económica como ecológicamente, un enfriamiento tan rápido y persistente podría tener consecuencias devastadoras. Un reporte de 2002 titulado “Cambio Climático Abrupto: Sorpresas Inevitables”, generado por la Academia Nacional de Ciencias, calculó solamente el coste de las pérdidas agrícolas entre 100.000 a 250.000 millones de dólares, a la vez que también predicen que el daño ecológico sería vasto e incalculable. Como ejemplos podemos indicar bosques que desaparecen, aumento en los costes en los hogares, disminución de agua dulce, menor producción de cultivos, y extinciones aceleradas de especies. La razón para unos efectos tan enormes es simple. Un cambio climático rápido causa más descalabro que uno lento. La gente, los animales, las plantas, y las economías que dependen de ellos son como ríos, dice el reporte. “Por ejemplo, los altos niveles del agua en un pueden abrir brechas y producir inundaciones masivas. Muchos procesos biológicos sufren cambios profundos en umbrales particulares de temperatura y precipitación”. Los cambios políticos ocurridos desde la última edad de hielo podrían hacer que la supervivencia fuera más difícil para los pobres del mundo. Durante los períodos anteriores de frío, tribus enteras simplemente levantaban sus campamentos y se mudaban al sur, pero esa opción no funciona más en el mundo moderno de fronteras cerradas. “En la medida en que un cambio abrupto de clima pueda causar cambios rápidos y extensos en la fortuna de aquellos que viven de la tierra, la incapacidad para migrar puede eliminar una de las mayores redes de seguridad para la gente con problemas”, dice el reporte.
Tras los intensos fríos de las fases álgidas de la última glaciación de Würm, el clima de la Tierra comenzó a calentarse de manera decisiva e irreversible. Comenzó a funcionar con mucha intensidad al circulación termohalina, y se puso en marcha la corriente del Golfo que transporta calor desde las latitudes tropicales hasta el norte de Europa. Hace unos 16 mil años las cosas empezaron a cambiar. Poco a poco el hielo comenzó a derretirse, el agua comenzó a fluir en grandes cantidades, vertiéndose a los océanos, e incrementando el nivel de los mismos. El calentamiento se prolongó hasta hace unos 12 mil años, cuando el clima se estabilizó en el mundo. La cara de la Tierra había cambiado, el nivel del mar se incrementó en 120 metros, el mar cubrió grandes áreas de las zonas costeras y la geografía de los continentes se reconstruyó tal y como la conocemos hoy en día. Cuando las cordilleras que formaban la Atlántida se prolongaban desde América hasta Europa y África, impedían el flujo de las aguas tropicales del océano hacia el Norte y no existía la Corriente del Golfo. La tierra encerraba el océano, que bañaba las playas del Norte de Europa y era intensamente frío. El resultado fue el período de las glaciaciones. Cuando la barrera de la Atlántida se hundió lo suficientemente como para permitir la expansión natural de las aguas calientes de los trópicos hacia el Norte, el hielo y la nieve que cubrían Europa desaparecieron gradualmente. La Corriente del Golfo fluyó alrededor de la isla-continente y aún conserva el movimiento circular que adquirió originalmente debido a la presencia de la Atlántida. Los oficiales del HMS Challenger hallaron la totalidad de la superficie de la cordillera atlántica cubierta de residuos volcánicos, que eran los restos del barro que, según nos cuenta Platón, hicieron imposible atravesar el mar, después de la destrucción de la isla. De ello no se desprende que las cordilleras que la conectaban con América y África se elevaran sobre el nivel del mar en la época en que la Atlántida quedó definitivamente sumergida. Es posible que se deslizaran gradualmente hacia el mar, o que se desplomaran debido a cataclismos semejantes a los que se describen en las tradiciones centroamericanas. La Atlántida de Platón puede haberse reducido a la “Cordillera del Delfín” de nuestra época, comúnmente llamada la cordillera del Atlántico Medio o dorsal Mesoatlántica.
La dorsal Mesoatlántica es una dorsal centro-oceánica, una placa tectónica divergente o placa limítrofe constructiva ubicada a lo largo del fondo del océano Atlántico, y que forma parte de la cordillera más larga del mundo. En el Atlántico Norte, separa las placas Euroasiática y la Norteamericana, mientras que en el Atlántico Sur separa la Africana y Sudamericana. La cordillera se extiende desde una unión con la dorsal de Gakkel al noreste de Groenlandia hacia el sur de Bouvet en el Atlántico Sur. Aunque la dorsal Mesoatlántica es mayoritariamente subacuática, parte de ella tiene una elevación suficiente como para superar el nivel del mar. La sección de la dorsal que incluye la isla de Islandia es conocida también como la dorsal Reykjanes. El ritmo medio de expansión es de unos 2,5 cm por año. La mayor parte de la dorsal se extiende, no obstante, entre 3000 y 5000 metros por debajo de la superficie oceánica. Desde el lecho marino, las montañas se alzan entre unos 1000 y 3000 metros de altura dentro de las aguas del Atlántico y se extienden a lo ancho alrededor de 1500 kilómetros de este a oeste desde su base. La dorsal Atlántica es hendida por un profundo valle a lo largo de su cresta, con una anchura aproximada de 10 kilómetros y con paredes que alcanzan los 3 kilómetros de altura. Este valle es la divisoria de dos placas divergentes del fondo del océano en donde el lecho marino se está separando, de acuerdo a la teoría de la tectónica de placas. El valle existente en la dorsal continúa ensanchándose a razón de unos 3 centímetros anuales. En la zona donde el lecho marino se abre, el denominado magma, o roca fundida, situado bajo la superficie terrestre asciende rápidamente. Este magma se convierte en una nueva capa oceánica situada sobre y bajo el lecho marino cuando se enfría. La dorsal Media está seccionada por zonas de fractura y otra serie de discontinuidades espaciadas entre ellas más de 100 kilómetros, lo que desvía a la cordillera de su curso general norte-sur. Las principales de todas estas desviaciones, como la zona de fractura de Romanche, cuyo sentido es este-oeste, tienen una longitud próxima a los 1000 kilómetros y se distribuyen cerca del ecuador. Esto explica el encaje casi perfecto que se distingue entre el saliente de la costa nororiental de Brasil, en Sudamérica, y el entrante del golfo de Guinea en África. La existencia de una cordillera bajo el océano Atlántico fue deducida por primera vez por Matthew Fontaine Maury en 1850. Fue descubierta por la expedición del HMS Challenger en 1872. Un equipo de científicos, liderados por Charles Wyville Thomson, descubrieron una larga elevación en el medio del Atlántico mientras investigaba la futura ubicación de un cable telegráfico transatlántico. La existencia de esta cordillera fue confirmada por el sónar en 1925 y se encontró que se extendía alrededor del cabo de Buena Esperanza hasta el océano Índico por parte de la expedición alemana Meteor.
En la década de 1950, al trazarse mapas del suelo oceánico por Bruce Heezen, Maurice Ewing, Marie Tharp y otros, pusieron de manifiesto que la dorsal Mesoatlántica tenía una extraña batimetría de valles y crestas, con un valle central que era sismológicamente activo y el epicentro de muchos terremotos. Ewing y Heezen descubrieron que la cresta era parte de un sistema esencialmente continuado de 40 000 kilómetros de largo de dorsales oceánicas sobre los fondos de todos los océanos de la Tierra. El descubrimiento de este sistema de dorsales mundiales llevó a la teoría de la expansión del fondo oceánico y la aceptación general de la teoría de Wegener sobre la deriva continental y los movimientos de las placas tectónicas. El barco norteamericano Gettysburg también realizó algunos descubrimientos notables en un área vecina: “El descubrimiento de un banco de sondeos localizado en los puntos N. 85° O., y a una distancia de 209 kilómetros del cabo San Vicente, anunciado recientemente por el comandante Gorringe, del Gettysburg, de los Estados Unidos, y que fue realizado en su última travesía del Atlántico, puede relacionarse con los sondeos previamente obtenidos en la misma región del Atlántico Norte. Dichas pruebas sugieren la probable existencia de una plataforma o cordillera submarina que conecta la isla de Madeira con la costa de Portugal y la probable conexión de la isla, en tiempos prehistóricos, con el extremo sur-occidental de Europa“. Sir C. Wyville Thomson descubrió que los ejemplares de la fauna de la costa brasileña eran similares a los de la costa occidental de la Europa meridional. Esto se explicaría por la existencia de cordilleras que unían Europa con Sudamérica. Un miembro de la tripulación del Challenger opinó, poco después del término de la expedición, que la gran meseta submarina no es otra cosa que los restos de “la Atlántida perdida“. Cuando escribió estas líneas, Donnelly no conocía los últimos descubrimientos realizados en este campo. De haberlos conocido, su convicción habría sido aún mayor. Desde la época de Donnelly, el fondo del mar ha sido estudiado con mucha mayor precisión, gracias al sonar y a la investigación submarina. Durante este período se ha descubierto también alguna información muy curiosa acerca de la plataforma continental de ambos lados del Atlántico. Dicha plataforma es el territorio próximo a la costa, que aún forma parte, geológicamente, del continente, antes de deslizarse hacia las profundidades del mar para luego reaparecer en lo que se llama la llanura abisal.
Un examen de las profundidades de los zócalos continentales reveló que los lechos de los ríos que fluyen hacia el Atlántico prolongaban su curso a lo largo de la plataforma y que algunas veces los atravesaban a través de cañones, de la misma forma en que los ríos de la superficie erosionan la roca y la tierra. Esto ocurre con los ríos de Francia, España, el Norte de África y Estados Unidos, que desembocan en el Atlántico Norte y prosiguen por el fondo del mar, a lo largo de valles sumergidos, hasta alcanzar una profundidad de unos 2500 metros. El fenómeno es particularmente notable en el caso del cañón del Hudson, que extiende el lecho de dicho río a través de barrancos submarinos y a lo largo de unos 300 kilómetros, hasta el borde del zócalo continental. Ello parecería indicar que estos cursos fluviales que ahora se hallan a miles de metros bajo el mar existieron cuando aquella parte de la plataforma continental era tierra firme y que, o bien la tierra se ha hundido, o bien ha aumentado el nivel del agua, provocando esta inundación de los lechos de los ríos. Al referirse a estos cañones fluviales submarinos, un boletín de la Sociedad Geológica de los Estados Unidos de 1936 sugería que dichas “subidas y descensos mundiales del nivel del mar, que equivalen a más de 2500 metros, deben haberse producido desde fines de la era terciaria“. En otras palabras, el período llamado plioceno, o sea, la era en que se supone apareció el hombre. La ruptura de un cable submarino ocurrida en 1898, cuando se estaba instalando el cable trasatlántico, a unos 800 kilómetros al norte de las Azores, acarreó otro hallazgo extraordinario. Mientras se realizaba la búsqueda del cable se descubrió que el fondo marino de la zona estaba compuesto de abruptos salientes, cúpulas y profundos valles que recordaban más a la superficie terrestre que al fondo del mar. Utilizando hierros con garfios se logró recoger muestras de rocas a una profundidad de 1700 brazas, que al ser examinadas resultaron ser taquilita, una lava basáltica vítrea que se enfría fuera del agua cuando está sometida a la presión atmosférica. Según el geólogo francés Pierre Termier, que estudió del caso, si la lava se hubiese solidificado bajo el agua habría sido cristalina en lugar de vitrificada. Aún más, Termier supuso que la lava se había sumergido poco después de su enfriamiento, como lo demostraba la relativa aspereza del material recogido. Más aún, puesto que la lava tarda en descomponerse unos quince mil años, el hecho de que las muestras submarinas no se hayan descompuesto aún, así como el aparente enfriamiento ocurrido sobre el agua, encajan perfectamente con la teoría de la Atlántida, e incluso con la época en que, según Platón, habría ocurrido la catástrofe.
Termier dice además que “toda la zona al norte de las Azores, y tal vez la propia zona donde se emplazan las islas — de las que podrían quedar sólo ruinas visibles— quedó sumergida muy reciente-mente, quizá durante la época que los geólogos llaman el presente“. También recomienda “un dragado muy cuidadoso hacia el sur y el sudoeste de las islas“. La arena existente en los zócalos submarinos, frente a las Azores, algunas veces a miles de metros de profundidad, nos proporciona otra de las piezas perdidas del rompecabezas. Aparece en aguas poco profundas y ha sido formada por la acción de las olas sobre las rompientes. ¿Qué sabemos hoy acerca del fondo del Océano Atlántico? Mucho más, gracias al sonar y a los cálculos de profundidad mediante el empleo de explosivos para realizar la triangulación y la investigación del fondo del mar. Las llanuras, mesetas, elevaciones, cañones, cordilleras, grietas profundas, conos y las misteriosas montañas marinas han sido descritas en mapas igual que las islas de la superficie, aun cuando puede ocurrir que una nueva isla volcánica surja ocasionalmente del fondo del mar para luego volver a hundirse. Contamos, por ejemplo, con una carta más exacta de la cordillera del Delfín, que es una cadena montañosa gigante con forma de doble S, una sobre la otra y que se extiende desde Islandia hasta el extremo de Sudamérica. Esta cordillera o meseta con montañas submarinas, flanqueada por llanuras abisales, adquiere gran anchura en las secciones semicirculares de la S, entre España, el Norte de África y las Bermudas. Luego se estrecha frente a la punta de Brasil, al sur del Ecuador, donde es cruzada por la zona de la fractura Romanche y luego vuelve a ensancharse entre el sur de Brasil y África. La característica más notable de la cordillera del Atlántico Medio es que sigue el contorno general de América del Norte y del Sur, como si fuese un débil reflejo de los continentes americanos en el fondo del océano. Cuando se examinan las profundidades en torno a las islas Azores se advierte que aunque las islas mismas se alzan verticalmente desde el fondo, están situadas sobre una especie de doble meseta. La base de esta meseta está ubicada en una zona que va aproximadamente desde los 30 a los 50 grados de latitud Norte, y la parte más alta en un área que se extiende desde los 36 a los 42 grados Norte, con una anchura de 800 kilómetros. La profundidad, desde la llanura hasta la meseta inferior, varía entre 1000 y 500 brazas. Una braza es una unidad de longitud náutica, usada generalmente para medir la profundidad del agua. Se llama braza porque equivale a la longitud de un par de brazos extendidos, aproximadamente 1,852 metros.
Es decir, si la profundidad abisal es, por ejemplo de 2400 brazas, la de la cordillera podría ser de 1800 brazas, a menos que la cumbre submarina de algún monte sumergido alcance 400 brazas o menos, o emerja a la superficie como una isla, que es lo que ocurre con las Azores. La segunda meseta indica una elevación aún más sorprendente, de 1420 a 400 brazas; de 1850 a 300 brazas y desde 1100 a 630 brazas. Es interesante anotar que algunos estudiosos de la teoría de la Atlántida han pensado que el continente Atlántico se hundió por etapas y tal vez en tres inmersiones sucesivas. La formación de una meseta doble bajo las Azores parecería corroborar esta teoría. Al sur de las Azores encontramos algunas importantes montañas submarinas, que no se hallan a muchas brazas de profundidad. Dos de ellas fueron designadas con los nombres de Platón (205 brazas) y Atlántida (145 brazas). La ruptura del cable trasatlántico que causó tanto furor en los estudios sobre el continente de la Atlántida a comienzos de siglo XX, se produjo a unos 800 kilómetros al norte de las Azores y al este del monte submarino Altair. Algunas investigaciones más recientes acerca de dicha cordillera han aportado nuevos indicios para la especulación. Los exámenes de partículas del fondo marino, o “núcleos“, tomadas en esta cordillera en 1957 permitieron extraer plantas de agua dulce que crecían sobre materiales de sedimentación a una profundidad de casi tres kilómetros y medio. Y el examen de las arenas de la fosa de la Romanche hizo pensar que se habían formado a la intemperie, en ciertas partes de la cordillera que en un momento determinado fueron proyectadas sobre la superficie. A una distancia de 1600 kilómetros de esta meseta encontramos el promontorio submarino de Bermuda, que culmina en las islas Bermudas, justo en uno de los vértices del misterioso Triángulo de las Bermudas, y situadas en la cima de inmensas montañas sumergidas. Frente a la península de la Florida, en la plataforma continental americana, algunos estudios hidrográficos realizados por el U.S. Geodectic Survey constataron depresiones de 120 metros de profundidad a lo largo de fondos marinos situados a 150 metros de profundidad y que “fueron presumiblemente lagos de agua dulce situados en zonas que luego se sumergieron“. Directamente al este de la meseta de las Azores encontramos la cordillera Azores-Gibraltar, con profundidades reducidas, de sólo cuarenta a ochenta brazas. Y siguiendo hacia el Sur y conectadas a esta cadena montañosa a lo largo de la costa de África, a poca profundidad, también aproximadamente de cuarenta brazas, hallamos otra serie de cimas y montañas sumergidas, que incluyen las islas Madeira y Canarias. Las islas de Cabo Verde, frente a Dakar, aparecen aisladas y sin cadenas que las conecten a otras.
Muchos de los hipotéticos “puentes de tierra firme” existentes entre el Viejo y el Nuevo Mundo aparecen como algo perfectamente posible cuando examinamos la información de que ahora disponemos acerca de la configuración del fondo del mar. Por ejemplo, la plataforma continental europea se conecta con Islandia por medio de cordilleras y luego se une con Groenlandia a través del promontorio de Groenlandia-Islandia. En el Atlántico Medio la cadena Azores-Gibraltar se une con la meseta de las Azores, y una parte de la cordillera mesoatlántica llega casi a las Bermudas, mientras otra cadena un poco menor se abre hacia las Antillas y hacia la parte más profunda del Atlántico, la fosa de Puerto Rico. Entre otras cadenas de unión en el Atlántico Sur tenemos el puente que parte desde África a través de Sierra Leona, la cordillera mesoatlántica que va desde las rocas de San Pedro y San Pablo hasta Brasil, la de Walvis, que sale de Sudáfrica y cruza la cordillera del Atlántico Medio hacia Brasil, atravesando las islas Trinidad y Martín Vaz, o el promontorio de Río Grande o la meseta de Bromley. Las grandes transformaciones ocurridas en el fondo del Atlántico, que probablemente fueron provocadas por perturbaciones volcánicas, permiten suponer la existencia de conexiones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, en forma de puentes terrestres o islas que posteriormente quedaron sumergidas y que podrían haber sido usadas como puntos de apoyo, lo cual explicaría muchas curiosas similitudes en la vida animal y vegetal, como la presencia de elefantes prehistóricos, camellos y caballos en América. Una expedición organizada en 1969 por la Universidad de Duke, con el fin de estudiar el fondo del mar Caribe, realizó un importante descubrimiento relacionado con los continentes desaparecidos. Gracias a la realización de algunos dragados, sacaron a la superficie cierta cantidad de rocas graníticas, en cincuenta sitios distintos a lo largo de la cordillera Aves, un cordón montañoso submarino que va desde Venezuela a las islas Vírgenes. Estas piedras ácido-ígneas han sido catalogadas dentro del tipo “continental“, que sólo se encuentra en los continentes o en los lugares donde han existido éstos. El doctor Bruce Heezen, del observatorio geológico Lamont, dijo a este respecto lo siguiente: “Hasta ahora, los geólogos creían, en general, que las rocas graníticas ligeras, o ácido-ígneas, quedaban limitadas a los continentes, y que la corteza terrestre que se encuentra bajo el mar estaba compuesta de rocas basálticas más oscuras y pesadas. De esta forma, la presencia de rocas graníticas de color claro podría apoyar la vieja teoría de que antiguamente existió un continente en la zona del Caribe oriental y que estas rocas constituirían el núcleo dé un continente perdido y sumergido“.
El lecho del Atlántico es una de las regiones más inestables de la superficie terrestre. Se ha visto conmocionada por perturbaciones volcánicas a lo largo de los siglos y, de hecho, sigue sufriéndolas aún. La falla volcánica se extiende desde Islandia, donde en 1788 pereció una quinta parte de la población a consecuencia de un terremoto a lo largo de toda la extensión de la cordillera Atlántica. En Islandia, en 1845, la erupción del volcán Hecla se prolongó durante un lapso de siete meses. Islandia sufre aún en ocasiones una furiosa actividad volcánica. Una espectacular erupción submarina, que se prolongó desde noviembre de 1963 a junio de 1966, provocó la formación de una nueva isla, que lleva el nombre de Surtsey y se encuentra a 36 kilómetros de la costa sudoccidental de Islandia. La lava solidificada se transformó en tierra. Y en la isla, que sigue creciendo, comenzó a aparecer vegetación permanente. Desde su emergencia, Surtsey se ha visto acompañada por otras dos islas. La misma Islandia, como ocurre en la descripción que de la Atlántida hiciera Platón, posee manantiales calientes. Su altísima temperatura, que proviene de las fuerzas termales subterráneas, permite que sean utilizadas para el sistema de calefacción de la capital, Reykjavik. Encontramos continuas referencias escritas respecto a movimientos sísmicos en Irlanda y más tarde hacia el Sur. En una misma línea en relación con las Azores, un violento terremoto sacudió Lisboa en 1775, causando la muerte de 60.000 personas y provocando un descenso en el nivel del muelle principal, mientras los diques y el resto de los muelles se sumergían 180 metros bajo el mar. La actividad sismológica es un fenómeno constante en la región de las Azores, donde todavía existen cinco volcanes activos. En 1808, uno de ellos se alzó en San Jorge a una altura de varios miles de pies, y en 1811 emergió del mar una isla volcánica, creándose una gran superficie a la que se dio el nombre de Sambrina, durante su breve existencia en la superficie, y antes de que volviera a hundirse en el océano.
Las islas Corvo y Flores, en el archipiélago de las Azores, que figuran en los mapas desde 1351, han cambiado constantemente su forma. Y amplias secciones de la isla de Corvo han desaparecido en el mar. En otro grupo de islas, las Canarias, cuyo gran volcán central, el Pico del Teide, entró en erupción en 1909, el índice de perturbaciones volcánicas es muy elevado. En 1692 un terrible terremoto hundió la mayor parte de Port Royal, arrastrando incluso a los piratas que estaban utilizando la ciudad como refugio, mercado y centro de rebelión. Port Royal (“Puerto Real“) fue la sede del gobierno británico en Jamaica y la principal base pesquera y comercial de la isla durante el siglo XVII. En su época de esplendor también acogió a un gran número de piratas que bajo el amparo de los británicos atacaban las naves españolas y francesas. Fue destruida por un gran terremoto el 7 de junio de 1692, durante el cual dos tercios de la ciudad se hundieron en las aguas del mar Caribe. Tras este desastre, la actividad comercial de las isla se trasladó a la ciudad de Kingston, actual capital de Jamaica. Este hundimiento en el mar de esta ciudad mueve nuestros recuerdos hacia lo ocurrido en tiempos históricos en el mismo océano, donde, según la leyenda, la Atlántida se hundió “debido al disgusto divino“. En el Caribe y dentro de la zona volcánica atlántica, se produjo un terremoto aún mayor, en 1902, cuando el Mont Pelee, de la Martinica, estalló con tal fuerza que, según se dice, causó la muerte de todos los habitantes de Saint-Pierre, la ciudad vecina, salvo a uno, como si fuese un Noé moderno. En 1931, la actividad volcánica produjo la aparición de dos nuevas islas en el grupo de las Fernando de Noronha, que Inglaterra se apresuró a reclamar, aun cuando su pretensión fue discutida por varias naciones del vecino continente sudamericano. Los británicos se ahorraron el tener que adoptar una decisión peligrosa gracias al nuevo hundimiento de las islas cuando aún se estaba discutiendo su propiedad. En las islas cerca de Madeira surgieron a la superficie, en 1944, algunos pequeños promontorios, que eran las cimas de algunos volcanes que se elevaron desde el fondo del mar hasta sobre la superficie. El Atlántico ha sido una zona volcánica activa durante siglos, desde Islandia hasta las costas del Brasil. Según el doctor Maurice Ewing, del observatorio geográfico Lamont, “sus grietas más profundas forman el sitio de un cinturón sísmico oceánico“. Parece lógico por ello que hace miles de años tuviera lugar una actividad volcánica aún mayor, sobre todo porque tal actividad se da todavía en las mismas regiones en que la leyenda ha situado el continente de la Atlántida.
Cuando se habla de los últimos millones de años, se utiliza «glaciación» para referirse a periodos más fríos, con extensos casquetes glaciales en Norteamérica y Eurasia. Según esta definición, la glaciación más reciente acabó hace unos 10.000 años. En oceanografía física se denomina circulación termohalina o, metafóricamente, cinta transportadora oceánica, a una parte de la circulación oceánica a gran escala, que es determinada por los gradientes de densidad globales, producto del calor en la superficie y los flujos de agua dulce. Esta circulación es muy importante por su significativa participación en el flujo neto de calor desde las regiones tropicales hacia las polares, y su influencia sobre el clima terrestre. A principios del siglo XX los viajes entre continentes se realizaban por mar. Los que llegaban en barco a Europa desde Nueva York primero veían las aguas claras y azules de la Corriente del Golfo y luego, de repente, navegando hacia el noreste dejando atrás cabo Cod, en el extremo oriental del estado de Massachusetts, al noreste de Estados Unidos, y entrando en la corriente fría de Labrador, las aguas se volvían oscuras y densas. Puede que a la vida oceánica le agraden las temperaturas suaves, pero las propiedades del agua impiden que disfruten de mucho más que 10 °C, a menos que se trate de un número extremadamente pequeño de individuos dispuestos además a vivir en condiciones cercanas a la inanición. Ésta es una limitación global importante al crecimiento y uno de los motivos por los que a Gaia le conviene mantenerse fría. Según la hipótesis de Gaia, la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de auto regular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Otro cambio probable debatido a menudo por los climatólogos se refiere a las grandes corrientes que mueven las aguas de los océanos del mundo. El distinguido científico norteamericano Wally Broecker fue el primero en advertirnos de que las corrientes que atraviesan el Atlántico Norte dependen de la presencia de condiciones árticas cerca de Groenlandia. Las aguas que fluyen hacia el norte por la superficie del Atlántico son templadas y se vuelven más saladas debido a la evaporación. El agua salada es más densa que la dulce y se hundiría de no ser porque las aguas de debajo de ella son más frías y densas todavía. Cuando esta agua salada densa y templada se enfría al entrar en contacto con el hielo ártico, se hunde allí hasta el fondo del océano. Ese hundimiento es la fuerza motriz que pone en marcha las corrientes y hace que el agua salada y templada que avanza hacia el noreste por el Atlántico, la que conocemos como Corriente del Golfo, no se detenga. Broecker advirtió que si cesara el hundimiento de agua salada, el norte de Europa ya no recibiría los beneficios de esa corriente de agua templada.
La tendencia más sensacionalista a menudo prefigura eso como una vuelta a condiciones árticas de Europa y la Costa Este de América del Norte. Pero para cuando eso suceda, el hielo del Ártico estará en proceso de extinción. Una posibilidad que no podemos dejar de considerar es que el clima de las islas Británicas y Europa occidental, que es hoy 8 °C más cálido que el de las mismas latitudes en otras partes del mundo, quizá permanecería inalterable a pesar del calentamiento global, puesto que los 8 °C que se perderían al desaparecer la Corriente del Golfo serían más o menos la misma cantidad de grados que se predice que subirá la temperatura a causa del calentamiento global. Ojalá fuera así, aunque, en ese caso, todavía tendríamos que enfrentarnos a la pérdida de tierra que la subida del nivel del mar comportaría. La posibilidad de que la Corriente del Golfo se frene o se detenga suena a ciencia-ficción. Esta gran corriente oceánica de superficie del Atlántico, proveniente de la zona intertropical y que baña las costas europeas, lo que nos asegura inviernos agradables y veranos templados, no puede sencillamente detenerse. Aún así, la disminución de su intensidad o incluso su detención total no son fenómenos imposibles. La historia climática del planeta lo demuestra. La Corriente del Golfo ya se ha encontrado con serias perturbaciones en su recorrido. Una serie de investigadores canadienses, americanos y británicos, cuyos trabajos están respaldados por un programa de investigación de la Unión Europea, calculan que, desde hace unos 10 años, el recalentamiento global de nuestro planeta modifica la salinidad de los océanos, lo que podría perturbar la circulación de las corrientes marinas, llamada circulación termohalina. La Corriente del Golfo forma parte de la circulación termohalina mundial. La responsable de esta modificación de la salinidad del Atlántico norte sería el aumento de la evaporación de aguas de superficie en la región intertropical, que genera un exceso de vapor de agua en la atmósfera y precipitaciones de agua dulce más intensas en las altas latitudes. Las aguas menos cargadas de sal penetran con más dificultad en las profundidades marinas. Esto es precisamente lo que sucede en la Corriente del Golfo en el norte de Islandia. Ahí es donde la famosa corriente se sumerge hacia los fondos oceánicos para volver hacia los trópicos y luego, todavía más lejos, hacia el Océano Antártico. Esta corriente oceánica profunda es, en cierto modo, la corriente de “retorno” de la Corriente del Golfo de superficie. La aportación de agua dulce suplementaria, acompañada de unas precipitaciones más intensas, impediría a la Corriente del Golfo sumergirse en el Ártico hacia los fondos oceánicos, lo que detendría la gran maquinaria climática mundial y podría obstaculizar e incluso taponar finalmente en superficie la Corriente del Golfo.
Las consecuencias si la Corriente del Golfo fuera deficiente es que Europa, privada de sus efectos, caería en un nuevo periodo frío. Ello implicaría que los inviernos de Lisboa correrían el peligro de ser tan intensos como los de Nueva York. La historia climática de nuestro planeta demuestra que tales fenómenos, provocados por un aporte considerable de agua dulce en las aguas del Atlántico norte, seguido de una descarga masiva de hielo del casquete glacial americano, ya han detenido en el pasado la Corriente del Golfo. El adjetivo termohalino deriva de la palabra termo, que hace referencia a la temperatura, y la palabra halino, que hace referencia al contenido de sal, factores que, juntos, determinan la densidad del agua de mar. Las corrientes superficiales de las aguas marinas, tales como la corriente del Golfo, se dirigen desde el océano Atlántico ecuatorial hacia las latitudes templadas y, eventualmente, a las latitudes árticas, enfriándose en su recorrido y hundiéndose a latitudes cercanas al polo, formando la masa de agua profunda del Atlántico Norte. Esta agua densa luego fluye hacia las cuencas oceánicas. Gran parte de la masa de agua surge en el Océano del Sur, también conocido como Océano de la Antártida u Océano del Polo Sur, que rodea la Antártida en la región del Polo Sur. Pero las aguas más antiguas, con un tiempo de tránsito de unos 1600 años, surgen en el Océano Pacífico Norte. Por ello se produce un considerable grado de mezclado entre las cuencas oceánicas, reduciendo las diferencias entre ellas y convirtiendo a los océanos de la Tierra en un sistema global. En su recorrido, las masas de agua transportan tanto energía, en forma de calor, como materia en forma de sólidos, sustancias disueltas y gases, alrededor del globo. Por lo tanto, el estado de la circulación ejerce un gran impacto en el clima de la Tierra. En conjunto, la circulación global puede describirse como un flujo relativamente superficial de agua que se calienta en el Pacífico y el Índico hasta el Atlántico, en cuyas latitudes tropicales sigue recibiendo calor, para finalmente hundirse en el Atlántico Norte, retornando a niveles más profundos. La circulación es debida a convección. Es decir, que se produce por diferencias de densidad, con las masas más densas tendiendo a hundirse y las menos densas a ascender. En el caso de las masas oceánicas las diferencias de densidad dependen de dos factores: la temperatura y la salinidad. La densidad decrece cuando aumenta la temperatura y crece con la salinidad. Las masas que se hunden en el Atlántico y en la banda oceánica meridional, lo hacen por el efecto de vientos que, al provocar la evaporación del agua, reducen su temperatura a la vez que provocan la concentración de las sales. La formación de hielo separa agua pura, dejando un agua saturada de sal que, o rellena las grietas o se mezcla con el agua oceánica, amplificando el efecto. Las masas enfriadas, más densas, se trasladan por gravedad a los fondos polares.
En el Atlántico Norte, la densificación debida a la evaporación da origen a una masa de agua fría y densa que circula a lo largo del Atlántico en un camino de retorno al Pacífico, no pudiendo, por la actual distribución de los continentes, seguir la vía directa por el noroeste. Un incremento en el flujo de agua dulce en la superficie del Atlántico Norte puede llevar a un significativo debilitamiento o un completo colapso en la circulación termohalina. Éste sería el resultado neto de varias retroalimentaciones. Las corrientes marinas actúan como verdaderos reguladores térmicos. Se dice que las corrientes marinas en el mundo funcionan como un cinturón termohalino, pues la circulación profunda en el mar es regulada por diferencias de densidad, que son regidas principalmente por la salinidad y la temperatura. La circulación marina en general es un complejo sistema en el cual interactúan la atmósfera y el océano, donde el océano capta la luz infrarroja y, debido al alto calor específico del agua es capaz de retener el calor absorbido. La atmósfera está presente en este intercambio de calor y, con sus vientos, genera corrientes superficiales. La circulación profunda funciona de otra manera, ya que la densidad del agua juega el papel principal. Por ejemplo, en la Corriente del Golfo las aguas calientes y con más alta salinidad son llevadas a altas latitudes, confiriendo de esta manera el clima templado que se observa allí, pues de otra manera el clima sería mucho más frío. Esta Corriente del Golfo es de las más fuertes y llega a desplazarse a 2 m/s. En los años ochenta, el oceanógrafo Wallace Broecker sugirió, por primera vez, el término del cinturón termohalino, en el cual explica como la circulación en todo el océano funciona por diferencia de densidades, y como esto afecta al clima. Las masas más densas que se sumergen en las profundidades del océano se forman en algunas zonas muy definidas del Norte del Océano Atlántico y el Océano Antártico. La evaporación producida por los vientos polares tiene dos efectos. Por un lado disminuye la temperatura del agua, efecto conocido como el enfriamiento por evaporación, y, por otro lado, también aumenta su salinidad. El fenómeno de una intensa evaporación enfría las aguas en el mar, al oeste de Noruega. Este fenómeno causa el hundimiento de la masa de agua que fluye hacia el Sur a lo largo de las grietas submarinas que conectan a Groenlandia, Islandia y Gran Bretaña, hasta que llega al fondo del océano del Atlántico. Por otro lado, el flujo desde el Ártico hacia el Pacífico está bloqueado por las aguas poco profundas del Estrecho de Bering. También la formación de banquisa contribuye al aumento de la salinidad. Al formarse la banquisa se forma una masa de hielo, con “burbujas” de agua aún líquidas por la alta salinidad en el interior. La banquisa o hielo marino es una capa de hielo flotante que se forma en las regiones oceánicas polares. Aquellas “burbujas” tienden a derretir el hielo que las rodea, escapándose de la masa de hielo y hundiéndose, debido a su mayor densidad. Este proceso se llama exclusión en salmuera, o exclusión del agua salada.
En cambio, en el Mar de Weddell, amplia porción del océano Atlántico Sur en la Antártida dentro del área también conocida como océano Antártico, el proceso de enfriamiento operado por los vientos es intensificado por el fenómeno de la exclusión de salmuera. El resultado es que el agua profunda en el Antártico se hunde y escurre hacia el norte en las profundidades del Océano Atlántico, donde, a causa de su elevada densidad, desciende por debajo del agua profunda del Atlántico norte. Una vez más el flujo en el Pacífico está limitado por el Pasaje de Drake, entre Cabo de Hornos, en América del Sur, y la Península Antártica. A diferencia del agua dulce, el agua salada no tiene una densidad máxima a 4 ° C, sino que, aumenta su densidad en la medida en que la temperatura disminuye hasta su punto de congelación, a aproximadamente 1.8 ° C negativos. La gran modificación de las corrientes oceánicas, que culminó a finales del Plioceno, consistió en el cierre total de la comunicación que existía entre el Atlántico y el Pacífico por América Central. El cierre geológico del paso fue un proceso gradual que comenzó hace 13 millones de años y que probablemente terminó hace 4 millones de años, cuando la sutura entre las dos Américas, norte y sur, permitió la emigración de mamíferos terrestres en ambos sentidos. El cierre tuvo una inmediata repercusión oceánica y modificó probablemente el clima del Atlántico Norte, al desviar hacia allí todo el caudal de la corriente ecuatorial, reforzando la Corriente del Golfo. Nueva York está en la misma latitud que Madrid, a 40ºN, y a la orilla del mar. Sus inviernos deberían ser mucho más suaves que los de Madrid, pero es mucho más frío, con nieve y borrascas. Terranova está en la misma latitud que Paris. Bergen, en Noruega, libre de hielo, está en la misma latitud que la punta sur de Groenlandia. Es verdaderamente curiosa esta diferencia considerable de temperatura y sus variables asociadas, como la nieve, entre puntos de la Tierra a la misma distancia del ecuador. En los océanos, como el Atlántico, hay corrientes marinas que se mueven dentro del mismo. Una de ellas es la Corriente del Golfo, que saliendo del Caribe por el estrecho de Florida, entre esta península y Cuba, se desliza junto a las costas americanas hasta el Cabo Hatteras, en latitud 35ºN, y luego cruza el Atlántico en dirección noreste hacia Escocia y Noruega, en latitud: 65 ºN, con una ramificación hacia el Paso de Calais, entre Inglaterra y Francia. La corriente tiene unos 100 km. de ancho y 1 km. de profundidad. Transporta unos 100 metros cúbicos por segundo y aporta una energía de 932 billones de kilowatios hora durante el mes que tarda en cruzar el Atlántico. Los vientos crean las olas por diferencias de presión a uno y otro lado de las mismas, y producen las corrientes marinas al arrastrar el agua. En la esfera en rotación que es la Tierra, el aire sube de la superficie del mar hacia la capa donde empieza la estratosfera, una capa de la atmósfera que se denomina tropopausa y que está a unos 16 km de altura sobre el ecuador y a 8 km. sobre los polos.
El aire, al llegar arriba, no puede seguir subiendo y se desplaza hacia los polos. Pero como mantiene la velocidad hacia el Este que tenía en el Ecuador, empieza a girar en su camino hacia el norte, hasta que en las latitudes de las líneas de los trópicos, 23º norte y sur, ya se mueve hacia el Este. Al subir, el aire se ha enfriado y parte del vapor de agua que contenía ha precipitado. Y, al estar frío, desciende, volviendo a convertir el agua líquida en vapor: entre las latitudes de 15 a 30 grados norte y sur se sitúan los desiertos. Allí el aire baja y se seca, y apenas llueve. Cuando ese aire ha llegado a la superficie, mantiene su velocidad horizontal, pero cambiada de signo porque ha esto bajando en vez de subir. En las latitudes de 15 a 30 grados norte y sur, a nivel del mar, el viento sopla de manera constante del Este al Oeste, o más bien hacia el sudoeste. España pudo descubrir América porque los marineros que hacían la ruta de Canarias aprendieron lo que eran los alisios. Una vez salidos los barcos de Canarias, los vientos los llevan, si son de vela, de una manera constante hacia el Caribe, sin tener que luchar con las olas ni encontrar grandes calmas. Saliendo de Canarias a los 28ºN, se llega a la isla de La Española, a los 18ºN. Lo mismo ocurre si los barcos salen de Acapulco, a los 18ºN. Llegan a las Filipinas a los 12ºN. Estos vientos constantes arrastran una considerable capa horizontal de agua en el Atlántico y el Pacífico tropicales, acumulándola en el Caribe, en el Atlántico, y en el otro mar, entre Filipinas, Indonesia y las costas de Vietnam y China. El agua caliente de los mares tropicales se recalienta aun más en estas dos zonas cerradas. El giro de la Tierra hace que toda este agua que viaja hacia el Oeste se acumule en fuertes corrientes cerca de las costas de los continentes americano y asiático, y se desplace en chorros estrechos y poderosos primero hacia el norte o noreste, y luego directamente hacia el noreste, volviendo a cruzar los océanos. Son las dos poderosas corriente oceánicas del Golfo, en el Atlántico, y del Kuro-shio, en el Pacífico. El agua que se mueve de manera imperceptible bajos los alisios, desde África hacia América, se concentra y forma una corriente de 100 kilómetros de anchura desde Cabo Hatteras hasta Escocia, levantándose incluso sobre el mar que la rodea en su camino hacia los mares polares. La primera consecuencia de esta corriente de agua es que, al alejarse en superficie de las costas africanas, fuerza al agua del fondo a subir y desplazarse desde el ecuador hacia el norte, pegada a la costa. Es agua fría, llena de oxígeno, por estar fría, y de nutrientes del fondo, que generaba las enormes pesquerías de las costas occidentales de África.
La corriente del Golfo la utilizaban los galeones españoles en el viaje de regreso, cuando cargados de tesoros volvían hacia España. La corriente del Golfo entra en los mares polares entre Escocia e Islandia, y allí se enfría definitivamente. Pero lleva agua constantemente a una zona de donde no puede salir en superficie. El agua salada de la corriente del Golfo se enfría y tiene alta densidad relativa. Se hunde y cae en una especie de inmensa cascada submarina, la mayor del planeta, entre Groenlandia e Islandia, en el Estrecho de Dinamarca. Ese agua se mueve por el fondo del mar hasta llegar a la Antártida. Allí gira hacia el Este y termina saliendo a superficie en el Índico, desde donde retoma su camino hacia el Atlántico y el Caribe. El viaje total tarda unos 400 años. La otra gran corriente, Kuro-shio, se disipa en el Pacífico. Se supuso durante mucho tiempo que Europa se calentaba directamente por el calor arrastrado por el agua de esa corriente del Golfo, del mismo modo que las costas californianas lo hacían por la corriente deKuro-shio. Hoy se sabe que el fenómeno es mucho más complejo, como todo lo que tienen que ver con el clima de la Tierra. La circulación atmosférica en las latitudes entre los 30 y los 60 ºN es en dirección Oeste-Este, como el propio giro de la Tierra. El río de aire, en este caso, no está forzado por las costas de los continentes, sino por la diferencia de temperaturas entre las zonas tropicales y los Polos. Es un río de aire que hace meandros, cómo los ríos de aguas. Uno de los meandros está más o menos fijo, fijado por la Sierra Nevada y las Rocosas de los EEUU. Al anclarse el meandro allí, el aire baja hacia el sur, sobre Texas, y sube hacia el Labrador, baja desde allí hacia el Atlántico central y vuelve a subir hacia Europa. Un científico de la Universidad de Columbia, Richard Seager, atribuye las altas temperaturas relativas de Europa en invierno a este arrastre de aire, no sólo sobre la Corriente del Golfo, sino desde todo el Atlántico sub-tropical, el llamado mar de los Sargazos. El mar de los Sargazos es una región del océano Atlántico septentrional que se extiende entre los meridianos 70º y 40º O y los paralelos 25º a 35º N, y que en los siglos XVII al XVIII tuvo la tétrica fama de ser lugar de cementerio de buques de navegación a vela. Abarca parte del misterioso sector llamado Triángulo de las Bermudas, zona en que hay más desapariciones de barcos y aviones que en otras zonas de igual tráfico. El mar de los Sargazos, con una superficie total de 3.500.000 km², se caracteriza por la frecuente ausencia de vientos, corrientes marinas, y la abundancia de plancton y algas, estas últimas formando «bosques» marinos superficiales que pueden extenderse de horizonte a horizonte, y que constituyeron, junto a las «calmas chichas», un formidable escollo para la navegación desde la época del descubrimiento de América.
Las corrientes circundantes se interceptan tangencialmente impulsando las aguas interiores en un lento círculo de sentido horario y concéntrico, cuyo amplio centro no tiene movimiento aparente y es de una calma eólica notable. En efecto, el área, de forma ovalada, es de límites difusos ya que no baña tierra firme, con la única excepción de las islas Bermudas, y sus límites los constituyen importantes corrientes oceánicas. Al Oeste la corriente del Golfo, al Norte la Corriente del Atlántico norte y al Sur una de las corrientes ecuatoriales. Las corrientes que lo circundan determinan un sistema de aguas superficiales relativamente cálidas que se mueven muy lentamente en sentido horario, sobre las aguas más profundas del océano, mucho más frías y densas. Esta estratificación del agua por densidades, provocada por la diferencia de temperatura, tiene importantes consecuencias climáticas y ecológicas. En las aguas superficiales, donde llega la luz, abunda el plancton vegetal, que consume sales como los fosfatos y nitratos. Debido a la diferencia de densidad, el agua de la superficie apenas se mezcla con el agua fría y rica en minerales de las capas inferiores, que podría reponer las sales consumidas. Por esta razón, en las regiones superiores del mar de los Sargazos apenas existe vida animal, y carecería de interés biológico si no fuera por el alga que le da el nombre, el sargazo, del género Sargassum, que forma grandes campos, rebosantes de organismos marinos. El mar de los Sargazos fue uno de los descubrimientos de Cristóbal Colón en su primer viaje a América y en el siglo siguiente se comenzó a gestar fama de cementerio de barcos. Pero otro oceanógrafo de la universidad de Washington, Peter B. Rhines, indica que el calor de este mar solo da para calentar Europa hasta diciembre, y que luego se necesita el transportado desde todo el Atlántico tropical, y arrastrado por la corriente del Golfo. Finalmente, Tapio Schneider, de la universidad de Caltech, sugiere que no sólo se calienta Europa, sino que una corriente de aire forzada por diferencias de presión forzadas por la corriente del Golfo arrastra aire frío sobre las costas del Este americano. Lo mismo debe ocurrir con las costas de Kamchatka en Asia y las costas occidentales americanas. La diferencia es no sólo la alta temperatura en Europa, sino además las bajas temperaturas en las costas orientales de América. Pero el sistema climático no es un conjunto de fenómenos aislados. Los alisios, la corriente del Golfo, el chorro polar, el Niño, los huracanes y tifones, la corriente circumpolar antártica, y otros muchos influyen en el clima. La realidad es que el sistema climático, atmósfera, océano, hielo, vegetación y desiertos, así como el ser humano, con su búsqueda de energía, sus cultivos y sus ciudades, forman un único sistema con oscilaciones múltiples, evoluciones, y realimentaciones positivas y negativas. Es un sistema complejo, que solo se puede entender sintéticamente, no de forma analítica, considerando todas las interacciones de todos sus subsistemas entre sí.
Nuestros remotos antepasados habrían hallado una teoría sobre los campos magnéticos del Sol. En su libro Las profecías mayas, Cotterell presenta los cálculos mayas de las reversiones en el campo magnético del Sol, estableciendo que al cabo de miles de años se produce una verdaderamente grande. Cuando eso suceda, enormes llamas solares escapan del Sol y caen sobre los polos de la Tierra. Y luego el campo magnético de la Tierra se revierte, por lo quela Tierra comienza a girar en otra dirección, convirtiéndose el polo norte en el sur y viceversa. Es evidente que un desastre mundial de desconocidas proporciones se produciría en este caso. Casi toda la población de la Tierra perecería. Europa se deslizaría nuevamente a la era glacial y se tornaría inhabitable, pues la Corriente del Golfo habría desaparecido. América del Norte desaparecería bajo el hielo del Polo Sur, tal como tal vez ocurrió con la Atlántida. En su libro The Path ofthe Pole, el profesor Charles Hapgood escribe: “He hallado evidencia de tres posiciones diferentes del Polo Norte, recientemente. Durante la última glaciación de América del Norte, el polo parece haber estado ubicado en la bahía de Hudson, aproximadamente a 60° de latitud Norte y a 83° de longitud Oeste. Parece ser que se corrió a su sitio actual en medio del Océano Ártico, hace unos 12.000 años. Los métodos para obtener datos sobre la radiación, también nos sugieren que el polo llegó a la bahía de Hudson hace unos 50.000 años; antes de esa fecha, se encontraba ubicado en el Mar de Groenlandia, aproximadamente a 73° de latitud Norte ya 10° de longitud Este. Treinta mil años antes, es probable que el polo haya estado en el distrito del Yukón en Canadá“. Según una paradójica teoría, las aguas cálidas transportadas por la Corriente del Golfo ayudaron en el pasado a la iniciación de las glaciaciones en las altas latitudes del hemisferio norte. Aunque a priori podría pensarse que el refuerzo del transporte de las aguas tropicales hacia el norte del Atlántico debería haber provocado lo contrario a una glaciación, quizás lo que provocó fue la formación de los grandes mantos de hielo de Norteamérica y de Europa del Norte. Según esta teoría, el aumento de la temperatura del Atlántico Norte incrementó la evaporación. De esta forma se hicieron más húmedas las masas de aire atlánticas, que los vientos del oeste de las latitudes medias transportaban hacia el interior del continente euroasiático. Por lo tanto, las precipitaciones en Siberia aumentaron y, con ellas, el caudal de los ríos siberianos que descargan en el Ártico.
Con la llegada de un mayor caudal de agua dulce, las aguas del océano polar perdieron salinidad y, en consecuencia, se facilitó su congelación, ya que el agua dulce no requiere de temperaturas tan bajas como el agua salada para helarse. En un efecto de retroacción positiva, la congelación de las aguas superficiales del Ártico hizo aumentar el albedo, o porcentaje de radiación que cualquier superficie refleja respecto a la radiación que incide sobre la misma, en una región muy vasta y además aisló el océano de la atmósfera, disminuyendo la transferencia de calor del agua al aire. Otro factor que también pudo influir en la dulcificación de las aguas del Ártico fue la apertura del estrecho de Bering, a través del cual comenzó a penetrar en el Ártico agua menos salada proveniente del Océano Pacífico. Del estudio de los sedimentos marinos de aquella zona se ha deducido que una primera apertura del estrecho, por hundimiento tectónico de Beringia, pudo haberse producido hace 5 millones de años. Otra teoría más compleja sobre la congelación del Ártico sostiene que antes del cierre del istmo, la Corriente del Golfo se adentraba más profundamente en el Ártico que después del cierre. De esta forma, el Ártico permanecía descongelado, al menos en verano. Ocurriría que, cuando el paso del istmo de Panamá estaba aún abierto, una parte del caudal de agua muy salada de la corriente ecuatorial del Atlántico se escapaba al Pacífico, en vez de dirigirse al norte. Eso hacía que la salinidad y la densidad de la corriente superficial del Golfo y de la Deriva Norte Atlántica no fuese tan alta, lo cual facilitaba que se adentrase en el Ártico. Pero cuando el istmo se cerró aumentó el origen tropical del caudal de la corriente y también aumentó su salinidad. Desde entonces, la masa de agua que transporta, muy salada y densa, se densifica aún más por enfriamiento al avanzar hacia el norte y se hunde antes de alcanzar propiamente el Ártico. Antes de crearse el actual istmo de Panamá, las aguas cubrían la zona del actual Panamá. Una gran masa de agua separaba los continentes de América del Norte y del Sur, lo que permitía a las aguas de los océanos Pacífico y Atlántico mezclarse libremente. Bajo la superficie, dos placas de la corteza terrestre se desplazaban lentamente, obligando a la placa del Pacífico a deslizarse bajo la placa del Caribe. La presión y el calor causado por esta colisión tectónica llevó a la formación de volcanes submarinos, algunos de los cuales crecieron lo suficiente como para conformar islas hace unos quince millones de años. Mientras tanto, el desplazamiento de las dos placas también fueron empujando al fondo marino, obligando lentamente a emerger algunas zonas sobre el nivel del mar. Una inconsistencia de esta teoría es que al parecer el cierre del istmo de Panamá ocurrió bastante antes de la congelación del Ártico, hace unos 4 millones de años. Algunos modelos tampoco parecen indicar que el cierre del istmo de Panamá fuera la causa, sino más bien lo contrario, que la congelación se produjo por otras razones y venciendo la dificultad de este cierre.
En el Plioceno, cuando el paso de Panamá estaba abierto, gran parte de la corriente ecuatorial del Atlántico pasaba al Pacífico. La Corriente del Golfo era más débil pero lograba entrar en el Ártico, manteniéndolo descongelado todo el año. Al cerrarse el istmo de Panamá, la corriente del Golfo se reforzó. Pero al acarrear aguas más saladas y, por lo tanto, más densas, se hundían por enfriamiento, como en la actualidad, en los mares Nórdicos y de Labrador. Otro cambio climático importante del Plioceno fue que el clima de África Oriental se hizo más árido, lo que provocó importantes cambios paisajísticos, con expansión de las sabanas, y de fauna, con proliferación de los bóvidos, lo que pudo haber sido un catalizador en la evolución de los homínidos. El comienzo de períodos áridos y fríos, que se inicia a final del Mioceno y que se manifiesta más claramente desde hace unos 2,8 millones de años, puede estar relacionada con un enfriamiento de las aguas del Océano Indico. Este enfriamiento pudo deberse a la emersión tectónica de nuevos territorios isleños en Indonesia, como la isla de Timor, y el avance hacia el norte de Nueva Guinea, por lo que se habría ido cerrando la entrada en el Indico de agua acarreada por la corriente muy cálida del Pacífico sur ecuatorial, primando desde entonces la entrada de agua traída por la corriente más fría del Pacífico norte ecuatorial. Este enfriamiento del Indico, motivado por el cambio en las corrientes oceánicas, modificaría a su vez la circulación atmosférica y la capacidad higrométrica del aire en aquella región, y estaría en el origen del aumento de la aridez en África Oriental. Otra teoría más reciente atribuye el aumento de la aridez al levantamiento tectónico de la región, lo que habría llevado a una reorganización de los vientos y a la reducción de la entrada de aire húmedo del Indico en la región. Según estos investigadores el proceso de cambio topográfico y desviación de los vientos habría comenzado ya en el Mioceno final, hace unos 8 millones de años. Tras el intervalo muy cálido del Plioceno Medio se produjo el último empuje del frío. Durante cortos y sucesivos períodos fríos empezó a acumularse hielo en el norte de América y de Europa, y los icebergs hacían acto de presencia en el norte del Atlántico.
La variabilidad del clima se agudizó, propiciada por los ciclos astronómicos de Milankovitch y en especial por el ciclo de variación de la oblicuidad del eje, de 41.000 años de duración. Para la formación de los mantos de hielo sobre Norteamérica y Eurasia se necesitaba que las nieves que caían durante el invierno fuesen muy intensas. La corriente del Golfo, reforzada por el cierre del istmo de Panamá, pudo venir en ayuda de esto último. El calor de las aguas incrementó la evaporación invernal y la humedad atmosférica necesaria para que las precipitaciones de nieve fuesen abundantes en Canadá y Escandinavia. Además, en invierno, en el norte del Atlántico, el contraste de temperatura entre la masa de aire atlántica, más cálida, gracias a la corriente del Golfo, y la masa de aire muy frío que salía del continente, intensificó la ciclogénesis, desarrollo o consolidación de la circulación ciclónica en la atmósfera. Los intensos temporales producían fuertes nevadas tanto en el nordeste de Canadá y de Estados Unidos, como en Escandinavia. La abundante acumulación de nieve resistía el deshielo estival, y cuando las condiciones astronómicas eran favorables crecían y avanzaban los mantos glaciales. Una nueva teoría oceanográfica alternativa explica que la acumulación de hielo continental en Norteamérica fue posible gracias a que las aguas sub árticas del Pacífico atravesaron entonces períodos de marcada diferencia estacional de temperaturas, muy frías en invierno y muy cálidas en verano. Así, durante el final del verano y durante el otoño, el calor de las aguas y la evaporación intensa facilitarían fuertes nevadas y la formación de mantos de hielo en el noroeste del continente americano. Recientemente se ha publicado la hipótesis de que el enfriamiento global comenzó cuando empezó a fallar la situación permanente del Niño, que había dominado durante la época anterior en el Pacífico Tropical. Esto habría ocurrido cuando el nivel que separa las aguas cálidas superficiales de las frías profundas se elevó, adelgazándose en el este del Pacífico la capa de aguas cálidas, y permitiendo el afloramiento de aguas frías más profundas, tal y como ocurre actualmente en una situación normal sin Niño. El enfriamiento de las aguas oceánicas profundas de todos los océanos vendría determinado a su vez por una mayor producción de agua fría profunda en el Atlántico Norte, acelerada por una circulación termohalina más intensa.
La Corriente del Golfo, uno de los más importantes sistemas de transporte de calor de la Tierra se está desacelerando, sumado a un incremento del enfriamiento del Océano Atlántico Norte a magnitudes no previstas, informó el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático. La Corriente del Golfo es responsable del bombeo del agua caliente hacia el norte y el agua fría hacia el sur; y del clima templado en el noroeste de Europa. Este cambio acelerado puede tener también consecuencias importantes para el clima y desarrollo de Estados Unidos. El instituto explicó que “varias líneas de observación sugieren que en las últimas décadas, el sistema actual ha sido el más débil, algo nunca antes visto en el siglo pasado, e incluso en el último milenio”. “Ahora hemos detectado una fuerte evidencia de que la Corriente del Golfo de hecho se fue debilitando en los últimos cien años, especialmente desde 1970“, confirmó Stefan Rahmstorf, del Instituto Potsdam, autor principal del estudio. “Los cambios recientes encontrados por el equipo son además sin precedentes desde el año 900, lo que sugiere fuertemente que son causados por el calentamiento global hecho por el hombre”, concluyó Ralmstorf. Además advirtió del enfriamiento en el Atlántico Norte, al sur de Groenlandia, como “el más fuerte que lo que la mayoría de las simulaciones del clima ha predicho hasta ahora”. “El derretimiento gradual pero acelerado de la capa de hielo de Groenlandia, causado por el calentamiento global hecho por el hombre, es un posible factor contribuyente importante en esta desaceleración”, remarca el informe. Anunció además que “el debilitamiento podría afectar los ecosistemas marinos y el nivel del mar, además del clima europeo y estadounidense. Mientras el área específica en el Atlántico Norte se ha estado enfriando, el resto del mundo se ha ido calentando. Los científicos se basaron en datos de temperatura atmosférica de la superficie del mar y otros sobre las corrientes oceánicas, además de registros de testigos sobre el nivel de hielo, los anillos de árboles, corales, y los sedimentos. Esto permitió reconstruir las temperaturas por más de un milenio La Corriente del Golfo es una gran masa de agua de unos 1.000 kilómetros de ancho que corre a nivel superficial. La corriente está impulsada por las diferencias en la densidad del agua del océano. Como el agua del sur es más caliente, es más ligera. Por este hecho fluye hacia el norte, donde es más fría. De ahí se va a las capas más profundas del océano, y luego fluye luego al sur. Jason Box, del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia, señaló que el agua dulce que sale de la fusión de la capa de hielo de Groenlandia “es probable que esté perturbando la circulación”, ya que se diluye en el agua del océano.
Con el agua del deshielo hay menos agua salina en la superficie. Esta tiende a no hundirse en las profundidades, por lo que enfría más la Corriente del Golfo. Los investigadores más pesimistas dicen que un hipotético fin del mundo ocurrirá dentro de pocos años debido a un brusco descenso de las temperaturas. El nuevo periodo glaciar se prolongará por lo menos dos siglos y congelará todo el planeta. Este apocalíptico anuncio lo efectuó el jefe de investigaciones espaciales del Observatorio de Pulkovo, de la Academia de Ciencias de Rusia. Se trata del doctor Jabibulá Abdusamátov, que estudia detalladamente los períodos de cambios en la actividad solar. La Tierra ha acumulado una gran cantidad de calor y ya ha comenzado a enfriarse. Según este experto ya se puede sacar conclusiones sobre los futuros calentamientos globales y los descensos de temperatura. “Disponemos de datos que indican que la temperatura comenzará a bajar radicalmente a partir de 2014 hasta llegar a su pico en el 2055″. La obra “La corriente del Golfo y la próxima glaciación” aporta numerosos testimonios de expertos que analizan desde diferentes puntos la situación actual del planeta y su evolución a corto plazo. Mediante animaciones en 3D y una cuidada postproducción, el documental acerca con claridad al espectador el complejo proceso que plantea. La corriente del Golfo es una corriente oceánica que tiene una fuerza 150 veces superior a la de todos los ríos de la Tierra juntos y arrastra las aguas tropicales del Golfo de Florida hasta los límites del Atlántico Norte desde donde, tras su enfriamiento, desciende hasta las profundidades y vuelve hasta su origen. Es la responsable de la suavidad de los inviernos europeos frente a la severidad invernal que sufren en América del Norte. Numerosos marinos la han aprovechado durante siglos para sus viajes de vuelta desde América, y una gran cantidad de especies dependen de ella para sus ciclos de vida. Estudios paleo-climatológicos sugieren que, tras un calentamiento climático, se suele producir una glaciación repentina. Estas glaciaciones se podrían haber producido como consecuencia de la interrupción de la corriente del golfo. Numerosos expertos sugieren que la relación entre el actual calentamiento global y un nuevo período glacial pasaría por una paralización de la corriente del Golfo. Y señalan que este panorama será una realidad en un futuro muy próximo. Lo único que se preguntan es cuándo ocurrirá esto.
El calentamiento del planeta provoca el deshielo del Círculo Polar Ártico, el crecimiento del caudal de los ríos de Norteamérica y Asia y el aumento de las lluvias en el Ártico, lo que se traduce en un incremento del agua dulce que se vierte en los océanos, alterando su salinidad y densidad. Este cambio provocaría la paralización de la corriente del Golfo. La interrupción de esta benefactora circulación se produciría, según estas previsiones, a lo largo de este siglo con unas consecuencias dramáticas. Sin los efectos térmicos de la corriente del Golfo, en Europa se alcanzarían temperaturas similares a las de Siberia, lo que supondría la escasez de recursos hídricos y alimenticios, por lo que la vida, tal y como la conocemos, cambiaría drásticamente. El Dryas primitivo (Oldest Dryas) es una época de las fases frías del período glacial. Se caracteriza por la aparición del género botánico Dryas, que le dará nombre. Estas flores van a ser las que aparezcan durante las diferentes fases de regreso al frío, especialmente la Dryas octopetala. Este periodo tiene lugar entre hace unos 18.000 y 15.000 años, aunque hay diferencias de hasta 1.000 años en el comienzo y 500 en el final, dependiendo de la zona del planeta que se analice. Incluso en algunas regiones del planeta, como en el Jura francés, no aparece. La oscilación Bölling es el periodo de calentamiento global que sigue al Dryas primitivo. Continúa la tendencia del final del período glacial. Recibe su nombre del lago Bölling, en Dinamarca, que es el primer lugar en el que se constata una tendencia al calentamiento global que implicará el fin de la glaciación. Se inicia hace unos 14.600 años y dura hasta hace unos 14.000 años, con algunas variaciones de algunos cientos de años según las regiones. El período del Dryas antiguo es una vuelta al frío glacial. Se constata, sobre todo, en el norte de Europa y Asia, por lo que no aparece en todas las regiones del mundo. La datación de este Dryas antiguo es problemática, porque es muy probable que no durase más de 200 años. Se trata, pues, de una pulsación de períodos cálido-frío-cálido muy rápida. Se puede considerar que la fase central del Dryas antiguo va desde hace 14.100 años hasta hace 14.250 años, aunque el período puede extenderse hasta hace unos 13.700 años. Durante el Dryas antiguo se constatan un avance de los glaciares, y al tiempo, en la región periglaciar, un descenso de la tundra hacia zonas más meridionales y un aumento de la extensión de la tundra y la línea de permafrost. La acumulación de hielo en los enormes glaciares que cubrían desde el mar Báltico, durante todo el período totalmente helado, hasta el norte, provocó el descenso del nivel medio del mar, con lo que quedó seco el canal de la Mancha, permitiendo la unión de las islas británicas y el continente. En el canal de la Mancha se desarrollaron bosques y una abundante fauna cuyos restos aún hoy en día es posible encontrar bajo las aguas.
Tras los fríos del Dryas antiguo tuvo lugar una fase de calentamiento global cuyo máximo, en el Atlántico Norte, llega a presentar temperaturas como las actuales, aunque con un clima mucho más húmedo. En esta época ya se constata que la Corriente del Golfo y la circulación termohalina estan en pleno funcionamiento. El período comienza hace unos 13.000 años y dura hasta hace 12.800 años. Por tanto, tiene una duración de tan sólo unos 200 años. El calor reinante hace que se derritan grandes masas de hielo, el nivel del mar sube, y en América del Norte aparece un gran lago glaciar llamado Agassiz. El lago Agassiz llegó a tener una enorme extensión, de este a oeste de Norteamérica. El Dryas reciente (Younger Dryas) es el último episodio de regreso al frío del período glacial Würm. Tiene lugar al final del Pleistoceno, entre hace 12.800 y 11.500 años aproximadamente, coincidiendo con el legendario hundimiento de la Atlántida. Dura, pues, unos 1.300 años. Es la pulsación mejor conocida de la última glaciación. Lo más interesante del Dryas reciente es la gran velocidad con que se vuelve a condiciones plenamente glaciales desde un clima muy parecido al actual, especialmente si consideramos las latitudes altas de la Europa septentrional. Se estima que este tránsito se produjo en unos 10 años. En el Reino Unido se constata que la temperatura media se redujo unos 5 ºC. Las condiciones periglaciares se mantendrían en las partes bajas, pero en las altas los glaciares tendrían un gran avance. Otras característica del Dryas reciente es la extensión hacia el sur de la tundra, el aumento de la nieve en las cordilleras de todo el mundo, y un aumento del polvo atmosférico procedente de los desiertos del interior de Asia, debido a una mayor sequía en las regiones del interior de los continentes. No está claro que el Dryas reciente fuera un período de enfriamiento global, ya que sólo se constata con seguridad en Europa occidental y Groenlandia. Otras zonas del mundo constatan un enfriamiento, no tan brusco y mucho más lento, de cientos de años. En el hemisferio sur es dudoso que se haya producido. Al parecer la causa principal del Dryas reciente fue la supresión de la Corriente del Golfo y la circulación termohalina. Eso explicaría porque tuvo una mayor incidencia en aquellos lugares en los que el clima estaba dulcificado por las aguas tropicales que transportaban la corriente del Golfo. La causa de esta supresión de la Corriente del Golfo parece haber sido la repentina afluencia de agua dulce y fría procedente del lago Agassiz y el deshielo en América del Norte. El final de Dryas reciente fue tan repentino e inesperado como su advenimiento. En cuestión de 40 ó 50 años se restableció la Corriente del Golfo, se recuperó la circulación termohalina y se dio paso, definitivamente, al Holoceno post glacial en el que vivimos. En este período la temperatura media de la Tierra se elevaría unos 7 ºC.
Todo esto tiene un pequeño problema, y es que el hemisferio sur comenzó un progresivo enfriamiento mil años antes del períodoDryas reciente, que no se explica por estos mecanismos, ya que parece haber seguido mecanismo independientes. La consolidación definitiva del final del Dryas reciente coincide con las primeras cultura del Neolítico. Frecuentemente se ha vinculado este cambio climático hacia condiciones más benignas en las latitudes medias, y más áridas en las latitudes tropicales, que serían las más habitadas durante la época glacial, con el descubrimiento de la agricultura y la ganadería. En el Atlántico, con una circulación termohalina muy debilitada, la Corriente del Golfo no llegaba a las latitudes altas y se producía en superficie un avance hacia el sur de las masas de agua polares, que llegaba hasta la costas del sur de Portugal. En el episodio Heinrich, al comienzo de la última desglaciación, entre hace 18.000 y 16.000 años, los sondeos frente a la costa del sur de Portugal indican unas temperaturas más frías incluso que las del Ultimo Máximo Glacial. Fueron descritos por primera vez por el geólogo marino alemán Hartmut Heinrich, de quien llevan el nombre. En paleoclimatología, se conocen como eventos Heinrich a una serie de eventos o episodios que ocurrieron durante el período de la última glaciación de Wisconsin, y en los que oleadas de icebergs se desprendieron de los glaciares y atravesaron el Atlántico Norte. Los icebergs llevaban rocas en masa erosionadas por los glaciares y cuando se fundieron en alta mar, cayeron al fondo como «detritos a la deriva del hielo». Los científicos, perforando a través de los sedimentos marinos, pueden distinguir seis eventos distintos en los núcleos de lodo recuperados del fondo del mar. La fusión de los icebergs provocó que enormes cantidades de agua dulce se añadieran al Atlántico Norte. Tales aumentos de agua fría y fresca bien pueden haber alterado los patrones de la densidad oceánica que impulsan la circulación termohalina, y, a menudo, coinciden con otras indicaciones de fluctuaciones del clima global. Se han propuesto diversos mecanismos para explicar la causa de los eventos Heinrich. La mayoría se centran en la actividad de la capa de hielo Laurentino, pero otros sugieren que la inestable capa de hielo de la Antártida Occidental pudo haber jugado un papel desencadenante.
Durante los eventos Heinrich aumentaba el gradiente térmico latitudinal entre las zonas tropicales y las latitudes medias y altas, provocando cambios en los transportes atmosféricos de humedad, que afectaban al clima no sólo del Atlántico sino también del Pacífico. Cuando acababan los eventos Heinrich se producía de nuevo una salinización de las aguas del Atlántico Norte, que era clave en la reanudación de la circulación termohalina. Ocurría que, tras las descargas de icebergs, menguaba en muchas partes la masa de hielo de las lenguas glaciares que desaguaban en la costa. Disminuía el aporte de agua dulce al mar y, en consecuencia, aumentaba de nuevo la salinidad del Atlántico Norte. Entonces se reanudaba con rapidez la circulación de la cinta transportadora oceánica y se intensificaba la Corriente del Golfo. Se producía una brusca subida de las temperaturas en las latitudes medias-altas y se entraba en un cálido interestadial. Otro de los motivos posibles de la salinización de las aguas del Atlántico Norte, que sucedía al evento Heinrich, podía provenir de la modificación de la circulación atmosférica, al reducirse la altura del manto Laurentino tras el colapso de hielo. La capa de hielo Laurentino fue una capa de hielo masiva que cubrió varias veces cientos de miles de kilómetros cuadrados durante las épocas glaciares cuaternarias, abarcando la mayor parte de Canadá y una gran parte del norte de Estados Unidos. En su último apogeo cubrió la mayoría de la parte norte de América del Norte, en el período que va desde hace 95.000 años a 20.000 años antes de la era actual. A veces, su margen sur incluyó los sitios donde actualmente se encuentran las ciudades de Nueva York y Chicago, y luego siguió con bastante precisión el curso actual del Río Misuri hasta las laderas norte de las Montañas Cypress. Más allá de las mismas se fusionaba con la Capa de Hielo Cordillerano. La cubierta de hielo se extendía por el sur hasta aproximadamente los 38 grados de latitud en el centro del continente. Durante el período frío anterior al evento Heinrich, la altura y volumen que iba ganando el manto Laurentino era responsable del incremento de los vientos septentrionales y muy fríos que llegaban al Atlántico, canalizados por el valle que separaba el propio manto Laurentino de Groenlandia, en lo que hoy es el mar de Baffin y Labrador. Estos vientos gélidos del Ártico iban enfriando cada vez más las aguas superficiales oceánicas del noroeste del Atlántico. Luego, después del evento, la reducción de la altura del manto Laurentino provocaba un retorno a condiciones más parecidas a las actuales, es decir, a vientos del oeste no tan fríos. El mayor efecto de evaporación de estos vientos del oeste ayudaba a la salinización de las aguas superficiales del Atlántico Norte, a su densificación y a la reinstalación más o menos intensa de las corrientes termohalinas y, en consecuencia, de la cálida Corriente del Golfo.
La influencia de las oscilaciones térmicas durante la glaciación llegaba hasta las regiones tropicales, al menos en el Atlántico. Incluso, para algunos autores, el origen de la variabilidad global estaba en el Trópico. Según esta teoría, en los períodos cálidos tropicales se produciría una mayor evaporación y una mayor exportación atmosférica de humedad del Atlántico hacia el Pacífico, acarreada por las masas de aire que atraviesan Centroamérica de este a oeste. Esto ocasionaría un aumento de la salinidad del Atlántico y, por lo tanto, un reforzamiento de la circulación termohalina y de la Corriente del Golfo, que calentaría todo el norte del Atlántico, Groenlandia incluida. En los avances glaciales se creaban dos enormes zonas ocupadas por hielos, una en Norteamérica y otra en el noroeste de Eurasia. Se trataba del manto Laurentino y del manto Finoescandinavo, respectivamente. El área de acumulación de los hielos avanzaba en las épocas más frías hasta latitudes muy meridionales. Los mantos de hielo septentrionales no sólo fueron cubriendo las latitudes altas sino que se adentraron profundamente también en las latitudes medias. Un problema, todavía no dilucidado, es saber de dónde provenía la humedad suficiente para formar el enorme volumen de hielo acumulado con rapidez en los mantos continentales, especialmente en el Laurentino. Hasta ahora, la hipótesis más aceptada era que la humedad procedía del Atlántico Norte. Para ello la superficie del mar debió mantenerse cálida durante bastante tiempo, gracias a que la corriente del Golfo siguió funcionando. Pero en la formación del gran manto Laurentino se necesitaban tormentas de nieve mucho mayores y más frecuentes que las que hoy día suelen afectar al Quebec y al nordeste de Estados Unidos. Esas tormentas de nieve, diez veces más intensas que las actuales, debían estar asociadas a frentes muy activos provocados por el contraste entre las masas polares de aire frío que procedían del continente americano y las masas de aire húmedo y templado que se formaban sobre el océano Atlántico.
En una segunda teoría más reciente prima la idea de que la humedad procedía de latitudes meridionales, incluso tropicales. El análisis detallado de los foraminíferos indica que el enfriamiento de las aguas de las latitudes altas fue muy rápido, por lo que, al ocurrir desde el inicio de la glaciación, no pudo ser la fuente de humedad. Sin embargo, las aguas superficiales de las latitudes tropicales se mantuvieron cálidas o, incluso, en un primer momento aumentaron su temperatura. De esta manera aumentó el gradiente térmico meridiano, lo cual repercutió en un mayor transporte de humedad atmosférica desde el Trópico hacia el Ártico. La clave del enfriamiento debió estar en otra parte, probablemente en el Atlántico. Se sabe que el sistema de corrientes del Atlántico, en la transición del Bølling-Allerød al Younger Dryas, se debilitó abruptamente y adoptó un modo parecido al que tenía durante los períodos más fríos de la glaciación. En el Atlántico, las aguas superficiales polares avanzaron otra vez hacia el sur, hasta la latitud de la Península Ibérica. Las aguas templadas que transportan la corriente del Golfo y la Deriva Norte Atlántica apenas lograban llegar ya hasta la latitud de la Península. Muchos son los indicios marinos de esta invasión meridional de agua fría. Por ejemplo, el tipo de microfauna fósil hallado en los sedimentos frente a las costas de Lisboa indica un enfriamiento de unos 10ºC en la temperatura del agua. También la aparición de foraminíferos de aguas polares en latitudes medias, como la Neogloboquadryna Pachyderma, indica un claro enfriamiento del Atlántico. Finalmente, la existencia de conjuntos de fragmentos de roca desplazados por una corriente, transportados por icebergs y depositados en el fondo del mar en latitudes bastante bajas, son también muestra del enfriamiento agudo del agua que se produjo entre hace 12.900 y 11.600 años. Una vez debilitada la correa termohalina, el factor albedo pudo exacerbar el proceso de enfriamiento. El albedo es el porcentaje de luz solar que se refleja y se pierde en el espacio. El incremento de la formación de hielo marino reflectante se vio favorecido por la desalinización parcial del agua marina, que de esta forma se congelaba con mayor facilidad. Este proceso sería especialmente agudo durante el invierno, estación en la que la insolación hace 11.000 años era bastante menor que la actual en el hemisferio norte. La hipótesis, hasta hace poco más aceptada, sobre cómo empezó todo fue ideada por el oceanógrafo Wallace Broecker. Al comienzo de la desglaciación, en el primer período cálido Bølling-Allerød, la progresiva fusión de los hielos del manto Laurentino había ido formando en su borde meridional un gran lago de agua dulce, el lago Agassiz, situado al oeste de la región que hoy ocupan los grandes lagos americanos. Este lago tenía una salida hacia el sur, a través del río Mississippi, y sus aguas dulces acababan desembocando en el Golfo de México.
Pero, más o menos súbitamente, cuando se derritió una barrera de hielo en el borde oriental del lago Agassiz, que cortaba su comunicación con el Atlántico Norte, las aguas comenzaron a desaguar en el océano a través del canal de San Lorenzo en vez de seguir la ruta del Mississippi. Este aporte de agua dulce al Atlántico Norte, cuyo caudal fue durante unas decenas de años superior al caudal que hoy lleva el Amazonas, produjo una brusca disminución de la salinidad y de la densidad del agua superficial marina, lo que frenó el mecanismo de hundimiento del agua superficial y la producción de agua profunda. En consecuencia, se debilitó el sistema termohalino y, con él, la corriente del Golfo y la deriva Norte Atlántica. Así, el Atlántico Norte se vio sometido a un largo período de regreso al frío, que duró más de mil años, y que se llamó el Younger Dryas. Sin embargo, no se han podido encontrar pruebas geológicas de esta gran inundación que, de producirse, debió haber erosionado el terreno y creado un valle encañonado por donde desaguasen las aguas del Lago Agassiz hacia el Atlántico. También es posible que el incremento de agua dulce en la región más septentrional del Atlántico fuera causado por un mayor desagüe de agua dulce desde el Ártico a través del estrecho de Fram, estrecho de mar que comunica el océano Ártico y el mar de Groenlandia, localizado entre la costa nororiental de Groenlandia y el archipiélago noruego de las islas Svalbard. En la actualidad, a través de este estrecho circula hacia el sur, sobre todo en invierno, una fuerte corriente con hielo marino que procede del Ártico. Es posible que durante el Younger Dryas el Ártico recibiese agua dulce de deshielo desde el sector occidental del manto de hielo norteamericano, en la región de Keewatin, y que también hubiese un desagüe importante del deshielo a través de la Bahía de Hudson. Este exceso de agua dulce era luego exportado hacia el Atlántico Norte a través del estrecho de Fram y frenaba la circulación termohalina.
Probablemente, una invasión de agua dulce en el Atlántico Norte, procedente de aguas de fusión del manto Laurentino, retenidas en lo que quedaba de los lagos Agassiz y Ojibway, situado al sur de lo que es hoy la Bahía de Hudson, ralentizó la circulación termohalina, en un fenómeno parecido al del Younger Dryas, aunque de mucha menor intensidad. La Corriente del Golfo se debilitó y durante unos siglos las temperaturas disminuyeron varios grados en Groenlandia y en el norte del Atlántico. El fenómeno repercutió probablemente incluso en las aguas del Trópico. La temperatura descendió en la costa del noroeste de África hasta un nivel casi semejante al de la glaciación. Posteriormente, en poco tiempo, agotado el aporte de agua dulce, las corrientes recuperaron su flujo normal y las temperaturas volvieron a ascender. El oceanógrafo Wallace Broecker cree que la formación del agua profunda atlántica, que se produce en los Mares Nórdicos y en los mares meridionales que circundan la Antártida, particularmente en el mar de Wedell, varía cíclicamente, aumentando alternativamente el caudal de una u otra fuente, norte o sur. Broecker cree que durante el siglo XX la producción de agua profunda en los Mares del Sur ha disminuido considerablemente, lo que históricamente debe corresponderse con un aumento de la producción de agua profunda en el norte del Atlántico. Esto provocaría un mayor empuje de la Corriente del Golfo y, por lo tanto, un calentamiento del Atlántico Norte. De confirmarse el fenómeno, el calentamiento del hemisferio norte se explicaría más por este ciclo oceánico que por el aumento de los gases invernadero. Recientemente, sin embargo, se ha barajado la hipótesis contraria, que la circulación termohalina ha perdido fuerza, lo que concordaría con la disminución de la salinidad de las zonas septentrionales del Atlántico Norte. Quizás el signo positivo del índice atmosférico NAO (North Atlantic Oscillation) durante la década de los 90 y principios de este siglo haya contribuido a una dulcificación de las aguas profundas del mar de Labrador y de los Mares Nórdicos. Ocurre que un índice NAO positivo se corresponde con unos vientos del oeste más intensos, que a su vez causan una mayor exportación de hielo desde el Ártico hacia los Mares Nórdicos a través del estrecho de Fram. Como el hielo es agua dulce, su fusión ocasiona una desalinización del agua superficial marina y un debilitamiento del hundimiento y de la circulación termohalina. Algunas estimaciones indican que entre 1965 y 1995 un flujo extra equivalente a 19.000 km3 de agua dulce llegó a los Mares Nórdicos procedente del hielo del Ártico. También hay estudios estadísticos que muestran que las temperaturas del norte del Atlántico están correlacionadas con la intensidad de los vientos alisios que recorren el Atlántico tropical.
Estudios detallados de las varvas sedimentarias de la cuenca de Cariaco, en Venezuela, que permiten determinar los años en los que los alisios son más intensos, indican una alta correlación con las anomalías térmicas en el Atlántico Norte. Las varvas son capas sedimentarias de pequeño espesor formadas estacionalmente en el fondo de lagos. Cuando los vientos alisios en Atlántico tropical son más intensos, las temperaturas marinas en el norte del Atlántico decrecen. Existe así, probablemente, una relación entre lo que ocurre en el Atlántico Tropical y la variabilidad climática en el Atlántico Norte. Hay que considerar también la posibilidad de que el propio sistema de corrientes termohalinas presente inestabilidades internas, y que responda a un cierto comportamiento caótico. Por ejemplo, imaginemos un estado inicial en el que la corriente termohalina del Atlantico Norte funciona normalmente. El agua salada superficial avanza hacia el norte, se enfría al estancarse en los Mares Nórdicos y se hunde. Pues bien, en un momento posterior, podría ocurrir que, si la cinta transportadora de agua alcanzase demasiada velocidad, el intervalo de tiempo que la masa de agua superficial tendría para evaporar agua sería menor. Disminuiría el total evaporado y, en consecuencia, disminuiría también la salinidad y densidad de la Corriente del Golfo, con lo que ya no sería tan eficiente el motor de hundimiento de agua en los Mares Nórdicos. La cinta transportadora atlántica perdería fuerza. Quizás el agua superficial no llegase tan al norte y la zona de hundimiento se desplazase más al sur; o, quizás, no se llegase a formar agua profunda, sino únicamente intermedia. Sea como fuese, el sistema, por sí mismo, pasaría a funcionar de forma diferente, hasta que de nuevo, por un proceso inverso, se restableciese el movimiento inicial de las corrientes. Hasta hace poco tiempo, los libros de texto escolares solían simplificar el tema de las corrientes marinas y solamente tenían en cuenta el estudio de las corrientes superficiales. De esta forma se ha solido enseñar que en el Atlántico Norte las corrientes principales forman circuitos de aguas cálidas y frías, cuyo principal giro, que bordea al anticiclón de las Bermudas/Azores, está compuesto por el trío de la corriente del Golfo (Gulf Stream), la corriente de Portugal y Canarias, y la deriva Norte Ecuatorial, que lo cierra al llegar al Caribe.
Sin embargo, si añadimos al sistema de corrientes superficiales del Atlántico Norte el caudal aportado por la corriente del Norte de Brasil nos encontramos con una primera complicación, ya que no existe una corriente semejante en superficie que devuelva todo ese caudal al Atlántico Sur. Existe así un transporte neto superficial de agua desde el Atlántico Sur al Atlántico Norte que indica que esos circuitos cerrados superficiales son insuficientes para explicar el sistema. La corriente del Norte de Brasil, alimentada por la corriente sur ecuatorial, es una corriente importante, que no ha recibido la consideración que se merece. Los anillos de giro anticiclónico que se forman en ella y que cruzan el Ecuador frente al nordeste brasileño, aportan un considerable caudal neto al Atlántico Norte, de unos 15 millones de metros cúbicos por segundo. Este flujo llegado del hemisferio sur al hemisferio norte se junta con un flujo tropical difuso, de otros 15 millones de metros cúbicos por segundo, que llega al Caribe proveniente del este y del nordeste, alimentado en parte por la corriente de Canarias, con lo que el caudal total de la Corriente del Golfo que inicia su recorrido al norte de Cuba suma unos 30 millones de metros cúbicos por segundo. Pero, ¿qué ocurre con el agua excedentaria que ha llegado del sur al Atlántico Norte? Pues que la Corriente del Golfo la transporta hacia el nordeste, y al llegar al extremo septentrional del Atlántico, en los Mares Nórdicos, aumenta su densidad por enfriamiento y se hunde. Desde allí, por niveles profundos e intermedios, vuelve hacia el hemisferio sur. Se forma así en el Atlántico una especie de cinta transportadora, con un flujo neto positivo hacia el norte en superficie y con un flujo neto positivo hacia el sur en las profundidades. Esta circulación funciona de forma continua. Su rodillo impulsor se encuentra en los Mares Nórdicos y en el Mar de Labrador. Los Mares Nórdicos se encuentran en la zona subpolar del Atlántico, al norte del paralelo que pasa por Groenlandia-Islandia-Noruega. Por otra parte, el Mar de Labrador, que es también una zona de hundimiento, se ubica al sur de Groenlandia y al este de la Península de Labrador. La salinidad y la temperatura del agua juegan un papel crucial en el funcionamiento de esta cinta transportadora. Cuando las aguas transportadas por la Corriente del Golfo llegan a los Mares Nórdicos, su temperatura media, que era de 10ºC en el paralelo 50ºN, pasa a ser solamente de unos 3ºC en el paralelo 65ºN. Por enfriamiento y contracción térmica, adquieren una densidad alta y acaban hundiéndose, dejando espacio para la llegada desde el sur de nuevas masas de agua.
El fenómeno de hundimiento por convección que se produce en aquellos mares septentrionales se intensifica al comienzo del invierno por el aumento de la salinidad. Ocurre que cada otoño-invierno, durante la formación de los hielos marinos en áreas subárticas, hay una suelta de sal y se forma, bajo la banquisa de hielo, una masa de agua fría y muy salada que se hunde y contribuye a la formación del agua profunda del Atlántico Norte. Pero, ¿por qué el fenómeno es especialmente significativo en el Atlántico? Ocurre que el Atlántico Norte es bastante más cálido y salado que el Pacífico Norte. Así, en la franja latitudinal 45ºN – 60ºN, el Atlántico Norte tiene una temperatura media superficial de 10ºC y una salinidad de 34,9‰, mientras que el Pacífico Norte tiene una temperatura de 6,7ºC y una salinidad de 32,8 ‰. La alta salinidad del Atlántico se explica porque el volumen de agua evaporada supera ampliamente al volumen de agua aportado por las precipitaciones y los ríos que desembocan en ese océano. Por el contrario, en el Pacífico, los sistemas montañosos del oeste americano provocan lluvias abundantes y hacen de barrera a la penetración de la humedad en el continente. El agua evaporada del Pacífico que los vientos del oeste llevan hacia Norteamérica, produce copiosas lluvias costeras y vuelve a ese océano sin apenas penetrar en el continente americano. Por el contrario, en Europa no existen esas barreras topográficas y gran parte de la humedad atlántica acarreada por vientos del oeste pasa de largo y se aleja hacia Asia, sin ser recuperada por el océano Atlántico. Además, otro motivo de la mayor salinidad del Atlántico Norte es que el agua evaporada en la región anticiclónica subtropical, que se extiende de las Bermudas a las Azores, es traspasado en gran medida al Pacífico, llevado por los vientos alisios tropicales que atraviesan el istmo de Panamá. La evaporación en el Océano Atlántico y el trasvase atmosférico del vapor hacia el Océano Pacífico hacen que aumente la salinidad atlántica.
Las corrientes marinas, en especial la Corriente del Golfo, juegan un papel muy importante en la distribución latitudinal del calor. Gran parte del calor excedentario que se recibe en el Trópico, radiación solar entrante menos radiación infrarroja saliente, es transportado hacia otras latitudes deficitarias. Gracias a la corriente marina, el aire seco y frío que sale del continente americano, impulsado por los vientos del oeste, se carga de humedad y absorbe calor a su paso por el Atlántico Norte y llega templado y húmedo a las tierras de Europa. En 1991, un modelo climático de Syukuro Manabe y colaboradores, en el que se jugaba con un sistema acoplado atmósfera-océano, predijo que un cambio en la circulación oceánica del Atlántico Norte podía provocar un enfriamiento de Europa. La hipótesis original, retomada más tarde por otros científicos, era que por un feedback negativo, consistente esencialmente en un frenado de la Corriente del Golfo, se produciría el enfriamiento en el continente. Esto ocurriría porque el calentamiento provocado por el efecto invernadero haría que aumentase el transporte aéreo de agua desde las latitudes tropicales a las latitudes medias y altas. Así, aumentarían las precipitaciones septentrionales y el flujo de los ríos que desembocan en el Atlántico Norte, con lo que los aportes fluviales de agua dulce harían perder salinidad a las aguas marinas y harían menos eficiente el proceso de hundimiento del agua superficial que tiene lugar en los Mares Nórdicos. Finalmente, el sistema termohalino de corrientes se debilitaría, disminuiría la fuerza de la Corriente del Golfo y serían más fríos los inviernos en las latitudes medias y altas del continente euroasiático. Pero es aún difícil cuantificar y comparar este calor transportado hacia Europa vía marítima con el calor que transportan las corrientes de aire. Aunque es cierto que el clima europeo, especialmente en invierno, sería más frío sin la Corriente del Golfo, no hay que exagerar, pues las corrientes de aire que llegan a la costa de Europa lo hacen predominantemente desde el suroeste, tras cruzar el Atlántico por latitudes bastante bajas, y por esta razón llegan bastante templadas. Esta dirección del suroeste es debida a la onda que las Montañas Rocosas imprimen en los vientos del oeste antes de que crucen el Atlántico.
El profesor Richard Seager, de la Universidad de Columbia, ha llamado la atención recientemente sobre la importancia de este meandro producido por las Rocosas en el clima europeo y ha criticado la exageración de considerar a la Corriente del Golfo como la única responsable del clima benigno del noroeste de Europa, en comparación, por ejemplo, con el clima muy frío de Alaska. Hay que señalar también la importancia climática del vapor de agua procedente de la región subtropical atlántica, que no sólo es fuente de calor, sino también de nieve y que, además, va a aportar agua dulce al norte del Atlántico, rebajando la salinidad de la superficie marina y repercutiendo así en la intensidad del hundimiento del agua en los Mares Nórdicos. Todavía es motivo de discusión y de incertidumbre las proporciones en que se reparte el calor que llega a las costas de Europa, por vía aérea y por vía marítima. Según el profesor Harry Bryden una tercera parte correspondería a la vía marina, otra tercera parte al calor sensible del aire transportado por los vientos del suroeste, que soplan sobre todo en la parte oriental de las borrascas atlánticas, y otra tercera y última parte sería debida al calor latente que libera el vapor de agua al condensarse y que es también transportado hacia el norte por esos vientos del suroeste. Para Carl Wunsch, el océano solamente acarrea hacia el norte, al atravesar las latitudes templadas, un 10% del calor neto transportado, lo que representa, de todas maneras, un aporte de unos 9 watts/m2.
Fuentes:
- Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra
- Charles Berlitz – El Misterio de la Atlántida
- Soledad Puértolas – La Corriente del Golfo
- Stan Ulanski – La Corriente del Golfo
- James Lovelock – La venganza de la Tierra
- Luis Carlos Campos – Calor Glacial
- José Luis Comellas – Historia de los cambios climáticos
- Jonathan Neale – Cómo detener el calentamiento global y cambiar el mundo
- Isabel Ripa – El cambio climático. Una realidad
- PICC – Quinto informe mundial sobre el calentamiento global
- Geryl, Patrick – La Profecía de Orión
- Brian Fagan – La Pequeña Edad de Hielo
- Maurice Cotterell – Las profecías mayas
La Corriente del Golfo y su influencia en el clima y la historia del océano Atlántico