Ya es de noche, pero Ruth Kirkby y Leigh Stevens todavía están trabajando en la identificación de posibles tramposos en los procesos de admisión escolar.
Se dirigen a un pequeño apartamento en Upminster, en el este de Londres, ubicado muy cerca de una de las escuelas secundarias más solicitadas de la zona.
Una familia que solicitó plazas para sus hijos en la codiciada escuela registró la dirección como su domicilio principal y está tan cerca de las puertas de la escuela que, de ser cierto, la admisión estaría prácticamente garantizada.
Pero la escuela recibió un mensaje anónimo advirtiendo que la familia en realidad vive en otro lado: en una propiedad mucho más grande, situada en una parte más rica de la ciudad.
Si ese es el caso estarían violando las reglas del proceso de ingreso, que les piden a los candidatos indicar en el formulario su lugar normal de residencia.
«Pero recibimos llamadas así todos los años», cuenta la secretaria de admisión de la escuela, Juliet Orton.
«Hay gente que, como puede permitírselo, alquila propiedades nada más para conseguir cupo. Pero también hay padres que si se enteran de algo así, lo denuncian», le dice a la BBC.
Cuando Kirby y Stevens llegan al pequeño y moderno edificio de ladrillos amarillos mencionado en el formulario de postulación, encuentran que todas las luces están apagadas y no hay nadie en casa.
«Suena raro que hayan decidido dejar una casa grande para mudarse a una mucho más pequeña, así que vamos a ir a echar un vistazo a la otra dirección», dice Stevens.
Y en la casona del elegante barrio que los postulantes supuestamente abandonaron para mudarse al pequeño departamento encuentran a varios miembros de la familia.
Tampoco hay evidencia alguna de los trabajos de remodelación con los que justificaron la decisión.
Así que, después de una breve conversación con los ocupantes, las investigadoras parten para preparar un reporte de lo encontrado.
Dispuestos a todo
«Estaban en pijamas. Todos los niños ya estaban en pijamas. Viven ahí», es la conclusión de Stevens.
La familia insiste en que ha vivido en el pequeño departamento ocasionalmente y que su intención es mudarse completamente ahí cuando empiecen los trabajos de remodelación en la casa.
Pero el trabajo de las detectives tiene como resultado una carta en la que se les informa que se ha rechazado su solicitud de admisión.
Una buena escuela puede ser decisiva más adelante.
Kirby y Stevens han estado trabajando como investigadores por más de 15 años, la mayoría del tiempo en casos de fraude a las prestaciones sociales.
Y han notado una importante diferencia con los tramposos de los proceso de admisión.
«En los fraudes de prestaciones lo que la gente busca es un beneficio monetario», explica Stevens.
«Pero en el caso de las admisiones se trata de gente que quiere lo mejor para sus hijos. Entonces las cosas que están dispuestas a hacer reflejan una mentalidad diferente», le dice a la BBC.
Las dos mujeres fueron contratadas por las autoridades de Havering, donde está Upmisnter, luego de que estas recibieran un número de solicitudes para sus escuelas mucho más alto de lo esperado.
Eso les hizo temer casos de fraude.
Y en dos semanas de investigaciones Stevens ya ha encontrado dos instancias en las que los verdaderos inquilinos de las casas mencionadas en los formularios de admisión jamás habían oído hablar de la gente que los llenó.
Criterios claros
«Un hombre en particular estaba muy preocupado: no podía entender cómo alguien que no lo conocía había podido tomar su dirección y emplearla para solicitar plaza en una escuela de la localidad», cuenta la investigadora.
«Había estado intentando vender la casa, así que creemos que alguien vio el letrero de ‘Se vende’ y pensó que nadie iba a saber quiénes eran los verdaderos dueños», le dice a la BBC.
Parte del problema es que en Reino Unido una de cada seis familias no logra matricular a sus hijos en las escuelas de su elección.
Pero es un problema agravado por los padres que mienten en los formularios de admisión.
El proceso privilegia la proximidad a la escuela: los centros escolares públicos tienen su propia «área de captura» y vivir dentro de la misma es por lo general imperativo.
Entretanto, la presencia de otro miembro del núcleo familiar o algún tipo de discapacidad puede terminar de inclinar la balanza cuando la competencia es cerrada.
Todos los años la Oficina de Estándares Educativos (Ofsted) evalúa a las diferentes escuelas públicas en función de su calidad.
Y muchos padres están dispuestos a hacer lo que sea para conseguir para sus hijos un cupo en las mejor calificadas por Ofsted.
«Turismo educativo»
«Hay una especie de turismo educativo», reconoce Paul Wimm, quien está detrás de la política de cero tolerancia que se aplica Havering.
«Con suerte vamos a lograr evitar que más gente venga hasta acá para postular fraudulentamente a las escuelas locales, dice.
«Esa gente potencialmente le está quitando el lugar a un niño que sí es elegible», agrega su colega Jonathan Goodwin.
Y las autoridades locales no son las únicas que están lidiando con el problema.
Las escuelas religiosas más cotizadas, por ejemplo, se enfrentan al problema de padres que asisten a la iglesia con el único objetivo de cumplir con ese particular criterio de admisión.
De hecho, hasta tienen un nombre para ellos: los llaman «calienta bancas».
Y el problema es de tal magnitud que la Junta de Escuelas Diocesanas de Londres quiere eliminar completamente el requerimiento de asistencia regular a la iglesia para sus escuelas.
Un colegio que ya lo hizo es la escuela primaria vinculada a la iglesia de San Lucas, en Kingston, Surrey.
La escuela fue calificada como «excelente» en el último reporte de la Ofsted. Y como resultado el número de «calienta bancas» aumentó exponencialmente.
«El sistema no funciona»
«No se quedaban para el servicio, no asistían a las otras actividades de la parroquia e irritaban a muchos de nuestros fieles hablando durante la misa», cuenta el padre Martin Hislop.
«Otros simplemente llegaban, se registraban y luego se iban», agrega el sacerdote, quien se encargaba de controlar la asistencia cuando esta era un requerimiento para poder entrar a la escuela.
Sus registros del año pasado demuestran que de 20 personas que se sumaron a la congregación cuando estaba por empezar el proceso de admisión, 11 dejaron de asistir a misa a penas se anunciaron las plazas.
«Claramente estaban ahí por un propósito, y ese no era alabar a Dios», dice el padre Hislop, quien espera que el cambio de política reduzca el número de «salta bancas».
«El sistema de admisión a las escuelas no funciona», dice sin embargo el sacerdote.
«Los niños para los que se suponía que estaba la escuela –los que viven cerca de ella– no están logrando ser admitidos», se queja.
Entretanto, el encargado de admisión de Havering, Jonathan Goodwin, confía en que la política de cero tolerancia de las autoridades locales ayudará a solucionar el problema.
«Estamos intentando que el proceso de postulación sea justo para todos. Así que, idealmente, los niños de la zona conseguirán cupo en las escuelas de la zona», dice.
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