El agua es un bien esencial para la vida y, cada vez, es más escaso. El continente africano cuenta, como de costumbre, con grandes diferencias. Mientras hay zonas que no sufren la falta de agua, al menos el 65% del territorio africano padece escasez total o parcial de recursos hídricos, con lo que todo ello conlleva. La progresiva contaminación de las aguas, el aumento poblacional, el calentamiento global y el uso desorbitado de este elemento para la explotación intensiva de cultivos de exportación y la ganadería descontrolada está poniendo contra las cuerdas a una parte de la población africana.
Además, la disminución del agua dulce provoca toda una serie de consecuencias, como las migraciones forzadas, que puede llevar a conflictos entre pueblos o sectores económicos e, incluso, pueden provocar enfrentamientos internacionales. Estas denominadas “guerras del agua” llegaron a preocupar a la ONU que considera que, a lo largo del siglo XXI, veremos un cambio en la lógica bélica, pasando de conflictos por el oro negro o territoriales a la lucha por el agua. Lamentablemente, África se está convirtiendo en la principal víctima de este proceso que acabará por disparar la inestabilidad en el continente.
Entre la guerra y la cooperación
El Nilo y sus afluentes bañan las riberas de once países africanos y el uso de sus aguas ha llevado a diversos conflictos y acuerdos internacionales a lo largo de su historia. Fue en 1929 cuando, bajo el dominio británico de casi toda la región, se formuló un acuerdo internacional en virtud del cual Egipto quedaba en una posición privilegiada para el control de las aguas, adquiriendo la capacidad de vetar obras o desvíos ribereños fuera de sus fronteras que pudieran afectar en cualquier caso al caudal del Nilo.
Durante décadas, los diez países que comparten los recursos hídricos del Nilo (once, desde la partición de Sudán)
buscaron nuevos acuerdos para poder ampliar el uso de las aguas, sobre todo, dirigido a la agricultura, la ganadería y la energía. Durante los últimos años, hemos asistido a un duro enfrentamiento entre Sudán, Egipto y Etiopía por la gestión hídrica, especialmente, desde el momento en que el gobierno de Addis Abeba anunció la construcción de una presa en el Nilo Azul.
De hecho, la postura de Egipto y Sudán ante la modificación de los tratados históricos llevó a los países no árabes de la cuenca del Nilo (Uganda, Ruanda, Burundi, Kenia, Tanzania, la República Democrática del Congo y Etiopía) a firmar un acuerdo, en 2010, para la modificación de esas normas internacionales a las que ninguno de los países árabes se adhirieron. Finalmente, Egipto y Sudán aceptaron la nueva situación y, en 2015, se ha firmado un nuevo acuerdo para el uso de las aguas, lo que permite a Etiopía continuar con su plan energético en la cuenca del Nilo Azul. Este tratado ha anunciado una nueva etapa de cooperación entre los diferentes Estados ribereños lo que, por el momento, aleja los fantasmas de la guerra.
Sin embargo, no podemos olvidarnos de otros conflictos como el del lago Malawien el que, históricamente, se han enfrentado Mozambique, Tanzania y Malawi y que, actualmente, confronta a los dos últimos Estados. Como consecuencia de la colonización, se da la irónica situación de que Tanzania es un país costero del lago Malawi pero no puede acceder a sus aguas porque la frontera histórica se encuentra, precisamente, en la costa. El gobierno tanzano exige que la línea fronteriza se mueva al centro del lago en virtud de las leyes internacionales que establecen que cuando las costas de dos Estados se hallan situadas frente a frente, ninguno de ellos tiene derecho a expandir sus aguas territoriales más allá de la línea media equidistante a ambas costas.
Pero Lilongwe no está dispuesto a ceder un palmo de agua y, a pesar de que han existido diversos acercamientos en los últimos años, lo cierto es que ambos contendientes siguen manteniendo una actitud más próxima al enfrentamiento que a la cooperación, lo que sin duda beneficiaría a las poblaciones que viven de las aguas del lago.
Pero no todos los conflictos del agua se deben a la escasez. Algunos son producto de la abundancia. Un ejemplo paradigmático es el enfrentamiento que tuvo lugar entre Zimbabue y Mozambique en el año 2000, cuando las aguas del río Zambeze aumentaron de forma exponencial durante la época de lluvias. El crecimiento del caudal del río y del lago Kariba llevaron al gobierno de Zimbabue a desembalsar agua en la presa del lago, provocando una catástrofe humanitaria y medioambiental que afectó directamente a Mozambique, que se encuentra en el curso bajo del río.
Ante la situación, el gobierno de Maputo amenazó con el uso de las armas si el gobierno de Harare no controlaba la gestión de las aguas que podía afectar a los vecinos río abajo. Aunque finalmente no tuvo lugar un conflicto bélico, esta es una muestra más de lo frágil que pueden ser las relaciones internacionales cuando tienen que ver con el uso y la gestión del agua.
¿Guerras tribales o guerras por el agua?
Sin embargo, los peores conflictos no se han dado, por el momento, a nivel estatal, sino que muchas de las “guerras por el agua” tienen lugar a un nivel más regional. Debemos pensar que los primeros afectados por la escasez de agua son los pueblos que dependen de ella para su subsistencia y, en el momento en que esta falta se hace efectiva, se ponen en funcionamiento los mecanismos para obtenerla de alguna forma: la migración y el enfrentamiento.
Cuando el agua escasea, se pueden producir enfrentamientos entre las comunidades que antes compartían este elemento, sobre todo, entre agricultores y ganaderos; pero también los desplazamientos de pueblos enteros a otras regiones con agua pueden producir conflictos entre las comunidades “foráneas” y las comunidades que llevaban más tiempo en dicho territorio. Estas guerras se han tachado en numerosas ocasiones como “guerras tribales” o “ de religión”, atribuyendo las causas del enfrentamiento a odios primitivos entre “tribus” y “etnias”, siempre dejando de lado que una de las principales causas es la escasez de agua.
De esta manera, tienen lugar acontecimientos terribles como el acaecido en elDelta del Tana entre finales de 2012 y principios de 2013, donde murieron 118 personas y más de 13.000 tuvieron que desplazarse huyendo de la “guerra tribal” que estaba teniendo lugar. El origen de la contienda se debía a las disputas entre la tribu pokomo (agricultores) y la etnia orma (pastores seminómadas) por el acceso a la tierra y, sobre todo, por el acceso a los recursos acuíferos.
Igualmente, la disminución del agua en el lago Chad, que podría llegar a desaparecer en solo dos décadas, está provocando no pocos problemas a los más de 30 millones de personas que dependen de él. A pesar de la rápida desaparición del lago, la migración hacia sus costas no se detiene, lo que aumenta la presión en la zona y producen disputas entre los allí establecidos y los recién llegados. Volviendo a tildar estos choques como “tribales” o “étnicos”.
En referencia a esta situación, la física india Vandana Shiva expresó cómo los medios de comunicación y los políticos encubren los conflictos del agua y los presentan como si fueran religiosos y étnicos lo que, a su vez, facilita la división y las políticas de gobierno. De esta manera, anulando el motivo real de estos conflictos, se pasa por alto la necesidad global de crear una justicia, una democracia y una paz del agua.
El agua, un bien común
El agua es un bien común, pero también finito y escaso en algunas regiones del mundo. Como ya hemos visto, la falta de agua puede crear tensiones, conflictos, enfrentamientos y, desde luego, puede conducir a la más terribles de las guerras si no se ponen los medios para evitarlo.
Los países africanos han evitado, por el momento, el conflicto directo por el agua, aunque no podemos olvidar que muchas de esas disputas siguen abiertas hoy en día y podrían evolucionar hacia situaciones mucho más graves. Si bien, algunos de estos Estados han optado por la cooperación en lugar del enfrentamiento, lo que a la larga puede ayudar a subsanar los males que produce la falta de agua.
Sin embargo, los gobiernos se han olvidado, una vez más, de sus ciudadanos, pasando por alto las guerras regionales por el agua y, en ocasiones, utilizándolas para su beneficio. Sin olvidar a las grandes empresas que, haciendo uso del “divide y vencerás” más inhumano, sacan partido de la confrontación de estos pueblos.
Al final, la única solución posible pasa por la cooperación y la solidaridad entre las diferentes comunidades. Todos somos conscientes de que el agua es un bien común, pero corremos el riesgo de que, a la larga, se convierta en un bien de pago por el que debamos entregar el más alto de los precios: la sangre.
Fuente: GuinGuinBali