– Los soldados saludan a la bandera, o sonríen mientras cogen en brazos a niños rescatados del horror de la guerra. Son los murales de la 12 División de Infantería iraquí, todavía visibles a la entrada del campamento K1, al oeste de la ciudad de Kirkuk.
Pero los antiguos ocupantes huyeron tras la fulgurante llegada del extremista Estado Islámico (EI), en junio de 2014. Hoy, los nuevos inquilinos del K1 son un combinado formado por unidades “peshmerga” –ejército kurdo- y guerrilleros del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).
Hechas las presentaciones, el “heval” Rebar (camarada Rebar, en kurdo) se ofrece a acompañar al enviado especial de IPS en dirección al sur, siempre a lo largo de un muro de tierra levantado a la derecha.
Una cadena de retenes gestionados por peshmergas da acceso a puestos de combate, así como a aldeas recuperadas a los yihadistas del EI, muchas completamente destruidas por los ataques aéreos estadounidenses y sus aliados.
El coronel peshmerga Jamal Masim Jafar recibe a IPS dentro de un bunker al pie de un promontorio de tierra de unos 15 metros de altura, y que tiene su réplica cada 1.000 metros a lo largo del muro. Jafar habla de un combate “constante”.
“Recibimos fuego de francotiradores desde dos casas y una torre que tienen levantada al otro lado pero también nos golpean con un artefacto casero fabricado con bombonas de gas”, relata el oficial, añadiendo que el último intercambio de fuego importante fue “hace una hora escasa”.
Sobre la colaboración con la guerrilla kurda, se muestra satisfecho.
“Tenemos muy buena relación con el PKK y luchamos juntos, no solo por los kurdos sino porque el EI es el enemigo de toda la humanidad”, espeta Jafar. Sentado a su derecha, Rebar asiente.
Tras una obligada taza de té, Jafar invita a este enviado a subir al promontorio desde el que oteamos el frente entre sacos terreros. A menos de un kilómetro se divisa Al Noor, una de las centenares de localidades levantadas por Saddam Hussein –gobernante de Iraq entre 1979 y 2003- para acoger a colonos árabes en tierra kurda.
Al Noor está hoy bajo control del EI, pero en la primera semana de septiembre el combinado kurdo lanzó una ofensiva a gran escala un poco más al sur y tras ella se recuperaron nueve localidades en un área de 24 kilómetros cuadrados.
“Estos avances solo son posibles gracias a la ayuda internacional, tanto en suministros como en cobertura aérea”, explica Jafar mientras camina hacia una de las furgonetas artilladas desplegadas en el promontorio.
“Acabamos de instalar las ametralladoras; son francesas y han llegado hace poco. También estamos recibiendo gafas de visión nocturna, imprescindibles en este entorno, y misiles teledirigidos Milano llegados desde Alemania”, relata.
“Respecto a la cobertura aérea, nos la dan siempre que la pedimos”, añade este oficial que pasó siete años con las tropas estadounidenses en Iraq, que invadieron y ocuparon el país desde 2003 a 2011.
Subraya que vería con buenos ojos la presencia de tropas extranjeras sobre el terreno.
Tierra de nadie
La armonía entre las facciones kurdas resulta evidente pero esta nunca ha sido la tendencia en esta región autónoma del norte de Iraq.
Disputada por kurdos, árabes y turcomanos, Kirkuk pertenece a los llamados “territorios en disputa” entre Bagdad y Erbil, capital administrativa de la región autónoma kurda.
Se trata de uno de los conflictos más enconados de Iraq, desde mucho antes de la irrupción del EI.
Durante la última década, el conflicto étnico y sectario ha sido demoledor en esta parte del país en la que la población local se ha visto atrapada en el fuego cruzado entre las distintas facciones.
La siguiente parada en la ruta hacia el sur es Nouafel, una aldea árabe incrustada contra el muro donde el PKK mantiene una de sus posiciones. Desde una de las casas que sirve de cuartel general, el camarada Selim prefiere no desvelar el número de guerrilleros desplegados en este frente.
“Tenemos los suficientes para luchar contra el EI”, asegura, zanjando el asunto con una sonrisa. Hay otro promontorio protegido por sacos terreros desde los que la camarada Farashin otea la localidad de Wastaniya, hoy plaza del EI, con la ayuda de unos prismáticos.
El armamento de los guerrilleros se reduce a los fusiles de asalto, alguno de largo alcance y un par de ametralladoras pesadas apuntando al horizonte. Si bien resulta obvio que el PKK no parece beneficiarse del mismo modo que sus colegas de trinchera, el testimonio del camarada Aso confirma que la guerrilla kurda tampoco se encuentra desamparada.
“En primavera recibimos un curso de guerrilla urbana de dos meses a cargo de dos instructores italianos. Aprendí muchísimas cosas que no me habían enseñado durante mi instrucción en Qandil”, explica este joven de Tuz Khormato, una localidad cercana brutalmente castigada durante años por la guerra.
“Eran muy profesionales, nunca nos dejaron hacerles una foto ni nos dijeron a qué compañía pertenecían”, añade.
Lo que hace particularmente interesante esta posición de combate es que se encuentra en una aldea en la que la mayoría de sus residentes no han abandonado sus casas, a pesar de haber permanecido bajo control del EI durante siete meses.
A petición del camarada Rebar, varios de ellos acceden a hablar con IPS en una casa próxima a la que ahora ocupa la guerrilla.
A primera vista, la relación entre civiles y combatientes parece cordial. Se intercambian saludos, y los guerrilleros se atreven con unas palabras en árabe para romper el hielo.
Mientras, Arkan Bader Ali, el anfitrión, sirve el té árabe; se toma de un trago, y en una taza que va cambiando de manos en el sentido de las agujas del reloj.
El ruido de los disparos a pocos metros del lugar, unido al de la munición más pesada, no provoca más que una leve mirada hacia arriba.
Bader Alí lamenta que sus tierras, como las de la mayoría en Nouafel, se encuentren hoy en la “tierra de nadie” entre los kurdos y el EI. Por el momento, dice, sus vacas y ovejas se las apañan al este del pueblo.
También enfundado en la tradicional “dishdasha” árabe -una camisa holgada hasta los pies- como el resto de los lugareños, Juma Hussein Toma asegura que los siete meses que permanecieron bajo control de los yihadistas no alteraron la vida del pueblo de forma significativa.
“Cuando llegaron aquí anunciaron por los altavoces de la mezquita que la revolución había triunfado, y que nos habían liberado de los infieles, pero no sufrimos amenazas de ningún tipo”, explica el campesino. Los que se han ido, añade, lo han hecho por falta de trabajo o recursos pero no por la guerra.
“El EI mató a gente en Al Noor porque habían sido miembros de los Consejos del Despertar -una milicia iraquí que luchó contra la red yihadista Al Qaeda con ayuda estadounidense-, pero a nosotros nos dejaron en paz”, añade Mohamed Al Ubeid. Recuerda que dos jóvenes de la localidad se habían unido al EI “desde el principio”.
Los pobladores aseguran sentirse satisfechos por la presencia de los guerrilleros en su aldea pero dado que lo declaran con ellos presentes, resulta imposible saber si se sintieron coaccionados.
Tras una despedida tan cordial como el resto del encuentro, uno de los combatientes apunta a una profunda zanja que rodea su improvisado cuartel general en Nouafel.
“La hemos cavado porque no nos fiamos de esta gente”, reconoce el guerrillero, justo antes de despedirse para volver a su guardia en el muro.
Editado por Estrella Gutiérrez
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