En septiembre de 1945, la larga y sangrienta guerra de China contra Japón finalmente terminó. Dejó atrás millones de muertos, mientras miles de extranjeros fueron recluidos en campos de internamiento.
Mientras Japón se rendía, mi tío-abuelo fue enviado a Shanghái para averiguar la situación de los ciudadanos británicos atrapados durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1945, China llevaba ocho años luchando, más que cualquier otro poder aliado. Había perdido alrededor de 14 millones de personas, el segundo país en bajas tras la Unión Soviética.
El 9 de septiembre, en un salón de reuniones en la academia militar de Nanjing, el jefe del ejército chino, Ho Ying Qin, esperaba la llegada del general japonés Yasutsugu Okamura.
Vencedores y vencidos se sentaron frente a frente, en dos largas mesas. Unos metros más allá, un pequeño grupo de extranjeros miraban, sentados.
En medio, con el uniforme de general, estaba mi tío-abuelo, Eric Hayes.
Chian Kai-shek
El general Hayes empezó su carrera luchando en otra guerra olvidada, la invasión de Mesopotamia, en 1915.
En 1919 fue enviado a Siberia para luchar con los Blancos, contra los Bolcheviques. Pasó dos años en prisiones bolcheviques, donde aprendió ruso.
A finales de 1944 fue enviado a otra oscura misión, como comandante de las fuerzas británicas en China.
Reino Unido no tenía realmente fuerzas en China, pero el régimen nacionalista de Chiang Kai-shek era entonces aliado en la guerra contra Japón.
En 1938, mientras los japoneses avanzaban por el este de China, el régimen nacionalista chino se había refugiado en Chongqing, en las montañas de China occidental, a las orillas del río Yangtze.
Mao Zedong y su guerrilla comunista estaban más al norte, en las cuevas de Yanan, en la planicie elevada de Loess, en Shaanxi.
Mi tío-abuelo ocupó una casa a unos cientos de metros de la sede del generalísimo Chiang Kai-shek.
Durante años la gente de Chongqing había estado sometida al terror de los bombardeos aéreos japoneses.
Japón quería sacar a China de la guerra y estaba intentando forzar a Chiang Kai-shek a negociar un armisticio.
«Cuando llegaron los aviones japoneses no sabíamos nada de bombardeos», dice Su Yuankui, de 83 años.
«Salimos a la calle a verlos. Pero luego escuchamos las explosiones y vimos cómo ardían las casas».
Refugios
La familia de Su vivía en una casa de tres pisos, pero pronto toda la población de la ciudad estaba excavando túneles para utilizarlos como refugios contra las bombas.
Pero nunca había suficientes, lo que provocó un gran desastre en junio de 1941.
«Al terminar de cenar escuchamos la sirena y corrimos al refugio», dice Su.
«La gente seguía llegando detrás de nosotros, cada vez más. Mi padre dijo ‘esto no está bien, el aire se está poniendo mal, deberíamos salir'».
Pero la gente seguía llegando en tropel. La gente empezó a pelear, a tirarse del pelo y agarrarse de las ropas, incluso a morderse. No podían respirar».
Su se encogió en una esquina intentando respirar y luego se desmayó.
«La mañana siguiente había gente muerta encima de mí. Los rescatadores los estaban sacando. Me movieron y me desperté. Estaban en estado de shock. ‘¡Mira, esta pequeña está despierta!’, gritaron».
En las calles estaban esparcidos cientos de cuerpos. No está claro cuántos murieron ese día, quizás 3.000.
Entre ellos estaban las dos hermanas mayores de Su Yuankui.
Rendición
El 15 de agosto de 1945, la larga pesadilla china terminó. Dos semanas luego, en la Bahía de Tokio, Japón firmó el Instrumento de la rendición.
El mismo día en Chongqing, el general Hayes recibió órdenes de llegar a la capital china, Nanjing, lo más rápido posible.
Se subió a un transporte estadounidense C46, lleno ya de corresponsales de guerra.
Al llegar a Nanjing el 3 de septiembre, encontró lo que describió como una «situación fantástica».
«Nos dimos cuenta de que éramos el sexto avión aliado en aterrizar en el aeródromo de Nanking, que estaba todavía bajo total control japonés. En aquel momento en Nanking solo había 50 estadounidenses y entre 200 y 300 soldados chinos, contra 70.000 japoneses acuartelados en la ciudad».
El imperio japonés en China había colapsado de un día para otro.
«El ejército japonés me dio la impresión de ser muy duro y peligroso, como realmente demostró en la batalla», escribió.
La ceremonia de rendición, planeada para el 5 de septiembre, se retrasó durante cuatro días, por lo que el general Hayes decidió viajar hasta Shanghái.
Sus órdenes eran averiguar qué había pasado con la gran comunidad británica de la ciudad.
Internados
No había aviones, y el servicio de trenes estaba todavía en manos japonesas.
En la estación de trenes de Nanjing los trenes iban llenos de soldados japoneses. El compartimento de primera clase estaba ocupado por un general japonés y su amante, que no tenían intención de abrir espacio para un general británico.
«Tenía dos alternativas desagradables, retirarme con la mayor dignidad posible o intentar desalojar un compartimento de japoneses y arriesgarme a generar un incidente desafortunado».
Al final, encontraron una tercera opción. Los japoneses desalojaron a un grupo de chinos de otro vagón.
Incluso en la victoria, los chinos estaban siendo humillados por extranjeros.
Una vez en Shanghái, el general Hayes vio que la mayor parte de la comunidad británica todavía vivía en campos de internamiento japoneses.
Una chica de 13 años, Betty Bar, estaba internada con su familia en el campo de Lunghua, el más grande de Shanghái con unos 1.600 británicos.
Con 83 años, Betty todavía vive en Shanghái con su marido chino, George. Hoy el campo de Lunghua es un internado de élite chino.
Incertidumbre
Durante dos años y medio, vivieron aislados del mundo, sin saber quién estaba ganando y cuánto terminaría todo.
«No teníamos nada, excepto rumores que debían llegar de radios secretas», dice Betty. «Y en mayo de 1945 vimos aviones estadounidenses en el cielo con las letras V-V-V-, por el día de la Victoria…Así que supimos que Alemania había perdido».
En el campo de Lunghua, la madre estadounidense de Betty llevaba un meticuloso diario.
El 14 de agosto de 1945, escribió: «Los aliados han aceptado la rendición japonesa, pero no hay mensaje de confirmación de Japón. Se teme que el ejército japonés vuelva a luchar. La gente se deprime y se pregunta por la falta de noticias».
Pero un día después, el ánimo había cambiado completamente.
«Confirmado que la guerra terminó. ¡Gran júbilo! Servicio de Acción de Gracias a las 3, fuera. Seis banderas sobre el bloque F. Entretenimiento en ambos tejados hasta medianoche, cielo limpio, Luna brillante. Perfecto».
Pero el final de la guerra causó más incertidumbre.
Shanghái vivía en el caos, nadie sabía quién estaba al mando. Así que la familia de Betty se quedó en Lunghua.
Finalmente, casi tres semanas después, el 6 de septiembre, su madre escribió. «El general británico Hayes en China vino hoy, junto con otros. Fue a Nanking a firmar el tratado. Dice que los repatriados seremos enviados a Manila para ser repartidos».
Mao y la huida
Con él, el general Hayes trajo algunas noticias no bien recibidas. Los aliados habían aceptado que después de la guerra se aboliera el Asentamiento Internacional de Shanghái.
Casi un siglo antes, los británicos habían obligado a la China Imperial a ceder un gran pedazo de Shanghái al dominio británico.
Otros países habían hecho lo mismo. Dentro de las llamadas «concesiones», los extranjeros tenían sus propias municipalidades, fuerzas policiales, leyes y tribunales.
«Me encontré con una gran ignorancia sobre las implicaciones de la abolición de la extraterritorialidad y del hecho de que desde este momento, Shanghái va a ser esencialmente una ciudad china», escribió Hayes.
Era el final de una era. Muchos extranjeros quería quedarse. Pero en cuatro años, todos se habrían ido.
Cuando las fuerzas comunistas de Mao avanzaron hacia el sur en el verano de 1949, la comunidad extranjera huyó.
Durante los siguientes 30 años, Europa y Estados Unidos le dieron la espalda a China, y olvidaron el papel que había jugado en la guerra más sangrienta de la historia.
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/09/150905_general_testigo_japon_rendicion_china_ac