Alfonso se llevó el cuchillo a su habitación, pero no se atrevió a hacer nada. «Después me sentía más mal porque me consideraba un cobarde. A veces le pegaba con el puño a la pared o me daba cabezazos contra ella de rabia, de angustia, de desesperación».
Este joven chileno de 35 años es una de las más de 350 millones de personas que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, sufren de depresión en todo el mundo.
En América Latina, ese organismo estima que entre 19% y 24% de la población adulta tiene algún trastorno mental.
Alfonso es un nombre ficticio; prefiere compartir su historia sin que su identidad aparezca.
No es fácil hablar de lo que ha vivido, por eso le contó su experiencia a BBC Mundo a través de un texto que él mismo escribió.
(La depresión) no es una enfermedad que se cura. Es una enfermedad que uno domina, que uno aprende a controlar
«Me di cuenta que tenía depresión como a los 16 años. Empecé a encerrarme, a veces no quería salir de la casa por varios días y sentía que no valía mucho como persona. Me puse flaco y solo quería escuchar música y algunas veces ni siquiera le quería contestar el teléfono a mis amigos.
«No duraba igual todo el tiempo porque había semanas buenas y semanas malas, pero en general sentía que me hacía falta fuerza vital. Y lloraba en mi pieza, solo, no me gustaba que nadie supiera por lo que estaba pasando«.
Sus padres lo llevaron al psicólogo y después al psiquiatra hasta que salió un diagnóstico: depresión endógena, mejor conocida como depresión mayor.
«Me dieron terapia y pastillas. No me las quería tomar al principio, pero al final me obligaron. Tuve días en que pensé en suicidarme. Eran varias razones, no había una sola causa, pero todo se fue cuesta abajo cuando me dejó mi polola (novia).
«Sentí como que se apagaban las luces. El punto es que no era solamente que me abandonara, era todo… Era que me sentía desadaptado en la sociedad, que me encontraba feo, aburrido, no sé».
«Como cualquier otra»
Por muchos años, Alfonso estuvo en terapia, la cual retoma de vez en cuando. Ha aprendido a entender lo que le pasa y a «reconciliarse» consigo mismo.
Los días más oscuros de su enfermedad, aseguró, ya pasaron.
«Ahora los veo como una pesadilla, pero también entiendo que tengo una enfermedad, que me va a acompañar siempre porque está en mis conexiones neuronales, así de simple. Por eso no he dejado de tomarme las pastillas. Hubo momentos en mi vida en que las tiraba a la taza del baño y me rebelaba contra mi condición depresiva, pero al final entendí que era peor.
«Y el mejor ejemplo que me ponía el psicólogo era que la depresión es una enfermedad como cualquier otra. Me decía que si alguien tiene una enfermedad cardíaca tiene que tomar pastillas, o que si alguien tiene un cáncer, tiene que hacerse el tratamiento».
Alfonso, quien tiene un trabajo que le permite «desarrollarse profesionalmente», reconoce que aunque los fármacos no son la única solución, son una parte muy importante del tratamiento.
«Lo que mucha gente no entiende es que la depresión no necesita una causa para desencadenarse. No es necesario que pierdas el trabajo o que se te muera un ser querido, porque eso se llama depresión reactiva (…) En mi caso, yo no necesito una tragedia para sentirme sin ganas de vivir.
«Y esta no es una enfermedad que se cura. Es una enfermedad que uno domina, que uno aprende a controlar, que la mantienes a raya para que te deje trabajar, tener relaciones, disfrutar la vida, ser feliz, tan básico como eso».
En el mundo:
- Más de 450 millonesde personas sufren de desórdenes mentales.
- Cada 40 segundos una persona se suicida.
- Casi 75% de las personas con trastornos mentales en los países en vías de desarrollo no reciben tratamiento.
- 1 de cada 4 personas sufrirá en algún momento de su vida un problema de salud mental.
- La depresión es la principal causa de discapacidad.
Afonso se ha convencido de que tiene que vivir con ella y salir adelante.
«Ahora me dan lo mismo las personas que te estigmatizan. Pero antes eso me hacía sufrir mucho porque me decían que yo no era valiente, que era un desagradecido con la vida, que era cobarde, hasta que era ‘poco hombre’.
«El punto es que la gente piensa que es falta de voluntad. Piensan que uno no quiere salir adelante. Pero lo que no entienden, es que uno no elige estar deprimido, uno nace con esa enfermedad y finalmente aprende a salir adelante. No es una debilidad por falta de carácter. Es simplemente algo que venía contigo al nacer en tu mapa genético», así termina su escrito Alfonso.
Las cifras
Entre los trastornos mentales más comunes en América Latina están: la depresión, la psicosis y los problemas derivados de la dependencia y del abuso del acohol.
De acuerdo con Dévora Kestel, asesora para América Latina y el Caribe en salud mental de la Organización Mundial de la Salud, la brecha que existe en la región entre el número de personas con enfermedades mentales y la respuesta que reciben en términos de tratamiento es «enormemente grande».
«Hay 56% de personas con esquizofrenia que no reciben tratamiento y pensamos que es una enfermedad altamente incapacitante para quien que la sufre y con impacto en sus familiares y en su entorno social», indicó la experta en conversación con BBC Mundo.
La brecha, explicó, se debe en parte a que el presupuesto asignado a la salud mental por parte de los Estados de la región es bastante limitado: la media es sólo del 2,1% y de esos recursos, más del 80% se va a los hospitales psiquiátricos.
En América Latina:
- Entre 19% y 24% de la población adulta sufre de algún trastorno mental.
- 65.000 personas se suicidan cada año.
- 7 de cada 10 adultos que tiene un trastorno mental no recibe tratamiento.
- 56% de las personas con esquizofrenia no reciben tratamiento.
- 80% de las personas con depresión o trastornos mentales derivados del alcohol no reciben tratamiento.
«Como sabemos (esos lugares) son sistemas de respuesta de salud mental superados. En una época se consideraron la única modalidad, pero hace años, incluso en nuestra región, se ha cambiado ese modelo por uno basado en la comunidad, con servicios en los hospitales generales, que es menos aislante y más respetuoso de los derechos humanos», señaló Kestel.
«El fin del mundo»
Ana, cuyo nombre no revelamos para proteger su privacidad, tiene la voz dulce y un fuerte acento mexicano.
Nuestra primera conversación fue breve, pero suficiente para darme cuenta de que tenía que hacerle una pregunta: «¿Quieres que te llame en otro momento para entrevistarte o prefieres escribir sobre cómo ha sido tu experiencia de vivir con una enfermedad mental?».
Su respuesta era previsible.
«Tengo 40 años, estoy casada, soy médico, ama de casa, madre de dos hijos adolescentes, primer y único caso psiquiátrico en tratamiento de la familia, octava de nueve hijos», escribió.
«Llevo 11 años con el trastorno afectivo bipolar (TAB), que me diagnosticaron a los 37 años. Ha sido un proceso largo, los primeros ocho años tuve un diagnóstico erróneo y un manejo inadecuado».
De acuerdo con la Guía Latinoamericana del Diagnóstico Psiquiátrico, el TAB se caracteriza por «dos o más episodios en los cuales el humor y los niveles de actividad del paciente se hallan profundamente perturbados«.
«A lo largo de mi enfermedad he tenido cinco eventos psicóticos, cuatro internamientos, recaídas que ya se me estaban haciendo costumbre y sentimientos de desesperanza. La incertidumbre era ya una constante en la penumbra de mi vida», contó Ana.
Los periodos de psicosis son como si tuviera una bomba de tiempo que traía desde mi nacimiento, una amenaza constante
«Aún recuerdo con claridad mi primer episodio de psicosis: por la madrugada mi mirada se centraba en las luces rojas de la ciudad, anunciado que algo malo estaba por venir. Recuerdo haber manejado, alrededor de las cuatro de la mañana, en sentido contrario, exponiendo mi vida y la de los demás«.
«Los periodos de psicosis son como si tuviera una bomba de tiempo que traía desde mi nacimiento, una amenaza constante, una bomba que hubiese sido programada para detonar a mis 29 años de edad, teniendo como único objetivo partir mi alma en mil pedazos.
«Mis emociones buscaban una vía de escape, como si se agitara una bebida gaseosa y al explotar, todos mis sentimientos se desparramaran por la fuerza intensa e incontrolable».
«La emoción que más me invadía era el miedo. Miedo a que algo grave me ocurriría o que algo le pasaría a mi familia (…) Tenía presentimientos de que el mundo se iba a terminar y en realidad no era así, el fin del mundo llegaba a mi pequeño universo«.
Efectos secundarios
La Guía Latinoamericana del Diagnóstico Psiquiátrico señala que en algunos casos la perturbación «consiste en una elevación del humor y en un incremento de la energía y de la actividad (hipomanía o manía) y en otras, en un decaimiento del humor y en una disminución de la energía y de la actividad (depresión)».
Ana ha experimentado ambos extremos.
«En los periodos de manía tengo una gran actividad cerebral, mi creatividad aumenta, es un estado de mucha plenitud y mucha satisfacción y donde uno siente interés por realizar muchas actividades.
«Uno piensa que está de maravilla, pero lo cierto es que no es así, el cerebro está sufriendo (…) Tengo problemas de sueño, (…) me da por hablar mucho, por gastar más dinero, puedo estar enfadada o irritada, tengo dificultad para concentrarme y esto se da porque la velocidad de mi pensamiento es muy acelerada, me es imposible frenarla».
Por su mente, explicó, pasan contenidos e imágenes de diversa naturaleza. Las percibe como si hubiesen sido filmadas en «cámara rápida». Algunas de ellas, la «atormentan».
Los episodios de depresión los describe como «una sensación de muerte, de que mi luz interna se está apagando, mis movimientos corporales son muy lentos. En mis días no existe la luz, pero sí la oscuridad«.
A los que las sufrimos (enfermedades mentales) nos suelen llamar ‘locos’. Pero he aprendido con el tiempo que el cerebro y la mente se enferman tal como lo hacen otros órganos
«Durante estos 11 años me ha tocado sentir en carne propia, lo que es padecer una de las enfermedades más graves de la mente, así como sentir todos los efectos secundarios que dejan los psicofármacos (…) y por si esto fuera poco, me toca cargar con el estigma y la marginación, en donde se me excluye y paso como un ser invisible ante la sociedad».
«Otra de las cosas que nos toca pasar a las mujeres que tenemos una enfermedad mental es el acoso sexual que nos toca sufrir por parte de los psiquiatras que nos atienden, esto es más común de lo que uno pudiera imaginar».
Hace tres años, cuenta, comenzó a buscar información sobre el TAB y, como Alfonso, aceptó que su enfermedad forma parte de su vida.
«No elegí mi condición de salud, pero sí elijo día a día mi condición de vida (…) De todo lo malo que puede tener una enfermedad psiquiátrica, la buena noticia es que puedo decir que hoy soy capaz de controlarla, de aceptar que es necesario tomar fármacos amigables para mi cerebro».
Mejor no decirlo
Hay una parte de la familia de Ana que no sabe sobre su enfermedad. «No lo entenderían, les daría pena», me dijo cuando conversamos.
Si el lunes no vengo a trabajar porque estuve deprimida y no me quería levantar de la cama, cuando regrese el martes no lo voy a decir
«(En la sociedad) a los que las sufrimos (enfermedades mentales) nos suelen llamar ‘locos’. Pero he aprendido con el tiempo que el cerebro y la mente se enferman tal como lo hacen otros órganos«.
El estigma en torno a las enfermedades mentales responde en gran medida a la ignorancia que hay sobre ellas.
«Hay mucho desconocimiento sobre el hecho de que un problema de salud mental es una condición que puede ser tratada y mejorada. En algunos casos no se cura, pero se puede lograr una estabilidad tal que la persona puede vivir una vida normal», señaló Kestel.
Y es que el estigma toca varias partes de la sociedad.
«Si el lunes no vengo a trabajar porque estuve deprimida y no me quería levantar de la cama, cuando regrese el martes no lo voy a decir. Pero si el lunes no vengo porque el fin de semana me doblé una pierna, el martes les cuento a todos lo que me pasó. ‘¡Miren qué terrible lo que me pasó!’. Y mis colegas me van a entender y me van a ayudar. Pero si les digo que es depresión, prefieren no saberlo», dijo la representante de la OMS.
La familia
En América Latina, existen varias organizaciones que apoyan a personas con trastornos mentales y a sus familias.
En México, Voz Pro Salud Mental es una red de asociaciones civiles presente en doce estados.
Ana y sus parientes más cercanos han tomado los cursos psicoeducativos que la organización ofrece. «He encontrado alivio a mis angustias, compañía en mi soledad», escribió.
Y es que el apoyo de los parientes es vital para que los pacientes puedan ser tratados con eficacia.
De acuerdo con Gabriela Cámara, coordinadora de Voz Pro Salud Mental,es fundamental que los familiares se capaciten y aprendan de qué se trata la enfermedad y cómo evitar y manejar las crisis y las recaídas.
Ante un trastorno psiquiátrico, aseguró la experta, la dinámica familiar se ve afectada emocional y económicamente. «Son enfermedades para toda la vida y los tratamientos son caros».
«Cada miembro de la familia que tiene un ser querido con una enfermedad psiquiátrica se ve afectado. Muchas veces ellos mismos presentan depresión mayor, pues por un lado deben cargar con una enorme carga emocional y, por el otro, con el estigma de la sociedad que muchas veces culpa al paciente y/o a su familia por tener un trastorno mental«, le indicó Cámara a BBC Mundo.
«(Es fundamental, como familia) aprender a comunicarnos de una forma más sana y efectiva, poner límites y quitar culpas«, señaló.
De hecho, para Alfonso, la comprensión de sus seres queridos marcó una gran diferencia.
«Al principio siempre era como el bicho raro de la familia, pero después de tantos años de tratamiento, ellos han llegado a entender lo que me pasa en vez de criticarme», escribió.
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/09/150831_salud_enfermedades_mentales_america_latina_depresion_trastorno_bipolar_mr