Los extraños fuegos eternos de Nueva Zelanda

Las truchas viven a sus anchas en los ríos que rodean a Murchison, un pueblo aislado de Isla Sur, en Nueva Zelanda, y los pescadores llegan de todas las partes del mundo para probar suerte.

Pero no pescarán ninguna en el río Blackwater.

Y es que, aunque con su agua cristalina parezca un arroyo común, tiene una particularidad: el olor a queroseno.

El aroma es sutil, pero fue suficiente para darle al río ese nombre: Blackwater, «agua negra» en español.

Las colinas de alrededor albergan petróleo, lo que produce un fenómeno natural en el valle.

Los lugareños le dicen «golpe de gas» o gas blow, pero Merve y Shirley Bigden, un matrimonio dedicado al turismo, lo nombraron «la experiencia de las llamas naturales».

Es una rareza, desconocida para la mayoría de los viajeros y también para aquellos que viven más allá de Murchison, un pueblo de dos calles situado a 125 kilómetros al suroeste de Nelson, ciudad septentrional de Isla Sur.

Unas brillantes llamas amarillas arden eternamente y sin humo en la selva del lugar, alimentándose del gas metano que se filtra continuamente del subsuelo.

Lo increíble es que este fenómeno se produce en medio del verdor.

 

El fuego es constante desde la década de 1920, dice la leyenda.

El juego de unos cazadores

Según ésta, el fuego se prendió cuando dos cazadores se sentaron a fumar y uno de ellos arrojó la cerilla encendida al suelo.

En una mañana reciente, me embarqué junto a otras dos personas en una «experiencia de las llamas naturales» de cuatro horas, con Shelley Neame como guía.

A un accidentado recorrido de 15 kilómetros en coche le siguió un agradable paseo de 2,4 kilómetros por el monte.

La familia de Neame es originaria de Murchison, así que conoce muy bien la historia local.

Durante el trayecto se detuvo varias veces para contarnos historias sobre la zona, sobre una antigua plataforma con la que se intentó extraer el petróleo y la manera en la que evolucionaron las plantas autóctonas.

Nos explicó cómo la moa, un ave endémica de Nueva Zelanda tan grande como una avestruz hoy extinguida, pisoteaba los arbustos.

Para llegar a ellos hay que atravesar árboles nativos gigantes.

Así que para mantener a esta ave lejos, el árbol horoeka desarrolló unas hojas como cuchillas y creció tanto que se convirtió en un tronco coronado por una nube de follaje verde.

Tras caminar durante una hora bajo esa bóveda frondosa, de repente avistamos las llamas amarillas en un hueco poco profundo de un par de metros de ancho.

El pozo estaba rodeado de helechos y árboles autóctonos, por lo que fue toda una sorpresa que escupiera fuego.

De hecho, parecía como si los espíritus de los arbustos hubieran abandonado el lugar momentos antes.

Cocina instantánea

Era una escena agradable para un día frío y brumoso.

Así que me acerqué a calentar mis manos.

Neame colocó una olla sobre las llamas, hirvió agua y le añadió hojas de té.

Después puso una sartén sobre las rocas ardientes y calentó unas tortitas, para las que nos ofreció miel.

Una comida cocinada verdaderamente «al natural».

Nos sentamos en unos bancos de madera desvencijados junto a las llamas durante una hora, con la mirada fija en el fuego encendido a pesar de la fría niebla.

Era increíble pensar que ha estado así, casi sin apagarse, por casi 100 años.

Además de aquél, hay en el bosque al menos otras nueve hogueras eternas que se mantienen vivas gracias al gas natural.

Las dos más conocidas se convirtieron en atracciones turísticas e incluso han inspirado fervor cultural y religioso.

Más fuegos eternos

Turquía también alberga un fenómeno similar en el valle Olympos, al que llaman Yanartaş.

Allí decenas de fuegos arden permanentemente gracias a las emisiones de metano, y lo hacen con tanta intensidad que podrían guiar a los marineros de noche.

El fenómeno tiene al menos 2.500 años y en la zona se dice que fue allí donde nació el mito de la Quimera, el monstruo híbrido de respiración ardiente de la Ilíada de Homero.

Bajo las llamas están las ruinas del templo de Hefesto, el dios griego del fuego, la forja y la herrería.

Después de comer, un momento para reflexionar.

Otro fuego eterno es el del templo Jwalamukhi de los Himalayas, en el estado Himachal Pradesh de India.

Se adora como a un dios y atrae a miles de peregrinos cada año, quienes le llevan dulces, leche o frutas como ofrenda.

Nueva Zelanda, sin embargo, un país geológica y culturalmente nuevo, no tiene nada de eso.

Su equivalente a las ruinas antiguas de otras naciones son sus plantas autóctonas, las aves, el agua y el paisaje.

Pero su maravilla natural no tiene par: en ningún otro lado del mundo arden las llamas de forma permanente estando en medio de la espesura inhabitada del monte.

Además, los movimientos naturales del petróleo y el gas en el subsuelo, así como la inminente perspectiva de perforación a finales de este año, la hace aún más especial.

Y es que las llamas podrían desaparecer mañana mismo.

Pero de momento siguen allí, listas para ser descubiertas en una «experiencia de las llamas naturales» y hacerte filosofar.

http://www.24horas.cl/noticiasbbc/los-extranos-fuegos-eternos-de-nueva-zelanda-1795668

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