W.B. Yeats
Thinley Norbu Rinpoche fue un maestro budista de la escuela Nyingma que logró traducir la sabiduría esotérica de su tradición a la mentalidad occidental. Thinley Norbu vivió la última parte de su vida en Estados Unidos y escribió en inglés, cultivando una prosa brillante, capaz de sintetizar conceptos muy complejos en frases cortas y poéticas (incluso acuñando términos nuevos), una especie de tejido incrustado de diamantes. Este artículo es una breve exposición de su libro Magic Dance: The Display of the Self-Nature of the Five Wisdom Dakinis, el cual es una pequeña joya, por momentos psicodélica y siempre rebosante de la antigua sabiduría del budismo tibetano.
En Magic Dance, Thinley Norbu nos presenta una visión lúdica de la concepción budista de la realidad como ilusión. Nos dice Thinley Norbu que, en nuestra renuncia a identificarnos con el mundo de los fenómenos que observamos, no tenemos que ser demasiado serios, podemos disfrutar de la inagotable creatividad que ocurre a través de nosotros, como disfrutamos de un espectáculo (no ciertamente con pasión fanática, pero sí con inmersión estética, acaso como un niño que se olvida de sí mismo bailando). Desprendernos de las cosas que ocurren en nuestra mente y de los fenómenos que se proyectan a nuestro alrededor es el juego más serio que puede existir para una persona, pero no deja de ser un juego. Cuando aprendemos a verlo así, podemos empezar a percibir la música secreta y ver los colores invisibles –e incluso, nos diría alegremente un budista, los destellos beatíficos de las diosas celestes.
“Todos los elementos de fenómenos visibles son el despliegue de la secreta, indivisa e inobstruida Menta de Sabiduría. La naturaleza espejo de la Mente de Sabiduría es que todo emerge con infinito potencial de obstrucción o de inobstrucción”, dice Thinley Norbu. La obstrucción –lo que impide fluir desapegadamente y disfrutar del despliege perenne, de la vida como una “danza mágica”, como manantial inagotable– emerge de la mente que caza reflejos, que busca asir las imágenes que se despliegan en un río como si fueran cosas diferentes a sí misma. ”Tan pronto hay división, hay obstrucción e impureza”. Aquí seguramente yace el origen, la caída de alguna manera de nuestra percepción: de una realidad como autopercepción de la unidad, hacia un mundo de separación, deseo y sufrimiento, donde creemos que es posible no ser, dejar de ser y perdernos de algo. En este modo de percepción vemos las cosas en una especie de fuga permanente, en vez de ser esa fuga que es en realidad simplemente el despliegue mirífico de un único ser. (En esta obstrucción, el lector familiarizado con la Cábala, apreciará un concepto resonante con los qlipots que encierran ilusoriamente la luz divina y polarizan la no-dualidad de En-Sof).
Thinley Norbu liga los 5 elementos a una raíz búdica, son las 5 familias o linajes budistas, en esencia son naturaleza despierta y luminosa.”Todo lo visible tiene esencia invisible”. Esa esencia es el elemento sutil, el espacio, el fuego, el aire, el agua y la tierra en su estado simple, sin contaminación o aleación a un oscurecimiento del pensamiento y la habituación. Es también el substrato del vacío como energía pura potencial: la matriz de todos los fenómenos que no son más que un despliegue de ese vacío omnimodal.
“Cuando las cosas vivas envejecen, una relación desbalanceada se desarrolla entre los elementos sutiles y los elementos espesos, los cuales son dependientes entre sí”, escribe Thinley Norbu. La práctica del dharma, la meditación y en general el trabajo de percepción, es lo único que permite que los fenómenos mantengan su frescura, aparezcan con pureza y luminosidad, como un niño ve el cielo. En esto hay algo de la famosa máxima alquimista solve et coagula, en el sentido de la preparación de la materia prima sobre la cual se realizará la gran obra, y la cual debe purificarse para poder recibir o acceder a lo espiritual.
Desde esta perspectiva, el trabajo kármico puede concebirse como una purificación de los elementos que constituyen todo nuestro sistema de percepción, el cual, según el budismo, es un continuum de múltiples vidas. Esta purificación de los elementos internos de nuestro organismo es como una minuciosa limpieza del lente y/o la pantalla de una cámara. Cuando logramos esta limpieza, que es una ligereza, la realidad emerge con mayor nitidez, hasta que podemos verla simplemente como un juego de luz “insubstancial e indestructible”. Esta es la naturaleza de diamante, el cuerpo Vajra de los maestros, la integración al cuerpo mismo de la Unidad Absoluta, el Dharmkaya.
La imagen que se usa siempre para la mente, en su naturaleza pura, es la del cielo despejado, amplitud espacial que permite la aparición de todos los fenómenos. “El cielo externo del elemento del espacio y el cielo interno de la mente están vinculados a través de la apertura”, se dice en Magic Dance. Rilke escribió: “¿Qué es la interioridad, más que cielo intensificado?” Lo que sugiere el budismo es que esa interioridad celeste, es la naturaleza secreta de todas las cosas: una transparencia radiante que contiene todas las formas posibles. Así, no se equivoca William Blake cuando observa “un cielo en una flor silvestre” o “un mundo en un grano de arena”, ya que en su pureza elemental todas las cosas están contenidas en cada una otra como potencial de manifestación o despliegue.
Creemos que la naturaleza de la mente es su contenido, el flujo de pensamientos y la identidad que generan. El budismo nos dice, sin embargo, que la mente es solamente el vacío que es capaz de acoger toda imagen o fenómeno (existe, según Robert Lawlor, una etimología del sánscrito manas (mente) que sugiere que el significado es “aquello que refleja a sí mismo”). Thinley Norbu dice:”por incontables vidas podemos intentar hallar nuestra mente, pero nunca podrá hallarse dentro de ninguna substancia fenoménica porque siempre es sólo vacío… Nuestra mente espejo siempre refleja incontables fenómenos sin obstrucción ni esfuerzo”, lo cual no significa que la mente y los fenómenos sean cosas separadas. (La Cábala coincide en esto al hablar de la inseparabilidad, la relación nupcial entre los sefirots chokmah y binah, la luminosidad (o la energía creativa divina) y el espacio (simbolizado como las aguas primordiales)). Thinley Norbu equipara este mar original con la mente:
Nuestra mente, que es siempre una, es la fuente única de todo fenómeno impuro de samsara que aparezca o de cualquier fenómeno puro de nirvana que aparezca. Innumerables estrellas, planetas y lunas se reflejan en un gran océano.
De aquí que el espacio mismo sea identidad con la mente (algo en lo que encontramos coincidencias con el hermetismo): “Aunque creemos que la mente está dentro de nuestro cuerpo, realmente no está ni adentro ni afuera, ni en nuestro cerebro ni en nuestro corazón”. Aquí yace lo más difícil para nuestra lógica habituada a una noción dualista, se requiere un acto cognitivo que es más un des-conocer, un des-aprender a percibir la separación (y un acto que es más también un no-hacer, una relajación, una des-aprensión) y así disolver la barrera entre sujeto y objeto. Lo que se entreve es que, si la mente y los fenómenos que refleja son una misma cosa, entonces nosotros no somos individuos sino que somos sólo aspectos de ese vacío, parcelas de una pantalla inmensa que despliega fenómenos continuamente, en eterno devenir, sin principio ni fin, solo existiendo. Si nos dejamos ir en ese cauce, nos dice Thinley Norbu, nos volvemos un continuo despliegue radiante de fenómenos divinos, un espectáculo de dakinis, de creación luminosa que se pulveriza eternamente.
Twitter del autor: @alepholo
http://pijamasurf.com/2015/10/la-realidad-como-un-juego-magico-de-apariciones-sobre-un-lienzo-vacio/