En el ámbito académico contemporáneo, el concepto de “esencialismo psicológico” hace referencia a la creencia social, a veces no del todo consciente en las personas, de que existe una esencia, o como una especie de un algo absoluto, diferenciado y subyacente, el cual, a saber, hace las veces de característica fundamental de una determinada categoría o grupo social (Estrada: 2004). Una creencia que hace pensar que las personas de un determinado estrato socioeconómico o grupo social poseen una determinada forma de ser, una forma de ser muy propia y particular y poseedora, en consecuencia, de unos rasgos muy determinados. Y ello es así, es decir, existen tales creencias discursivas, debido a que somos en una muy alta medida seres simbólicos que vivimos inmersos en culturas, es decir, en sistemas o “redes de sentido”, ya que, según concuerdan los analistas contemporáneos de lo social, no hay sentidos ni significados aislados, sino en forma de redes (Marín: 2007).
Pero no todos los discursos, o más bien, todas las redes de significado que diferencian a los grupos humanos, son enteramente y cien por ciento explícitos y concretos, y mucho menos entendidos de igual forma en la subjetividad de todas las personas, a pesar de que exista cierto hilo social común en ciertos entramados de discurso. En el presente texto, por tanto, hago un breve hincapié en el hecho de que algunas de las cadenas simbólicas que nos permiten captar las diferencias y los esencialismos psicológicos (es decir, las creencias de las que hablaba en el párrafo anterior), están en el “inconsciente”; un lugar y objeto de estudio con casi ninguna atención académica desde disciplinas como la sociología, la antropología o los estudios culturales.
Ahora bien, cabe agregar que la forma en la cual captamos las diferencias, ya sea dicha forma inconsciente o no (y muy a menudo de forma esencialista), muchas veces genera discriminación, y también es necesario decir, al respecto, que no existe una única forma de discriminación que sea enteramente directa y jerárquica. Existen, de hecho, muchas y muy complejas formas de discriminación. Debido a ello, una de las preguntas que surgen ante lo dicho, es la siguiente: ¿podemos nosotros acaso como personas discriminar inconscientemente a otras personas y grupos sociales? Y si ello es así: ¿cómo funciona dicha discriminación inconsciente?
La sociología y el campo de estudios del inconsciente humano
Bien sabido es que el psicoanálisis es el campo de estudio que se ha apropiado desde Sigmund Freud, es decir, su creador, del análisis y reflexión concerniente al “inconsciente humano”. El término inconsciente, cabe aclarar, ya existía pero el autor austriaco atrás mencionado le dio una nueva visualización sumamente trascendental y de gran importancia. Lo captó no como lo meramente opuesto a “lo consciente” sino como un sistema psíquico dinámico (Freud: 1917). Sin embargo, debido a la pretensión del psicoanálisis de servir como un método terapéutico, dentro de un conjunto de métodos que su propio creador reconoce que han surgido por ensayo y error (Brodsky: 2003), este importante ámbito de reflexión académica ha quedado, en su gran mayoría, y lamentablemente hablando, oscurecido por la sombra difusa de dicha pretensión. De una pretensión, muchas veces, principalmente de índole clínico. Y para rematar el asunto, es muy poco el diálogo que las ciencias sociales en general han establecido con dicho campo (otro factor que influye es, asimismo, el escaso diálogo que a veces podemos encontrar en el ámbito académico de lo social entre lo médico y la reflexión que atañe propiamente a grupos humanos y a las estructuras sociales). De dicha forma, conceptos como el de “pulsión”, “preconsciente”, “resistencia” o “represión”, poco se escuchan, por ejemplo, en los estudios culturales. De ahí que uno de los ejes del presente texto sea un llamado urgente al diálogo entre las ciencias sociales y el psicoanálisis, hoy por hoy, demasiado aislado y muy poco acoplado, según mi opinión, a las demás ciencias sociales, pero, aun así, poseedor de una rica y compleja mirada teórica, analítica y conceptual. Una mirada que quizás deba alejarse un poco de lo clínico en búsqueda de interdisciplinariedad.
Ahora bien, una de las razones por las cuales el psicoanálisis permanece tan aislado (al menos en ocasiones) de los fenómenos propios de lo social, es porque en principio no pretende ser más que una psicología del individuo. No obstante, con Lacan, observamos que en el inconsciente podemos encontrar una estructura muy compleja, más exactamente la estructura del lenguaje, de esa forma, allí, muy dentro, en lo que llamamos inconsciente, hay significados y significantes que parece que actúan por sí mismos (Lacan: 1953). De ahí que no sea nada raro que en ocasiones una palabra le haga despertar a una persona unos determinados sentimientos.
Con Lacan, por tanto, y con la riqueza de su mirada en lo que él llama “el registro de lo simbólico” (en articulación, claro, con el registro de lo real y lo imaginario), y sabiendo de antemano que el ser humano es un ente simbólico, bien podemos encontrar articulaciones entre los discursos sociales y los significantes archivados en lo inconsciente del individuo. Por otra parte, muchos de los discursos sociales, son discursos diferenciadores y llenos de los esencialismos psicológicos que se mencionaban atrás. Discursos que buscan crear identidades de grupo y, muy a menudo, dividir a la humanidad. De ahí que puede que gran parte de lo social que es excluyente, discriminador y diferenciador, se halle de forma implícita y muy bien rezagado, como animal en su madriguera, en nuestro propio inconsciente.
Para finalizar el presente apartado, y en lo que atañe a la relación entre el psicoanálisis y las ciencias sociales, me gustaría recordar que en psicoanálisis es conocida en varios ámbitos de estudio la crítica que hace Lacan a los denominados “psicólogos del Yo”, que son teóricos con muy buenos y muy destacados aportes sociales, como Erich Fromm, y que parece que sí llamaran al dialogo entre el psicoanálisis y las ciencias sociales, pero olvidándose de lo más interno del inconsciente que es el Ello y concentrándose principalmente en el Yo, en el que las fuerzas que cateterizan los fenómenos inconscientes están mucho más matizadas por la propia persona. Trato, por tanto, en el presente texto, y como he hecho en otros tantos textos, de llamar a un dialogo entre las características y las energías más internas del individuo y las ciencias sociales.
No existe una sola discriminación, la discriminación es relativa y gran parte de su contenido es inconsciente
Recordemos que vivimos en una época en la que el poder no se ejerce ya tanto de forma vertical, sino de forma horizontal, imponiendo como especie de castigo, el alejamiento de los focos de poder o interés (Tedesco: 2003). De esta forma, la dominación y la misma discriminación se vuelven sumamente complejos. Se puede discriminar en un muy alto grado a alguien por tener características que, en los discursos sociales, y en el plano cultural, se presupone que son propias de los “dominadores” (aun cuando en el mundo actual el poder mismo parece descansar en los mecanismos de los grandes emporios económicos, y en las mismas actividades privadas del salvaje capitalismo contemporáneo, más que en una persona determinada, lo que es otro asunto complejo que recae más allá de los propósitos de estas líneas). Se puede discriminar a alguien por el mero hecho de ser blanco o por ser hombre de ya cierta edad y madurez, por ejemplo. Puede darse incluso el caso de juicios o dictámenes jurídicos parcializados e injustos donde no se averiguan todos los factores, en defensa, por ejemplo, de los menores o de algún grupo que por x o y motivo es considerado en desventaja. Eso sin hacer hincapié como se debería en el injusto aborrecimiento cultural que podría sobrecaer en alguien por los esencialismos psicológicos que le atribuyen a ciertas personas (ya sean vistas como dominadoras o no), ciertos estereotipos negativos.
Sí, no solo grupos en una particular situación de desventaja simbólica o física pueden sufrir discriminación aunque bien cierto es, desde luego, que su cuidado y protección debe ser mayor. Sin embargo, una sociedad justa contemporánea no debe eludir la existencia de lo que en las presentes líneas llamo “discriminación relativa”. Es decir, una discriminación que en gran parte suele tener lo que Slavoj Žižek (1998) dice que acontece hoy en día con la caridad y la filantropía. Lo que sucede es que la caridad, por ejemplo el ayudar monetariamente a un “pobre”, nos hace sentir bien, pero en lo estructural todo continúa igual. De hecho, por culpa de los valores cristianos tradicionales y de los valores que dichos valores conllevan, hacer algo por la naturaleza o por los pobres de vez en cuando nos hace sentir mejor, claro que sí. No obstante, las estructuras de poder, la indiferencia y el maltrato a la naturaleza, continúan e inclusos se agudizan. La caridad actual, por tanto, y los deseos de defender a uno u otro grupo social, por tanto, son tan oscuros como el mismo sistema que los engendra.
Eso sí, no se trata de decir en las presentes líneas que no se deba ayudar a nadie, sino de tomar consciencia de que los valores, muchos de ellos de forma inconsciente, puede que nos hagan sentir bien, incluso, discriminando a otras personas. El tema, visto hasta aquí, y como bien se puede apreciar, es sumamente complejo, y amerita revisiones más exhaustivas, pero algo, sin embargo, parece estar bastante claro: hoy en día el no discriminar en general a nadie y el no propagar el odio, parecen no ser uno de nuestros imperativos éticos primordiales, y eso, es decir, todo ese material significante que de una u otra forma oscurece nuestras almas, puede que lo llevemos muy en nuestro interior. Muy en nuestro inconsciente. Muy en nosotros. Y muy concentrado, desde luego, y cabe agregar, en forma de energía psíquica. Siendo así, puede que la afirmación de Freud de que la enfermedad nerviosa ha reemplazado al mal en el mundo contemporáneo, sea totalmente cierta.
Bibliografía:
Brodsky Graciela (2003), La regla fundamental, en: ORNICAR DIGITAL, nº 233
Estrada Claudia, Yzertbyt Vincent y Seron Eleonore (2004), Efecto del esencialismo psicológico sobre las teorías ingenuas de las diferencias grupales. Psicothema 2004. Vol. 16, nº 2, pp. 181-186.
Freud S. (1917), Introducción al psicoanálisis. Editorial Porrúa. México, 2014.
Lacan, J. (1953), Función y campo de la palabra y del lenguaje y en psicoanálisis. En Escritos 1 Ed. Paidós, Buenos Aires, 2005.
Marín Higinio (2007), La génesis sociohistórica del individuo. Ediciones Encuentro, S. A., Madrid.
Tedesco, Juan Carlos (2003), “Los pilares de la educación del futuro”. Debates de educación, Barcelona, Fundación Jaume Bofill, Universitat Oberta de Catalunya, 2003 [http://bit.ly/XIIAb0], fecha de consulta: 12 de diciembre de 2012.
Žižek S, (1998), Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, ed. Paidós, Buenos Aires.
http://ssociologos.com/2015/10/21/discriminacion-relativa-y-percepcion-inconsciente-de-las-diferencias/