A veces hay que ir contracorriente. Sobre todo cuando a los que siguen la corriente se les va la mano, literal y metafóricamente hablando. Aunque se trate de médicos, psicólogos o educadores. Nadie está a salvo, ni debería estarlo.
Hace unos días cayó en mis manos una investigación “científica” sobre los beneficios de la estimulación temprana en los bebés. El artículo no habría llamado demasiado mi atención si no se hubiese tratado de un dispositivo intrauterino cuya misión era lograr que la música llegase casi sin interferencias al feto. En resumen, una especie de iPod intrauterino para que el bebé escuche la música. El objetivo principal de este curioso aparato es estimular las conexiones neurales y, sobre todo, la vocalización en el bebé.
Es cierto que la estimulación temprana es muy beneficiosa (no será una psicóloga quien lo desmienta) porque durante los primeros años de vida se forman conexiones neurales que perdurarán en nuestro cerebro. Pero la carrera por estimular cada vez más a los niños a veces me parece simplemente descabellada. Dejar que la naturaleza siga su curso y no presionar a los pequeños también es beneficioso.
De hecho, también hay muchos maestros, sobre todo de preescolar y kindergarten que están preocupados por el deseo de los padres de que les enseñen a los niños pequeños habilidades académicas que están previstas para otras etapas de su desarrollo. Estos maestros creen que pretender adelantar el reloj biológico solo servirá para generar infelicidad en los niños, quienes pueden aprender lecciones mucho más valiosas a través del juego, la exploración y la socialización. Sus sospechas (y las mías) están validadas por diferentes investigaciones.
Varios estudios han comparado los efectos de las aulas de educación infantil de orientación académica con los efectos de las aulas basadas en el juego. Se ha concluido que la formación académica temprana aumenta las puntuaciones inmediatas de los niños en las pruebas específicas pero esa ganancia inicial desaparece dentro de un plazo de 1 a 3 años. De hecho, en algunos casos los resultados incluso se han invertido, mostrando que a largo plazo la formación académica temprana purde producir daños en el ámbito social y emocional.
El estudio alemán que cambió la política educativa
En la década de 1970 el gobierno alemán mandó a realizar un estudio comparativo a gran escala en el que se analizaron los niños que habían salido de 50 jardines de la infancia basados en el juego, con aquellos que habían estado en jardines de la infancia de orientación académica directa.
Así se pudo apreciar que los niños que recibían una educación académica obtenían mejores calificaciones durante los primeros grados de la escuela primaria pero esta ventaja desapareció en cuarto grado. De hecho, llegado ese momento sus calificaciones eran peores que las de los niños que habían estado en un jardín de la infancia basado en el juego.
Lo curioso fue que no solo estaban por detrás en materias como lectura y matemáticas sino que también eran menos bien adaptados social y emocionalmente.
Cuando se realizó esa investigación Alemania estaba implementando un cambio en las guarderías basadas en el juego tradicional, apostando por los jardines de la infancia de orientación académica. Sin embargo, los niños volvieron a jugar porque el gobierno decidió revertir esa tendencia.
El estudio en niños pobres de Estados Unidos que desveló el daño emocional y social
Un estudio similar se realizó en Estados Unidos en 1967. En este caso se trabajó con 78 niños pobres de Michigan. Estos fueron asignados a tres tipos de escuelas infantiles: basadas en el juego, con instrucción académica directa (enseñaban lectura, matemáticas y escritura) y basadas en el juego pero con la guía de un adulto.
Los experimentadores también visitaban las casas para instruir a los padres sobre cómo debían ayudar a sus hijos, utilizando los mismos métodos de trabajo que se aplicaban en los respectivos jardines de la infancia. Los resultados iniciales de este experimento fueron similares a los de otros estudios. Los niños que se encontraban en el grupo de instrucción directa mostraron ganancias académicas tempranas, pero estas desaparecieron muy pronto.
Sin embargo, lo curioso de este estudio es que a estos niños se les dio seguimiento, hasta los 23 años. En ese punto de la vida no se apreciaron diferencias significativas entre los grupos respecto a su rendimiento académico, pero se manifestaron grandes diferencias en su desempeño social y sus patrones emocionales.
A los 15 años, los adolescentes que habían recibido una educación académica temprana habían cometido más del doble de “actos de mala conducta”. A los 23 años las diferencias fueron aún más dramáticas. Los jóvenes que habían sido educados con una formación académica mostraban más fricciones sociales, fueron más propensos a cometer delitos, mostraban un deterioro emocional y eran menos estables en sus relaciones de pareja. De hecho, a los 23 años, el 39% de estos jóvenes habían sido arrestados por cometer delitos graves, en comparación con el promedio del 13,5% de los jóvenes que recibieron una educación más centrada en el juego.
¿Por qué puede ser tan dañina la enseñanza académica a edades tempranas?
Existen muchas hipótesis, hacer referencia a una sola causa sería reduccionista. Sin embargo, no hay dudas de que la experiencia inicial en el jardín de la infancia prepara a los niños para el futuro, tanto en para el mundo escolar como a nivel social.
La infancia es una etapa importantísima para que los niños desarrollen sus habilidades sociales y muestren un apego seguro. La falta de afecto, de libertad o de comprensión puede marcar sus vidas para siempre. De hecho, los niños no nacen siendo empáticos, es una habilidad que desarrollan a lo largo de sus primeros años, de la misma forma en que deben aprender a resolver conflictos con sus coetáneos para poner a prueba sus competencias sociales.
Es a través del juego y la interacción con los otros niños y los adultos que los pequeños se forman su visión del mundo. El contexto de un aula, que normalmente es frío y enfocado al aprendizaje de habilidades académicas, no contribuye al comportamiento pro-social y al desarrollo emocional, todo lo contrario. De esta forma, se pierde una oportunidad preciosa para los niños.
Sin duda, la actitud de los padres también influye en estos resultados. Si los padres potencian el juego, la libre expresión y la socialización, estos serán los valores que el niño adquirirá. Ese pequeño crecerá pensando que el mundo es un sitio seguro, que le acoge y le hace sentir bien. Por tanto, se sentirá más seguro de sí, confiará en sus capacidades y podrá expresarse emocionalmente.
Sin embargo, los padres que apuestan por una formación académica desde una edad temprana suelen pensar que el mundo es un lugar hostil en el que es necesario luchar y estar preparados para ganarse un puesto. Estas personas no están tan preocupadas por la felicidad del niño como por “darle lo mejor”, que puede parecer lo mismo, pero os aseguro que no es igual.
La buena noticia es que la decisión está en manos de los padres.
Fuentes:
Marcon, R. A. (2002) Moving up the grades: Relationship between preschool model and later school success. Early Childhood Research & Practice; 4(1).
Schweinhart, L. J. & Weikart, D. P. (1997) The High/Scope Pre- school Curriculum Comparison Study through age 23. Early Childhood Research Quarterly; 12: 117-143.
Darling-Hammond, L. & Snyder, J. (1992) Curriculum Studies and the Traditions of Inquiry: The Scientific Tradition. Handbook of Research on Curriculum. MacMillan: 41-78.
http://www.rinconpsicologia.com/2015/10/la-ensenanza-academica-temprana-produce.html