Una de las perversiones de nuestro sistema social y cultural está siendo la confusión e indiferenciación entre turismo y descanso.
El turismo no es descanso sino actividad.
Una actividad, por cierto, necesaria y tremendamente positiva y reconfortante. Viajar es una gran oportunidad para abrirnos y conocer otras geografías y gastronomías, para crear una distancia saludable de nuestro mundo habitual y relativizar, de paso, nuestros modos y maneras de conducir la existencia; darnos cuenta, reconocer y aceptar que hay otros paisajes, otras costumbres, otras fisonomías…. y poder abrazar más allá de todo eso, el corazón de una humanidad que se siente como “una”.
Cada viaje nos educa en nuestra aceptación gozosa de la unidad en la diversidad.
Nuestra mirada se recrea, nuestro corazón se expande y nuestro alma se engrandece con cada viaje.
Hacer turismo implica desplazamientos, muchas veces largos y continuos. El turista se adentra, voluntaria y gozosamente, en una incesante actividad: quiere verlo todo, conocerlo todo. Se levanta temprano y se acuesta tarde. Como suelo decir con cierta ironía “la vida del turista es muy dura”.
No es raro volver de un viaje intenso más cansado de lo que uno se fue. La emoción de lo vivido se coloco en un primer plano y no deja ver ni sentir el cansancio de tanto movimiento, de tanta intensidad. Un cansancio que pronto cobrará su factura.
Descansar es otra cosa y, como dice el Eclesiastés, “hay un tiempo para cada cosa”. Un tiempo para viajar y un tiempo para descansar. Actualmente el turismo ha sustituido al descanso en lugar de acompañarle y ha acabado usurpándole su propio espacio y tiempo.
El verdadero y más grande descanso es el descanso dentro de nosotros mismos, recorrer silenciosamente todas las costas y litorales de nuestro espacio interno. A veces nos encontramos en ese turismo interior con costas rocosas, grandes desiertos, inundaciones emocionales, abismos insondables….., paisajes desagradables y entornos de dolor. Por eso este tipo de turismo interior no suele promoverse por las agencias de viajes.
Meditar en silencio es el gran viaje, la gran travesía que nos conduce al espacio profundo de nuestro Misterio en el que podemos descansar y recomponernos verdaderamente. Es como el vuelo de un águila que, sin apenas ruido, mira desde lo alto, con cierta distancia y perspectiva, todo lo que se agita y se mueve en la superficie, pero sin descender a ella. Un viaje del que uno trae como souvenir un corazón sereno y un rostro iluminado.
Del libro LA SABIDURÍA DE VIVIR
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