Un estudio liderado por la Harvard Medical School y publicado en Nature ha analizado 230 muestras de genoma de los antiguos europeos. Gracias a estos análisis, entre los que había quince muestras de material genético recogidas en la cueva de El Mirador, en Atapuerca, se han identificado los genes humanos que cambiaron durante el Neolítico, cuando se produjo la transición de la caza a la agricultura. Por el momento, los investigadores han identificado cambios en 12 genes relacionados con rasgos como el color de la piel y los ojos, la tolerancia a la lactosa y la estatura. Y sí, por entonces, los habitantes del sur ya eran más bajitos que los del norte.
Con las muestras de 8.000 años de prehistoria europea, los autores del estudio han creado un retrato de la evolución de los pobladores del continente. Las variaciones encontradas se corresponden con genes asociados con la estatura, la capacidad de digerir la lactosa en la edad adulta, el metabolismo de los ácidos grasos, los niveles de vitamina D, la pigmentación de la piel o el color azul de los ojos, entre otros, y explican la adaptación de los europeos al establecimiento de la agricultura en latitudes elevadas.
Por ejemplo, la pigmentación clara de la piel habría sido necesaria para suplir la vitamina D en las dietas agrícolas, los genes relacionados con la enfermedad celiaca pudieron tener ventajas para evitar deficiencias vitamínicas en este nuevo tipo de alimentación y los genes de inmunidad probablemente reflejaran adaptaciones a patógenos que provienen del contacto con animales domésticos.
Otra de las ideas que se desprenden del estudio es que los primeros agricultores europeos procedían de la antigua Anatolia, en la actual Turquía. También establece que los europeos actuales son el producto de tres sustratos poblacionales mayoritarios: los cazadores-recolectores mesolíticos, los agricultores neolíticos y la población de las estepas que llegó en la Edad del Bronce.
En la península ibérica predomina más el grupo de agricultores neolíticos, menos el del Mesolítico que en el norte de Europa y también menos el de las estepas que en el centro y norte del continente. Según explicó a la agencia SINC José María Bermúdez de Castro, investigador del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (CENIEH) y coautor del estudio, las diferencias entre el norte y el sur de Europa tienen un componente ambiental debido a factores como la dieta y la luz, pero también se basan en el hecho de que las migraciones desde el suroeste de Asia ocurrieron en tiempos distintos y de tribus diferentes.
No obstante, según este investigador, la base común mesolítica es también muy importante. De ahí las grandes similitudes entre todos los europeos, que solo han recibido influencias puntuales de otros pueblos procedentes de África y Asia en fechas mucho más recientes. Entre las diferencias, hay que destacar la estatura: los habitantes del norte, que descienden en mayor medida de las tribus de la estepa euroasiática, son más altos y los del sur más bajos.
Igualmente notable es el hecho de que hace 4.000 años, los europeos adquirieron la capacidad de digerir la leche en la edad adulta, un cambio marcado por la aparición de un gen relacionado con la persistencia de la enzima lactasa, según el estudio. Hoy esta mutación que permite beber y digerir la leche a los mayores está presente en el 100 % de los europeos del norte del continente y que presenta una gran ventaja para la supervivencia.
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